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No Hay Futuro Sin Incluir A Jóvenes Y Mayores

Os adjuntamos el resumen de la intervención del Pr. Calvo Gallego [1] , como IP del Proyecto de Investigación (US-1264479), en las Jornadas “Una Europa social y diversa” organizada por Eurobas y celebradas en Bilbao el 29 de marzo de 2022″.

En primer lugar, quisiera comenzar estas palabras expresando mi agradecimiento a los organizadores por permitirme colaborar con una institución de tanto prestigio como la que hoy nos acoge, por permitir compartir mesa con unos compañeros tan destacados como los que hoy nos acompañan, pero también, pero no obviamente lo menos importante, por la a mi juicio sabia elección del tema sobre el que ha de versar hoy mi intervención.

Y digo importantes ya que, atrapados en el vértigo de las sucesivas crisis económicas, sanitarias y militares que han azotado Europa durante estos últimos años, tendemos como sociedad a relegar, o incluso a olvidar, problemas estructurales, absolutamente fundamentales para la conservación tanto de nuestras sociedades, como de nuestro propio modo de vida europeo.

Uno de estos problemas fundamentales, al menos a mi juicio, es la situación en la que se encuentran jóvenes y mayores. Es cierto, ys e me podrá indicar, que ambos colectivos han existido siempre, presentando peculiaridades y problemas específicos a lo largo de toda la historia de la humanidad. Pero no lo es menos que, especialmente durante estos últimos cuarenta años, ambos grupos han debido enfrentarse a una nueva realidad tecnológica, económica y social que ha ido empeorando su situación hasta tal punto que, tanto el art. 21 de la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, como la Directiva 2000/78, específicamente en el ámbito laboral, han debido incorporar una nueva causa de discriminación, igualmente aceptada por la jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional RTC (75/83 o 66/2015)  y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos: la edad (Schwizgebel c. Suiza de 10 de junio de 2010).

Pues bien, ¿qué ha ocurrido?

En el caso de las personas de “edad avanzada” creo que el principal elemento novedoso es y ha sido la vertiginosa revolución tecnológica a la que hemos asistido desde los años ochenta, con todas sus derivadas, entre otras, en el plano económico y social. La irrupción de las nuevas tecnologías de la infocomunicación y su rápida incorporación a la actividad productiva y a la vida social han producido una acelerada obsolescencia de procesos, sistemas y conocimientos que han impuesto, en especial a aquellos que no somos nativos digitales, la necesidad de una formación permanente y acelerada sobre elementos y lógicas absolutamente novedosos para nosotros. El problema es que estos conocimientos, su naturaleza e incluso su forma de adquirirlos suponen para buena parte de esta población un salto cualitativo de tal dimensión que les resulta en múltiples ocasiones absolutamente insalvable. Y esta incapacidad se extiende a múltiples facetas de la vida, provocando, eso sí, como dato común, su postergación, su aislamiento y su simple segregación de una vida plena, con sus lógicos efectos sobre su propia dignidad humana.

Baste pensar, por poner solo un ejemplo, en el caso del mundo del trabajo. Tradicionalmente, y al menos hasta los años setenta del siglo pasado, el problema de los trabajadores maduros fue, básicamente, el de su progresiva pérdida de fortaleza y capacidad física. De ahí la visión de la jubilación como una invalidez presunta. Pero en la actualidad, esto no es así, al menos en gran parte de los sectores económicos y sobre todo en el progresivamente preponderante sector de los servicios. En el nuevo contexto del siglo XXI resulta evidente que buena parte de los problemas laborales de las personas de edad avanzada se conectan con la brecha digital y con la falta de actualización e incluso de conocimientos ante esta nueva realidad. Si a todo ello unimos las diferencias salariales y de condiciones de trabajo que estos trabajadores disfrutan sobre los trabajadores precarios –obsérvese, mayoritariamente jóvenes- y al hecho de que a partir de los cincuenta y dos años su protección social parece vitalicia -aunque ciertamente limitada-, comprenderemos las razones por las que las tasa de actividad de este colectivo va cayendo inexorablemente conforme nos acercamos a la edad de jubilación y porqué los parados de 45 años o más son casi en su totalidad parados de larga duración o, simplemente, prejubilados, condenados en ocasiones injustamente a un ostracismo incomprensible con todo lo que ello supone de enorme pérdida de capital humano.

Pero no es solo ese ámbito. En el proceso de progresiva digitalización que se ha intensificado incluso con la pandemia, los grandes damnificados han sido, al menos mi juicio, las personas de edad avanzada que se han visto sometidas, casi de repente, a la dictadura del algoritmo y de la aplicación. Y no hablamos ya de cuestiones puntuales como puede ser la administración electrónica, las notificaciones por esta vía, o incluso como mecanismo obligatorio de relación con entidades públicas o privadas. Estamos hablando de cuestiones tan comunes y vitales como las gestiones con el banco, pedir cita al médico o en la oficina auxiliar de registro, cuestiones que poco a poco, se han digitalizado, relegando las formas tradicionales de relación humana y convirtiendo en muchos casos a estas personas en dependientes no solo física, sino incluso intelectualmente en sus gestiones o actividades ligadas al disfrute de los bienes más esenciales.

En cualquier caso, tampoco cabe olvidar cómo este cambio tecnológico ha supuesto igualmente un cambio estético que, seguramente, está igualmente conectado con un progresivo prejuicio hacia este colectivo, como germen y motor de todo este proceso de discriminación. Si hace menos de un siglo, y desde luego en la antigüedad, la sabiduría y el conocimiento se asociaban a la edad y a un largo proceso de formación reflexiva; si la vejez, por lo tanto, lejos del “ardor” y de la “inconsciencia” de la juventud, aparecía como un momento lúcido que merecía el respeto y la admiración social, en la actualidad todo esto ha cambiado o, simplemente, se ha olvidado. Hoy viejo no es sinónimo de sabio, ni es un cumplido como el que se condensaba en aquella cariñosa expresión del “viejo profesor”. Hoy lo viejo es lo caduco, lo desfasado, algo que debe desaparecer como atadura “ruinosa” a un periodo que se quiere superar e incluso olvidar. Y esa visión, que está detrás de muchas de las actitudes de ocultación de los rasgos naturales –y, perdón, también bellos- de la edad, es la que también genera un caldo de prejuicio que, unida a la postergación, al olvido, a la cosificación o a su transparencia, están en el germen de la discriminación que, digámoslo sin paños calientes, cada vez más sufren o sufrimos las personas de edad avanzada.

Y, sin embargo, tampoco es que “las cosas” estén mejor para la gente joven. Por múltiples razones en las que no puedo entrar aquí, es evidente que nuestra juventud sufre una tasa de desempleo y de precariedad absolutamente inadmisibles. A pesar de ser una de las generaciones más preparadas de nuestra historia, a pesar del altísimo número de jóvenes con niveles superiores de formación, lo cierto es que nuestros jóvenes siguen enfrentándose a un mercado laboral nada amigable, que más que invitar, les condena a trabajos precarios, mal pagados y, en ocasiones, sometidos a inadmisibles fraudes o, reconozcámoslo también, a una nueva diáspora a otros países europeos en los que son bienvenidos como mano de obra formada a coste cero.

Esta situación ha generado no solo una sensación de profunda insatisfacción que en ocasiones ha conducido a realidades como los famosos ni-nis, sino también a consecuencias sociales muy importantes como el retraso en la edad de emancipación y, sobre todo, un retraso en la natalidad que se combina con una cada vez más baja tasa de fertilidad femenina. Por mencionar solo algunos datos baste pensar que

  • si en 1975 la edad media en la que las mujeres eran madres por primera vez era poco más de 25 años, en 2020 se había superado incluso los 31 años
  • Si en 1975 había casi 80 nacimientos por cada mil mujeres, esta cifra había caído hasta casi los treinta en 2020, llegando incluso a esta cantidad en el caso de las mujeres de nacionalidad española.
  • Y por lo que se refiere a la edad media de independización, frente alos 17 y medio de Suecia o los 21 y 22 de Dinamarca y Finlandía, España alcanzaba los cerca de 30 años, cerca de cuatro años más que la media europea.

Y es aquí, paradójicamente, donde ambas perspectivas se combinan. Y ello ya que si a la cada vez más baja natalidad se une una progresiva ampliación de la esperanza de vida la consecuencia final es evidente: un progresivo envejecimiento de nuestras sociedades con todos los problemas que ello conlleva desde una perspectiva individual, pero también colectiva y social. Y ello, ya sea en el plano económico, en el del mercado de trabajo e incluso en relación con el mantenimiento de nuestro sistema de protección social.

Por eso, creo que es necesario rechazar mecanismos de suma cero, en donde la mejora de las condiciones de los jóvenes se buscaba o se busque mediante la expulsión del mercado de las personas de edad avanzada; o en el que la garantía de condiciones de los male breadwinner se conseguía focalizando en los jóvenes toda la flexibilidad demandada (la famosa flexibilidad al margen del añorado Toharia).

Muy al contrario, creo que es absolutamente necesario avanzar hacia estrategias conjuntas de juegos de suma variable en el que todos los grupos ganen y en donde, desde luego, el beneficio de uno no tenga que ser a costa del sacrificio del otro. Y todo ello, además, desde una premisa básica e ineludible: hacer a nuestras sociedades inclusivas no solo desde la perspectiva de género, capacidad, identidad u orientación sexual, sino también, y sobre todo, desde la edad; en definitiva, hacer una Europa para todas las edades.

Desde esta perspectiva, parece necesario, por ejemplo, retomar una estrategia de envejecimiento activo que, en línea con el reciente libre Verde de enero de 2021, con las orientación del Comité de Empleo y el de Protección Social, o con la Estrategia Nacional de Personas Mayores, Envejecimiento Activo  2018-2021 incentive el mantenimiento de la actividad y de la participación igualmente activa de las personas de edad avanzada en todos los ámbitos sociales y, desde luego, en el mercado laboral. Y ello mediante medidas que fomenten su formación específica, pero también mediante una implementación amigable de la tecnología que tenga en cuenta la propia singularidad y capacidad de estas personas. En especial, es necesario que los principios de accesibilidad, facilidad de uso, personalización y proactividad de los que hablaba el art. 2 RD 203/2021 sean reales y que, por consiguiente, tanto la administración como las empresas faciliten ese trato accesible y proactivo, incluido, en su caso, el necesario contacto humano.

Pero también es necesaria una política dirigida a la juventud, que les ofrezca un proyecto de futuro y de realización como personas, incluida la posibilidad real de una independencia familiar antes de los treinta años. Y para ello es necesario abordar no ya solo una reforma consensuada y estable de nuestra legislación, que dignifique la formación profesional y acerque los estudios universitarios al mundo del trabajo, respetando en todo caso su labor, también como generadora del simple conocimiento; es necesario además dotarla de los suficientes medios considerándola como la base de todo el desarrollo social y personal. Además es necesario  atacar directamente las vías más frecuentes de abuso y precariedad laboral -por ejemplo, las traídas y comentadas “becas”-, fomentando un empleo también de calidad para ellos y ellas y ayudas que realmente les permitan iniciar jóvenes su aventura en solitario y conciban la maternidad/paternidad como un compromiso y una obligación no solo de los progenitores sino también de la entera sociedad.

En esta tesitura nos jugamos mucho, como europeos y como sociedad. Como europeos ya que está en juego el elemento fundamental que a mi juicio nos define como tales: el respeto y la plena defensa de la dignidad de todo ser humano y, por consiguiente, la lucha contra toda forma de discriminación y segregación. Y como sociedad porque sin mayores no hay presente ni futuro cercano y sin jóvenes no hay un mañana para la idea y el sueño ilustrado que es aún Europa.

Ojalá lo urgente nos permita ver también lo esencial. Y esta cuestión, a mi juicio, ciertamente lo es. Y ello ya que solo con jóvenes y mayores podremos conservar nuestra raíces y enfrentarnos como europeos a los inmensos retos, pero también oportunidades, que nos brinda el futuro.

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Os adjuntamos el material utilizado durante la presentación

[1] Proyecto de Investigación Nuevas Causas y Perfiles de Discriminación e Instrumentos para la Tutela Antidiscriminatoria en el Nuevo Contexto Tecnológico Social (US-1264479) financiado con Fondos FEDER

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