Al menos desde la década de 1460 se ha podido documentar la presencia en la ciudad de Sevilla de un potente grupo de mercaderes pertenecientes a las grandes familias del mundo de los negocios de Burgos, uno de los principales centros económicos de la Europa de la época. Sevilla era ya entonces para los mercaderes burgaleses un nodo fundamental de su red de colonias mercantiles que se extendía desde los puertos de los Países Bajos, como Brujas y Amberes, sur de Inglaterra, Normandía (Rouen), la fachada atlántica y sur de Francia (Nantes y Toulouse principalmente), y Lisboa hasta llegar a Italia, especialmente Florencia. Desde Sevilla, las redes económicas burgalesas se proyectaban asimismo sobre el norte de África, la costa atlántica africana, las islas Canarias y los archipiélagos portugueses, especialmente las Azores. Era ésta una geografía de intensos y continuos intercambios mercantiles, en la que Sevilla ocupaba un lugar central de intermediación entre el norte de Europa y el Mediterráneo, el norte de África y las islas atlánticas.

Desde los puertos del norte de Europa se enviaban textiles (desde paños de lana ingleses o flamencos a lienzos holandeses, normandos y bretones) y materias primas (como estaño o cobre) a Sevilla, y desde ésta se remitían hacia esas regiones aceite, vino y lana de Andalucía, además de mercurio y otros productos. Desde Florencia se recibían en Sevilla sedas y textiles italianos de calidad, que eran introducidos en aquel circuito; desde las Azores llegaba el pastel, producto de utilidad tintórea fundamental para la industria textil de la época, y desde las Canarias el azúcar y la orchilla, también destinada a los procesos de tintura. En la costa africana se adquiría cera, imprescindible para la iluminación, y, en las ciudades del norte de África, como Tetuán o Fez, los mercaderes burgaleses introducían importantes cantidades de paños bastos y de numerario destinado al pago de los rescates de los numerosos cristianos allí cautivos. Su papel como prestamistas del cabildo de la ciudad de Sevilla, así como de abastecedores de grandes cantidades de trigo en los años de escasez y hambre que padecía la ciudad periódicamente (como 1467-1469 o 1557) y que eran capaces de traer desde regiones tan dispares como Francia, Berbería o la isla de La Palma, también contribuyó de manera decisiva a su firme asentamiento en Sevilla.

Desde Sevilla, los mercaderes burgaleses se introdujeron en la economía andaluza. Así, desde 1486 en adelante se hicieron con el control del mercado de lanas de Córdoba, centro del comercio de este producto para una amplia región que se extendía desde la Sierra de la Serena y las localidades de Hinojosa y Belalcázar al norte hasta las industriosas urbes de Úbeda y Baeza al este, y Antequera y Baza al sur; esta lana, a su vez, era remitida por el valle del Guadalquivir hacia el puerto de Sevilla, desde donde los burgaleses la introducían en su gran circuito mercantil internacional. Asimismo, la conquista del reino de Granada (1482-1492) y la desaparición de la frontera que atravesaba Andalucía permitió que los mercaderes burgaleses se introdujesen en la economía del mismo: la producción de lana (desde Baza, la tierra de Vélez, Adra, Almería hasta Ronda), la minería de las Alpujarras, la producción de las jabonerías de Almería o la exportación de almendras, uvas pasas o frutas por el puerto de Málaga, fueron actividades por las que se interesaron rápidamente, ya entre finales de la década de 1480 y 1520. En fechas tan tempranas después de la conquista como 1487-1488, ya se documentan mercaderes burgaleses avecindándose en la ciudad de Málaga, cuyo puerto les sirvió como un nuevo centro desde el que exportar lanas y productos agrícolas hacia Livorno y los Países Bajos; desde Málaga también comerciarán activamente con el norte de África.

A partir de la llegada de los españoles al Caribe en 1492, los puertos de Sevilla y Cádiz se convirtieron asimismo en los conectores que permitieron a los burgaleses introducir los nuevos productos americanos en la economía europea y andaluza (oro, palo brasil, perlas, azúcar, cueros vacunos, etc.) al tiempo que enviar hacia el Nuevo Mundo que se iba abriendo infinidad de manufacturas y bienes europeos, desde textiles a libros. Desde Sevilla, poderosos hombres de negocios burgaleses como Juan Fernández de Castro, Juan de Polanco Maluenda, Melchor de Carrión, Juan de Escalante o Alonso de Nebreda, entre otros muchos, contribuyeron de manera decisiva a la construcción de la primera economía atlántica y global, siendo pioneros en la apertura de las primeras rutas comerciales que llegaron a México, al Perú y la India, y participando también de manera decisiva en diferentes expediciones de exploración en diferentes regiones del planeta, incluyendo la de Magallanes y Juan Sebastián Elcano que entre 1519 y 1522 culminó con la primera vuelta al mundo. Juan Fernández de Castro jugó un papel preheminente a partir de 1519 en la naciente trata negrera hacia las Indias, y otros burgaleses, además de ser exportadores e importadores entre las diferentes orillas atlánticas, destacaron como aseguradores y financieros.

Sevilla fue durante el siglo XVI el principal escenario de la presencia burgalesa en Andalucía. Durante la primera mitad del Quinientos, los mercaderes burgaleses dominaron el gran mercado de textiles de la ciudad y desarrollaron toda la amplia gama de actividades económicas presentadas, lo que les permitió acumular inmensos beneficios. A partir de ellos, diseñaron y llevaron a cabo exitosas estrategias de ascenso social y de inserción en la sociedad local. Por una parte, las familias burgalesas consiguieron colocar a algunos de sus miembros en las principales instituciones de la ciudad y la región, así en los cabildos civil y eclesiástico de Sevilla, la Casa de la Contratación, el tribunal de la Inquisición, el hospital de la Misericordia, etc., de la misma manera que otros ocupaban puestos en los organismos centrales de la Monarquía. Ello les proporcionó, sin duda, un poder político y una influencia que, sin duda, se articuló de manera armoniosa con la riqueza que ya gozaban gracias a sus negocios. Esta riqueza y poder les permitieron desplegar ventajosas estrategias matrimoniales con mujeres de la élite sevillana, tanto de origen judeoconverso y carácter empresarial, como de la propia nobleza andaluza. Ello facilitó un doble proceso social y económico a partir de las segundas y terceras generaciones burgalesas nacidas o asentadas en Sevilla y Andalucía desde mediados del siglo XVI. Por una parte, las alianzas con las ricas familias conversas permitieron potenciar los negocios a gran escala en el Atlántico y con América, en una época en que la competencia de mercaderes de otras naciones (italianos, flamencos, franceses, ingleses, portugueses) crecía de manera inexorable. Pero, por otro lado, se fue abriendo la vía para el ennoblecimiento y la inversión en el mundo agrario, lo cual no significaba una retirada de los negocios, sino la búsqueda de estabilidad económica mediante inversiones menos arriesgadas y un acceso más seguro a los productos que habían labrado su riqueza tiempo atrás, como la lana, el trigo o el aceite.

Aunque integrados en la sociedad sevillana y andaluza, los mercaderes burgaleses no perdieron por ello su idiosincrasia y conciencia de grupo. A ello contribuyó de manera importante la creación de instituciones corporativas y espacios de representación colectiva, como la capilla de la Concepción en el gran convento de San Francisco de Sevilla, que serviría de enterramiento a algunos de los miembros de la comunidad, además de ser lugar de reunión y memoria, así como espacio para la cofradía del mismo nombre.

Sobre tan sólidas bases de poder, no pocos de los descendientes de aquellos mercaderes instalados en Andalucía en las últimas décadas del siglo XVI y primeras del XVI acabaron obteniendo hábitos de órdenes militares e incluso títulos de nobleza en el siglo XVII, culminando de esta manera su ciclo de éxito económico e inserción exitosa en Andalucía.

 

Autor: Rafael Mauricio Pérez García


Bibliografía

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