La tratadística nobiliaria de la Edad Moderna contiene interesantes consideraciones acerca de la relación entre nobleza y riqueza. En Francia, André Tiraqueau escribía en 1543: «Admito, sin embargo, que la nobleza es objeto de desprecio y burla si se une a la pobreza… Ciertamente, la nobleza sin riqueza resulta bastante imperfecta y mutilada”. En España, a comienzos del siglo XVII, Moreno de Vargas se mostraba convencido de que las riquezas “son señoras de todas las cosas” y apuntaba que “muchos hombres doctos afirman que la nobleza tuvo su origen de la riqueza, y que el ser rico, es ser noble, por escuro que sea su linage”. Y, aunque reparaba en que las riquezas no otorgaban por sí solas la nobleza, porque ésta tenía como verdadero origen la virtud, concluía que “no se puede negar, que las riquezas por la mayor parte dan causa de ennoblecer a los que las tienen, por lo mucho que el dinero puede”. En cualquier caso, que los nobles fueran ricos se estimaba como cosa conveniente, y así lo recogían ya las leyes de Partidas, “porque la nobleza sin hazienda, es como muerta…”.

Pero, ¿cómo alcanzar la nobleza a partir de la riqueza? La adquisición de oficios públicos, la emulación de las costumbres de los nobles y la relación frecuente con ellos eran para Moreno de Vargas el medio de ir ganando los plebeyos ricos reputación de nobles:

… y mas en particular vemos oy, que haziendose Regidores y Republicos, hablando alto, y grave, tratando sus personas como Cavalleros, y teniendo otros por sus amigos, y haziendo otras cosas semejantes (…) van adquiriendo reputacion de nobles, de tal manera, que despues sus hijos continuando lo proprio, vienen a conseguir possesion de hijosdalgo, y sacar executorias, por no aver ya memoria: y si la ay, no aver testigo que se atreva a deponer de aquel cauteloso principio…

La apariencia y su consecuencia social, la opinión, eran, por tanto, intangibles esenciales en el proceso de ennoblecimiento de los individuos agraciados por la fortuna económica, como era el caso de muchos comerciantes y mercaderes. La apariencia se constituía así en un elemento fundamental de la escenificación social, generando tensiones entre el ser y el parecer, entre lo auténtico y lo fingido o aparentado. En los tiempos modernos, pues, cada uno quería ser lo que no era y se tomaba el trabajo de parecerlo. Esta afirmación se puede aplicar perfectamente a las estrategias adoptadas por la burguesía de negocios española para conseguir revalorizar su estatus social. Pero, al mismo tiempo, siguiendo a Moreno de Vargas, es preciso tener en cuenta también el valor no sólo de lo aparentado, sino también de la reinvención de los orígenes y de la manipulación de la memoria como herramientas de una progresión social gradual, de un ascenso proyectado desde el presente hacia las futuras generaciones, es decir, con una plena efectividad sólo a nivel transgeneracional.

Es a esto a lo que se refiere Moreno de Vargas cuando habla del logro de ejecutorias de hidalguía por parte de los hijos de los comerciantes enriquecidos aprovechándose de la difuminación de la memoria de los orígenes familiares y de la posibilidad de utilizar los testimonios de testigos parciales y proclives a disimular la verdad. Así, en la dialéctica entre lo auténtico y lo fingido, de la apariencia y la realidad, de lo verdadero frente a lo artificioso y lo inventado se resuelve la ósmosis entre el nivel de lo plebeyo y el nivel de lo noble operada gracias a la infalible alquimia del dinero y del poder indefectiblemente derivado de su ansiada posesión.

Y, ¿por qué los comerciantes querían ser nobles? La riqueza daba el poder, pero no atraía por sí sola la consideración social en una sociedad transida de valores que hacían depender el prestigio y la posición de la nobleza y de la limpieza de sangre. Estos intangibles tuvieron un fuerte poder estructurante y constituyeron los catalizadores de los usos y las conductas sociales de los comerciantes enriquecidos. La nobleza no era otra cosa que “un resplandor ilustre”, y como tal era muy “favorecida y amada de los hombres de bien”. La nobleza, por lo demás, implicaba la honra, y ésta “es un tesoro inestimable, (…) que como una suave açuzena da al hombre suave y precioso olor”. El luminoso resplandor de la nobleza y el virtuoso aroma de la honra impregnaban, pues, la reputación del hombre distinguido y ninguna de las dos cualidades las otorgaba por sí la posesión del dinero, aunque éste podía abrir las puertas a su consecución.

En ningún lugar de la España de los Habsburgos corrió más el dinero que en Sevilla y, luego, en Cádiz, las grandes metrópolis de comercio colonial americano. Sobre las gruesas sumas de plata americana que llegaban en los galeones de la Carrera de Indias reposó el sistema económico español y, en no poca medida, la marcha de la economía europea en su conjunto. La abundancia del dinero y las grandes oportunidades de enriquecimiento que deparaban los negocios americanos, como observó Tomás de Mercado, suavizaron las fronteras estamentales y permitieron que las familias de los comerciantes adinerados, muchos de ellos de origen extranjero, alcanzaran reputación y nobleza. El dinero allanó todas las dificultades y los que lo manejaron en abundancia pudieron incluso saltarse aquella regla de gradualidad que imponía un ascenso social paulatino, de generación en generación.

Las riquezas originadas en el comercio americano atrajeron a hombres de negocios extranjeros y activaron un proceso de renovación de las élites sevillanas. Como certeramente ha descrito Juan Cartaya:

Ya a finales de la decimoquinta centuria y durante los primeros años del nuevo siglo, con ocasión de los descubrimientos geográficos impulsados por la corona castellana, y con la llegada a la ciudad de diversas familias de mercaderes de origen extranjero, la aristocracia sevillana continuará su renovación gracias a las nuevas aportaciones que supondrán para ella linajes como los Federigui, Bucarelli, Corzo, Mañara, Vicentelo de Leca, Pinelo o Centurión, consolidando con ellos unos cambios que asociarían a la nobleza urbana con estos nuevos plutócratas, también rápidamente ennoblecidos mediante la compra de privilegios de hidalguía, juros, propiedades, señoríos o hábitos, como recoge el cronista Luis de Peraza.

Los estudios de conjunto han insistido tradicionalmente en este cuadro de movilidad social ascendente de la burguesía de negocios vinculada a los negocios atlánticos. Pero es a través de la observación de las trayectorias de los actores singulares como el análisis de esta dinámica realidad social cobra su verdadera fuerza. Aunque todavía es mucho lo que queda por hacer al respecto, vamos conociendo un cada vez mayor número de biografías individuales o colectivas de personajes vinculados de uno u otro modo al mundo de los negocios coloniales: mercaderes, cargadores, financieros, almirantes de flotas, etcétera.

A la hora de ejemplificar con casos concretos este modelo de trayectoria social, es preciso tener en cuenta los estudios existentes y, entre ellos, el reciente de Béatrice Perez sobre los mercaderes de Sevilla. Esta autora describe una sociedad inquieta, agitada por el fuerte crecimiento de los negocios de Indias, a la que también se ha referido Ruth Pike. Numerosos ejemplos particulares pueden ser citados de los actores de ese proceso de cambio en marcha, todos ellos fieles intérpretes de la gramática social observada por la élite mercantil.

El de los Centurión constituye uno de los más notables. Enrique Otte documenta la intensa actividad de un nutrido grupo de mercaderes y banqueros pertenecientes a esta familia de origen genovés en la Sevilla de fines del siglo XV y comienzos del XVI. Uno de los continuadores de este grupo, Adán Centurión, vinculado por lazos de amistad y de parentesco con Andrea Doria, facilitó el préstamo de fuertes sumas a la hacienda de Carlos V, que sirvieron, entre otros fines, para financiar la campaña de Argel. En 1549 adquirió el señorío de las villas de Estepa y Pedrera, con todos los lugares de su tierra, hecho que representó la base para concesión del título de marqués de Estepa, como compensación por las cantidades que le adeudaba el emperador. El rápido ennoblecimiento de Adán Centurión determinó la necesidad de construir unos orígenes míticos de su linaje como heroicos patricios de la antigua Roma y de la ciudad de Génova, que nutrieron a partir de entonces el imaginario familiar y sirvieron para justificar la antigüedad y el prestigio de su nobleza. Un sobrino nieto de Adán Centurión, Octavio Centurión, fue uno de los principales financieros de Felipe III y Felipe IV, y protagonizó una asimismo vertiginosa carrera de ascenso social, convirtiéndose en caballero de Santiago y Alcántara y, desde 1632, en marqués de Monesterio.

Los Corzo y los Mañara, admirablemente estudiados por Enriqueta Vila, representan, por su parte, dos ejemplos paradigmáticos de mercaderes enriquecidos y encumbrados socialmente en la Sevilla de la Carrera de Indias. En ambos casos se trata de familias procedentes de Córcega. De Calvi, una de las localidades de esta isla, partió Juan Antonio Corzo hacia 1530 para dirigirse a Marsella, donde entablaría relación con comerciantes de su misma procedencia, y luego a Sevilla, ciudad en la que se encontraba establecido su tío y desde la que dio el salto a Perú, donde acumuló una inmensa fortuna gracias al comercio. De vuelta a Sevilla, estableció una lucrativa compañía empleada en el comercio colonial de vinos y esclavos, disponiendo también de navíos propios para efectuar su tráfico. Corzo empleó buena parte de su fortuna en la compra de tierras en los alrededores de Sevilla y en los municipios de Utrera, Carmona y Cazalla, que destinó a la producción de trigo, aceite y vino. Además de obtener carta de hidalguía, en 1577 invirtió 150.000 ducados, una suma muy crecida, en la adquisición del señorío jurisdiccional de las villas de Cantillana, Brenes y Villaverde, que habían pertenecido al arzobispado de Sevilla y luego habían sido enajenadas por la Corona. Sobre el conjunto de sus bienes, Juan Antonio Corzo fundó dos mayorazgos. Del primero de ellos instituyó heredero a su hijo, Juan Vicentelo. El segundo lo destinó a la dote de su hija, quien casó con el conde de Gelves. También adquirió una veinticuatría del cabildo de Sevilla, un oficio que no llegó a ejercer. Más tarde, su hijo ejerció por compra el oficio de alcalde mayor del ayuntamiento sevillano, vinculándose a la oligarquía política municipal de la ciudad. Vicentelo también aspiró a un hábito de la orden de Santiago, aunque murió cuando estaba a punto de conseguirlo.

Aunque distanciados por varias décadas en el tiempo, la trayectoria de Tomás Mañara guarda paralelismos evidentes con la de Juan Antonio Corzo. Mañara nació también en Calvi, en el seno de una familia muy humilde. Siendo mozo tuvo que dedicarse a la pesca para sustentar a su familia. La vida pobre que arrastraba lo determinaría a emigrar. Tras salir de Córcega, Mañara viajó a América en diversas ocasiones entre fines del siglo XVI y comienzos del XVII. De esta forma logró cambiar el signo de su suerte. En Perú logró amasar una considerable fortuna que le permitió posteriormente instalarse en Sevilla como grosario, logrando licencia real para traficar con Indias y dedicándose activamente a la financiación de la Carrera. Un proceso de transformación de los comerciantes en prestamistas que resultó bastante habitual.

Tomás de Mañara consiguió ejercer un papel muy influyente en el Consulado de Mercaderes a Indias, al tiempo que lograba obtener un notable reconocimiento social. La escalada ascensional que protagonizó se atuvo en la medida de sus posibilidades al patrón-tipo característico entre los individuos de su clase. Labró una suntuosa casa-palacio en Sevilla, alcanzó una familiatura del Santo Oficio y allanó así el camino para el ennoblecimiento de sus hijos, a pesar de su humilde procedencia. Consiguió un hábito de Santiago para su primogénito, Juan Antonio Mañara Vicentelo de Leca, y otro de la orden de Calatrava para el menor de sus hijos, Miguel, no sin dificultades, debido a la oposición de algunos nobles sevillanos que se mostraron alarmados por el rápido proceso de ascensión de una familia de orígenes claramente plebeyos. Pero la carrera ascendente de Tomás de Mañara no se detuvo ahí. Compró el cargo de provincial de la Santa Hermandad, obteniendo así de paso un asiento en el cabildo municipal sevillano, fundó un mayorazgo en 1638 y entroncó a través del matrimonio de sus hijos con nobles familias sevillanas como los Neve o los Tello de Guzmán.

Corzos y Mañaras representan ese prototipo de comerciantes extranjeros que, llegados de diversas partes de Europa, harían fortuna en los negocios de Indias y alcanzarían elevadas posiciones en la sociedad sevillana, siguiendo un característico itinerario ascensional. Con palabras de Jesús Aguado:

Una vez alcanzada cierta fortuna, algunos se convirtieron en cargadores o mercaderes a la gruesa, se naturalizaron pagando buenos ducados por ello, entroncaron con familias de la cúpula social, fabricaron un pasado honorable y distinguido, compraron cargos u oficios que les abrían las puertas de las instituciones sociales y políticas (…). Desviaron gran parte de su capital circulante procedente del comercio hacia inversiones menos productivas, pero más seguras: tierras, casas, juros, tributos, oficios. Pidieron ejecutoria de hidalguía para ellos o, lo más común, para sus hijos (…). Algunos de sus descendientes entraron en religión, fueron capellanes, monjas profesas, abadesas, canónigos. Otros se hicieron con hábitos de las órdenes militares (…), casaron con familias hidalgas, incluso consiguieron títulos de nobleza. Se hicieron, en suma, caballeros.

Trayectorias similares en pos de la reputación y el reconocimiento social pueden rastrearse en otros muchos representantes de la burguesía mercantil andaluza de origen extranjero en los siglos modernos.

 

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez


Fuentes

MERCADO, Tomás de. Suma de tratos y contratos, libro II, cap. I. Edición de Nicolás Sánchez Albornoz, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1977. En Biblioteca Virtual de Cervantes.

MORENO DE VARGAS, Bernabé, Discursos de la nobleza de España, Madrid, por la viuda de Alonso Martín, 1622. Edición de 1659 en DIGIBUG: Repositorio Institucional de la Universidad de Granada.

Bibliografía

AGUADO DE LOS REYES, Jesús, “Comercio, patrimonio, reputación y obra. Vivir y morir noblemente en Sevilla: los casos de Tomás de Mañara y Pedro la Farja”, en Isabel Lobato y José Mª Oliva (eds.), El sistema comercial español en la economía mundial (siglos XVII-XVIII), Huelva, Universidad de Huelva, 2013, pp. 21-70.

CARTAYA BAÑOS, Juan, “Para ejercitar la maestría de los caballos”. La nobleza sevillana y la fundación de la Real Maestranza de Caballería en 1670, Sevilla, Diputación Provincial, 2012.

PEREZ, Béatrice, Les marchands de Séville. Une société inquiète (XVe-XVIe siècles), Paris, PUPS, 2016.

PIKE, Ruth, Aristócratas y comerciantes. La sociedad sevillana del siglo XVI, Barcelona, Ariel, 1978.

SANZ AYÁN, Carmen, Un banquero en el Siglo de Oro. Octavio Centurión, el financiero de los Austrias, Madrid, La Esfera de los Libros, 2015.

VILA VILAR, Enriqueta, Los Corzo y los Mañara: tipos y arquetipos del mercader con Indias, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2011.

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