Desde el momento en que se regularizó, Cádiz obtuvo una participación en el comercio americano. Parte de los navíos que hacían la Carrera se despachaban en Cádiz, donde existió un juzgado de Indias, como también una aduana donde se cobraban el almojarifazgo mayor, el de Indias y el de Berbería, impuestos sobre el comercio que proporcionaban importantes ingresos a la hacienda real. A fines del siglo XVI, Agustín de Horozco transmitía las siguientes noticias sobre la participación de Cádiz en el tráfico americano:

Suelen cargarse en esta bahía diez y seis y más naos para la flota de Nueva España (si el trato anda seguro y bueno) de las mayores y mejores que en ella van. Para las provincias del Perú cargan de cuatro a seis, su mayor carga de unas y otras es de vino de esta isla, de Jerez, de Puerto Real y Chiclana en cantidad de cuatro a cinco mil pipas de 28 arrobas cada una…

El comercio de frutos y, sobre todo, el de vinos del Marco de Jerez constituía, como se ve, la principal sustancia de la participación gaditana en el comercio de Indias durante el siglo XVI.

Pero Cádiz no era solamente la ciudad, sino también su bahía. Esta se divide en dos senos, uno exterior y otro interior, conocido también en la época como bahía de Puntales, que ofrecía excelentes condiciones como surgidero de flotas y armadas, por lo que muy pronto cobró gran importancia, tanto militar como mercantil. En la boca de acceso a esta bahía interior se construyeron dos fuertes, el de Puntales y el de Matagorda, cuyo fuego cruzado de artillería garantizaba la seguridad de los barcos en ella anclados en caso de ataque enemigo.

La hora de Cádiz empezó a sonar definitivamente a mediados del siglo XVII. Las dificultades crecientes del río de Sevilla para la navegación de los buques de la Carrera de Indias hicieron que, de manera natural, el tráfico comenzara a desplazarse hacia la bahía. Los cargadores de la Carrera y los comerciantes extranjeros que operaban con el resto de Europa comenzaron a preferir a Cádiz sobre Sevilla. El proceso se tornó irreversible, o casi, en 1679, cuando la Corona decretó oficialmente el paso de la cabecera de flotas desde Sevilla a Cádiz, aunque la primera de estas ciudades aún conservaría las instituciones rectoras del tráfico americano: la Casa de la Contratación y el Consulado de mercaderes.

La rivalidad entre ambas ciudades se agudizó. Cádiz jugó sus bazas. Rebajó, a cambio de un servicio pecuniario a la Corona, los impuestos sobre el comercio, ofreciendo así mayores ventajas que Sevilla. En 1690, el carmelita fray Jerónimo de la Concepción publicaba en Ámsterdam, con el patrocinio del Ayuntamiento gaditano, una obra célebre, Emporio del Orbe, en la que narraba las antigüedades y grandezas de Cádiz, pero también defendía abiertamente las ventajas de la bahía como surgidero de las Flotas y Galeones sobre el puerto sanluqueño de Bonanza, que se hallaba condicionado por el riesgo gravísimo de la barra del Guadalquivir, un auténtico cementerio de buques naufragados. La bahía, con palabras de fray Jerónimo, reunía una serie de circunstancias favorables que “no le tiene hoy Puerto alguno de todo el Orbe, como lo confiesan aún los propios Extranjeros”: cómoda navegabilidad, un saco o bahía interior fácilmente defendible por el fuego cruzado de los castillos de Puntales y Matagorda, caños para invernadas y carenas, facilidad para el almacenamiento de los pertrechos náuticos, aguadas y abundante provisión de bizcocho y vino para las flotas… El libro de fray Jerónimo de la Concepción es también, como acertadamente indica Manuel Ravina, una obra política, ya que trataba de reforzar la posición de Cádiz, rival de Sevilla en la pugna por la capitalidad del comercio americano.

En 1717 el proceso se completó, en medio de una estruendosa polémica entre las dos ciudades. La Casa de la Contratación y el Consulado fueron trasladados oficialmente a Cádiz. Esta ciudad sucedía a Sevilla como capital oficial del monopolio americano. En un corto lapso de tiempo se había convertido en una nueva ciudad-mundo: una urbe cosmopolita, un centro internacional del comercio y las finanzas internacionales. Las instalaciones portuarias urbanas no estaban adaptadas para el reto del monopolio americano, pero Cádiz emprendió un importante programa de obras que logró mejorarlas en pocas décadas, y además siguió contando con las ventajas de la bahía interior como surgidero de navíos.

A raíz de aquella decisión política, Cádiz asistió a un acelerado crecimiento. Su población, de tan sólo siete mil habitantes a comienzos del siglo XVII, alcanza los cuarenta mil a fines de este siglo y casi se duplicará en la década de los setenta del XVIII, momento en el que la población de derecho superaba las setenta mil almas y la de hecho era, con toda seguridad, superior a esta cifra. En 1721, apenas cuatro años después del traslado a la ciudad de los órganos rectores del tráfico colonial, un elocuente testimonio del alférez mayor de Cádiz, Juan Gregorio de Soto Avilés, daba cuenta de las dificultades que existían para cumplir las órdenes reales sobre el control de las puertas de la ciudad, debido al

…innumerable concurso de gentes de todas naciones que ocurren y en copiosas avenidas se agolpan en dichas puertas desde que se abren hasta que se cierran, y por la muchedumbre de personas que salen (…) para comerciar en la bahía, a que se agrega (…) el trajín sucesivo de carros, caballos y trabajadores que se ocupan en las descargas e introducción de ropas, mercaderías, bastimentos, materiales para obras y demás géneros y cosas que incesantemente vienen para el abasto de esta ciudad y para depósitos para fuera del Reino…

La imagen no puede ser más expresiva del hervidero humano en el que se había convertido Cádiz en pocos años. Todo ese gentío se concentraba en el estrecho espacio intramuros de la ciudad, que fue progresivamente saturándose, obligando a construir en altura, lo que representa una peculiaridad del casco histórico de Cádiz en comparación con la arquitectura civil de las otras urbes andaluzas coetáneas. La calle Nueva se convertiría en el corazón comercial y financiero del Cádiz dieciochesco y la plaza de San Antonio en la expresión más acabada del nuevo segmento social enriquecido por los negocios. Acá y allá se construyeron soberbios palacios de cargadores, muchos de ellos coronados por esbeltas torres miradores desde las que se atalayaba la llegada por el horizonte de los barcos que venían de América cargados de fabulosas riquezas.

Los testimonios de los viajeros extranjeros, y sobre todo los de los franceses, sobre el Cádiz de la Carrera de Indias son también extraordinariamente elocuentes. Uno anónimo escribía a fines del siglo XVII que Cádiz era “un famosísimo y rico puerto marítimo”, donde el dinero corría más que en ningún otro sitio de Europa. La misma opinión mantuvo Étienne de Silhouette, quien dijo de Cádiz que era una ciudad “muy mercantil” y afirmó categóricamente: “No hay sitio en Europa donde el dinero sea más abundante y corra más”. El autor de un Estado político, histórico y moral de España, escrito hacia 1765, sostenía que Cádiz era la ciudad más considerable de Andalucía, después de Sevilla, incluso más rica que esta capital, cuyo comercio y esplendor había absorbido. “La ciudad de Cádiz -apostillaba- respira los placeres, el lujo y la riqueza”. Cádiz era comparada por su comercio con el mismo Londres: “Londres y Cádiz -anotó Étienne-François Lantier- son los países donde el comercio tiene más actividad y extensión”.

De este modo, Cádiz se convirtió en el siglo XVIII en un referente principal para el comercio americano y europeo, así como en sede de potentes grupos y colonias mercantiles. La plétora de cargadores a Indias y comerciantes al por mayor que concurrieron en gran número a Cádiz para desarrollar su actividad tiene una muestra en los datos del Catastro de Ensenada, de mediados del siglo XVIII. Este registro recoge un total de 529, de los cuales 285 eran españoles y 244 extranjeros. A ellos hay que unir otros 118 presentes en El Puerto de Santa María y 84 más en Sanlúcar de Barrameda.

 

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez


Bibliografía

BUSTOS RODRÍGUEZ, Manuel, Cádiz en el sistema atlántico. La ciudad, sus comerciantes y la actividad mercantil (1650-1830).

GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, Antonio, Cádiz y el Atlántico, 1717-1778, Cádiz, Diputación Provincial, 1988.

IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, Ciudades-Mundo. Sevilla y Cádiz en la construcción del mundo moderno, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2021.

RAVINA MARTÍN, Manuel, “El Emporio del Orbe, ¿libro político?”, en Gades, 11, 1983, pp. 201-222.

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