Andalucía siempre ha tenido una posición geográfica privilegiada, como puerta de entrada hacia la península ibérica, pero también como puente a ambos lados del Estrecho de Gibraltar, entre el Mediterráneo y el Atlántico, y con el Magreb, entre Europa y África, la Cristiandad, el Islam y las realidades subsaharianas. Además, desde los viajes colombinos y el inicio de la colonización americana a finales del siglo XV también se convirtió en el nexo de unión obligado entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Todas estas circunstancias explican en buena medida el desarrollo económico del territorio, que tanto exportaba abundantes materias primas y manufacturas como constituía un gran mercado con enormes posibilidades para los extranjeros. La riqueza acumulada convirtió a Sevilla en una de las grandes plazas financieras ibéricas junto con Lisboa, las ferias de Medina del Campo, Burgos, Barcelona o Valencia, a la altura de los principales centros de Europa occidental, como Ámsterdam, Londres, Lyon, Génova, Florencia, Roma, Venecia o Núremberg.

En este contexto mercantil y financiero los forasteros tuvieron un papel muy destacado, que hunde sus raíces en los últimos siglos medievales. Efectivamente, desde la conquista de Andalucía por Fernando III el Santo y su hijo, Alfonso X el Sabio, en la segunda mitad del siglo XIII la Corona desarrolló una política de atracción de agentes comerciales y capital extranjero, que tuvo su principal exponente en la nación mercantil genovesa, la más favorecida por privilegios y exenciones fiscales, y la más importante por número de integrantes y volumen de negocios. Como consecuencia, desde el siglo XV centenares de ligures se arraigaron en el valle del Guadalquivir y la bahía de Cádiz, e incluso ascendieron en la escala social, formando parte de las oligarquías urbanas, ocupando importantes cargos municipales e incluso emparentando con la nobleza local.                

La omnipresencia de los genoveses ha eclipsado en parte la visibilidad de otras comunidades extranjeras. Entre las demás naciones italianas destacaban los florentinos y los milaneses, mientras que los venecianos focalizaron su actividad en Cádiz, convertida en el principal puerto andaluz para las flotas y los mercaderes extranjeros desde el siglo XIV, seguida de cerca por Málaga antes y después de la conquista castellana del emirato nazarí de Granada.

Frente a Génova, Florencia desarrolló una estrategia propia, autónoma y diferenciada en Castilla, basada en una penetración comercial progresiva, favorecida por el arraigo de algunos mercaderes desde el siglo XIV y por el paso de sus galeras mercantiles en el siglo XV, pero sin la firma de tratados ni acuerdos bilaterales. En realidad, durante la Baja Edad Media los florentinos accedían a los productos andaluces en gran medida desde centros operativos externos como Lisboa o Valencia, donde tenían más intereses económicos. Con todo, importantes compañías mercantiles y financieras como la de los Bardi, los Alberti, Francesco Datini, los Médicis, los Martelli, los Salviati, los Cambini, los Guidetti y los Strozzi abrieron filiales en Sevilla o desplazaron factores para hacer negocios en ella y en Cádiz.

El gran salto cualitativo tuvo lugar a partir del último cuarto del siglo XV. En realidad, hay que hablar de grandes personajes más que de la importancia de la comunidad en su conjunto. Así por ejemplo, Francesco Bonaguisi fue el florentino más importante de Andalucía en la década de 1480. En 1475 ya se encontraba arraigado en Sevilla, donde inició una carrera meteórica, avalada por los estrechos contactos con el duque de Medina Sidonia y la oligarquía sevillana. Más importante aún fue el vínculo que estableció con los Reyes Católicos, que le encomendaron el control directo del comercio con Guinea en compañía de su socio, el catalán Berenguer Granell, a partir de 1477. Posteriormente, en 1486, le nombraron corregidor –el alcalde nombrado por la Corona– de la recién fundada villa de Puerto Real.

Con todo, generalmente causa más sorpresa conocer el papel tan destacado que tuvieron algunos florentinos en la vida de Cristóbal Colón, con quien desarrollaron vínculos de sincera amistad, formando parte de su círculo íntimo. Giannetto (también conocido en castellano como Juanote) Berardi pertenecía a una antigua familia florentina. Está localizado en Castilla desde 1485, profundamente implicado en el tráfico de esclavos negros procedentes de Guinea, en estrecha relación con el mayor traficante esclavista de toda la península, el también florentino Bartolomeo Marchionni, establecido en Lisboa. A partir de 1486 levantó una importante casa comercial en Sevilla, en la que trabajaban otros compatriotas como Antonio y Piero Ridolfi, Girolamo Rufaldi o Lorenzo da Rabatta. Acumuló tanto capital que en 1489, con ocasión del préstamo forzoso decretado por los Reyes Católicos para financiar el asedio de Baza, durante la Guerra de Granada, aportó 60.000 maravedíes, una cantidad muy importante. Desde la capital hispalense vendió esclavos en Jaén y Málaga, e importó paños y cueros desde Irlanda. Financió la conquista de la isla de la Palma e introdujo a Cristóbal Colón, con quien estableció una firma comercial, en la Corte de los Reyes Católicos. Invirtió enormes sumas en sus expediciones, lo que provocó que a su fallecimiento en 1495 tuviera numerosas deudas que le habían llevado prácticamente a la ruina.

La persona más destacada del entorno de Berardi fue Amerigo Vespucci (Américo Vespucio para los españoles), que había llegado a Sevilla hacia 1491 como factor de los Médicis, y primero actuó por cuenta de Berardi y después se convirtió en su socio, por lo que fue el encargado de liquidar su compañía. Vespucci nunca coincidió en América con Cristóbal Colón, pero el almirante se refiere a él en sus escritos con afecto. Tras realizar un par de viajes por cuenta del rey de Portugal en 1501-2 y 1503-4, entró al servicio del rey Fernando, se naturalizó castellano y se avecindó en la capital hispalense en 1505. Adscrito a la Casa de la Contratación, en 1508 fue nombrado primer Piloto Mayor de Castilla, con el cometido, entre otros, de transmitir sus conocimientos en la recién creada escuela naval de Sevilla. Las informaciones confusas sobre el descubrimiento colombino hicieron que se le atribuyera erróneamente haber localizado el nuevo continente, lo que provocó controversia entre sus propios contemporáneos, que le acusaron de mentir y robar el mérito de haber llegado el primero al Nuevo Mundo, si bien la noticia falsa no había partido de él. Casado con la castellana María Cerezo, hizo testamento y falleció en la ciudad en 1512, habiendo solicitado ser enterrado en la parroquia de San Miguel.

En la última década del siglo XV comparece también en Andalucía Simón Verde, del que las informaciones son más escuetas. Amigo de Cristóbal Colón, con cuya familia desarrolló lazos muy estrechos, ha dejado importantes testimonios sobre su segundo y tercer viaje. Además actuó como banquero del almirante genovés y se interesó por las posibilidades comerciales de América, adonde viajó en 1510. Hasta 1509 figura como vecino de Cádiz, tras lo cual se instaló en Sevilla, donde tenía casa y una hacienda en el Aljarafe, en cuyas heredades se construyó en la década de 1970 una urbanización de lujo que lleva su nombre.

Relacionados con Simón Verde están también Francesco de’ Bardi y Piero Rondinelli. El primero fue concuñado y persona de confianza de Cristóbal Colón como segundo marido de la portuguesa Briolanja Moniz, hermana de Felipa Moniz, esposa del almirante. Aunque está acreditada su relación con la casa del duque de Medina Sidonia, las informaciones sobre su actividad y presencia en Andalucía, constatada desde 1505, son discontinuas hasta su fallecimiento hacia 1507. Por su parte, Rondinelli tuvo un ascenso constante desde sus inicios trabajando para otros florentinos. Actuó en compañía de sus hermanos Giovanni, asentado en Cádiz, y Rinaldo, establecido en Málaga. Sus intereses mercantiles eran muy amplios, de la venta de esclavos al comercio de seda y artículos textiles, pasando por el azúcar de caña, los libros o el papel, además de actividades bancarias. Su radio de acción alcanzaba Portugal, Madeira, América y las ferias de Lyon. Nunca se avecindó en Sevilla, donde falleció en 1514, ni se casó, aunque tuvo cuatro hijos con Juana de Ortega. De su mano llegó a Andalucía otra familia florentina, los Fantoni, que alcanzaron gran relevancia en Cádiz.

En el reino de Granada la presencia de los florentinos es anecdótica, pues apenas hay constatados individuos aislados en Málaga y la capital nazarí. Bajo el reinado de Carlos V la nómina de florentinos en Andalucía occidental se expande mucho. Aunque la pobreza de noticias de los protocolos andaluces hizo pensar en un papel económico y comercial mediocre, recientes investigaciones en epistolarios y registros contables privados conservados en Florencia han corregido notablemente esta impresión. De hecho, las grandes compañías florentinas del Quinientos hicieron acto de presencia en Sevilla y Cádiz, dispuestas a aprovechar las grandes oportunidades que brindaba la Carrera de Indias, el comercio con América. Los Botti, los Capponi, los Corsini, los Gondì, los Gualterotti o los Strozzi abrieron filiales o enviaron representantes, rozando el centenar de individuos hasta 1566. Hay que destacar que no solo colaboraban entre ellos, sino que supieron aprovechar el poder adquirido por la oligarquía nobiliaria y los emprendedores andaluces. Otros incluso dieron el salto y tras pasar por Andalucía se establecieron en el Nuevo Mundo.

Frente a los florentinos, la presencia de los milaneses y otros lombardos es muy reducida. En el siglo XIII y la primera mitad del XIV es conocida la actividad de algunos mercaderes oriundos de Plasencia de Lombardía, que incluso tuvieron una casa-lonja propia frente a las Gradas de la catedral de Sevilla y dejaron su huella en el callejero urbano, la calle de Placentines. En época de los Reyes Católicos habían sido sustituidos por los milaneses, pero su escaso número y la irrelevancia de sus operaciones hizo que la sede de la comunidad fuera vendida al ayuntamiento en marzo de 1480. Con todo, la documentación permite localizar de manera aislada y discontinua diversos individuos entre finales del siglo XV y mediados del XVI, comerciando incluso con América, como los Lampugnano. Además, en el reino de Granada destaca el papel de los Cernuschi o Cernúsculo, oriundos de Monza, que en el Quinientos figuran entre los señores de los importantísimos lavaderos de lana de Huéscar, donde llegaron a ocupar el cargo de regidores.

En definitiva, los florentinos, junto con algunos milaneses puntuales, tuvieron una presencia muy activa en la Andalucía del Renacimiento, con un papel de primer orden en la trayectoria de Cristóbal Colón y los inicios del comercio con América.

 

Autor: Raúl González Arévalo


Bibiliografía

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GONZÁLEZ ARÉVALO, Raúl, “Florentinos entre Cádiz y Sevilla en los siglos XIV y XV”, en AZNAR VALLEJO, Eduardo y GONZÁLEZ ZALACAÍN, Roberto J. (coords.), De mar a mar: los puertos castellanos en la Baja Edad Media, La Laguna, 2015, pp. 273-308.

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