En la configuración de las élites gaditanas modernas confluyeron elementos diversos que se amalgamaron entre sí. De un lado, los descendientes de los primeros pobladores de la ciudad tras su incorporación a la Corona de Castilla en la segunda mitad del siglo XIII; por otro, elementos de la nobleza jerezana que entroncaron con las familias de la oligarquía gaditana; finalmente, los numerosos mercaderes foráneos que acudieron a partir del siglo XIV en sucesivas oleadas al calor del proceso de revalorización de Cádiz como plaza mercantil, entre los que destacaron particularmente los genoveses, pero también los florentinos, los británicos y los flamencos.

Todos estos elementos establecieron sólidos lazos, tanto de tipo comercial como de índole relacional y familiar, logrando tejer una tupida red de parentesco que sirvió eficazmente a sus intereses individuales y grupales. El mundo de los negocios y la política local, estrechamente vinculada al mismo, se desarrollaron así en gran medida sobre la base de un intenso circuito de relaciones familiares que sirvió para reforzar la posición y asegurar la reproducción de una clase dirigente de acusadas tendencias endogámicas, aunque permanentemente abierta a la incorporación de elementos nuevos, que logró autoperpetuarse a lo largo de los siglos modernos.

Las estrategias matrimoniales jugaron, desde luego, un papel destacado en la configuración de esa red de parentesco. Tales vínculos tenían significados y consecuencias prácticas innegables. Para empezar, apuntan a la práctica de una intensa homogamia y endogamia dentro de la élite gaditana. Sin embargo, ello no significa que se tratara de un grupo cerrado a la incorporación de elementos nuevos. Todo lo contrario, el carácter abierto del mundo mercantil gaditano de los siglos modernos implicó una permanente renovación de la clase comercial, a la que se fueron sumando nuevos agentes de muy diversas procedencias. En los siglos XVI y XVII se produjo una rápida asimilación de estos nuevos elementos, que se incorporaron con extraordinaria celeridad a la élite dirigente urbana, representada por el círculo de regidores perpetuos. Desde las últimas décadas del XVII, la incorporación de elementos mercantiles fue igualmente ágil y dinámica; no obstante, se constataba ya el bloqueo estamental de las regidurías a cargo de las viejas familias integrantes de la oligarquía ciudadana. El traslado a Cádiz de la Casa de Contratación y del Consulado de Indias proporcionó sin embargo a los comerciantes cauces de representación y de intervención pública que suavizaron aquel bloqueo, aunque fueron el origen de otro tipo de tensiones.

El matrimonio entre miembros de las familias integrantes de la élite socio-mercantil en el Cádiz de comienzos de la Edad Moderna tuvo efectos diversos:

a) En primer lugar, constituyó un eficaz factor de integración para los comerciantes recién llegados, que emparentaron con familias anteriormente asentadas en la ciudad incorporándose así a las redes relacionales ya existentes.

b) En segundo lugar, los matrimonios permitieron generar o reforzar alianzas mercantiles en el seno de las redes familiares del comercio. No es infrecuente encontrar matrimonios concertados entre familias asociadas a través de compañías mercantiles, por lo que en este tipo de uniones familiares se reconocen también estrategias y motivaciones de carácter económico y basadas en el interés mutuo.

c) En tercer lugar, los vínculos familiares representaron un poderoso instrumento de control patrimonial. Los procesos de fundación de vínculos y mayorazgos apuntan a la existencia de calculadas estrategias de inversión y acumulación, que tuvieron efectos evidentes en el ascenso social de estas familias y tendieron a la perpetuación de las bases económicas de su poder. La transformación del capital de origen mercantil en propiedades inmuebles urbanas y rústicas vinculadas familiarmente no representó, en consecuencia, una manifestación de la “traición de la burguesía”, sino la expresión genuina de su triunfo.

d) Finalmente, la endogamia grupal dentro de la élite mercantil gaditana constituyó una conveniente herramienta de control político, por cuanto los oficios municipales, también vinculados, representaron un potente mecanismo de intervención pública y otorgó a sus poseedores autoridad, notoriedad, facultad para manejar los asuntos en interés propio y capacidad de negociación con las instancias superiores de poder.

La trayectoria seguida por las familias integrantes de la elite gaditana fue muy similar, observando un modelo de comportamiento social homogéneo con unos hitos claramente reconocibles. Entre ellas hubo varias, muy destacadas, como los Estopiñán, los López de Morla o los Villavicencio, que procedían de la nobleza de caballeros urbanos jerezanos vinculados a la milicia y a la propiedad de la tierra. Pero también los mercaderes venidos de Italia, de Inglaterra o de los Países Bajos protagonizaron un proceso de asimilación y de ascenso social, reproducido una y otra vez, que los encumbró rápidamente como élite ciudadana.

El enriquecimiento mediante la práctica de los negocios, en primer lugar, los situó en muy buena posición para adquirir oficios municipales en una ciudad pletórica de oportunidades de promoción. Este denominador común, el de ser comerciantes y regidores perpetuos, es el que mejor los define como oligarquía económica y política urbana en los siglos XVI y XVII. Sorprende la rapidez con la que los mercaderes de origen extranjero lograron acceder al cabildo gaditano. Un ejemplo claro es el de Polo Batista de Negrón, quien en 1493 obtenía el permiso real para venir a comerciar y tan sólo doce años después, en 1505, ya era regidor. Otro ejemplo similar, aunque algo posterior en el tiempo, es el de Santi Fantoni. Aunque no conocemos la fecha exacta de su llegada a Cádiz, sí nos consta que en 1575 contrajo matrimonio en la ciudad, y que en 1580 se hallaba ya sólidamente asentado en el comercio de Indias. A fines del siglo XVI no sólo actuaba como cónsul de Florencia en Cádiz, sino que también figuraba como regidor perpetuo. Así pues, los mercaderes extranjeros instalados en Cádiz durante los siglos XVI y XVII tuvieron grandes oportunidades de adquirir y vincular oficios públicos municipales en la primera o la segunda generación familiar. Entre los regidores perpetuos de la ciudad encontramos a los Boquín, los Chilton, los Colarte, los Doria, los Fantoni, los Lila, los Marrufo, los Negrón y los Sopranis.

El afán por ascender puestos en la escala del prestigio social se proyectó en los grupos dirigentes urbanos del Cádiz de la temprana Edad Moderna hacia la carrera nobiliaria. Los elementos procedentes de la antigua nobleza jerezana no tuvieron ningún obstáculo para ver reconocido su estatus. Tampoco parece que los tuvieran en demasía los mercaderes extranjeros, que alegaron disponer de una ascendencia noble en sus países de origen, sin que en apariencia les fuera discutida. Así, por ejemplo, los italianos argumentaron que provenían de acreditadas familias del patriciado genovés o florentino. Pero fue sobre todo la capacidad que tuvieron esos mercaderes para incrustarse con rapidez en la oligarquía política gaditana mediante la adquisición de regidurías y oficios públicos municipales y, consecuentemente, el desempeño de puestos en las milicias urbanas, así como la adopción de los signos externos de la condición nobiliaria, lo que les granjeó opinión de nobles en aquella pequeña república urbana y mercantil, por lo demás fuertemente militarizada, que fue el Cádiz de los siglos XVI y XVII.

Así pues, la nobleza, como catalizador de la calidad y el prestigio social, representó un propósito perseguido por la elite mercantil gaditana, que puso en práctica estrategias dirigidas a afianzar su estatus y a progresar dentro de la jerarquía nobiliaria, sin que su dedicación a los negocios les supusiera ningún obstáculo para conseguirlo.

Para alcanzar sus propósitos de ascensión social, a los miembros de la elite gaditana les resultó extraordinariamente útil la sucesión de entronques, por vía de matrimonio, que llevaron a cabo. Consolidaban de este modo su posición en el seno de un grupo dominante caracterizado no sólo por el control del poder económico y político urbano y por la ostentación de puestos en la milicia (en una ciudad que, como presidio que era, tenía un fuerte carácter militar), sino también por sus claras aspiraciones nobiliarias. Unas aspiraciones que, desde fines del siglo XVI, pero sobre todo en el siglo XVII, tuvieron una meta definida en la adquisición de hábitos de las Órdenes Militares. La admisión como caballero de una Orden Militar representaba una certificación de estatus nobiliario indiscutida y resultaba una situación muy apreciada y apetecida. Por lo demás, se fundamentaba en unos principios que constituían profundos valores arraigados en el seno de la sociedad castellana, al tiempo que estrictos requisitos, como eran los de cristiandad vieja, limpieza de sangre e hidalguía.

Entre los mecanismos más eficaces para la acreditación de la limpieza de sangre se encontraban las familiaturas y cargos del Santo Oficio. Así, por ejemplo, Diego de Villavicencio fue alguacil mayor del Santo Oficio y regidor de la ciudad. Varios miembros más de su familia estuvieron también estrechamente vinculados a este tribunal.

No menos de una veintena larga de familias de la elite gaditana, muchas de ellas de origen comerciante, tuvieron miembros que ingresaron en alguna de las Órdenes Militares castellanas. La mayoría de ellos lo hizo en el siglo XVII, durante los reinados de Felipe IV y Carlos II. De 1626 data el expediente de ingreso en la Orden de Santiago de Bartolomé de Estopiñán Doria. En 1699 se sustanciaron los expedientes de Jácome y Rafael Fantoni Sopranis. Sobre una amplia muestra de familias encontramos 14 vinculadas a la orden de Santiago, 14 a la de Calatrava, 7 a la de Alcántara y 2 a la de San Juan.

Los mercaderes del siglo XVI y sus descendientes utilizaron también la adquisición de bienes inmuebles como inversión económica y socialmente rentable. La adquisición de inmuebles urbanos se fue perfilando cada vez más como un negocio lucrativo a medida que Cádiz crecía como resultado del papel que desempeñó la ciudad en el comercio de Indias. Esta tendencia alcanzaría su cénit en el siglo XVIII, pero ya había comenzado en las anteriores centurias. Los comerciantes compraron inmuebles urbanos, en primer lugar, para edificar sus casas principales, que les servían al mismo tiempo de residencia y como almacenes de mercancías o tiendas. En segundo lugar, como forma de inversión productiva en el mercado de los alquileres urbanos. Y, por último, como forma de adquirir prestigio. Fue frecuente que la élite mercantil gaditana vinculara sus bienes. Ese tipo de decisiones se inscribía en una práctica social generalizada entre los miembros de la nobleza, pero tuvo un significado especial entre la elite mercantil gaditana como medio de aseguramiento del capital y como plasmación práctica del intento de perpetuación del poder económico familiar obtenido mediante el comercio.

Para algunas de las familias de la élite gaditana la culminación de su carrera social ascendente llegó en el siglo XVII con la adquisición de señoríos de vasallos y de títulos de la nobleza castellana, una tendencia que se intensificaría notablemente en el siglo XVIII, la centuria dorada de Cádiz. Aprovecharon para ello las oportunidades que deparó la venalidad de honores que se produjo durante los reinados de Felipe IV y, sobre todo, de Carlos II. Las ventas de señorío aprovecharon a una Real Hacienda angustiosamente necesitada de recursos, pero también a las poderosas élites vinculadas a la Carrera de Indias, que de este modo alcanzaron los más altos escalones de la nobleza.

No en la ciudad de Cádiz, pero sí en su bahía, el general Díaz Pimienta compró la villa de Puerto Real por precio de 13.844.635 maravedís de plata. Por su parte, Juan Núñez de Villavicencio y Negrón, alguacil mayor de la Inquisición, regidor de Cádiz y veinticuatro de Jerez de la Frontera, fue señor de la villa de Casal de Montalvin. En 1667, Esteban Chilton Fantoni compró el señorío de Jimera de Líbar y en 1684 obtuvo los títulos de conde de Jimera de Líbar, de la Fuensanta y Asperilla y vizconde de Almendralejo. El señorío y el título sirvieron más para dar lustre al apellido que riqueza a la familia, pues esta inició a partir de entonces una etapa de acusado declive económico. También Pedro Colarte compró un señorío: el de la villa de El Pedroso, obteniendo el título de marqués del mismo nombre en 1690. Y su yerno, José de Lila y Valdés, comerciante con América procedente de una familia flamenca asentada en Sanlúcar de Barrameda, caballero de Calatrava y regidor de Cádiz, compró la jurisdicción de Villamartín y alcanzó en 1685 el título de marqués de los Álamos de Guadalete.

Algunos de los miembros de las distinguidas familias de la élite de Cádiz llegaron incluso a desempeñar puestos en la Corte. Así, por ejemplo, Francisco de Soto, caballero de Santiago y regidor de la ciudad, fue gentilhombre de la boca del rey y alguacil mayor del Consejo de Estado. Don Rodrigo de Villavicencio, hijo de don Juan Núñez de Villavicencio, fue por su parte menino de la reina.

 

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez


Fuentes

DE LA CONCEPCIÓN, fray Gerónimo de, Emporio de el orbe. Cádiz ilustrada, Ámsterdam, Imprenta de Joan Bus, 1690. En Biblioteca Virtual de Andalucía

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Bibliografía

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BUSTOS RODRÍGUEZ, Manuel, Burguesía de negocios y capitalismo: los Colarte (1650-1750), Cádiz, Diputación Provincial, 1991.

DE LA PASCUA SÁNCHEZ, María José, “Familia, matrimonio y redes de poder entre la élite social gaditana de los siglos XVII y XVIII”, en SORIA, Enrique; BRAVO, Juan Jesús y DELGADO, José Miguel (coord.), Las élites en la época moderna. La monarquía española, Córdoba, Universidad de Córdoba, vol. 1, pp. 157-174.

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SÁNCHEZ SAUS, Rafael, Linajes medievales de Jerez de la Frontera, Sevilla, Guadalquivir, 1996.

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