En algún lugar de La Mancha a principios del siglo XVII se ambienta la sátira más grandiosa jamás contada. Esta recóndita localización geográfica testimonia la profunda transversalidad y el hondo calado de la cultura caballeresca y la genialidad de Cervantes al cimentar la nueva novela moderna hispana sobre una mentalidad y un personaje supuestamente decadentes en todos los parámetros del orden estamental que representan. Sólo el Siglo de Oro español, como expresión artística del Imperio militarizado por el dominio territorial y religioso del Nuevo Mundo y la lucha contra la herejía protestante en los Países Bajos, podía entonar el más bello canto del cisne de la caballería, del caballero y su imaginario. Un simple hidalgo que delira tras un ejercicio de canibalismo cultural nobiliario y se lanza a la aventura de vivir lo que fue un credo moral, bélico y varonil; teorizado, legitimado y expresado estéticamente en el canon de perfección que define el arquetipo del héroe bajomedieval: guerrero, cristiano, galante y aventurero. Un delirio como magnífica alegoría literaria de la continua psicomachia caballeresca que convierte al caballero en hombre y personaje de una vida sublimada entre el ethos y el pathos: de la lucha a la fiesta, de los vapores del amor cortés a la ignominia de la felonía o la deserción. Una autorreferencia instalada en la épica medieval entre la realidad y la ficción que parecía tocaba a su fin. Esta magistral caricatura será la apoteosis final de una ideología paneuropea que aún tenía la fuerza de convertir El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1615) en el cenit de las letras universales y elevar a su caballero a la categoría de mito clásico de la cultura occidental de todos los tiempos.

La poliédrica cultura caballeresca fue uno de los ejes de transmisión secular de la cultura clásica sin el que no puede entenderse la continuidad entre el Mundo Antiguo y la Edad Moderna. En lo más básico podemos señalar que este credo laico de perfección guerrera tenía su precedente legítimo en el ideal clasicista de la Kalokagathia griega. La tratadística militar romana, representada por Vegecio y su De re militari fue el libro de cabecera de la institución. El ciclo clásico con La Crónica Troyana y las gestas de sus héroes permitió la conexión con la mitología céltica fundacional de la materia bretona y su ciclo artúrico, recepcionada por Shakespeare en El Rey Lear (1605). Junto con la materia de Francia o ciclo carolingio, aportan el grueso de la tradición épica gótica propiamente europea. Por tanto, la cultura caballeresca supone una influencia cultural e ideológica de rango profano que permitió canalizar y transitar a la aristocrática guerrera desde las nuevas claves del gobierno político aristotélico, articulado por Tomás de Aquino a mediados del siglo XIII entre el nuevo orden urbano y el gobierno monárquico, proyectando la figura del caballero hacia la del cortesano renacentista. Precisamente, su discípulo, Egidio Romano (m. 1316), siguiendo su opúsculo, escribe su De Regimine principum para Enrique IV de Francia (glosado en 1344 por García de Castrojeriz para Pedro I de Castilla-León). Estos son algunos de los pilares clásicos de la erudición seglar que nutre el género especular como medio de formación del Príncipe moderno y su corte, sin cuyo debate no se pueden entender las paradigmáticas obras de El Príncipe (1532) de Maquiavelo o El Cortesano (1528) de Castiglione.

En el medio cultural guerrero, a pesar de la continuidad militarista en la Edad Moderna, el hecho técnico de la artillería de pólvora y la creación de ejércitos suprafeudales produjeron la desclasificación de la caballería pesada como grupo privilegiado con monopolio sobre la guerra y cuerpo de élite en la vanguardia con su temida carga frontal. El desbordamiento del canon de la guerra feudal, privada, ritualizada, pactada y honrosa produjo una deshumanización guerrera que anulaba la épica personal y la artillería mataba en masa. Pero el credo caballeresco persistía en la necesidad incuestionable del liderazgo militar heroico y la cohesión entre la tropa, alimentada por la fraternitas de los experimentados hidalgos españoles formados en una honorabilidad y un sacrificio extremo. Persistía en su personal relación con el armamento y en los distintivos uniformes de los cuerpos de élite que abanderaron la épica de los Tercios históricos españoles, primer ejército de la Edad Moderna. Hidalgos que transitaron de la conquista de Granada al alistamiento y acantonamiento voluntario con sus heroicos mandos como el Gran Capitán en Italia o el Gran Duque de Alba en Flandes. Todavía se verificarán estrategias bélicas desde el credo más ortodoxamente caballeresco pero lideradas por la infantería y se seguirá alimentando la impronta mítica del rey-caballero-cristiano, viviendo la victoria como una ordalía y otorgando un trato honorable al vencido: Carolus V Imperator.

La fuerza y transcendencia de la cultura caballeresca en la Edad Moderna debe muchísimo a la figura de su abuelo el emperador Maximiliano I de Habsburgo, no en vano apodado, el último caballero. Consorte del ducado de Borgoña y sin apoyos familiares, Maximiliano basó la construcción de su perfil político-militar a través de una frenética actividad como perfecto caballero bajomedieval (dirigiendo su hueste en la batalla, formando su propio ejército de lansquenetes y destacando como un gran torneador en las fiestas). Todo lo cual, fortaleció su ascendente ante la refinada corte borgoñona, paradigma de la cultura caballeresca y titular de la prestigiosa orden curial del Toisón de Oro de la que fue maestre desde 1478. Al recibir el título imperial en 1508 ya había fraguado una sólida autoridad frente a Francia. Su pericia técnica como caballero le llevó a diseñar y ampliar considerablemente las piezas de la armadura de placas gótica o armadura blanca. Además de diseñar atractivos capítulos para los torneos que convertía en grandes eventos de pompa cortesana en los que no dejaba de participar. Gracias a él, la armadura de combate alcanzó su máximo perfeccionamiento técnico y la de parada unas cotas artísticas y suntuarias en la que ya se verificaba la nueva estética clasicista y el repertorio iconográfico mitológico como medio de emulación legitimadora del liderazgo guerrero. Durante el Renacimiento el gremio de armeros vivió su momento de gloria con gran peso de representación civil. Las familias Negroli en Milán y Helmschmid en Habsburgo encabezan esta hegemonía técnico-artística en las fundaciones de las primeras armerías reales en el que se cimienta uno de los capítulos del arte del Renacimiento. El San Jorge de los armeros de Donatello para la iglesia florentina de Orsanmichelle, como prototipo del caballero renacentista, a la romana, es el mejor exponente de ello, último eslabón estético de la funcionalidad estamental guerrera representada por la cultura caballeresca.

En la Edad Moderna, la gala y el festejo caballeresco seguían, plenamente vigentes como máximo recurso y vocabulario político-cortesano en todos los registros de la diplomacia. La formación, convocatoria y participación en los roles culturales caballerescos junto con la educación intelectual humanista eran reglas sine qua non para integrarse en su oligarquía y pueden apreciarse en los comportamientos cortesanos de Lorenzo de Medici y sus hermanos, cantados por Pulci y Poliziano, en Federico de Montefeltro desfigurado en un torneo o en la muerte de Enrique II rey de Francia en un accidental lance de justa. El festejo caballeresco fue siempre mucho más que mero espectáculo. Jugó un importantísimo papel moderador y canalizador de tensiones estamentales y políticas desde sus más pretéritos tiempos. Participaba del factor aglutinador dentro del concierto ciudadano, al igual que lo hiciera la construcción de las catedrales góticas. La fiesta y su esfuerzo dignificaba a la ciudadanía como gran anfitrión ante sus monarcas. Se verificaba una comunión civil, la identificación con una nueva patria que permanece en cada antropología urbana. La formación clasicista de su élite expresaba la nueva mentalidad humanista de los príncipes renacentistas, sus cortes, sus ciudades, sus corporaciones civiles, la entidad de sus barrios. Cada ciudad se convertía, como Sevilla, en una Nueva Roma para recibir triunfalmente a sus reyes y festejar sus principales hitos dinásticos. Los torneos se escenografiaron con gran aparato técnico e intelectual clasicista. Los equipos de caballeros desfilaban en fastuosas rocas o carrozas decoradas a tenor del discurso festivo y envueltos en pleyades de personajes mitológicos y alegóricos. La cultura caballeresca ofrecía su última gran producción estética al Theatrum Mundi que llegaba como expresión cortesana hasta el propio Cortile papal del Belvedere o se convertía en reflexiva vanitas barroca.

Andalucía en la Edad Moderna se convirtió en el nódulo hispano donde reverberaba toda esta épica. Frontera meridional del reino de Castilla y León, durante tres siglos se habían aquilatado territorialmente los solares de la nueva nobleza andaluza a través del ejercicio de la guerra y la repoblación. Sevilla se había ganado para la corona como sede cortesana en la que se verificaron importantes y graves episodios políticos. La vieja y alta aristocracia guerrera mantuvo en jaque la dinastía Borgoña hasta provocar su extinción y cobrará muy caro el apoyo a la dinastía sevillana Trastámara que hizo del fasto caballeresco su principal estrategia de legitimación dinástica, tanto en Castilla como en Aragón, cuando Fernando de Antequera accede al trono en 1412. Los fastos caballerescos de Valladolid de 1428 escenografían la cumbre política de las monarquías peninsulares.

Bajo este factor de justificación guerrera nobiliaria permanente de la frontera se desarrolló una amplia, erudita y prolongada articulación didáctico-doctrinal del credo caballeresco y su regimiento cuyo modelo literario acuñó Ramón Llull, caballero antes que místico en su Libro de la Orden de Caballería (h. 1275). Alfonso X, el Sabio, en el Título XXI de la Segunda Partida, impregna esta cultura de institucionalidad y jurisdicción al dotarla de un marco legal y doctrinal que se mantuvo vigente como autoritas hasta las Ordenanzas Reales de 1484. La aristocracia reivindicó la caballería de linaje como genuina expresión guerrera del estatus privilegiado en el consejo regio. En Castilla, don Juan Manuel (m 1348), prototipo de caballero intelectual, iniciaba el debate a la par que lidiaba con el ancestral tabú entre Mars y Ars. La producción doctrinal, cronística, tratadística y literaria caballeresca peninsular es un capítulo vital en la transición cultural al Renacimiento, una vez incorporado el debate sobre nobleza y virtud del jurista Bartolo de Sassoferrato a mediados del siglo XIV en su De insigniis et armis, considerado el primer tratado jurídico de heráldica. Código semiótico de la ciencia nobiliaria que también aporta esta cultura. El elenco de caballeros en activo militar y diplomáticamente al frente de este corpus opera la transición del prototipo manuelino desde el siglo XIV al Siglo de Oro español: Pedro López de Ayala, el marqués de Santillana, Ausias March, Mosen Diego Valera, Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, Joanot Martorell y su Tirant Lo Blanc, 1460 y la recepción del Amadís de Gaula, 1508 de Montalvo o el propio Cervantes, son el alfa y el omega del género literario gracias a la imprenta y su inmensa oferta editorial, verdadero transmisor moderno de esta cultura. La hidalguía partió a la conquista del Nuevo Continente reconociendo un fantástico mundo de Aventura y promisión. La recepción de la cultura caballeresca se verificó en los confines del imperio como testimonia el nomenclátor del Continente, plagado de su imaginario: Isla de Lanzarote y de Fuerteventura, California, el río Amazonas…

Como dijo Huizinga “La caballería no hubiera sido el ideal de la vida durante varios siglos si no hubiesen existido en ella altos valores para la evolución de la sociedad, si no hubiese sido necesaria social, ética y estéticamente. En la bella exageración se puso el énfasis de este ideal” que pervive ideológica y culturalmente hasta nuestros días.

 

Autora: Carmen Vallejo Naranjo


Bibliografía

FALLOWS, Noel, Jousting in the Medieval and Reinassance Iberia, Woodbridge, The Boydell Press, 2011.

FLECKENSTEIN, Josef, La caballería y el mundo caballeresco, Madrid, Siglo XXI, 2006.

FRIEDER, Branden K. Chivalry and the perfect prince. Tournaments, Art, and Armor at the Spanish Habsburgo Court. Kirksville, Mo, Truruman State University Press, 2008.

LUCÍA MEGÍAS, José Manuel, Imprenta y Libros de Caballerías castellanos, Madrid, Ollero y Ramos, 2000.

VENTRONE, Paola, Le tems revient. Il tempo si rinuova. Feste e spattacoli nella Firenze di Lorenzo il Magnifico, Milán, Silvana Editrice, 1992.

TERJANIAN, Pierre, The Last Knight: The Art, Armor, and Ambition of Maximilian I, Nueva York, The Metropolitan Museum of Art, 2019.

Visual Portfolio, Posts & Image Gallery para WordPress