La escultura “a la antigua” o “al uso romano”, es decir, aquella que estaba directamente inspirada en la Antigüedad clásica, fue introducida en España a finales del siglo XV y principios del XVI, momento en que tuvo que competir con el arraigado gusto por el gótico flamenco. Lo hizo por diversas vías: la llegada de obras importadas desde Italia -no solo esculturas, sino también dibujos y grabados-, la llegada de artistas italianos, y la formación de artistas locales que viajaron a Italia para formarse en la nueva corriente. De todo esto tenemos ejemplos muy destacados en Andalucía, que se convirtió en la gran protagonista de la escultura española durante el primer tercio del Quinientos.

La importación de obras

El mármol tallado fue el objeto estrella entre las importaciones italianas a comienzos del Renacimiento, lo que no quita que encontremos otras piezas de gran interés como el conjunto de barros que se conservan en Sevilla procedentes del taller de los Della Robbia. En este sentido, algunos de los primeros mármoles italianos que se trajeron a Andalucía los podemos encontrar en la Casa de Pilatos de Sevilla, perteneciente a los Enríquez de Ribera, o en el Castillo de la Calahorra de Granada, construido por el marqués del Cenete, cuyas decoraciones fueron ejecutadas en el taller de Michele Carlone. Ahora bien, las obras más destacadas entre todas estas importaciones son los sepulcros que, en un lenguaje claramente clasicista, fueron concebidos para mayor honra de las grandes casas nobiliarias.

El primero de los que se trajeron a Andalucía es el del cardenal Diego Hurtado de Mendoza, ubicado en la Capilla de la Antigua de la catedral hispalense. Fue un encargo del conde de Tendilla a Domenico Fancelli, quien sabemos que lo estaba ejecutando en Génova entre 1508 y 1510. Responde a la tipología de arco de triunfo, que acoge en su centro la figura yacente del difunto. Los elogios cosechados por Fancelli hicieron que el mismo autor fuera requerido para manufacturar el sepulcro de los Reyes Católicos para la Capilla Real de Granada, obra que si bien estaba ya acabada en 1517, no fue montada en Granada hasta cinco años después. En esta ocasión Fancelli desarrolló un sepulcro de tipo “cama”, como el que había labrado para el príncipe don Juan, con los muros en talud y grifos en las esquinas, donde los personajes cristianos se mezclaban con mascarones, águilas y guirnaldas.

También en Sevilla destacan los sepulcros de doña Catalina de Ribera y don Pedro Enríquez, realizados para la Cartuja de las Cuevas. Ambos fueron encargados en Génova por su hijo, el I marqués de Tarifa, quien pasaba por la ciudad de camino a Tierra Santa. El encargo recayó en Pace Gazini, sin embargo, este artista falleció en 1522 y solo pudo dejar acabado el primero de los monumentos, realizando el segundo Antonio María Aprile. Consta que ambos llegaron a Sevilla en 1525. El de don Pedro combina el discurso cristiano de la Redención con un amplio repertorio de motivos profanos alusivos a sus logros militares, entre los que destacan Hipnos y Tánatos apagando las antorchas, sirenas o representaciones báquicas. El mismo marqués, habida cuenta del éxito de su encargo, solicitó unos nuevos sepulcros para sus abuelos, amén de una Virgen con el Niño para completar el alhajamiento del panteón familiar. Movidos del ejemplo, otros nobles sevillanos también contrataron sus sepulcros en Génova con Antonio María Aprili, como los marqueses de Ayamonte, cuyo sepulcro (1526-1532) se instaló en la Iglesia de San Francisco de Sevilla (aunque posteriormente, con el tropel que supuso la exclaustración de Mendizábal, fue a parar a Santiago de Compostela). Por su parte, la sepultura del obispo de Scalas, don Baltasar del Río, ubicada en la Catedral de Sevilla (1539), se encargó a Gagini da Bissone.

La llegada de artistas italianos y otros foráneos

Otra arista importante es la de los escultores italianos que trabajaron en la región andaluza. En este sentido, algunos de los nombres más destacados son los de Jacobo Torni -también llamado “Jacopo Florentino” o “el Indaco”- y Francisco Torni, hermano del anterior, a los que se debe el surgimiento en Granada de una importante escuela cuajada de referencias clásicas, especialmente toscanas, que se extendió por Jaén y Murcia. Jacobo fue discípulo de Ghirlandaio y amigo y colaborador de Miguel Ángel en Roma. Su llegada a España se produjo hacia 1520, quizá de la mano de Pedro Machuca, contrayendo matrimonio en Jaén con Juana de Velasco, hija de un entallador local. Una muestra de su trabajo al servicio de la Capilla Real de Granada lo constituye el grupo de la Anunciación, situado sobre la puerta de la antigua sacristía, que evidencia la formación florentina del artista. Gómez Moreno también le adjudicó el fabuloso conjunto del Santo Entierro del Museo de Bellas Artes, atribución basada en el claro conocimiento de la estatuaria clásica que demuestra su autor. Así, la representación de José de Arimatea recrea con nitidez la expresión del Laocoonte, descubierto en Roma precisamente cuando Jacopo se encontraba en la ciudad.

En comparación con el artista anterior, Pietro Torrigiano presenta una estética más avanzada, que es ya plenamente quinientista. Competidor del mismísimo Miguel Ángel -a quién llegó a partirle la nariz de un puñetazo según Cellini-, estuvo alternando su faceta artística con la de mercenario a sueldo de varias ciudades italianas. Más tarde se desplazó a Amberes y a Inglaterra antes de recalar en Granada, donde intentó hacerse con el encargo más importante del momento: el mencionado sepulcro de los Reyes Católicos. Finalmente pasó a Sevilla hacia 1522, donde dejó dos importantes obras de su quehacer artístico hoy conservadas en el Museo de Bellas Artes: el San Jerónimo y la Virgen con el Niño. Conviene destacar la fama cosechada por el San Jerónimo, pues traspasó incluso las fronteras nacionales rebotando hasta Italia, donde Vasari tuvo noticia de él. El ajado cuerpo del penitente, y su teatralidad casi barroca, sirvió de inspiración para muchos imagineros posteriores.

Además, deben ser señalados otros artistas italianos como el lombardo Niccolo da Corte, que a partir de 1527 se hará cargo de las portadas del Palacio de Carlos V en Granada, o Diego de Pesquera, que tras dejar en Sevilla obras tan destacadas como las esculturas de de la Alameda de Hércules (1574), también pasó a la ciudad del Darro.

Por último, hay que tener en cuenta la llegada de otros artistas foráneos, que, si bien no eran italianos, sí hablaban el mismo lenguaje plástico. En este sentido hay que recordar el papel jugado por Felipe de Bigarny en la Capilla Real de Granada, a donde acude en 1521, y los eclécticos trabajos ejecutados por el francés Miguel Perrin en la Catedral de Sevilla.

Los artistas nacionales y sus obras en Andalucía

A partir del segundo tercio del siglo XVI diversos artistas locales, formados al calor de la nueva estética, tomaron el relevo de los artistas italianos. En el ámbito granadino, debemos destacar la influencia que tuvieron las llamadas “águilas del Renacimiento”, término acuñado por Francisco de Holanda para definir a aquellos artistas españoles que viajaron a Italia para aprehender el nuevo estilo. El primero de ellos es Bartolomé Ordóñez, probablemente nacido en Burgos, que pasó su vida entre Barcelona e Italia, muriendo precisamente en Carrara en 1520. Continuador de las obras inacabadas de Fancelli, entre las que destaca el sepulcro de los reyes don Felipe y doña Juana para la Real Capilla de Granada, ha sido ponderado como el más italianizante de todos los escultores españoles, con un dominio técnico sobre el mármol que es digno de encomio. También importante fue la huella dejada por el toledano Pedro Machuca, quien pudo formarse junto a Miguel Ángel en Italia. Llegado a Granada como escudero del Conde de Tendilla, fue requerido por multitud de templos de la provincia, llevando a cabo una actividad frenética hasta el final de su vida. Otra de estas águilas, también burgalés, fue Diego de Siloé, quién acudió a Granada en 1528 al ser requerido por el duque de Sesa. Su taller, muy afamado en la ciudad, trabajó para la Capilla Real, donde dejó las esculturas orantes de los Reyes Católicos, y para el monasterio de San Jerónimo (1544), donde se le atribuye una virgen de espíritu donatelliano tallada para el respaldo de la silla prioral. Siloé dejó en Granada una profunda huella en el campo de la imaginería, tanto en sus discípulos Diego de Aranda, Nicolás de León y Baltasar de Arce, como en otros muchos artífices posteriores.

Relacionado con el ambiente artístico granadino, y con el quehacer de Siloé, debemos mencionar al arquitecto Juan de Orea, que tomó parte en los trabajos escultóricos del Palacio de Carlos V y luego trabajó para la Catedral de Almería, dejando una sillería de coro con abundantes representaciones de corte clasicista. Por su parte, Jerónimo Quijano, de origen montañés, también estuvo en Granada y trabajó en la sillería de Jaén. Es figura clave para entender el Renacimiento en el antiguo reino de Murcia. Tras la muerte de Siloé en Granada, el máximo representante de la escuela será Pablo de Rojas, que desde su atalaya artística irradiará su influjo a otras ciudades y maestros, entre los que cabe destacar a Montañés. Precisamente en sintonía con Rojas, se sitúa la obra del castellano Sebastián de Solís, quién se estableció en Jaén a partir de 1579 dirigiendo un próspero taller del que salieron gran cantidad de imágenes para toda la provincia. Ahora bien, el más directo heredero de Rojas fue Bernabé de Gaviria, autor de origen navarro cuyo romanismo heroico queda bien definido en el áureo apostolado de la catedral de Granada.

Por su parte la escultura sevillana del Renacimiento es más tardía y su inicio se debe a la llegada de artistas castellanos desde Ávila y Toledo, siendo el más destacado Juan Bautista Vázquez “el Viejo”, que llegó a Sevilla hacia 1557 y falleció en la misma ciudad en 1588. La historiografía lo ha considerado el verdadero iniciador de la escuela sevillana de escultura en el último tercio del siglo, coincidiendo con el fuerte influjo del Manierismo. Tras intervenir en algunas escenas del retablo mayor de la catedral hispalense, ejecutó los retablos de Carmona, Lucena y Medina Sidonia. Uno de sus mayores valores, más allá de los elegantes prototipos que nos legó su obra, fue el de dejar una pléyade de discípulos e imitadores entre los que destacan su propio hijo Vázquez “el Joven”, Gaspar del Águila, Miguel Adán, y, sobre todo, Jerónimo Hernández -también llegado desde Ávila-, que a su vez formará a artistas tan destacados como Gaspar Núñez Delgado, especializado en tallas ebúrneas de modelado preciosista. También merece ser destacado Juan de Oviedo y de la Bandera, artista polifacético que se calcula que intervino en la ejecución de más de treinta retablos.

Por último, cabe mencionar que en la escultura andaluza del Renacimiento predominaron de forma clara los asuntos religiosos, aunque las fuentes documentales también nos hablan de una cierta presencia de temas profanos que estaban en consonancia con el nuevo pensamiento humanista. En lo relativo al aspecto material, aunque se adoptaron de forma más o menos extensa los nuevos materiales propugnados por el Renacimiento italiano, esto es, el mármol níveo y el bronce de brillo metálico, la madera policromada siguió siendo la indiscutible protagonista, rasgo que separa claramente las producciones españolas de sus coetáneas italianas y les da un carácter propio, consecuente con el devenir de la escuela.

 

Autor: Adrián Contreras Guerrero


Bibliografía

AZCÁRATE, José María, Escultura del sigo XVI, Madrid, Plus Ultra, 1958.

CHECA, Fernando, Pintura y escultura del Renacimiento en España 1450-1600, Madrid, Cátedra, 1988.

GARCÍA GAINZA, María Concepción, “Sobre la escultura y los escultores” y “La escultura”, en AA.VV., El siglo del Renacimiento en España, Madrid, Akal, 1998, pp. 21-31 y 139-191.

GILA MEDINA, Lázaro (coord.),La escultura del primer Naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica (1580-1625), Madrid, Arco Libros, 2010.

GÓMEZ MORENO, Manuel, Las águilas del Renacimiento español, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1941.

PAREJA LÓPEZ, Enrique (dir.), Historia del Arte en Andalucía, Sevilla, Gever, 1989-1994.

Visual Portfolio, Posts & Image Gallery para WordPress