La invención de la imprenta supuso una revolución en cuanto a las formas de producción de los libros y, por tanto, a la difusión de las ideas, marcando el devenir de la cultura de los siglos modernos. Se puede considerar que la introducción de la imprenta en España fue temprana, puesto que no hubo que esperar ni dos décadas para que apareciese el primer taller en Segovia, de la mano de Juan Parix de Heidelberg, y el Sinodal de Aguilafuente, en 1472. Antes de finalizar el siglo encontramos la presencia de impresores en, al menos, una docena de ciudades, si bien, en un primer momento, controladas por impresores extranjeros, principalmente alemanes que, con frecuencia, se iban moviendo de ciudad en ciudad de manera itinerante.

En el primer tercio del siglo XVI, la imprenta andaluza experimentó un auge importante, especialmente en la capital hispalense que tuvo un papel fundamental, tanto en la producción como en la distribución de libros y, por ende, en la transformación cultural de la región, influyendo en el incremento de la alfabetización a lo largo de toda la Edad Moderna. Ya desde el siglo anterior, Sevilla había sido uno de los principales centros de distribución de manuscritos, razón por la cual no es de extrañar que también fuese uno de los primeros lugares en contar con talleres de imprenta, sobre todo si tenemos en cuenta que, además de satisfacer las necesidades literarias de la ciudad y su periferia, se encargaban de abastecer al creciente mercado americano. Y, precisamente, hablar de la imprenta en Andalucía es hablar de la familia Cromberger. En 1501 llegaba a Sevilla el alemán Jacobo Cromberger, que sería decisivo en el desarrollo de la imprenta en la ciudad, iniciando una de las sagas de tipógrafos más importantes del siglo. Fue su hijo Juan quien llevó el establecimiento a su actividad más dinámica y prolífica, siendo también los responsables de la primera imprenta que se estableció en tierras americanas, en México, dirigida por su empleado Giovanni Paolo, y consiguiendo, además, un privilegio para exportar libros a Nueva España. En 1540, Brígida Maldonado, viuda de Juan Cromberger, se hizo cargo del taller hasta la mayoría de edad del hijo de ambos, Jácome, que se puso al frente del negocio en 1545 y que, lamentablemente, no pudo hacer frente a la crisis generalizada de la industria tipográfica en España, llevando a la casa a la ruina y desaparición, en 1557. En esas décadas salieron de las prensas de la familia más de 600 ediciones que, sumadas a la actividad de otros notorios impresores como Juan Varela de Salamanca, Dominico de Robertis o Andrés de Burgos, situaron a Sevilla a la cabeza del comercio del impreso, tanto exterior como interior, condicionando el desarrollo de las imprentas en otras provincias al existir una nutrida red de libreros que distribuían las novedades por toda Andalucía. De hecho, según algunas investigaciones, en la primera mitad de la centuria, Sevilla registraba 26 de los 31 impresores andaluces existentes.

Ya en la segunda mitad, junto a talleres de vida efímera, destacan otras figuras como Sebastián Trujillo, Fernando Díaz y Martín Montesdoca. La crisis económica y la paulatina cesión de la hegemonía portuaria en detrimento de Cádiz, que vendría a marcar la actividad impresora del final de la Edad Moderna andaluza, no impidieron a Sevilla seguir incrementando el número de talleres, contabilizándose, al menos, 70 activos para el siglo XVII. Dos imprentas destacarán en este periodo: la de Francisco de Lyra Barreto para la primera mitad y la de los Blas, padre e hijo, para la segunda. En el caso de los Blas, su éxito y notoriedad se debió, en gran parte, al recién creado título de Impresor Mayor de la Ciudad que, junto a otros nombramientos institucionales, les permitieron monopolizar los encargos oficiales. El siglo XVIII mostrará una tendencia similar, aunque contabilizándose un menor número de imprentas, 55 concretamente, caracterizándose por el desarrollo de sólidas sagas familiares como los Blas y Quesada; los López de Haro; los Puerta; los Hermosilla; los Leefdael y los Recientes.

A Sevilla, como provincia pionera del asentamiento y desarrollo estable de la imprenta en Andalucía, le siguió Granada y, ya en la segunda mitad del siglo XVI, se unieron Jaén y Córdoba. Tras ellas, aunque de manera inestable y con una producción poco numerosa, como veremos, encontramos un rosario de ciudades que contaron, al menos con un taller, si bien los suministros de estos enclaves fueron muy dependientes de las prensas sevillanas.

En Granada tenemos establecido entre 1504 y 1508 al tipógrafo sevillano Juan Varela de Salamanca, aunque tras su marcha no volverá a haber un impresor hasta 1534, cuando aparezca el taller de Sancho de Nebrija. A lo largo de este siglo se llegan a contabilizar hasta 11 impresores, si bien será durante el XVII cuando se consolide este arte en la ciudad, con un notable incremento de impresores en activo (casi cincuenta) y una multiplicación más que notable de las obras que ven la luz, pasando de no llegar a 200 en el XVI a encontrar más de 700 durante esta centuria. La misma tendencia alcista se manifiesta en el siglo ilustrado, donde la Imprenta Real se convierte en el taller más productivo de toda la centuria en Granada.

Hubo que esperar a mitad de siglo para que la imprenta apareciera en Jaén, concretamente en Baeza, gracias a su Universidad. Inicialmente lo hace con una modesta e irregular capacidad productiva, fruto de la escasez de recursos y medios. A medida que avanza la década, y coincidiendo con el aumento de su relación comercial con Sevilla y Granada, los grandes centros andaluces, irá incrementando su producción, si bien no se puede considerar su consolidación hasta el último cuarto del siglo, gracias, principalmente, a los talleres de Fernando Díaz de Montoya y Juan Bautista de Montoya. Baeza será la única ciudad giennense con imprenta durante el siglo XVI puesto que la capital no dispondrá de talleres hasta comienzos del siglo XVII, cuando algunos de los impresores baezanos se trasladen hasta allí movidos por las mejores posibilidades de producción, gracias a los encargos institucionales del Municipio y el Cabildo Catedralicio. También en Jaén asistimos al desarrollo de familias impresoras que irán aumentando la gloria de su casa en varias generaciones. Por ejemplo, junto a los Montoya, que ya destacaron en el siglo XVI y que seguirán creciendo en el XVII, encontramos a la familia Cuesta, que inicia su actividad con Pedro de la Cuesta Furgolla, uno de los impresores más activos del siglo. También tenemos el caso de los Copado, que empiezan a imprimir en el último cuarto del siglo XVII, pero que van a destacar, sobre todo, en el siglo XVIII. Junto a las sagas familiares, no podemos dejar de mencionar a Francisco Pérez Castilla, el impresor más productivo en la capital jiennense durante el siglo XVII, vinculado, totalmente a las impresiones de temática religiosa.

Por su parte, en Córdoba fueron la Iglesia y el gobierno local quienes tuvieron un papel imprescindible en el desarrollo y consolidación de la imprenta, algo común en todo el reino, pero especialmente significativo en algunas ciudades. Sería un sermón, precisamente, el primer trabajo del que se tiene constancia, y salió de las prensas de Juan Bautista Escudero, en 1555. Y, así, no es de extrañar que la mayoría de la producción Cordobesa, al menos durante los siglos XVI y XVII, la copen las publicaciones de temática religiosa: junto a los sermones, encontramos villancicos, liturgia, reglas constitucionales, etc. En ese siglo y medio desde su instauración, se publicaron casi 300 ediciones. Sin embargo, ya en el siglo XVIII, Córdoba se convirtió en la novena ciudad de España en términos de producción impresa, siendo la tercera de Andalucía, y destacando como género los pliegos sueltos, que marcarán también la edición del siglo XIX, cuando se convierta en uno de los principales focos productores de esta literatura en todo el reino. A nivel de talleres, la principal actividad de la ciudad salió de las prensas de los García Rodríguez, Juan de Medina y Santiago y su sucesor, Luis de Ramos y Coria.

En Cádiz la imprenta se hizo esperar casi al siglo XVII, puesto que el primer impresor que se registra es Rodrigo de Cabrera, en 1598. Sin embargo, la ciudad irá agrandando la lista de talleres a medida que se desarrolla económicamente, contando con un buen número de imprentas y, lo más importante, con elevados números a nivel de producción de obras. Esta tendencia al alza se mantendrá, también, durante el siglo XVIII, antesala de lo que sucederá en la capital gaditana en el periodo de 1810-1812 en términos de impresiones.

Igual de tardía será la imprenta en Málaga, donde Juan René comienza su actividad en 1599. Durante el siglo XVII destacan en la ciudad Claudio Bolán y su viuda, Isabel Martínez; Antonio René de Lezcano; Lorenzo Estrada; Juan Serrano de Vargas y su sobrino Mateo López Hidalgo, y Pedro Castera. El número de impresores y el volumen de su producción se verán incrementadas notablemente durante el siglo XVIII.

La Universidad jugó en Osuna un papel determinante en la instauración temprana de la imprenta, tal y como había ocurrido en Baeza. Así pues, todas las publicaciones saldrán vinculadas a la institución, aunque el volumen de producción nunca será reseñable, probablemente por la cercanía con otras ciudades en un momento de eclosión del mercado del libro. El primer impresor fue Juan de León en 1549, que se mantendría activo hasta 1555 y, después habría un periodo de vacío editorial que no cambió hasta la llegada de Juan Serrano de Vargas, en 1622. Tras él, y siempre simultaneando su actividad en otros centros como ya lo habían hecho sus antecesores, encontramos a Manuel Botello de Paiva (1629-1630) y Luis Estupiñán (1638-1642). No vuelve a haber publicaciones hasta el siglo XVIII, donde sólo aparece una obra, atribuida a la imprenta de la propia Universidad (1718).

Otro centro menor con imprenta temprana es Jerez de la frontera (con una publicación de Micer Jorge, en 1564), aunque su verdadero momento editorial llega en el XVII, con una intensa actividad marcada por los talleres de Fernando Rey (1619-1636), Diego Pérez Estupiñán (1646-1663) y Juan Antonio Tarazona (1671-1683). 

Curioso es el caso de Antequera que, aunque comienza pronto la actividad impresora (Andrés Lobato, activo entre 1570 y 1577) destaca, principalmente, por el establecimiento del taller de los herederos del humanista Antonio de Nebrija (Elio Antonio, su nieto, entre 1573-1589, y Agustín Antonio, su bisnieto, de 1595 a 1600).

Junto a las anteriores podemos mencionar también Sanlúcar de Barrameda (1576), Écija (1624) o el Puerto de Santa María (1700) y así hasta una veintena de ciudades donde se llega a imprimir una o varias obras en algún momento del periodo, tal y como recogen los estudios realizados. Las razones son variadas, destacando situaciones de crecimiento, tanto demográfico como económico, existencia de centros de estudio o de benefactores, si bien hay que recordar que, en muchas ocasiones, un mismo impresor trabajaba en diferentes ciudades simultáneamente. Estos centros, a la sombra de las grandes capitales que dominaron la producción y el mercado del impreso, aunque no destaquen por su producción, puesto que, en ocasiones, sólo salió de sus prensas una obra, vienen a completar el panorama editorial andaluz en la Edad Moderna.

 

Autora: Alba de la Cruz Redondo


Bibliografía

INFANTES, Víctor, LOPEZ y François y BOTREL, Jean-François, Historia de la edición y de la lectura en España, 1472-1914, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003.

PEÑA, Manuel, RUIZ, Pedro y SOLANA, Julián (Coords.), La cultura del libro en la Edad Moderna. Andalucía y América, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2001.

PEÑA, Manuel, RUIZ, Pedro y SOLANA, Julián (Coords.), Historia de la edición y la lectura en Andalucía (1478-1808), Córdoba, Universidad de Córdoba, 2020.

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