El del comercio fue un universo casi completamente monopolizado por los hombres. Las mujeres estaban en buena medida excluidas de la vida económica pública, pero aun así desempeñaron un cierto papel que nos habla de su protagonismo e iniciativa. Tuvieron presencia en determinados sectores, pero también en el mundo de los negocios, incluso en el gran comercio americano. Así, en la relación de cargadores a Indias de El Puerto de Santa María incluida en el Catastro de Ensenada figuran cuatro mujeres: Clara Vizarrón, con unos beneficios anuales derivados de su actividad estimados en 50.000 reales de vellón; Francisca Clemencia Winthuyssen, asociada con Vicente Winthuyssen y con idénticos beneficios que la anterior; María Fernández Calderón, con 10.000 reales, y Micaela Díaz de Redona, con 6.000. Estas mujeres representaban el 16% del total de cargadores a Indias portuenses y sus ganancias, el 11,5% de los beneficios totales del grupo.
Clara María Vizarrón era hija de otro importante comerciante portuense de origen navarro, Juan de Vizarrón y Araníbar, y de Catalina Polo. Junto con su hermano Diego fue la continuadora de los negocios de su padre. Habitaron en la espléndida casa-palacio que este construyó en la plaza del Polvorista, la conocida como casa de las Cadenas, en la que llegó a alojarse el rey Felipe V. Clara Vizarrón invirtió buena parte de los capitales que adquirió en la Carrera de Indias en bienes raíces. A su muerte poseía 20 aranzadas de tierra de sembradura, 57 aranzadas de viñedo en el portuense pago de los Tercios y un total de 33 fincas urbanas entre casas, accesorias, hornos, bodegas y cocheras.
Por su parte, Francisca Clemencia Winthuyssen era hija de un comerciante flamenco asentado en El Puerto, Roberto Winthuyssen, y de la esposa de este, Baptistina Gallo. Esta última ya jugó un papel importante en los negocios familiares, de los que se hizo cargo desde la muerte de su marido hasta 1725, año en el que a su vez ella misma falleció. A partir de entonces, Francisca Clemencia Winthuyssen asumió la gestión de la casa de comercio, en sustitución de su madre y asociada a su hermano, Francisco Vicente Winthuyssen, y a otro comerciante de origen flamenco, Bernardo de Voss. En 1732 la compañía se reorganizó mediante contrata privada celebrada entre los miembros más destacados de ambas familias: Francisca Clemencia, Juan B. Winthuyssen, Matías Fernando Winthuyssen, Pedro Francisco de Voss y Bernardo Francisco de Voss.
Francisca Clemencia Winthuyssen casó con un militar de alto rango, Gerónimo Hernández, teniente general comandante de artillería de las costas de Andalucía, matrimonio del que nacieron varios hijos, entre los cuales Javier Hernández Winthuyssen, quien pasó a América, muriendo en Panamá en 1744, y Jerónima Baptistina Hernández Winthuyssen, que contribuyó a la consolidación de la compañía mercantil familiar mediante su matrimonio con Pedro Francisco de Voss Bosschaert, comerciante natural de Amberes.
En 1769, Francisca Clemencia Winthuyssen era la única superviviente de los cinco fundadores de la sociedad mercantil establecida en 1732. Para entonces habían pasado los mejores años de los negocios familiares y la compañía entró en quiebra. La propia Francisca Clemencia reconocía que la compañía había mantenido su actividad hasta finales de 1759,
…en que reconocidos por mí los atrasos y quebrantos que había experimentado mi casa de negocios por las fatales resultas obtenidas en sus empresas de la América, como se evidencia de los libros que se han llevado en partidas dobles con el mayor arreglo (…), estos suficientes motivos me precisaron a suspender el pago de créditos que contra mi casa de negocios existían y dar punto a las dependencias pendientes, por no serme posible cubrir el descubierto…
A partir de ahí, el seis de junio de 1760 se constituyó la junta de acreedores de la compañía, que procedió a su liquidación tras constatar una quiebra de más de dos millones de reales de plata. Winthuyssen, De Voss y Cía se dedicaba a la importación de productos, sobre todo textiles, de los Países Bajos, Alemania y Francia, y a su reexportación hacia América. En el momento de la quiebra tenía mercancías remitidas a Guatemala, Lima y Mar del Sur. Francisca Clemencia Winthuyssen hizo frente hasta donde pudo a la quiebra con sus propiedades: cuatro casas, un molino de aceite y siete fincas rústicas con un total de 214 aranzadas de extensión, además de sus coches, cortinajes de Damasco, ropa de casa y plata labrada. El valor de todo ello se tasó en algo más de seiscientos mil reales de plata, que, sumados a los activos de la compañía y saldos de las cuentas de los socios fallecidos, aun dejaron una deuda de casi setecientos mil reales.
Miguel A. Díez Carlier cita a otras mujeres involucradas en el comercio americano, además de las referidas: Leonor María de Vizarrón, Ana Valois, Isabel Geraldino, Ana Josefa Lincoln,, María Bousemart Perry, Clara Boneo y Ángela Bretón, a la que cabe añadir a Elena Butler, a la que se refiere Rafael Sánchez González en su obra sobre el tercio de frutos.
En algunos casos, no fue la personal determinación a involucrarse en el mundo del comercio, sino la muerte del marido lo que forzó a las mujeres a hacerse cargo de los negocios y dependencias familiares, en condiciones a veces complejas y con la dificultad añadida del desconocimiento de la práctica mercantil. Sirva como ejemplo el de la gaditana María Gertrudis Youngh Poleni, condesa de Torres, mujer del comerciante y naviero José Retortillo García. A su muerte en 1803, Retortillo dejó sus negocios en un estado bastante confuso. María Gertrudis tuvo entonces que tomar las riendas para aclarar la situación del patrimonio familiar. Así como de las dependencias comerciales de su difunto esposo en Cádiz, Veracruz, Guatemala, Buenos Aires y diversos países de Europa. Su fortaleza y determinación personal quedaron entonces de manifiesto, más aun teniendo en cuenta de fue madre de nada menos que veintiún hijos, de los que en 1809 sólo sobrevivían siete. María Gertrudis Youngh consiguió poner orden en la confusión y llevar a cabo el inventario y la partición de los bienes y activos de su marido. En todo momento, a lo largo de este proceso, aparece como una mujer fuerte y capaz de llevar con mano de hierro los negocios, sin dudar en recurrir a los tribunales para conseguir su tenaz propósito.
He aquí algunos ejemplos de mujeres que destacaron, con desigual fortuna, en un mundo tan marcadamente masculino como el del comercio atlántico y americano. A ellas hay que unir otras protagonistas anónimas, o casi, que dejaron escasa huella documental y que se ocuparon del pequeño comercio y del menudeo, en pequeñas tiendas o en la venta callejera. Recientes estudios sobre el trabajo femenino apenas empiezan a rescatar a estar mujeres del silencio de la historia.
Autor: Juan José Iglesias Rodríguez
Bibliografía
DÍEZ CARLIER, Miguel A., “La mujer española en el comercio colonial del siglo XVIII: las cuatro cargadoras a Indias portuenses en el Catastro de Ensenada (1752)”, en I Congreso de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna y Contemporánea. Individuo y grupo como sujetos históricos: una visión interdisciplinar para la Edad Moderna y Contemporánea, Málaga, 2019.
IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, Una ciudad mercantil en el siglo XVIII: El Puerto de Santa María, Sevilla, Muñoz Moya y Montraveta editores, 1991.
SÁNCHEZ GONZÁLEZ, Rafael, El comercio agrícola de la baja Andalucía con América en el siglo XVIII: El Puerto de Santa María en el tercio de frutos, El Puerto de Santa María, Ayuntamiento, 2000.
VARA MIRANDA, María Jesús y MAQUIEIRA D’ANGELO, Virginia (coords.), El trabajo de las mujeres, siglos XVI-XX, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid e Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, 1996.