El hospital de San Antonio Abad de Baeza abrió sus puertas a principios del siglo XVI, aunque la presencia de los antonianos en esa ciudad está documentada desde el siglo XIV. La orden antoniana tiene sus orígenes en una cofradía fundada en el siglo XI, tras la curación milagrosa del hijo de un noble de la aldea francesa de Vienne. El muchacho estaba aquejado de ergotismo, una enfermedad que se contraía tras ingerir pan de centeno contaminado por un hongo denominado cornezuelo. Los enfermos de ergotismo sufrían fuertes dolores y quemazón en brazos, pies y piernas, de ahí que también se la denominara “enfermedad del fuego”. En casos graves, las extremidades de los pacientes llegaban a caerse o tenían que ser amputadas por cirujanos para evitar males mayores. En Vienne existía una pequeña iglesia con las reliquias de San Antonio Abad. A él se encomendó Gastón, el caballero que tenía a su vástago en peligro de muerte por “el fuego”. La sorprendente curación del joven llevó a que su padre empleara su fortuna en construir un pequeño hospital al lado de la iglesia que albergaba los restos del santo. En el 1095, Gastón fundó aquella cofradía de hermanos hospitalarios, que a finales del siglo XIII se convirtió en orden monástica.

Desde el siglo XII, los antonianos se extendieron por toda Francia y cruzaron los Pirineos fundando hospitales y enfermerías destinadas a curar a los enfermos del fuego. El primer hospital que se erigió en tierras hispanas fue el de Castrojeriz (Burgos) que abrió sus puertas en 1146.  Un siglo después se construyeron hospitales y enfermerías en Cervera, Valls, Mallorca, Lleida, Menorca y Córdoba. Del siglo XIV data la presencia de la orden antoniana en Valencia, Sevilla y Baeza. En el siglo XV se fundó el hospital de Tudela y en el XVI el de Baeza. Castrojeriz fue la casa madre de los antonianos en Castilla, de ahí que su comendador se encargara de designar a los comendadores de las demás encomiendas ubicadas en tierras castellanas.

Según Aichinger, el éxito de los antonianos en España residió tanto en la capacidad de la orden para hacer negocios en ciudades prósperas, como en el despliegue de una campaña propagandística muy efectiva, que prometía proteger a aldeanos y nobles de la terrible enfermedad del fuego. Es decir, la orden antoniana se extendió rápidamente por la península por otros intereses que no eran precisamente la necesidad de erradicar el ergotismo en España, pues, como afirma este investigador austriaco, Castilla y Aragón no sufrieron grandes epidemias de esa enfermedad. El hongo (el cornezuelo) que afectaba al centeno necesitaba mucha humedad para proliferar, unas condiciones climatológicas no demasiado habituales en los territorios peninsulares. Entonces, ¿por qué en España caló el discurso de la enfermedad del “fuego de San Antón”? Aichinger asegura que, en las tierras al sur de los Pirineos, la expresión “fuego de San Antón” englobaba no sólo al ergotismo sino a todas aquellas dolencias con sintomatología relacionada con la quemazón o la inflamación: lepra, peste, erisipelas, gangrenas producidas por una mala circulación o afecciones inflamatorias cuya consecuencia eran piel quemada y putrefacción de miembros. Este tipo de enfermos “del fuego” abundaban en todas partes.

Los hospitales antonianos se sustentaban con limosnas que los hermanos conseguían por diferentes medios: uno de ellos consistía en que un “demandador” iba por los pueblos con su campanilla informando de la enfermedad del fuego y de la necesidad de pagar a San Antón para evitarla. Mandas testamentarias y el cerdo de San Antón eran otras fuentes de financiación: los cerdos de San Antón, marcados con la cruz de Tau de la orden, se paseaban por pueblos y aldeas alimentándose de lo que los vecinos le dieran. Contentando al animalillo con viandas, los aldeanos se aseguraban esa ansiada protección del santo contra las enfermedades del fuego. Con estos ingresos, la orden sufragaba los gastos de los hospitales que consistían teóricamente en tratar a los enfermos, aunque en muchas ocasiones sirvieron únicamente para engrosar los bolsillos de comendadores avariciosos y frailes desalmados. Romances y libros de visitas demuestran que en el siglo XVI los hospitales antonianos en Castilla dejaban mucho que desear. En esa fecha, algunos de estos centros albergaban un máximo de dos o tres enfermos/as: pobres, mendigos/as, campesinos/as o antiguos/as esclavos/as que recibían tratamiento a cambio de labores de servicio a la orden. Algunos/as regresaban curados a sus lugares de origen y otros/as, los/as que no tenían medios o se ganaban la confianza del comendador, se quedaban de por vida, pero como criados/as.

Como se ha indicado al principio, el edificio de la orden antoniana que actualmente se conserva en la ciudad de Baeza data del siglo XVI. De la segunda mitad de esa centuria son los primeros libros de visita que se conservan. Encargados por la familia Gallo, que tomó las riendas del hospital madre de Castrojériz a mediados de siglo, estos libros, estudiados por Aichinger documentan la lamentable situación en la que se encontraba esta institución. En 1564, el visitador pidió que se pusieran cuatro camas; sin embargo, nueve años después, éstas aún no se habían colocado. Parece que la situación había mejorado en 1587 porque en el hospital había incluso enfermos. El visitador anotó en ese año que albergaba a tres: una negra de nombre Juana, anciana y con un pie amputado; un negro que había perdido los dos pies y una esclava blanca “donada” por su antigua dueña. A finales de siglo, en 1596, como indica la documentación consultada por Carmen Argente, había un asalariado, un médico, un cirujano, un boticario y un barbero; casi más personal que pacientes. Las visitas de años posteriores no indican que hubiera muchos más enfermos: en 1606, se registran dos niños con miembros amputados que dormían en camas sin sábanas. A mediados del siglo XVII mejoró la situación, pues el visitador anotó que había dos camas, dos toallas y dos manteles, y hasta un armario con medicinas. Por aquel entonces el comendador de Baeza era Alonso de Gutiérrez.

A finales del siglo XVII, las visitas registran la magnificencia del hospital y de su iglesia sin indicar el número de enfermos ni explicar cuál era su origen, condición social o sexo. El visitador se limitó en 1695 a describir los objetos que decoraban la iglesia (relicarios, lámparas y peanas) o los vestidos que guardaba el comendador en su arca. Registró igualmente el valor total de la encomienda: 110.701 reales, y el número de cerdos que la orden poseía por aquel entonces: 106. A mediados del siglo XVIII, estos animales ya eran 200, en la iglesia había un altar nuevo con una imagen de San Antón en piedra y, además, según indica el visitador, el comendador había añadido una torre nueva al edificio. En la documentación de la visita se dice que en el hospital se atendía a enfermos, pero sin especificar más. En cambio, sí se sabe la identidad de los dos cirujanos que trabajaron en el hospital de Baeza entre 1758 y 1766. Éstos eran Manuel Suárez y Bartolomé Paz Serrano que, por sus servicios (probablemente amputaciones), eran agasajados cada año con “un cerdo gordo”, tal y como cita Wolfram Aichinger.

El hospital de Baeza, como tantos otros de la orden antoniana en España, entró en decadencia a finales del siglo XVIII. La orden se extinguió en 1791. Los bienes de la orden de Baeza fueron cedidos al monasterio de la Concepción y el edificio del hospital se destinó a la acogida de niños expósitos. La iglesia fue demolida en el siglo XIX. Actualmente el antiguo edificio del hospital es sede del Archivo Histórico Municipal.

 

Autora: Laura Oliván Santaliestra


Bibliografía

AICHINGER, Wolfram, El fuego de San Antón y los hospitales antonianos en España, Viena, Turia-Kant Verlag, 2009.

ARGENTE DEL CASTILLO OCAÑA, Carmen, “La orden hospitalaria de San Antón en la diócesis Baeza-Jaén”, en Cuadernos de estudios medievales y ciencias y técnicas historiográficas, 2-3, 1974-75, pp. 37-57.

MANZANARES, Juan, “Hospital de San Antonio Abad”, blog: Baeza: fotografía e historia, 28 de enero de 2016. Disponible en línea.

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