Desde la perspectiva etimológica “expósito” viene del latín ex-positum, cuyo significado literal es “puesto afuera”. Más allá del origen de la palabra, su significación histórica viene paradójica y perfectamente recogida en los diccionarios de los siglos XVII y XVIII. El primero del léxico castellano, Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias (1611), refleja la penosa situación de estos infantes: asesinados, en muchos casos por sus propios padres y abuelos, o arrojados, en la mejor de las circunstancias, a las puertas de iglesias o a la intemperie de los campos. El motivo esgrimido para tales atrocidades era la preservación de la honra familiar -extensible a sectores tanto pudientes como desfavorecidos-, o de la propia vida de los progenitores, al ser fruto del pecado, en tanto nacidos fuera del matrimonio. En esta particular y certera definición encontramos también un catálogo sobre la variada alimentación de estos menores a cargo de personas del campo quienes, apiadadas de estas criaturas, las colocaban junto a las ubres de cabras u ovejas para lactar o se valían de un catálogo de animales (hoy execrables para la nutrición infantil) desplegado con detalle por Covarrubias:

EXPÓSITO: El niño que ha sido echado de sus padres, o de otras personas en los campos o en las puertas de los templos desamparándolos a su ventura: y de ordinario son hijos de personas que padecerían sus honras, o sus vidas si se supiese cuyos son. A otros los han mandado echar a las fieras sus mesmos aguelos, o matarlos: y los que llevaban comisión desta crueldad por no executalla en todo y por todo, ensangrentando sus manos en los inocentes, se los dexavan en los mones y en las cuevas: y de ordinario los criaban pastores, allegándoles a las tetas de las cabras, y de las ovejas. Y de aquí ha nacido tanta variedad de criança en los expósitos, sustentados de las cabras, de las ovejas, de las vacas, de las yeguas, de las perras, de las lobas, de las ossas, de las serpientes, de las abejas, de las palomas, de los cuervos &c.

El Diccionario de Autoridades de 1732, refleja la misma situación de desamparo a favor de la preservación del honor, aunque aparece la pobreza como causa del abandono, siendo “hijos de la vergüenza” pero también, y en gran parte, “hijos de la pobreza”. Además, un nuevo destino se señala para estas criaturas, más generalizado en la centuria de la Ilustración: las casas-cuna o inclusas:

EXPOSITO, TA. adj. En lo literal significa echado y puesto al público; pero comúnmente se toma esta palabra por el niño o niña que han sido echados sde sus padres, o por otra persona a las puertas de las Iglésias, de las casas y otros parages públicos, o por no tener con que criarlos, o porque no se sepa cuyos hijos son. En diferentes Ciudades hai Casas y Hospitales públicos, erigidos para recoger y criar estos niños, los quales se llaman de los Expósitos. En Toledo le intitulan de la Piedra, por la que está destinada en un nicho para que allí los pongan, y en Madrid se llama la Inclusa.

El fenómeno del abandono infantil, tibio en el siglo XVI, alcanza unas cifras escandalosas en los siglos XVII y XVIII, especialmente en Andalucía. Así lo señala el pionero trabajo de Álvarez Santaló, publicado en 1980 y dedicado a los expósitos de Sevilla. Las cifras de ingreso y defunciones son realmente terribles y generalizadas en todo el sur peninsular.

Centrándonos en el siglo XVIII, cuando abundan los estudios sobre el tema, vemos, por ejemplo, cómo la cuna sevillana registra un ingreso de 28.000 criaturas para toda la centuria (media anual de 282) con una mortalidad del 79,7%. En Córdoba, las series de 1786 a 1790 suman un ingreso de 755 y una tasa de mortalidad del 53,2%. Lucena, con 669 expósitos recogidos entre 1780-1790, alcanza una mortalidad del 83%. En el quinquenio 1786-1790 la tasa de decesos se distribuye así: Málaga (donde las entradas ascienden a 1.301) un 76,2%; Cádiz un 70%, Granada un 80,4% y Guadix un 65% . Por último, en la provincia de Jaén las cifras son aún más alarmantes. En efecto, si en Andújar de las 1.319 criaturas recogidas en el siglo XVIII mueren el 81,27%, en Úbeda de los 6.416 menores contabilizados en su casa-cuna, desde 1665 a 1788, ni uno solo llega a edad adulta, según las estimaciones de Adela Tarifa Fernández.

Debe apuntarse el vacío de información que existe para la actual provincia onubense pues -salvo la historia de la cuna de Ayamonte con una mortalidad del 88,35% a finales del XVII-, no sabemos mucho de la infancia abandonada, pudiendo afirmar que en la misma Huelva no hubo fundación estable dedicada plenamente al cuidado de estas criaturas. A falta de estudios cuantitativos no podemos dejar de señalar la importancia de la casa de expósitos de Almería, fundada y agregada en 1670 al Hospital Real de Santa María Magdalena. Si bien las investigaciones sobre el alarmante fenómeno de la exposición infantil durante el Antiguo Régimen se van multiplicando, faltan estudios globales dedicados a las inclusas andaluzas, aunque sí existen trabajos para el conjunto de España muy interesantes como el de Pérez Moreda (2005) o el de Carmen Sarasúa (2021); estudio este último del cual rescatamos un mapa (p.17) donde puede apreciarse claramente la mayor densidad de casas cunas en el sur peninsular y, por consecuencia, el mayor abandono infantil en el actual territorio andaluz.

El crecimiento del número de criaturas abandonadas en la segunda mitad del siglo XVIII coincide con la disponibilidad de datos, gracias a la encuesta remitida por el Consejo de Castilla, el 6 de marzo de 1790 a los prelados de España para informar sobre la situación de las casas de expósitos en sus diócesis, a raíz de la denuncia formulada en 1789 por el tratadista antequerano Antonio Bilbao en su señera obra: Destrucción y conservación de los expósitos. Idea de la perfección de este ramo de policía. Modo breve de poblar la España.

De la antedicha consulta se desprende también datos muy significativos, permitiendo afirmar que en Andalucía fueron, fundamentalmente, cofradías de laicos las encargadas, a comienzos de la Edad Moderna, de ofrecer asistencia a esta infancia abandonada, amparadas por los cabildos catedralicios de las cabezas de diócesis, e intituladas bajo la advocación de “San José”, de “Nuestra Señora del Amparo” o de “la Caridad”. Algunas inclusas consiguieron superar las dificultades económicas y mantenerse en el tiempo con sus propias dependencias, mientras que otras fueron agregadas a hospitales ya constituidos y en funcionamiento. Así ocurre en Antequera y Ronda, donde la Orden de San Juan de Dios se hace con el gobierno de los Hospitales Generales de ambas localidades (1667 y 1683, respectivamente), asumiendo el cuidado de expósitos pese a no contemplarse en el ministerio de esta orden religiosa masculina.

Lo cierto es que las cifras de defunciones y la crueldad del relato desprendido de las consultas realizadas en 1790, tienen un efecto legislativo alentado por las políticas mercantilistas y utilitaristas del siglo XVIII, decididas a acabar con esta sangría demográfica y preservar la vida de potenciales súbditos y contribuyentes al Estado. Aunque había antecedentes en este sentido -como la ley promulgada el 22/XII/1677, por la cual se establecía una casa para expósitos y huérfanos en Cádiz, a fin de formarles de cara a su ingreso en la armada-, lo cierto es que será en el reinado de Carlos IV cuando vemos una verdadera materialización de este cambio de pensamiento. En consecuencia, por el Real Decreto de 23/I/1794 se legitiman a estas criaturas intentando borrar el estigma del pecado que les incapacitaba para ejercer oficios civiles, en caso de sobrevivir a la infancia, condenando a quienes les insultasen o castigasen por su condición de nacimiento ilegítimo. Más allá va el Real Decreto de 11/XII/1796 al establecer un ordenamiento de las casas-cunas, obligando a mantener una principal en la capital de todas las diócesis y dividendo estas últimas en demarcaciones con una casa en cada una de ellas, al frente de las cuales debía quedar un párroco o persona eclesiástica para supervisar y controlar a las amas de cría, la ropa de las criaturas y demás gastos derivados de su cuidado.

Aunque este marco normativo impulsó la apertura de nuevas inclusas y consolidó ingresos en algunas de ellas, la precariedad de la crianza ofrecida en estos establecimientos se mantuvo durante todo el Antiguo Régimen, incluido el siglo XIX, donde se alcanza el valor más extremo con dos millones de menores expuestos. Cientos de miles de pequeños seres humanos que nacían para morir inmediatamente, conmovieron a numerosos tratadistas y propiciaron mandatos desde los gobiernos centrales, pero la realidad siguió siendo la misma relatada por Antonio de Bilbao en el último decenio del siglo XVIII: mueren de hambre a racimos, no lo ocultemos, como se estrujan las uvas en el lagar. Una denuncia que resumen sentenciosamente historiadores de la talla de Domínguez Ortiz: las cifras conocidas asustan, las ignoradas, aunque presentidas, horrorizan, o Pérez Moreda, al afirmar que el estudio de la infancia abandonada es la historia de un lento y silencioso holocausto de varios millones de criaturas en los últimos casi cinco siglos de nuestra historia.

Más halagüeñas son las consideraciones de Carmen Sarasúa sobre el papel de las casas-cuna, poniéndolas en valor al ser las únicas instituciones dedicadas a la acogida de la población más vulnerable como eran los expósitos; la únicas con la que contaron muchas mujeres pobres, y por extensión sus familias, para su sustento gracias al salario como amas de cría. A las puertas de las inclusas llegan viudos, incapaces de ocuparse de la crianza de su prole, o mujeres desesperadas para dar a luz y brindar una esperanza de vida a su criatura. Había, al menos, una puerta a la que tocar, aunque durante mucho tiempo nadie se preocupó de lo que ocurría de esa puerta para dentro. Desde lo local a lo general, tanto en Andalucía como en el resto del país, queda mucho por avanzar en la investigación de la infancia abandonada y de las instituciones encargadas de su acogida, en torno a las cuales se tejieron redes de solidaridad y dependencia económica, capaces de vincular a las ciudades con el entorno rural más inmediato, e incluso dentro de las grandes urbes, a su epicentro con los barrios más deprimidos.

 

Autora: Milagros León Vegas


Bibliografía

ÁLVAREZ SANTALÓ, León Carlos, Marginación social y mentalidad en Andalucía occidental: expósitos en Sevilla (1613-1910), Sevilla, Junta de Andalucía, 1980.

DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio,Los expósitos en la Edad Moderna: la obra de Antonio Bilbao”, en ROMERO REDONDO, Agustín (coord.): Les problemes de l’exclusion en Espagne (XVI-XVII siècles): ideologie et discours, París, Presses d l’Université de Paris-Sorbonne, 1983,  pp. 167-176.

FUENTE GALÁN, María del Prado, de la, Marginación y pobreza en la Granada del Siglo XVIII: los niños expósitos, Granada, Universidad de Granada, 2000.

PÉREZ MOREDA, Vicente, La infancia abandonada en España (Siglos XVI-XIX), Madrid, Real Academia de la Historia, 2005.

SARASÚA, Carmen (ed.), Salarios que la ciudad paga al campo. Las nodrizas de las inclusas en los siglos XVIII y XIX, Publicacions de la Universitat d´Alancant, Alicante, 2021.

TARIFA FERNÁNDEZ, Adela, Marginación, pobreza y mentalidad social en el antiguo régimen: los niños expósitos de Úbeda (1665-1788), Granada, Ayuntamiento, 1994.

 

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