La Granada recién conquistada precisaba de todo tipo de edificios religiosos, como símbolo del nuevo poder imperante y a la vez con la funcionalidad requerida por las distintas misiones de la Iglesia. No era la menor de ella la atención a pobres y enfermos. Si bien la ciudad contó con algunas fundaciones reales en este campo, paralelamente se implicó en ella la Iglesia, erigiendo y sosteniendo una red diocesana de hospitales que se encontraban lógicamente bajo el regio patronato y cuya fundación más sobresaliente fue el hospital de Santa Ana o de la Encarnación (1492), el principal de la diócesis.

Pero en las décadas siguientes florecieron muchos otros por iniciativa particular (Peregrinos, Navas, Santa Cruz, Misericordia), confraternal (Corpus Christi, Caridad y Refugio, San Sebastián, Arte de la Seda, Nuestra Señora de las Angustias) o regular (San Juan de Dios). Hospitales que tuvieron una vocación abierta en muchos casos, al admitir, aunque con limitación de algunas enfermedades contagiosas, a pacientes de la más diversa procedencia en el ejercicio de una caridad sin restricciones, como ocurrió con el de la Caridad y Refugio, que llegó a constituir durante siglos el hospital para mujeres de la diócesis. La primera sede de la hermandad estuvo en el convento de Santa Cruz la Real, pero en 1532 ya estaba establecido en la calle Elvira, donde comenzó a funcionar el hospital.

Encabezaba la corporación el hermano mayor elegido anualmente, cada 28 de diciembre. Además, había un rector, siempre un sacerdote, en quien recaía la dirección espiritual y la gestión del hospital. El hermano mayor podía elegir hasta seis consiliarios (seises) y contaba con un mayordomo para los aspectos económicos, junto a un escribano, por lo general a sueldo. El orgullo de pertenencia a la hermandad se manifestaba, entre otras cosas, en la libertad de admitir o no a cada nuevo miembro mediante el método de “habas negras y blancas”. Cada nuevo congregante aportaba una limosna generosa y prometía una manda testamentaria. De este modo la capacidad económica se unía al indisociable binomio linaje-virtud.

El alma del hospital era ciertamente la Hermandad de la Caridad y Refugio, establecida formalmente en 1513 a iniciativa de D. Diego de San Pedro y D. Gaspar Dávila, aunque data en realidad de algunos años antes; en 1525 se hacía cargo del socorro de presos pobres que venía practicando la confraternidad de sacerdotes de San Pedro ad vincula. Aunque sin norma escrita, la hermandad fue considerada siempre nobiliaria, por la condición de sus miembros, limitados al número de ochenta. Y la alcurnia no era óbice para la práctica limosnera callejera con la que sostener la institución, una vez al año, o para la visita semanal a la cárcel de la ciudad.

Otro de los servicios ofrecidos a mujeres, desde la óptica paternalista de la protección, era la concesión de dotes (cinco mil maravedís en cada caso, subidos a veinte ducados en 1582) para el matrimonio de mujeres “pobres, honestas y virtuosas, nacidas de legítimo matrimonio, libres, y que no hubiesen sido ni fuesen siervas, ni moças de soldada, y que tuviesen más de diez y seis años, e hijas de vezinos de Granada y de sus arrabales”. Una caridad, por tanto, ordenada en lo moral, en lo social, en lo local. El mismo espíritu que alimentó la implicación de la hermandad en el Colegio de las Doncellas (1612-1639).

En cuanto a la cárcel, hasta donde podían rescataban a presos por deudas y contribuían a la alimentación de los encarcelados un día o dos de la semana (“los viernes… se a de dar de comer pan y pescado, o en lugar de pescado habas”). Durante un tiempo también distribuyeron por Navidad 200 ducados entre tres pobres. Y por esas fiestas se repartían manteles de paño a mujeres pobres; ocasionalmente, en vísperas de Semana Santa, sirvieron comidas multitudinarias para necesitados, en número de 900 en 1641. Un nuevo legado, ya a comienzos del siglo XVIII, contribuía económicamente con los frailes trinitarios en el rescate de cautivos. Suma y sigue.

En realidad era un compromiso con todas las obras de misericordia, de forma que las actuaciones de los hermanos, dentro de la más cabal ortodoxia católica, beneficiaban tanto o más a los benefactores que a los beneficiarios, aquejados éstos de “todo genero de necesidades de pobres vivos, y difuntos, exercitando todas las obras de caridad, y misericordia, vistiendo desnudos, curando enfermos, sacando presos de la carcel, rescatando cautivos, casando huerfanas, y enterrando muertos asi ajusticiados, como ahogados en los rios, y de otras muertas desastradas, o naturales, tan desamparados que no tuviesen caudales”.

Por eso, cuando en la corte se fundó la Hermandad del Refugio (1618), la de Granada se acogió a ella, pero más por el relumbrón de la cercanía regia que por las obras de caridad, que ya la congregación granadina practicaba con profusión desde un siglo antes. Se cuentan hasta doce hermandades del Refugio vinculadas a la madrileña en toda la geografía española, cuatro de ellas en suelo andaluz: la de Sanlúcar de Barrameda (desde 1635), bajo los auspicios de los duques de Medinasidonia, la de Granada (1639), la de Antequera (1642) y la de Motril (1644). Gracias a este hermanamiento se conocen algunos datos de la congregación granadina, por ejemplo, en 1641 atendió a 1.687 pobres, entre enfermos, ancianos y vergonzantes.

Para todo ello se necesitaban rentas suficientes. Líder económico, y con mucho, entre las cofradías granadinas según los datos consignados en el Catastro de Ensenada, la de Caridad y Refugio declaraba casi 40.000 reales anuales de rentas fijas (casi 28.000 en realidad libres de cargas), procedentes de casas, tierras y censos. Contaba además con diversos patronatos de legos para actuaciones asistenciales concretas. Todo un entramado material al servicio de la caridad, que se vio quebrantado desde la Desamortización de Godoy (1798) y a lo largo del siglo XIX. En este sentido sólo le superaban dotacionalmente en Granada, lógicamente el Hospital Real, el de la Encarnación y el de San Juan de Dios. Y de ese modo sobrevivió en solitario a los intentos racionalizadores de “reunión” de hospitales.

Sin duda la garantía de permanencia de la hermandad fue el hospital, que contaba con una nutrida plantilla de médico (giraba visita por las camas mañana y tarde), cirujano, barbero, enfermeras, personal subalterno, etc. Todo lo supervisaba el rector, que en el hospital residía y al que ponían muchas trabas para ausentarse. Recibir a las enfermas, entregarles el ajuar de cama, custodiar sus escasos bienes, dirigir al personal, supervisar a diario (cuatro veces al día) la atención recibida por las pacientes, celebrar la eucaristía y administrar los sacramentos, enseñar la doctrina, cumplir con el alma de las difuntas… se cuentan entre sus cometidos. Desde 1690 contó con un vicerrector, clara señal de la dimensión de su trabajo y responsabilidad.

En su origen el hospital tuvo doce camas para mujeres con calenturas y tres para incurables; se excluían heridas y aquejadas de “mal francés”. Un legado añadió otras seis camas en sala parte para convalecencias con duración máxima de ocho días. Pero a finales del siglo XVIII el hospital alcanzaba ya las treinta camas y en ocasiones rozó las cuarenta. Frente a lo que pudiera pensarse en un hospital del Antiguo Régimen, los saldos curativos eran extraordinarios: en 1763 se atendió a 761 enfermas y 688 convalecientes; se contaron tan sólo 45 fallecidas en el hospital.

El patrimonio pictórico de la corporación resulta significativo, con obras, entre otros autores, de Juan de Sevilla y Pedro Atanasio Bocanegra, algunas con temas tan sugerentes como la cena de Emaús, la comida de la sagrada familia, el milagro de los panes y los peces o San Juan de Dios dando limosna, que evidencian un programa iconográfico muy específico y estudiado. La iglesia del hospital era el centro de las principales celebraciones de la hermandad. En ella se colocó el Santísimo Sacramento en 1615 y destacaban las funciones del día de los Inocentes, Bodas de Caná, San Juan Bautista, Purísima Concepción y Asunción de la Virgen María, así como los oficios de Semana Santa y la festividad de los Difuntos. Cotidianamente se celebraba la misa para las enfermas, así como el cumplimiento de memorias de sufragios encargadas a la hermandad.

Por su céntrico enclave y su eficiencia sanitaria fue elegido este hospital para las reuniones de la Real Academia de Medicina de Granada. La deriva patrimonial del siglo XIX se soslayó en parte por con la invitación a asistir el hospital a las hermanas de la caridad de la Sociedad de San Vicente de Paúl (1861), sujetándose a las leyes de beneficencia y en lo administrativo a la Diputación Provincial de Granada. La remodelación urbanística del centro de la ciudad y las nuevas pautas para el establecimiento de hospitales aconsejaron abandonar el viejo inmueble de la calle Elvira hacia 1915 y su traslado a una extensa finca en el callejón de Pretorio. El nuevo edificio, proyectado por Fernando Wilhelmi, se inauguró en 1921. Allí se acogieron heridos de la guerra de Marruecos y más tarde de la Guerra Civil. Desde 1945 es una residencia de ancianas, que mantiene con vigor hasta hoy su vocación asistencial.

 

Autor: Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz


Bibliografía

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