El aceite de oliva es uno de los productos secularmente más exportados desde Andalucía. Conocemos por Estrabón que el mejor aceite de calidad que se extraía en grandes cantidades en el siglo I d.C. provenía de Turdetania. Según las investigaciones sobre la distribución geográfica de las ánforas itálicas, no sólo abastecía el mercado de Roma, donde se formó el monte Testuccio con los restos de 25 millones de ellas, sino los campamentos militares romanos en Europa, como los de las Islas Británicas donde su presencia alcanzó un gran nivel en el siglo II d.C. Se calculan unas 13 tm las que se cargaban hacia el exterior en el puerto hispalense. También fue el principal producto exportado desde el emirato y el califato de Córdoba en los siglos X y XI, y tras un periodo de deterioro causado por la inestabilidad de la época Taifa, Sevilla tomará el relevo convirtiéndose en el principal centro comercializador del aceite, protagonismo que mantuvo tras la conquista cristiana. Según Ibn Idari (s. XII), el aceite alcanzó tal importancia que atrajo el interés de comerciantes pisanos y genoveses, que lo enviaban por mar y tierra hacia oriente y occidente.

Tras la conquista castellana de la Baja Andalucía a mediados del siglo XIII, estas rutas internacionales crecieron y se asentaron, manteniéndose, pese a altibajos, a lo largo de los siglos siguientes. El tratado anglo-castellano de 1254 asentó las futuras relaciones comerciales entre ambos países, y los registros portuarios ingleses de los siglos XIV y XV, demuestran la continuidad de la presencia del aceite de oliva andaluz en Inglaterra. Por su parte, la extracción de aceite a Flandes está documentada al menos desde 1358 en que el regidor hispalense Fernán García de Santillán lo exportaba. Por las mismas fechas, el rey francés Carlos V reguló en 1364 las relaciones con los comerciantes castellanos, que incluían las exportaciones de lana y aceite para lavarla, facilitadas por la guerra de los Cien Años que obstaculizó las importaciones de lana inglesa. Como consecuencia, desde el siglo XIV hubo presencia extranjera en los puertos del reino de Sevilla -sobre todo genoveses y florentinos, pero también flamencos, franceses e ingleses-, y desde la conquista del reino de Granada los genoveses que controlaban los lavaderos de Huéscar, Caravaca y Villanueva de la Fuente serán los mayores exportadores, no sólo de lana lavada sino de aceite.

En el siglo XVI, la producción de aceite se incrementó merced a las nuevas plantaciones en tierras baldías y pastizales, sobre todo en zonas ya olivareras de los Alcores y la campiña sevillana (Carmona, Écija, Estepa…) y la baja campiña cordobesa (La Rambla). En el reino de Jaén el olivar comenzó a tener presencia significativa, que no hará más que incrementarse en los siglos siguientes. Este aumento de la producción oleícola está en relación con el crecimiento demográfico (alimentación, iluminación, culto…), pero sobre todo con la demanda para su utilización en los procesos de la fabricación de jabón y del lavado de lanas como desengrasante y suavizante. Pese a que gran parte de la lana se exportaba ya lavada desde los lavaderos de Granada, Córdoba y Écija fundamentalmente, también se exportaba aceite en dirección de los lavaderos segovianos y extremeños, y sobre todo a Italia y el norte de Europa, como más adecuado para las lanas finas mesteñas, que las linazas o el aceite de bacalao, que solían utilizar para lanas más bastas. Por ello, la exportación del aceite estuvo unida a la de la lana castellana, y su incremento al de las pañerías de las diferentes potencias textiles. La dependencia de las necesidades de las pañerías europeas, hacía sufrir a este comercio todas las circunstancias de la política exterior, con sus secuencias de guerras, capturas, licencias y prohibiciones.

A este mercado vino a unirse el americano. Según cálculos de García Baquero con datos de Chaunu y García Fuentes, las exportaciones de aceite a las Indias alcanzaron en el sigo XVI las 200.000 @ anuales, procedentes del Aljarafe y la Campiña fundamentalmente. Las cifras globales indican un gran retroceso entre la década de los ochenta del siglo XVI y la segunda mitad del siguiente, pasando de 20.000 a 6.000 @ anuales. Para el siglo XVII las exportaciones con este destino sumarán las 283.359 @ y para los años 1720-1751, 414.489 @. Este tráfico supondrá una seguridad para productores y comerciantes, dada la inseguridad del comercio europeo.

Los años de paz de comienzos del siglo XVII facilitaron el comercio con Europa. La Relación de Aduanas de Sevilla de 1618, con datos referentes a 1604, permite ver que el aceite constituía el primer producto exportado, siendo el resto sobre todo reexportaciones. Pero tales exportaciones de aceite y lana al norte de Europa se vieron afectadas por el estado de guerra casi permanente con unas y otras potencias. La decadencia de las pañerías italianas añadió igualmente dificultades a la exportación de aceite, lo que, junto a la gran pérdida poblacional de mediados de siglo, provocaron el retroceso de la producción olivarera. Los enfrentamientos con Francia fueron casi continuos desde los años treinta, pese al breve período de tregua tras la Paz de los Pirineos de 1659, en la que se dieron facilidades al establecimiento de comerciantes franceses en las plazas mercantiles españolas, aunque las necesidades de las pañerías galas encontraron diversas vías, lícitas o no, para cubrir sus necesidades. Los acuerdos con las Provincias Unidas tras la Paz de Münster de 1648, reconociendo la independencia de éstas, y con Inglaterra en 1667, tras el periodo de enfrentamientos desde la subida al poder de Cromwell, favorecieron las buenas relaciones mercantiles, mantenidas por el enfrentamiento común a la política expansionista de Luis XIV. Tras el estancamiento de los primeros decenios del siglo XVIII debido a la Guerra de Sucesión, en los años treinta se inició un despegue, pese a que las exportaciones seguían la línea sinuosa de las relaciones exteriores de la monarquía española con las otras potencias.

El Setecientos fue el gran siglo de la regulación de la exportación del aceite. Como alimento básico, el aceite de oliva era sujeto de una estricta regulación para evitar escasez, altos precios y baja calidad para el consumo local, dada la exigencia de los compradores extranjeros de que el aceite que recibían fuese de “buen olor, color y sabor”. Tras el asiento que en 1554 hizo al rey, el gobierno municipal de Sevilla, obtuvo una real cédula de privilegio sobre varios particulares y entre ellos el de que conociese privativamente y con inhibición la Real Audiencia en todos los puntos de su gobierno económico, abastos, mantenimiento y posturas. De resultas de ello, la Junta del Abasto del Aceite se ocupaba de todos los temas relacionados con este ramo y regulaba las licencias y prohibiciones de saca de aceite del reino según las necesidades, de manera especialmente exigente hasta los años 60 del siglo XVIII. Las medidas liberalizadoras del comercio del aceite y la concesión de licencias de sacas que respondieran a esta demanda, encarecieron su precio en Andalucía y se bordeó el desabastecimiento, causando protestas generalizadas. Pese a ello, el crecimiento de la demanda exterior al compás del desarrollo de las pañerías europeas incentivó la inversión en la extensión de su cultivo, como puso de manifiesto Jovellanos, siendo ministro de la Audiencia de Sevilla, en su informe de 1775: “La cosecha del aceite forma un ramo casi tan considerable y tan digno de atención del gobierno, como la del trigo…”.

El aumento de superficie continuó durante el siglo XIX, que en su segunda mitad vio incrementada la demanda internacional debido a las necesidades de lubricante de los países industrializados, aunque fue superada por la demanda doméstica, fundamentalmente para usos no alimentarios. La competencia de los aceites de semillas y otras grasas provocó una crisis finisecular que terminó en la segunda década de la siguiente centuria con una nueva expansión hasta el freno de la guerra civil, el periodo franquista y la pérdida de mercados internacionales. La entrada de España en la Comunidad Europea en 1986 supuso un nuevo impulso a la modernización del olivar por medio de las ayudas de la PAC, con tal resultado que el olivar se convirtió en el agrosistema más representativo de Andalucía.

 

Autora: Mercedes Gamero Rojas


Bibliografía

CHIC GARCÍA, Genaro, “El aceite y el vino de la Bética entre el prestigio y el mercado”, en De vino et oleo Hispaniae. An Murcia, 27-28, 011-2012, pp. 331-337.

GAMERO ROJAS, Mercedes, “Exportación de aceite desde Sevilla en la primera mitad del siglo XVIII”, en IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, GARCÍA BERNAL, José Jaime y MELERO MUÑOZ, Isabel María (eds.), Ciudades atlánticas del sur de España. La construcción de un mundo nuevo (siglos XVI-XVIII), Sevilla, Universidad de Sevilla, 2021, pp.143-164. Disponible en línea.

GARCÍA-BAQUERO GONZÁLEZ, Antonio, “América y el comercio de productos agrícolas mediterráneos en los siglos XVI-XVIII”, en MORILLA CRITZ, José, GÓMEZ-PANTOJA FERNÁNDEZ-SALGUERO, Joaquín y CRESSIER, Patrice (eds.), Impactos exteriores sobre el mundo rural mediterráneo: del Imperio Romano a nuestros días, Madrid 1997, págs. 323-346.

GARCÍA FUENTES, Lutgardo, El comercio español con América, 1650-1700, Sevilla, 1980.

IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, El comercio de productos agrarios en la bahía de Cádiz a fines del siglo XVII¨, en IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, GARCÍA BERNAL, José Jaime y MELERO MUÑOZ, Isabel María (eds.), Ciudades atlánticas del sur de España. La construcción de un mundo nuevo (siglos XVI-XVIII), Sevilla, Universidad de Sevilla, 2021, pp. 113-142.

ZAMBRANA PINEDA, Juan Francisco “De grasa industrial a producto de mantel: transformaciones y cambios en el sector oleícola español, 1830-1986”, en Revista de Historia Industrial, 18, 2000, pp. 13-38.

Visual Portfolio, Posts & Image Gallery para WordPress