La presencia de súbditos de la corona de Aragón está atestiguada desde la conquista de la Andalucía Occidental como se puede observar en los repartimientos de la ciudad de Sevilla en 1248 (algo análogo a otras ciudades como Cádiz o Jerez de la Frontera). Las relaciones conflictivas bajomedievales entre Castilla y Aragón marcarían la ida y venida de las colonias mercantiles de ambas coronas. Así, a partir de la segunda mitad del siglo XV, las relaciones se intensificaron dada la crisis económica desatada en Cataluña y el progresivo traslado de los intereses hacia el Atlántico, convirtiendo a Sevilla (y los puertos andaluces) en escala obligada entre Barcelona y Valencia, y Amberes y Londres. Por esta razón, se instalaron Consulados y barrios netamente poblados por oriundos de la región levantina en diferentes ciudades de la Andalucía occidental (Sevilla, Algeciras, etc.) que permitieron el desarrollo de las actividades mercantiles y la conexión entre el Mediterráneo y el Atlántico.

Se hacen patente así dos formas de integrarse en la sociedad andaluza, por un lado, aquellos que acudían con sus familias y oficios con el objeto de repoblar campos y ciudades tras la conquista castellana, y por otro lado, mercaderes que pasaban un determinado tiempo para realizar los diferentes negocios y encomiendas que tuvieran pendientes. A veces, estas situaciones provocaron la simbiosis con la población y la desaparición de su condición como naturales del reino de Aragón.

La presencia de los mercaderes de la corona de Aragón en la baja Andalucía no fue numerosa, pero destacó en la conformación de la nueva economía atlántica. De esta manera, participaron en la unión de los mercados africanos y europeos desde mediados del siglo XV hasta la crisis socioeconómica que sumió a Cataluña y Mallorca principalmente, convirtiendo a Valencia en el principal puerto hasta las Germanías. Así productos como el cuero, el pescado, el arroz, los frutos secos o el azúcar destacaron como mercancías de ida y vuelta. Incluso algunos participaron en las conquistas de La Palma y Tenerife llegándose a constituir en terratenientes isleños. Experiencia que les permitió participar en la llamada Carrera de Indias asentándose en Sevilla y Cádiz (y bahía) para sortear el monopolio concedido a la ciudad hispalense en 1503 (aunque su presencia previa estaba más que constatada en el solar bajoandaluz). Así, fueron transitando hacia el Nuevo Mundo a veces para regresar, y otras de manera definitiva, como mercaderes pero también como conquistadores, convirtiéndose a la postre  en oligarcas de Santo Domingo, Cuba, San Juan de Puerto Rico y México como podemos ver en los casos de los Trías, Font, Pedrálvarez, Soldevila o Joven.

De esta manera, el ámbito de la Baja Andalucía se convirtió en un reclamo para los habitantes de la corona de Aragón al igual que para el resto de europeos tal y como apuntaba Tomás de Mercado durante el reinado de Carlos V:

…vemos que naturales y extranjeros envían aquí sus factores, que tratan con su hacienda y negocian como si no fuese ajena  sino propia: los alemanes, los flamencos, los italianos; de dentro del reino los burgaleses, los de Medina, los portugueses, los catalanes, y otras diversas naciones, que tienen en estas gradas personas  que les tratan sus caudales…

Sin embargo, no se ciñeron solo a la Andalucía atlántica, también se introdujeron en los territorios del reino de Granada, que ya frecuentaban durante la etapa nazarí. Podemos ver como se incorporaron a los diferentes repartimientos de Almería, Granada y Málaga en calidad de campesinos, artesanos, etc., pero también mercaderes. Situación que se puede ver en el interés por las sedas y azúcar de época musulmana así como las salazones, el azogue, y otras mercancías destacadas de la región. También el monopolio en los presidios norteafricanos tuvo bastante que ver en ello. Esta situación provocaría la erección de consulados en Málaga y Almería a finales del siglo XV así como la capilla de Monserrat en la Iglesia Mayor de Málaga a inicios del XVI.

Debemos de apuntar que el comportamiento de la población de origen de la corona de Aragón, fue similar al de etapas anteriores, lo que provocó su disolución entre la población local, aunque en este caso, la erección de capillas y hermandades dedicadas a las advocaciones de origen levantino como Monserrat, dejaron un testimonio de su presencia en piedra y madera, no sólo en Andalucía, sino también en su presencia canaria y americana.

El desarrollo de la conquista y explotación de las grandes extensiones americanas, junto con la pérdida de los mercados sicilianos, sardos y napolitanos, así como la revuelta de los flamencos, que acabó con el eje comercial que conectaba Castilla con Flandes provocaría la creación de la ruta dineraria entre el Nuevo Mundo (pasando por Sevilla) y Génova a través las ciudades de Valencia y Barcelona. Este germen daría lugar al camino español y transformaría también la posición de los mercaderes de la corona aragonesa, puesto que centraron sus miradas en el citado circuito, sobre todo en las ciudades de Sevilla y Cádiz. Testigo de este eje del dinero, en el que van a proliferar bancas de origen catalán por toda España, incluida la capital hispalense, es el propio Quevedo con su poesía:

“Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
y es en Génova enterrado”

Situación que continuaría hasta mediados del siglo XVII, en la que la revuelta dels Segadors y la conjura del Duque de Híjar en Aragón, enturbiaron la situación. Así pues la situación se recondujo finalmente al reconocerse como vasallos del rey español, hasta la llegada de la guerra de sucesión española en la que de nuevo el conflicto envolvió a los oriundos de la corona aragonesa al apoyar al pretendiente austríaco.

Durante el siglo XVIII, la situación de los comerciantes en Andalucía fue ambivalente, sobre todo los catalanes, debido a que el reformismo económico permitió el fletamento de barcos desde los puertos levantinos a mediados de 1740, lo que conduciría a la creación de la Compañía de Barcelona, que obtuvo el monopolio del comercio indiano con Santo Domingo, Puerto Rico y Margarita, y en menor medida con otra serie de puertos americanos. Todo ello permitió romper el monopolio del comercio americano del que disfrutaba Cádiz desde 1717. Sin embargo, existía durante esta época una modesta colonia mercantil catalana, en la que se hallaban asociados al Consulado los dedicados al comercio transatlántico, aunque su número posiblemente fuese superior debido a que no todos se dedicaron en exclusiva a este tráfico, incluyendo así el Mediterráneo o norte europeo. Un ejemplo de la diversificación comercial del Setecientos, lo tenemos con el comercio de algodón que se desarrolló en las Vegas de Motril, que servía para abastecer la gran demanda de materia prima que necesita la industria textil catalana. Estas relaciones se intensificaron todavía más si cabe con la llegada de colonos procedentes de Valencia y Cataluña a las Nuevas Poblaciones creadas por Olavide en 1767.

Así pues, el final del siglo XVIII y toda la problemática derivada de la revolución francesa, la posterior Guerra de la Independencia, así como la independencia de la mayoría de las posesiones españolas en América, provocaría una nueva relación entre Andalucía y levante peninsular, dado que ya Cádiz perdería su papel como principal puerto indiano.

 

Autor: Miguel Royano Cabrera


Bibliografía

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