A fines de la Edad Media y comienzos de la Moderna la presencia de portugueses en la bahía de Cádiz era muy elevada. Durante la época de la expansión atlántica de las monarquías ibéricas los contactos marítimos entre los puertos portugueses, especialmente los del Algarve, y el litoral atlántico andaluz eran muy fluidos. Por mar, el sur de Portugal y la Andalucía atlántica constituían espacios íntimamente conectados, de modo que la inmediatez geográfica y la frecuencia de la navegación diluían la frontera entre los reinos. Portugal y Castilla compartían una misma área de expansión en el norte de África y los archipiélagos atlánticos. La competencia entre ambas monarquías por el control de esta zona de influencia no impidió la estrecha relación, unas veces de competencia y otras de colaboración, entre los marinos de una y otra.
En la bahía gaditana existió, como consecuencia, una numerosa colonia lusa a lo largo de los siglos XV y XVI. Hipólito Sancho le dedicó diversos estudios, de los que se deduce que dicha colonia, integrada principalmente por pescadores del Algarve, se concentró de preferencia en El Puerto de Santa María, adonde aquéllos iban a avituallarse, a aprovisionarse de sal y a reparar sus naves. El Puerto se convirtió también en un centro de recluta y aprovisionamiento para los presidios portugueses del norte de África. Debido a ello, iban a existir, al menos desde 1508, factores portugueses que se ocupaban de reclutar tropas, cargar navíos y organizar armadas con destino a los presidios, pero también de obtener información para enviarla a la corte de Lisboa. Destacados personajes portugueses formaron parte incluso del cabildo portuense:
Tal Benito de Benavides (…), regidor que encontramos interviniendo en todos los asuntos de importancia desde 1500 y a quien nada impiden estas ocupaciones cuando llega la hora para acudir en socorro de las plazas africanas, armando un cuerpo de ejército de doscientos hombres juntamente con Bartolomé Ruiz de Quirós, cuando el asedio de Arcila en 1516 y aprestándose a acudir en socorro de Tánger en 1531. Tal ese mismo Bartolomé Ruiz de Quirós, a quien por sus servicios se concedió el hábito del Cristo. Tal Juan de Obedos, curioso personaje mixto de pescador, naviero, agente oficioso de su patria e incluso hombre de guerra, que lo mismo tiene correspondencia con los reyes portugueses que lleva en su navío a los presidios marroquíes a capitanes que allí deben servir, que hace el abastecimiento de aquellas plazas, capitanea en las protestas a sus coterráneos cuando llega el caso, y es tan portugués que hasta difunde la devoción del que por entonces ya es el gran santo lusitano, San Antonio. Tal finalmente Antonio Manso que a su carácter de factor, puesto que desempeña largos años, une otras funciones, y llega a ser alférez mayor de la villa por merced del señor de ésta, afincando en ella y originando un linaje prestamente honrado con título de Castilla (Hipólito Sancho).
El mismo Hipólito Sancho señala la dificultad de fijar con precisión el número de portugueses avecindados en la bahía gaditana en aquellos momentos y señala que buena parte de ellos no lo estaban de manera estable, sino que alternaban períodos de estancia entre Portugal y España. Con todo, la presencia lusa debió ser abundante, a tenor de una protesta que firmaron más de cien maestres de naos portugueses con ocasión del nombramiento de un cónsul de su nación por parte del duque de Medinaceli en 1576. Tan sólo un año después, Luis Bravo de Laguna, en un informe al Consejo de Guerra sobre la situación de las costas de Andalucía occidental, decía que la compañía de milicias de Cádiz formada por los portugueses constaba de 93 hombres, mucho más numerosa que la de los genoveses, integrada por 57.
Para el siglo XVII no disponemos de muchos datos. Sancho de Sopranis opina que a comienzos de la centuria la colonia portuguesa en Cádiz había casi desaparecido, pero con toda seguridad ello no fue así. Más bien debemos pensar todo lo contrario. La unión de las monarquías ibéricas favoreció con mucha probabilidad la movilidad de portugueses hacia la Bahía de Cádiz, un área que en dicho siglo fue adquiriendo cada vez mayor protagonismo en la Carrera de Indias e incrementando su población. En el Archivo Histórico Provincial de Cádiz se conservan hasta 419 testamentos y escrituras de última voluntad correspondientes a naturales de Portugal otorgadas entre 1600 y 1699. Por otra parte, fray Jerónimo de la Concepción señala que, con motivo de las solemnidades organizadas en Cádiz por la jura de los dos cabildos de la ciudad, el civil y el eclesiástico, del misterio de la Inmaculada Concepción, la nación portuguesa erigió un altar que destacó sobre el resto de los dispuestos por otros gremios y naciones, causando el asombro de la población, lo que habla a las claras de la pujanza de la colonia lusa:
En medio de la Calle nueva, destinada al grueso trato de los Mercaderes, causó singular asombro la Nación portuguesa con un Arco triunfal vestido de raso de colores, cuyos dos remates ocupaban dos capillas con celosías de galones de oro, y dentro dos ordenados Coros de primorosa música. Entre las cuales sobre una rica Urna asentado el Arbol de la Vida, daba por fruto nunca manoseado de la culpa a la Reina de el Cielo, aclamada vencedora de infinita turba de Angélicas escuadras.
En el siglo XVIII, la colonia portuguesa de la Bahía de Cádiz disminuyó en número de efectivos. Sin embargo, todavía formaba un sector significativo dentro de la población de origen extranjero de la zona. A tenor de los datos aportados por Collado Villalta para la ciudad de Cádiz, los portugueses eran un total de 33 en 1713, lo que representaba un 4,3 por 100 del total de extranjeros presentes en la ciudad. Posteriormente, su número aumentó: 97 en 1773 (sobre un total de 3.688 extranjeros), 177 en 1791 (sobre un total de 4.659 extranjeros), pero este incremento resultó inferior al experimentado por otros grupos, por lo que el porcentaje que los portugueses representaban en relación a la población extranjera total de la ciudad descendió hasta el 2,6 por 100 en la primera de estas fechas y el 3,8 por 100 en la segunda de ellas.
En la otra ciudad mercantil de la bahía gaditana, El Puerto de Santa María, el vecindario de 1705 contiene sólo 6 portugueses sobre un total de 110 extranjeros, un 5,5 por 100. Sin embargo, en la matrícula de extranjeros de 1791, sobre un total de 767 matriculados, los portugueses eran 34, el 4,4 por 100. Este porcentaje descendió al 3 por 100 en la matrícula de extranjeros de 1794 y a sólo el 0,4 por 100 en la de 1808. En cuanto a sus ocupaciones profesionales, en 1791 los portugueses instalados de forma estable en El Puerto formaban una pequeña colonia dedicada a oficios modestos. Preferentemente se empleaban en tareas artesanales y agrarias, como sirvientes o como barberos y peluqueros. El sector secundario ocupaba al 45 por 100 del total, con oficios como zapatero, pintor, herrador, albañil, cordonero, hilador, curtidor o sastre. El terciario empleaba al 34 por 100; el 20,6 por 100, finalmente, trabajaban en el campo. El nivel de integración de estos portugueses en la sociedad portuense era alto a fines del XVIII. La mayoría de ellos acreditó un elevado número de años de residencia y haber contraído matrimonio en ella. La práctica totalidad, salvo alguna excepción aislada, juraron fidelidad al rey de España.
La documentación parroquial, y especialmente los registros de matrimonio, al consignar la procedencia de los contrayentes (a excepción de la de los viudos que contraían segundas o posteriores nupcias), permite conocer de forma aproximada la evolución de la emigración portuguesa a lo largo del siglo y su distribución regional. Hemos analizado la correspondiente a El Puerto de Santa María, que contiene 158 casos de portugueses casados en esta ciudad entre 1700 y 1800, sobre un total de 1.504 extranjeros (el 5,2 por 100 del total). Portugal aparece así como el tercer país en orden de importancia numérica entre los que suministraron contingentes de inmigración extranjera a la ciudad, tras Francia e Italia. Se trató de una emigración muy mayoritariamente masculina. Con 136 casos, los hombres representan el 86 por 100, frente a un 14 por 100 de mujeres.
La presencia portuguesa, más nutrida en los siglos anteriores como se ha visto, se va a debilitar en El Puerto conforme avance la centuria, según este tipo de registros. Vigorosa aún en las dos primeras décadas del siglo, decae progresivamente, aunque con leves períodos de recuperación en los quinquenios 1725-29 y 1735-39, a lo largo de la centuria.
Un intento de aproximación a sus lugares de origen nos sitúa ante un ligero predominio de los procedentes del Algarve, la más próxima geográficamente a la Bahía, que, con 39 casos, proporciona un 24,7 por 100 del total. Las localidades de Faro (10 casos), Tavira (8 casos), Loulé (4 casos), Castro Marim y Moncaparacho (3 casos) son las que aparecen representadas en un mayor número de ocasiones en los registros matrimoniales portuenses. A continuación, en orden de importancia numérica, se sitúan los inmigrantes procedentes de la ciudad de Lisboa y sus alrededores, en la Estremadura portuguesa y en Ribatejo. En total, representan el 16,4 por 100 de la inmigración portuguesa. Lisboa aparece en 19 ocasiones, de las cuales 8 hombres y 11 mujeres (se invierte, pues, la ratio). Hay que destacar que algunos de los originales de esta capital eran gente esclava de color, debido a que Lisboa mantenía aún, hasta cierto punto, el papel de mercado distribuidor de esclavos negros que había jugado en épocas anteriores. Otras localidades de esta región representadas en las actas parroquiales portuenses son Setúbal, Palmela y Almeirim. Acto seguido figuran los inmigrantes procedentes del obispado de Coimbra, en la Beira Litoral (25 casos, el 15,8 por 100 del total). Localidades como Ferreira, Aveiro, Montemor-o-Velho, Oliveira, Lousa y Pampillosa forman parte de este grupo. Las regiones de Minho y Alto Douro, en el obispado de Braga, aportan 20 casos, el 12,6 por 100, con localidades como Arcos de Valdevez, Vila Real, Viana do Castelo, Freixiel, Monçao, Braga y Arco de Baulhé. A continuación figuran el obispado de Oporto, en el Douro Litoral, con 17 casos (10,7 por 100); el Alentejo (3,8 por 100, con localidades como Évora, Estremoz, Mora y Almodóvar); la Beira Alta (3,2 por 100, con localidades como Gouveia, Almeida y Sao Pedro do Sul); Tras-os-Montes (1,9 por 100) y Alto Douro (0,6 por 100). En 16 casos (10,1 por 100) las actas no aportan el dato de la parroquia de procedencia.
Hasta ahora nos hemos referido a la emigración portuguesa estable. Hay que tener en cuenta, no obstante, que existió además un intenso tráfico marítimo entre Portugal y la Bahía de Cádiz, mejor conocido para fines del siglo XVIII. Así, de mil embarcaciones que entraron en el puerto de Cádiz en el año 1791, 104 eran portuguesas, frente a 180 inglesas, 176 españolas del comercio de América, 162 españolas del comercio europeo, 116 francesas, 90 estadounidenses, 80 holandesas, 41 danesas, 25 suecas, 22 raguseas y el resto de otros países. Se trató fundamentalmente de un tráfico de cabotaje de pequeñas embarcaciones, procedentes sobre todo del Algarve, aunque también de otros lugares de Portugal, que traían a Cádiz productos agrícolas, pescado, materiales de construcción, maderas, cueros y otras mercancías, o que iban o regresaban de pescar. Muchas de ellas venían también en lastre, lo que indica que llegaban para cargar mercancías en Cádiz y llevarlas a Portugal. Este tráfico menor de cabotaje, que apunta a la existencia de un mercado interregional consolidado, ha pasado prácticamente desapercibido, como apunta López Martínez, debido al brillo del gran comercio atlántico internacional.
Autor: Juan José Iglesias Rodríguez
Bibliografía
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