Las ordenanzas gremiales de los distintos oficios manufactureros reservaron algunos de sus capítulos a estipular las formas de acceso a la corporación, los derechos y deberes de cada uno de los agentes intervinientes y el procedimiento para pasar a las categorías profesionales siguientes. Frente a unas escuetas directrices para los oficiales, fue en el escalón inferior para el que esta normativa se expresó con mayor exactitud. La duración de la formación, que varió de acuerdo con la edad y el oficio, el número de aprendices por maestro y, en ocasiones, las obligaciones que debían cumplirse fueron algunas de las cuestiones incorporadas. De esta realidad podría desprenderse que la situación de los aprendices estuvo perfectamente avalada y sujeta al instrumento legal, dejando poco margen de movimiento, al menos, en las materias citadas. No obstante, lejos de cumplirse con escrupulosidad, la distancia entre la norma y la práctica cotidiana fue a veces amplia.

Del mismo modo, en la producción historiográfica europea se identifica un gran interés por los aprendices, aunque posiblemente siga siendo mayoritaria la visión económica e institucional, siendo menos recurrente la aplicación de una perspectiva social. ¿Cuáles fueron sus formas de vida?, ¿cómo fueron sus trayectorias profesionales?, ¿y las vitales?

Existe un gran consenso a la hora de afirmar que la mayor parte de los aprendices se incorporaron a los talleres entre los 12 y los 14 años. Desde entonces, la formación se extendería unos cuatro o seis años de medias según las necesidades del oficio desempeñado. Pero estos datos promedios no pueden esconder toda una serie de casos que, pese a su excepcionalidad, nos trasladan a una realidad más plural. Así, desde los siete años, esa edad de la discreción, los jóvenes pudieron empezar a desempeñar distintas labores, bien en el interior de su propio hogar, asimilando los conocimientos artesanales en los que se ocupaba la familia, o bien incluyéndose en el de algún maestro ajeno, especialmente cuando su progenitor había fallecido.

En otros casos, por el contrario, podemos llegar a encontrar aprendices registrados con edades verdaderamente avanzadas, ofreciéndonos pistas sobre la existencia de trayectorias vitales marcadas por algún elemento alterador. Varias son las posibilidades que se esconden detrás, para cuya identificación se hace necesaria la reconstrucción de unas trayectorias vitales marcadas por la incertidumbre.

La investigación histórica en torno al gremio tiene en las formas de reproducción institucional una de sus preguntas principales, aunque el objetivo no es este, de sus respuestas se pueden extraer importantes claves interpretativas. Entre las cuestiones a destacar, podemos decir que tan solo un porcentaje del total de aprendices consiguió continuar sus carreras profesionales. ¿Qué pasó, por tanto, con el resto? El sistema demográfico de tipo antigua en el que se encontraron nos lleva a aceptar de partida que una parte simplemente murió, pero dadas unas edades que se movía ya por la juventud, esta opción tampoco puede ser identificada como la mayoritaria. Frente a esto, la movilidad se revela como la posibilidad más plausible, un movimiento manifestado de varias formas, desde el geográfico hasta el profesional, teniendo siempre como telón de fondo a la familia.

La migración en la corta y la mediana distancia fue tónica general en el ámbito laboral del Antiguo Régimen, extendiéndose no solo a las labores del campo, sujetas a períodos concretos de cultivo, sino también a las manufacturas a tenor de las oportunidades ofrecidas por determinados centros urbanos o semiurbanos. Por su parte, la inexistencia de gremios en gran parte de localidades de pequeñas dimensiones favoreció la existencia de una masa poblacional circulante, de un mercado de fuerza de trabajo altamente móvil. Así, el traslado de un joven de su lugar de residencia a otro para iniciar su formación fue recurrente, al igual que el regreso tras el fin del período estipulado. En definitiva, que el aprendiz no se mantuviese en el mismo gremio años después, no invalida que no avanzase en la ocupación en otra corporación del mismo oficio.

Por otro lado, la pertenencia a una profesión, especialmente en sus estadios iniciales, no excluye que esta fuese abandonada, temporal o definitivamente, en el transcurso de los años de aprendizaje. Las necesidades familiares, la coyuntura, pero también los conflictos, a veces incluso violentos, entre el joven y su maestro pudieron ocasionar la salida del taller y el comienzo de un nuevo proceso formativo en otro oficio. Y ello porque, pese a la existencia de las ordenanzas y de unas cartas de aprendizaje orales o escritas, los aprendices quedaron expuestos a las extralimitaciones de sus superiores, sobre quienes recayó la autoridad y la potestad de su educación. La dedicación de los jóvenes en tareas ajenas a las propiamente artesanales, o las duras reprimendas a las que tuvieron que someterse resultarían a veces en la huida del joven, hecho sobre la que se tuvo que estipular su prohibición.

 

Autor: Francisco Hidalgo Fernández


Bibliografía

GARCÍA FERNÁNDEZ, Máximo, Los caminos de la juventud en la Castilla Moderna. Menores, huérfanos y tutores, Madrid, Sílex, 2019.

GARCÍA GONZÁLEZ, Francisco, “Afectos frágiles, sirvientes, amos y conflictos en la Castilla rural (siglos XVIII)”, en JARQUE MARTÍNEZ, Encarna (coord.), Emociones familiares en la Edad Moderna, Madrid, Sílex, 2020, pp. 273-301.

HIDALGO FERNÁNDEZ, Francisco, “Los aprendices plateros en el sur peninsular: un estudio comparativo entre las ciudades de Málaga y Granada en el siglo XVIII”, en DURÁN LÓPEZ, Fernando (ed.), La invención de la infancia. XIX Encuentro de la Ilustración al Romanticismo: Cádiz, Europa y América ante la modernidad, 1750-1850, Cádiz, Universidad, 2020, pp. 481-498.

VILLAS TINOCO, Siro, Los gremios malagueños, 1700-1746, Málaga, Universidad, 1982.

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