Si para los aprendices los años de formación estuvieron delimitados, aun aceptando una cierta flexibilidad, la duración de la oficialía se caracterizó por su imprecisión, y ello no porque en algunas ordenanzas no incluyeran el tiempo mínimo que debía transcurrir entre su comienzo y la posibilidad de presentarse al examen de maestría, sino porque su aprobación precisó de toda una serie de condicionantes que pudieron llevar a esta categoría en una situación permanente.

Aun así, lo cierto es que un buen número de oficiales oscilaron entre los 18 y los 25 años aproximadamente, un tiempo como asalariado en el que debían continuar con la formación artesana a fin de conseguir los conocimientos para superar la prueba que daba acceso al último escalón profesional; pero también un capital económico que les permitiese hacer frente a las tasas de examen y, posteriormente, al arrendamiento de un local en el que poner el negocio y a la compra de las herramientas. Gastos elevados que, como decimos, no todos pudieron afrontar. Todo lo cual los llevó a mantener esta categoría intermedia durante gran parte o la totalidad del curso de vida, produciéndose con ello el fortalecimiento de los vínculos de dependencia ante su inconsistente situación.

Igual que ocurriese con los aprendices, la relación entre los oficiales y sus maestros no siempre ha de asimilarse con la paz y el orden social, pudiendo saltar la chispa de la discordia e, incluso, ocasionarse conflictos organizados en busca de unas mejores condiciones salariales. En todo caso, los lazos de estos con los maestros son una cuestión de gran interés a fin de comprender las situaciones de gran incertidumbre en la que se encontraron, pues no solo su ocupación podía ser rescindida en cualquier momento por los dadores de trabajo, sino que gran parte de los pasos siguientes de la trayectoria profesional dependían en gran medida de estos.

El análisis de los protocolos notariales, y no tanto de la documentación propia de los gremios, en muchas ocasiones no conservada, nos acerca a esta realidad social. Así, a través de las escrituras testamentarias de los maestros se identifican no tanto el conflicto como los afectos y las confianzas para con algunos de sus oficiales, con quienes llevaban trabajando juntos durante años. En esta línea, se manifestó en 1741 el maestro malagueño Agustín de Salas que, en alusión a su oficial, decía “que lo he criado en mi casa desde pequeña edad y lo he tenido y tengo actualmente en el ejercicio de la platería en que me ha asistido”. Del mismo modo, se le nombraba encargado de todos los asuntos relativos al negocio, pues “lo sabe todo” (Archivo Histórico Provincial de Málaga, Protocolos Notariales, Leg. 2573).

Efectivamente, en un número importante de casos, los oficiales al servicio del maestro habían sido anteriormente aprendices del mismo, ocasionando en una relación dilatada en años donde no sería difícil que surgiesen afectos. Prueba de ello lo encontramos en otras mandas testamentarias que legaban algunas herramientas del oficio o prendas de ropa, bienes que sin duda fueron de gran ayuda para dar el salto a la maestría. Junto a esto, el maestro fue también un aval necesario previo a solicitar la realización del examen y la entrada como miembro de pleno derecho de la corporación y, cuando finalmente estuviese aprobado, existieron comportamientos solidarios que, con el tiempo, se convirtieron en práctica tradicional. Nos referimos a las fianzas de puerta, en las que el maestro se convertía en fiador ante un eventual cese del pago del arrendamiento del taller o una multa.

Todo ello convierte, no tanto al gremio, como a la relación oficial-maestro surgida en el marco del negocio en un vínculo de apoyo. Sin embargo, esta faceta de previsión social no fue unánime. Por lo general, los talleres tuvieron pequeñas dimensiones y la fuerza de trabajo movilizada se restringió al maestro, su mujer e hijos, por lo que la aportación de los oficiales, si se precisase, asumiría un carácter temporal o, incluso, a jornal a fin de solventar pedidos concretos. Contar con un capital relacional adecuado era, por tanto, una cuestión de suma importancia para asegurar el porvenir. De no ser así, los escuetos beneficios obtenidos resultaron insuficientes para asegurar la supervivencia, dando cabida a la pluriactividad mediante en empleo en otras ocupaciones, o bien a una migración, frecuentemente en la corta o media distancia, hacia lugares más lucrosos, ya fuese por el peso de la demanda o por la existencia de unas tasas de examen menos elevadas.

 

Autor: Francisco Hidalgo Fernández


Bibliografía

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NIETO SÁNCHEZ, José A., “Asociación y conflicto laboral en el Madrid del siglo XVIII”, en LÓPEZ BARAHONA, Victoria y NIETO SÁNCHEZ, José A. (eds.), El trabajo en la encrucijada. Artesanos urbanos en la Europa de la Edad Moderna, Madrid, La Catarata de los Libros, 1996, pp. 248-287.

NIETO SÁNCHEZ, José A., “El acceso al trabajo corporativo en el Madrid del siglo XVIII: una propuesta de análisis de las cartas de examen gremial”, en Investigaciones de Historia Económica, 9/2, 2013, pp. 97-107.

SARTI, Raffaella, “La circulation des serviteurs et des domestiques: une forme de dépendance ou indépendance? Trajectoires individuelles et configurations sociales de l’échelle européene locale e l’échelle globale”, en GARCÍA GONZÁLEZ, Francisco (ed.), Familias, trayectorias y desigualdades. Estudios de historia social en España y en Europa, siglos XVI-XIX, Madrid, Sílex, 2021, pp. 583-605.

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