Pocos edificios representan mejor la transformación de Sevilla como una encrucijada entre mundos que sus Atarazanas. El edificio se concibió en la Edad Media como un astillero de las galeras reales que defendían el territorio castellano de las amenazas que venían del mar, especialmente los musulmanes del Mediterráneo. Más adelante, se convirtieron en un espacio de almacenamiento y fiscalización de los viajes de la Carrera de Indias. Y finalmente, fueron un complejo hospitalario-asistencial y almacén de artillería para las guerras de España contra sus enemigos europeos.

El trazado original de las Atarazanas discurría entre las actuales calles Santander, Temprado, Dos de Mayo y Tomás de Ibarra. En un principio, se encontraban extramuros. Sus espaldas pegaban al lienzo de la muralla de la ciudad y su frontal se encontraba mirando al río, del que sólo lo separaba un gran arenal. Al norte limitaban con el Postigo del Aceite y al sur con el Postigo del Carbón. Estas dos importantes puertas de entrada a la ciudad marcaban el ancho de la planta del edificio, que se distribuía en su etapa inicial en diecisiete grandes naves abovedadas, cada una de las cuales medía entre 80 y 100 metros de largo. El total de las diecisiete naves formaban un ancho de 180 metros, lo que le otorgaba al edificio un trazado trapezoidal que aún hoy se mantiene en el callejero.

Las Atarazanas estaban encajadas dentro del amplio complejo de edificios que, en el sur de la ciudad, conformaban el patrimonio del rey en Sevilla: desde la Torre del Oro hasta el Real Alcázar, incluyendo las Atarazanas de los Caballeros, antigua prisión para nobles y luego también sede de la Casa de la Moneda, o la Lonja de Mercaderes, actual Archivo General de Indias. El edificio estaba administrado por el alcaide del alcázar y, en su ausencia, su teniente, ambos miembros de la nobleza local.

La etimología de la palabra atarazana es árabe, derivado de la voz adar-assan’a que puede traducirse como casa de la industria, pero los orígenes del edificio no lo son. Las Atarazanas se construyeron en los primeros años de la presencia cristiana en la ciudad. Los historiadores no han conseguido establecer la fecha exacta de construcción. Para datarla se suele recurrir a una lápida, escrita en latín, que el profesor Pérez-Mallaína traduce de la siguiente manera:

Sea para ti notorio
que esta casa y toda su fábrica
la hizo el sabio Alfonso,
de noble sangre,
rey de españoles.
Fue este impulsado
a resguardar sus barcos
conta las fuerzas del austro.
Ahora resplandece de arte llena
lo que fue informe arena.
En la era de mil
doscientos noventa.

Al final del texto se cita el año 1290 de la era hispánica, que traducido a la era cristiana es 1252, primer año de reinado de Alfonso X. Este rey sin duda tuvo un papel determinante en su construcción, aunque desconocemos si el año de 1252 hace referencia a su inauguración o al inicio de las obras. De todas formas, podemos suponer que su padre, Fernando III, ya concibió la idea de levantar unos astilleros en la ciudad para la construcción y conservación de las galeras reales en los límites meridionales de Castilla.

Dos siglos después, las Atarazanas habían perdido su función como astilleros. Barcelona pasó a centralizar la construcción de las galeras reales del Mediterráneo y el norte cantábrico la construcción de los barcos de vela que operarán en el océano Atlántico. Paralelamente, Sevilla había experimentado un notable crecimiento urbano y, con ello, habían aumentado sus problemas y necesidades. Las Atarazanas podían resolver algunos de ellos. En 1493, los Reyes Católicos Isabel y Fernando cedieron al Concejo de Sevilla la primera nave, la más cercana al Postigo, para albergar un mercado de pescados extramuros. Una década después, las primeras oficinas de la recién fundada Casa de la Contratación se establecieron en la nave número diecisiete, en el extremo sur del complejo. La sede de la Casa de la Contratación terminaría mudándose al Alcázar pero las naves dieciséis y diecisiete siguieron estando dedicadas para la Carrera de Indias, en este caso como almacenes reales para la preparación de las expediciones americanas. En el centro del edificio, además, se había construido la capilla de San Jorge, que acogía a la Hermandad de la Caridad.

El nuevo papel de Sevilla como cabecera de la Carrera de Indias requería la construcción de nuevos almacenes y tiendas, no sólo de carácter real, también privado. La Monarquía, a instancias de la ciudad, alquiló el resto de los espacios sobrantes a mercaderes y artesanos que instalaron allí sus almacenes, talleres y casas. Los arrendamientos se realizaban mediante oferta pública, administrados por el alcaide del Alcázar y sancionados en última instancia por el rey. En la década de 1570, la mayor parte de los espacios arrendados terminaron en manos de flamencos y alemanes que se especializaron en el mercado de madera importada desde el norte de Europa; un recurso fundamental para el mantenimiento de la navegación a América. Estos mercaderes establecieron allí su residencia y transformaron las naves originales en grandes almacenes. La monarquía justificó la decisión de arrendar estos espacios a extranjeros en el hecho de que las naves de las Atarazanas eran las únicas que podían guardar los mástiles cerca del río y en un lugar seco, para que no se pudrieran. El rey, eso sí, se terminaría quedando tres naves más, las inmediatamente cercanas a las de la Casa de la Contratación, para levantar allí la Real Aduana, cuya construcción se completó en 1589.

A principios del siglo XVII, resultaba ya muy difícil remontar el río hasta Sevilla, por lo que los puertos de Sanlúcar y Cádiz terminaron concentrando las actividades logísticas de la navegación oceánica desde Andalucía, no sólo a América sino también a otros destinos europeos. Los flamencos terminaron por abandonar las naves y la epidemia de 1649, que acabó con casi la mitad de la población hispalense y prácticamente vació el edificio, supuso el empujón definitivo para otra reconversión del edificio. Cinco de las naves, contiguas a la capilla de San Jorge hacia el sur, se entregaron a la Hermandad de la Caridad para sus labores asistenciales. La parte norte del edificio, aunque no abandonada del todo, presentaba un estado ruinoso, como documentaba un informe elaborado en 1724. De ahí que la Corona decidiera expropiar las viviendas y almacenes que aún quedaban ocupados para construir la sede de la Maestranza de Artillería, donde se terminaban de montar y almacenar los cañones que se fabricaban en la Real Fábrica de Artillería situada en el Barrio de San Bernardo. En el otro extremo del edificio, en las naves 16 y 17, se estableció la Real Atarazana del Empaque de Azogue – o comúnmente conocida como Almacén de Azogues. Esta institución se encargaba de administrar el monopolio del mercurio, complementando así la función de complejo como centro logístico para la artillería real. Entre el Almacén de Azogues en las naves sur y la Maestranza de Artillería en las naves norte, todavía se mantuvieron las aduanas y el complejo religioso hospitalario de la Caridad. Estas instituciones y la correspondiente morfología del edificio se mantuvieron, con apenas cambios, hasta bien entrados el siglo XX.

La información que aquí se ofrece procede, en su mayor parte, de la riquísima y minuciosa investigación realizada por el profesor Pablo Emilio Pérez-Mallaína sobre los ocho siglos de historia del edifico. Su trabajo, publicado en diversos artículos y desde 2022 recogido en una monografía, trasciende el estudio morfológico del edificio y de su relación con el espacio urbano. En esta investigación, fruto de una larga dedicación, sale a la luz la historia social de un espacio que a pesar de su continua transformación siempre representó el papel de Sevilla y Andalucía como encrucijada entre mundos: entre la Monarquía Hispánica y sus enemigos musulmanes o europeos, entre el Mediterráneo y el Atlántico.

 

Autor: Germán Jiménez Montes


Bibliografía

GALBIS DÍEZ, María del Carmen, “Las Atarazanas de Sevilla”, en Archivo hispalense: Revista histórica, literaria y artística, 109, 1961, pp. 155-184.

PÉREZ-MALLAÍNA, Pablo Emilio, Historia de las atarazanas de Sevilla, Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla y Diputación de Sevilla, 2020.

PÉREZ-MALLAÍNA, Pablo Emilio, “Un edificio olvidado de la Sevilla americana: Las Reales Atarazanas”, en Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, 95, 2010, pp. 7-33

JIMÉNEZ MONTES, Germán, A Dissimulated Trade: Northern European Timber Merchants in Seville (1574–1598), Leiden/Boston, Brill, 2022.

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