Las peculiaridades de la repoblación de Andalucía occidental, el hecho determinante de la existencia durante largos siglos de una frontera interior con los musulmanes granadinos, las singulares características del territorio y de su sistema de explotación y, en definitiva, las particularidades del proceso histórico protagonizado por la región a fines de la Edad Media y comienzos de la Moderna determinaron un modelo de poblamiento concentrado, articulado a través de grandes ciudades y villas que operaban como cabeceras de amplios términos municipales y de extensos espacios agrícolas, y de redes de poblaciones menores que fueron apareciendo a lo largo de un proceso repoblador dilatado en el tiempo.
Estos grandes núcleos de población eran auténticas agrociudades. Con una dedicación económica de naturaleza mayoritariamente agraria, concentraban, sin embargo, significativos niveles de población y desarrollaron en diferente grado actividades artesanales y comerciales orientadas básicamente al abastecimiento de un mercado local o comarcal, lo que las aproximaba al estatus de auténticas ciudades. Con el tiempo, el extenso agro andaluz produjo también excedentes que se comercializaban en mercados más lejanos, tanto si nos referimos a la producción cerealera como, sobre todo, a los dos principales productos de transformación agraria de la región: el aceite y el vino. La exportación de productos agrarios requirió también para su eficiente organización de una cierta especialización de las funciones urbanas de estas capitales de comarca e indujo un visible desarrollo demográfico y económico de estas.
Estos núcleos intermedios de la red urbana regional se ubicaron sobre todo en las áreas de campiña, pero también, aunque en menor medida en las sierras. Entre ellos, los de mayor población, a mediados del siglo XVIII, eran Jerez de la Frontera y Écija. Estas ciudades, ambas realengas, contaban con más de siete mil vecinos, por lo tanto superaban los treinta mil habitantes. Écija producía abundante aceite y, en menor medida, vino. Hacia 1750 se contaban en su término 258 vigas para moler aceite y 88 lagares para pisar uva. Pero esta ciudad disponía también de algunas manufacturas de paños, lienzos y seda, que empleaban a algunos centenares de obreros, y con una decena de batanes en el río Genil para lavar la lana utilizada como materia prima. Las diversas industrias locales favorecían la existencia de numerosos traficantes en sedas, lanas y curtiduría. Jerez, sin embargo, apenas tenía otra industria que la producción de vinos, a la que dedicaba una buena porción de su dilatado término agrícola y que constituían la base de las exportaciones y de la riqueza local. Del sector vinícola dependía también un buen número de toneleros y arrumbadores. La industria textil local se limitaba a una cierta producción de jerga. El tamaño de la ciudad, eso sí, propiciaba la actividad de abundantes tiendas de ropa, tejidos, especias, losa y comestibles, a las que se sumaban numerosas tabernas.
Su ubicación dentro de los límites administrativos del reino de Sevilla motiva que incluyamos también aquí a Antequera, como las anteriores también una ciudad de realengo. Como en el caso de Écija, además de una abundante producción agrícola y de una apreciable industria de transformación agraria, Antequera contaba con un cierto volumen de manufacturas, especialmente centradas en el sector textil y en el del cuero. Disponía la ciudad de fabricación de bayetas, tejidos de seda, lino, felpa, tafetanes, lienzos y curtimbres. Unos 1.150 artesanos, más del veinte por ciento de la población activa, se empleaba en estas industrias, entre los cuales 317 tejedores de bayetas, 171 cardadores, 131 maestros de sacar estambres y 93 tejedores de tafetanes.
Osuna era otro de esos núcleos de población que ejercían como cabeceras de comarca y que servían para articular el territorio de la región. La importancia de esta villa radicaba en constituir la capital de los estados señoriales de la Casa de Osuna y en la sede de importantes instituciones situadas bajo el patronazgo ducal, como la Colegiata y la Universidad. La villa disponía de un extenso término agrario, que englobaba a un conjunto de pueblas (El Saucejo, Mezquitillas, Navarredonda, Majadahonda, Los Corrales, Martín de la Jara, El Rubio, Villanueva de San Juan, Lantejuela), algunas de las cuales acabarían por convertirse con el tiempo en municipios autónomos. Al ducado de Osuna pertenecía también la populosa villa de Morón, con sus pueblas de Montellano y Puerto Serrano, municipio eminentemente agrícola productor de cereales, aceite y vino.
También cabecera de un amplio término agrícola en la campiña sevillana era Carmona, ciudad realenga que disponía de numerosos molinos para moler aceituna y un crecido número de lagares y bodegas. En Carmona había también alguna industria rural, basada sobre todo en el trabajo del cuero, pero también en la producción de paños. Otras ciudades y villas, ya fueran de realengo o de señorío, articulaban la fértil campiña andaluza. Entre las primeras, con dos mil vecinos, la mayor parte de ellos jornaleros del campo, puede citarse a Utrera, cuyo término producía principalmente cereal y aceite. Entre las villas señoriales destacaban Arcos de la Frontera y Marchena, bajo la jurisdicción del duque de Arcos, y Medina Sidonia, perteneciente a la Casa del mismo nombre.
Por lo que respecta a las sierras, la de Huelva tenía como capital comarcal a Aracena, municipio agroganadero bajo la jurisdicción del conde de Altamira que englobaba a una gran cantidad de aldeas dependientes. De los cerca de mil cuatrocientos vecinos del municipio, 540 vivían en la villa y el resto se distribuían por las diferentes aldeas. El término producía abundante miel procedente de 4.500 colmenas, así como una cierta cantidad de vino y aguardiente. En la sierra norte de Sevilla destacaban Constantina, con mil trescientos vecinos, y Cazalla, con novecientos. Ambas villas eran realengas y conservaban una cierta producción de vino, del que era muestra su crecido número de lagares.
Por lo general, estos núcleos rurales intermedios cabeceras de comarcas compartían algunas características comunes. En algunos de ellos se celebraban ferias comarcales, que, si bien gozaron en el pasado de algún esplendor, acusaban ya una cierta decadencia. Así, por ejemplo, en Écija se celebraba una feria anual por el día de San Mateo. En Jerez de la Frontera subsistían dos ferias, concedidas a la ciudad en 1619 por el servicio de doce mil ducados que hizo a la hacienda de Felipe III, pero estas ferias no tenían “ningún concurso ni géneros de substancia que a venderse vienen”. En Utrera se celebraba por septiembre la feria de la Virgen de Consolación, en el convento de su advocación, cercano a la villa. En Antequera había un mercado de ganados los lunes de cada semana y una feria anual de ropas, sedas, paños, mercería, plata y ganados el veinte de agosto.
También característica era la existencia en las capitales comarcales de un comercio de productos agrícolas y ganaderos, así como de agentes de distribución de las artesanías locales y de abastecimiento del mercado local de manufacturas. Hacia 1750 encontramos en Écija 85 traficantes en sedas, 38 en lanas y 24 en curtidurías, además de otros en lino, nuégados y coloniales, 9 mercaderes de ropa y numerosos tenderos de mercería, frutas y semillas. En Jerez de la Frontera eran numerosas las tiendas en las que se vendía vino, ropa hecha, lienzos, tejidos de lana y seda, especiería, joyas, vidrio, comestibles y verduras. En Carmona había muchos tratantes en curtidos de suelas, cordobanes y otras pieles, además de numerosas personas que comerciaban con cebada, aceite, madera y hierro, y aún más las que se ocupaban en la compraventa de vino. El tráfico interior, comarcal o regional, de productos agrícolas o manufacturados determinaba también la existencia de una nutrida arriería.
En estos grandes núcleos comarcales andaluces vivían también muchedumbres de jornaleros. Al mismo tiempo, eran ámbitos de concentración clerical. En Osuna se contaban en 1751 hasta 164 clérigos, 80 de ellos ordenados in sacris, y un total de 16 conventos e instituciones religiosas. En Utrera había en la misma fecha 127 clérigos y 9 conventos. En Antequera vivían hasta cien presbíteros, otros 100 ordenados de menores y 21 establecimientos del clero regular, tanto masculino como femenino, con cerca de setecientos clérigos viviendo entre en sus muros.
Autor: Juan José Iglesias Rodríguez
Fuentes
Archivo General de Simancas, Dirección General de Rentas, Respuestas Generales del Catastro de Ensenada.
Bibliografía
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