La importancia de la industria tonelera andaluza está relacionada, primeramente, con el avituallamiento de las flotas mercantes, militares y pesqueras y con la actividad exportadora de los caldos de la tierra -vino, vinagre, aguardiente y aceite-, que se transportaban mayoritariamente en envases de madera de diferentes capacidades, y, posteriormente, con su empleo en algunas zonas como instrumento de producción vinícola. En este último aspecto, las vasijas desempeñan tres funciones: actúan como fermentadores (botas de recibo del mosto en las viñas -de 31 arrobas, para evitar derrames-, en las que se produce la transformación del mosto en vino), como contenedores para el almacenamiento de los caldos y como recipientes de envejecimiento o crianza de los vinos en bodega. Su empleo enológico otorga a los toneles la condición de instrumentos de producción vínicos, al igual que las tinajas.

Las tonelerías (también llamadas atarazanas de toneles, en el Condado de Huelva, tiendas de toneleros, en Montilla y Málaga, y trabajaderos de tonelería, en el Marco del Jerez) eran talleres de fabricación de vasijas de madera, principalmente toneles o botas de embarque o acarreo (también denominadas candiotas, en Montilla), de 30 arrobas de capacidad (equivalente a 484/500 litros), así como otros tamaños menores (medias, cuarterolas…, también para el transporte) y superiores (botas gordas -36 arrobas- para uso en bodegas) y pipas para aceite. En algunas zonas (principalmente en Málaga), la fabricación de barriles (de 0,5 a 7,5 o 10 arrobas, para vino y pasas), pipotes para anchovas y otras vasijas se efectuaba en talleres denominados barrilerías. Conviene señalar que sobre los nombres y capacidades de las vasijas había diferencias según las zonas y cierta confusión.   

Aunque había obradores artesanos, las tonelerías eran generalmente centros manufactureros en los que se operaba mediante una división del trabajo jerárquica (maestro, oficiales y aprendices) y especializada (aserradores, doladores, casqueros…), con la finalidad de constituir una cadena de producción organizada de acuerdo con las fases de fabricación de las vasijas y las diversas faenas precisas en cada una de ellas. Su tamaño iba, aproximadamente, de media a una docena de trabajadores.

Las instalaciones consistían en un patio o corral (en el que se secaba y almacenaba la madera y las vasijas fabricadas y se realizaban algunas faenas), uno o dos tinglados o cobertizos adosados a sus laterales (donde se efectuaban habitualmente ciertas tareas y servían de refugio para protegerse del sol y la lluvia) y una pequeña estancia para almacenaje de algunas herramientas y gestión por parte del maestro.

 La tonelería era una actividad industrial subordinada al comercio exterior y a la vinatería. En general, la reglamentación prohibía la introducción de recipientes foráneos en las localidades dotadas de trabajaderos y la fabricación de vasijas por parte de comerciantes y cosecheros en sus instalaciones. Esta segunda restricción se incumplía y, además, había maestros toneleros que solían trabajar para comerciantes que les aportaban la madera y financiaban sus gastos mediante el adelanto de dinero a cuenta del importe de la producción acordada. En las primeras décadas del siglo XVIII, los gremios de toneleros de Málaga y El Puerto de Santa María trataron de zafarse esa dependencia, pero lo hicieron recurriendo a un proteccionismo extremo que les resultó contraproducente. Consiguieron, temporalmente, monopolizar la compra de materias brutas (duelas toscas, arcos, tablas para fondos…) y la venta de las vasijas producidas por cada taller de manera colectiva, a través de maestros veedores, así como la limitación del número de tonelerías. La inmediata reacción de comerciantes, viñeros y algunos toneleros dio lugar en 1721 a la supresión del “privilegio nuevo” de 1719 y la restitución de las ordenanzas de 1643, en el caso malagueño; y a la contrarreforma en 1732 de las nuevas ordenanzas portuenses del año anterior, que, paradójicamente, se convirtieron en un instrumento de control absoluto de la tonelería por parte de la cosechería. El conflicto entre estos diferentes ramos de actividad continuó, en Málaga incluso después de la supresión en 1793 del privilegio de 1643 en lo tocante a la entrada de vasijas extranjeras, que fue permitida para favorecer la exportación de los caldos de la tierra.  

En Jerez, tras la transformación de la vitivinicultura comercializada (dependiente del capital británico) en una agroindustria vinatera moderna (de capital principalmente autóctono y mixto), en el último tercio del siglo XVIII, algunas de las nuevas empresas agroindustriales-exportadoras incorporaron la tonelería en sus instalaciones como una sección de su actividad productiva, de acuerdo con su estrategia de integración vertical de todo el proceso productivo. No obstante, la mayoría de los talleres se mantuvieron autónomos. También hay constancia de la existencia, a finales del Setecientos, de que la casa Oviedo, Hermano e Hijos tenía tonelerías en Málaga, Jerez de la Frontera y Sevilla, lo que revela los diferentes tipos de empresas que se dedicaban a esta actividad.

 

Autor: Javier Maldonado Rosso


Bibliografía

MALDONADO ROSSO, Javier, “Viticultores y toneleros en El Puerto dieciochesco. Análisis de unas relaciones de dependencia”, XII Jornadas de Viticultura y Enología de Tierra de Barros, Almendralejo, 1991, pp. 325-337.

MARTÍNEZ RUIZ, José-Ignacio, Crecimiento y libertad. Los vinos de Málaga y Jerez en el mercado atlántico (1480-1850), Jerez, Peripecias Libros, 2021.

RAMÍREZ PONFERRADA, María-Dolores, La industria de la tonelería en Montilla, Montilla, 2000.

VILLAS TINOCO, Siro, Los gremios malagueños (1700-1746), Málaga, Universidad de Málaga, 1982.

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