Durante los siglos XIII-XIV se había difundido por la cristiandad una imagen infamante de los judíos como seres inferiores, extraños, usureros y perversos, sobre el que los cristianos proyectaron lo peor de sí mismos, acompañado de la cultura del miedo. El mismo proceso se vivió con los musulmanes tras la conquista de Granada en 1492, fueron obligados a convertirse al cristianismo desde comienzos del siglo XVI, y tras la guerra de Alpujarras (1568-1572) fueron calificados de una grey traidora, criminal, conspiradora e inasimilables a la fe y a las costumbres de la catolicidad vencedora. Los relatos de sucesos insistiendo en esta imagen y estableciendo asociaciones entre los moriscos del interior y el enemigo exterior (turco sea o berberisco) tuvieron que acompañar a todos los rumores e invenciones nacidas del miedo y el odio. Los continuos rumores sobre conspiraciones de los moriscos en diferentes territorios españoles de la monarquía, acabaría con su definitiva expulsión entre 1609 y 1612. En esas mismas dos fechas se descubrieron dos supuestas conspiraciones de esclavos y negros libres en la ciudad de México. Aquí comenzó el mismo proceso de criminalización y miedo hacia la población de origen africano. Según María Elena Martínez la subversión del orden social y político de estas conjuras estaba relacionada con el contexto de la expulsión de los moriscos en España. Esta idea abre un amplio marco de análisis comparativo y conectado, ya que en la mayoría de estos procesos la literatura hace referencia a la idea de las conspiraciones en el fondo de dichos tumultos. No obstante, el interés de este artículo es reflejar el rol del rumor en la configuración de la mentalidad de la conspiración como una herramienta de poder y resistencia. Sobre todo porque como dice Serge Moscovici, la mera existencia y presencia de una minoría propicia en la sociedad dominadora la mentalidad de la conspiración.
Desde el siglo XV el uso de la palabra rumor en el castellano era sinónimo de tumulto, alboroto y escándalo, utilizado cada vez con más frecuencia en el siglo de Oro. Otra acepción del rumor era el ruido, entendido como la noticia que circula. Dichas acepciones confirman la opinión de Gregorio Salinero sobre cómo numerosas conjuras coloniales de las décadas de 1550 y 1560 se urdieron sobre rumores inciertos relativos a las medidas discordantes de la Península. La heterogeneidad socio-cultural y religiosa de la España medieval y su proyección global durante la edad moderna convirtieron a las Leyes de Partidas en un referente sobre el control de la lengua en la relación de los vasallos y sus opiniones sobre el rey. Murmurar y escuchar murmullos sobre el rey era considerado como señal de desobediencia. Aunque no todos los murmuradores eran iguales, pues dependían de la fama y la opinión para calificarlos como murmuradores y chismosos. Desde el punto de vista social Sebastián de Covarrubias definió en 1611 que murmurar era “el decir mal de otro hablando entre dientes”; y el chisme, o más bien, chismoso: “el que va con nuevas a otro de cosa que debiera callarla, por aversela fiado, y ser secreta, y dicha en perjuicios de la persona a quien lo revela, de que ha de tomar desgusto, y lo cuenta con malicia par rebolber y causar diferencias.”
El chisme y el rumor son sinónimos de información con connotaciones de intencionalidad conflictiva en contextos de agitación político-social, que además criminalizaban a aquellos que hablaba mal sobre la figura del rey. Rumor y chisme se convirtieron en el caldo de cultivo esencial para la creación de una mentalidad de la conspiración sobre las rebeliones de moriscos y negros en los siglos XVI y XVII. Ambos contribuyen a la mentalidad de la conspiración dentro del grupo dominador. Tal y como afirma Serge Moscovici, la esencia de cualquier conspiración consiste en que una minoría poderosa está trabajando en secreto para subvertir el orden político y social. En nuestro caso estamos ante minorías de distintos territorios, asimiladas al proyecto político de la monarquía como vasallos que tienen en común una sola religión (católica) bajo un mismo derecho común y estar tutelados por la figura del rey y sus representantes. Aunque la asimilación de todos ellos al proyecto de la monarquía no fue fácil, hubo una similitud y conexión esencial de historias que explican el poder del rumor y el chisme en la mentalidad de la conspiración sobre las mencionadas rebeliones en Granada y México.
El primer factor que despertó la mentalidad conspiradora fue la presencia de minorías poderosas o el progresivo empoderamiento de las mismas a través de los canales de asimilación cultural que la misma monarquía utilizaba. Por ejemplo, la elite morisca granadina se caracterizó por la diversidad interna y mantener una red de relaciones a través de las familias; por mantener buenas relaciones con los cristianos además de gozar de cierto poder adquisitivo. Otro elemento de empoderamiento fueron las cofradías como elementos de solidaridad para moriscos en Granada y para afrodescendientes en México. Además los esclavos y libertos afrodescendientes encontraron ciertos espacios de libertad y empoderamiento. Muchos de los esclavos eran sirvientes domésticos de ricos comerciantes peninsulares y algunos de los libertos se dedicaban al comercio. Por lo tanto, la perspectiva del ascenso social los diferenciaba de otro tipo de esclavos o población liberta de los ámbitos rurales. El segundo factor era la frustración de todos estos grupos por no encontrar respuesta a sus diferentes quejas y demandas en las instituciones reales, aumentando así la tensión político-social. Por ejemplo, la pragmática sanción de 1567, suspendida por Carlos V en 1526. Dicha orden implicaba la prohibición de las costumbres y tradiciones moriscas en favor de una verdadera conversión al catolicismo. En el caso de esclavos en 1608, éstos habían celebrado una cena de coronación real y cuando fueron detenidos, fueron defendidos por sus amos para que no recibieran un castigo, argumentando que eran cosas de esclavos. Sin embargo, el alcalde del crimen encargado de la investigación insistió en el castigo de los negros que fueron desterrados a Filipinas. En el caso de los esclavos en 1612 se abre una nueva fase en la forma de manejar la opresión y la frustración última donde el maltrato hacia unos indios hombres y mujeres disparó la violencia última que desató el supuesto conato de conspiración, rebelión y tumulto.
En general, la existencia de estas minorías sociales hace que el grupo dominador siempre tenga presente la mentalidad de la conspiración y es cuando aparecen los rumores. Sobre todo porque según la teoría conspiratoria, la intencionalidad y finalidad de las minorías consiste en acabar con la religión cristiana y destronar al rey contando con ayuda de los enemigos del exterior. Así se pensaba con los moriscos y la amenaza turca en las costas del Mediterráneo. Y de la misma forma con los esclavos de la ciudad de México y su posible conexión con los cimarrones de Veracruz y el miedo de las autoridades del virreinato a una posible invasión de los británicos a las costas veracruzanas. Tal y como afirma Jean Delumeau, este tipo de rumores contienen ya un fondo previo de inquietudes acumuladas y son el resultado de una preparación mental creada por la convergencia de varias amenazas o de diversas desgracias que suman sus efectos. Ahora bien, de acuerdo con las teorías conspiratorias de la época, el principal objetivo es acabar con el cristianismo. Por ello, tanto en Granada como en México los tres eventos conspirativos coinciden con la navidad, el jueves santo o el Corpus Christi. Aquí el rumor tiene el rol de aviso de los males por llegar, mientras que el chisme va a servir para sacar a la luz y denunciar esos rumores subversivos. La preocupación de las autoridades por saber si había habido una conspiración está relacionada con el imaginario europeo transferido a las sociedades atlánticas sobre la súper conspiración en la que el demonio mostraba como destruir a la monarquías populares y a la iglesias a través de agentes secretos: brujas, judíos, musulmanes, homosexuales y otros grupos heréticos.
La Semana Santa era una de las fiestas sagradas más populares a ambos lados del Atlántico. El simbolismo general de dicha semana consistía en traer a la memoria el arresto, tortura y crucifixión de Cristo, una conmemoración de gran sufrimiento que daba la oportunidad a los creyentes de expresar sus propias ansiedades a través de la identificación con Cristo. Mientras que el Jueves Santo suponía la inversión de la jerarquía social y política cuando el Papa, como representante de Cristo, lavaba los pies a los sectores más humildes de la sociedad. Pero el jueves también representaba la traición de Judas. El Corpus Christi era una fiesta universal observada por toda la cristiandad desde la Edad Media en la que se celebraba públicamente la eucaristía. La festividad pública de procesiones con representantes de las autoridades locales y la presencia de las distintas hermandades era una forma mediante la que distintos sectores populares aprovecharon para manifestar su descontento tanto en Europa como en América. Por lo tanto, no estamos ante supuestas conspiraciones que quisieran acabar con la religión. Más bien el rol del rumor y el chisme incrementó la mentalidad de la conspiración que sirvió de elemento de represión crucial para controlar y disciplinar a moriscos y afrodescendientes. El caso de los moriscos sería el más relevante, pues fueron dispersados por la península después de la rebelión de las Alpujarras hasta su definitiva expulsión de España entre (1609 y 1614). Respecto a los esclavos de 1608, algunos fueron azotados públicamente, mientras que otros fueron desterrados a Filipinas; peor fueron las consecuencias para los esclavos de 1612, treinta y cinco de ellos fueron ajusticiados y colgadas sus cabezas en diferentes partes de la ciudad.
Autora: Magdalena Díaz Hernández
Fuentes
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Bibliografía
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