La transcendencia alcanzada por Cádiz en el siglo XVIII como enclave principal de la Carrera de Indias no puede entenderse como una mera consecuencia de su gestión comercial o política, sino que respondería a otros factores de índole militar, cultural e histórica. En este sentido, la conceptualización de fenómenos globales como la defensa del imperio español en el espacio atlántico nos permite apreciar la singularidad defensiva del emporio gaditano y su impronta para la arquitectura militar hispanoamericana, a partir de las transferencias de ingenieros e ideas entre ambas orillas del Atlántico.
Para la villa gaditana los elementos que conforman su cinturón defensivo son producto de una larga tradición constructiva fundamentada en los conceptos defensivos del renacimiento italiano. Particularmente tras los acontecimientos de indefensión ante el ataque anglo-holandés de 1596, el monarca Felipe II ordenaría el reforzamiento defensivo de la Plaza de Cádiz. En el ámbito de la Caleta se proyectaría en 1598 la construcción del castillo de Santa Catalina por el ingeniero Cristóbal de Rojas, y que finalizaría el 5 de septiembre de 1621, de gran utilidad como frente abaluartado, más tarde convertido en ciudadela de la ciudad. De planta pentagonal, en su frente oceánico presenta una forma de estrella de tres puntas mientras que en el terrestre una muralla rectilínea en cuyo centro se dispone la puerta de acceso flanqueada por dos semibaluartes. La entrada se realizaría mediante un puente levadizo edificado sobre el foso. A partir de 1625, y ante las continuas hostilidades del resto de imperios europeos, especialmente Inglaterra y los Países Bajos, se tomaría la decisión por el Consejo de Guerra de ampliar la fortificación con dos cortinas a cada lado por mandato del gobernador de la ciudad, Alonso de Noguera. Tras las sucesivas mejores se estimaría que la ciudad se encontraba en defensa ante las noticias que vaticinaban un nuevo ataque de la Armada inglesa.
En el transcurso del siglo XVII las defensas de la ciudad se mantendrían alertas ante cualquier incursión externa. En el conjunto de sus fortificaciones y presidio encontraremos dos compañías que en total sumarian unos 114 soldados, que repartidos entre todos los puestos defensivos se encargarían de mantener en defensa sus distintos castillos y baluartes en asegurar la estabilidad territorial de la Corona hispana en uno de sus principales enclaves atlánticos.
Al iniciar el siglo XVIII, y a partir del protagonismo en la Carrera de Indias en detrimento del monopolio sevillano, el puerto de Cádiz se convertiría paulatinamente en un espacio clave para la gestión en materia económica y defensiva de la monarquía española, y en consecuencia se intentaría reforzar el sistema defensivo de la ciudad ante las nuevas premisas que marcarían su protagonismo en el comercio indiano. En este sentido, observamos a partir de 1706 en el extremo sur de La Caleta en un pequeño islote, donde desde fines del siglo XVI, seria instalada una torre atalaya con una doble función: puesto artillero y faro, la edificación del otrora castillo de San Sebastián, como parte del reforzamiento defensivo en el entorno de la bahía gaditana como parte de las nuevas políticas y prácticas de la Monarquía hispana. Su fortaleza construida con piedra ostionera presentaría una planta poligonal de nueve lados. El perímetro amurallado estaba provisto de diferentes parapetos destinados a la artillería y de un foso que podía salvarse mediante dos puentes levadizos. En el espacio situado frente al foso se construiría una plaza de armas destinada a defender toda la isla. El lado sur no sería fortificado al confiar en sus defensas naturales. Sus muros formarían una figura alargada de este a oeste, con ángulos entrantes y salientes. Durante esta primera etapa para acceder al castillo sería necesario que la guarnición esperase la marea baja para acceder desde la Puerta de La Caleta.
Como elemento fundamental en esta nueva etapa de consolidación económica y urbanística para la villa gaditano, se constituiría en diciembre de 1727 la “Real Junta de Fortificaciones” que tendría entre sus objetivos la supervisión y ejecución de las obras de fortificación, así como el cobro de impuestos a productos como el vino y vinagres con el fin de costear todo el perfeccionamiento del sistema de murallas, cumpliéndose así la estrecha relación histórica en Cádiz entre lo militar y lo comercial. En este sentido, bajo la supervisión de la Junta de Fortificaciones y con el encargo de modernizar y llevar a la práctica la nueva concepción ilustrada numerosos miembros del Real Cuerpo de Ingenieros desarrollarían su labor en la ciudad de Cádiz. Cabría destacar nombres como: Ignacio Salas, Silvestre Abarca, Enrique Le Gallois, Juan Martín Cermeño y José Barnola.
Igualmente, a lo largo del siglo XVIII no solamente sería de interés el proyecto de San Sebastián, sino también las numerosas mejoras acometidas en el castillo de Santa Catalina, especialmente estudiadas por el marqués de la Victoria a partir de 1762 ante el temor de un nuevo asalto a la ciudad por las bombardas de navíos extranjeros. La singularidad defensiva de La Caleta, unido a los factores naturales y geográficos conseguirían mantener en defensa y resguardar de posibles ataques externos al emporio gaditano. El sistema defensivo de Cádiz servirá de ejemplo para la arquitectura militar americana. Y en gran parte, la movilidad de los ingenieros militares encargados de transmitir dichos conocimientos contribuiría notablemente a estrechar la relación atlántica, no solamente a través de la Carrera de Indias, sino por las nuevas transferencias científicas y militares que marcarían el reformismo borbónico. El concepto de defensa heredado desde tiempos de Felipe II sería reemplazado por un modelo más eficaz, que respondería a las necesidades de controlar las zonas estratégicas, y adaptarse a las características del territorio en cuestión.
Autora: Lilyam Padrón Reyes
Bibliografía
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