Las danzas de invención son creaciones coreográficas de inspiración popular pero de naturaleza artística que se llevaron a cabo en la Edad Moderna en Andalucía y otras regiones españolas en el contexto de grandes fiestas religiosas como el Corpus, donde tuvieron su origen, la Inmaculada Concepción o los santos patrones locales. Durante la temporada podían ser contratadas por otras fiestas religiosas particulares, por ejemplo las de otros concejos municipales satélites, conventos y parroquias, exhibiendo su espectáculo a lo largo y ancho de la sociedad y del territorio a su alcance. Se clasifican dentro del género de la danza litúrgica, que se usaba en el Antiguo Régimen como ofrenda religiosa y se escenificaba en el interior de los templos (en celebraciones litúrgicas como las horas canónicas y extralitúrgicas como las siestas musicales) y en el curso de las procesiones cívicas. Estas danzas no eran una mera diversión sino un auténtico ritual religioso. En Andalucía esta manifestación religiosa estaba particularmente imbricada en la sensibilidad social, de forma que no fue cuestionada hasta fines del siglo XVII, cuando a los habitantes de otros países o regiones se les antojaba un sacrilegio.
Las danzas comenzaron siendo un producto netamente popular, ofrecido por algunos gremios urbanos como aportación a la procesión y festividad del Corpus Christi, una vez que éste comenzó a popularizarse en las ciudades europeas a partir de finales del siglo XIV. Cada corporación social se representaba a sí misma en la procesión cívica, y algunas de ellas adoptaron este formato coreográfico justificado por los términos de la bula Transiturus de hoc mundo que el Papa Urbano IV emitió en 1264: “Todos den a Dios himnos de alegría. ¡Cante la Fe, la Esperanza salte de placer y la Caridad se regocije!”. Las danzas de invención se diferenciaban de otras manifestaciones coreográficas como los Seises, la Tarasca, los Gigantes y las danzas de las espadas porque cada año cambiaban su argumento, su música, su ropa y su coreografía.
Con el tiempo las danzas se fueron refinando y sofisticando, especialmente desde que los gremios dejaron de hacerse cargo de ellas y las autoridades municipales de Sevilla asumieron su producción a partir de 1550. Entonces fueron confiadas a grupos semiprofesionales mediante un concurso público en que mostraban las proposiciones y modelos a la comisión correspondiente, por escrito y a través de un ensayo. Las compañías competían en originalidad y vistosidad por la joya o premio que concedía el concejo. Algunas danzas permanecieron inalterables, como la de espadas o palos, mientras que la mayoría sufrieron un proceso de renovación anual, convirtiéndose en productos plenamente artísticos en su coreografía, su vestuario y su dramaturgia. Ya en el siglo XVII, se concertaban con una institución para suministrarle danzas distintas varios años.
Las compañías que llevaron a cabo las danzas de invención estaban integradas por hombres y mujeres, al igual que las de teatro. La extracción social de sus componentes era popular, artesanal, y no se dedicaban a esta actividad en exclusiva, aunque hubo excepciones de compañías profesionales como la del propio Mutio, el creador de la Commedia dell’Arte, que actuó en el Corpus de Sevilla en 1585, o las de los gitanos y los valencianos en el siglo XVII. Al frente de la compañía siempre había un director o directora, bajo el nombre de autor o autora de danzas. Los integrantes de cada danza solían ser seis o siete parejas de damas y galanes y un músico que tocaba al mismo tiempo la flauta y el tamboril, el cual era el único contratado con salario. No obstante, en muchas danzas las parejas de bailarines llevaban ristras de cascabeles atados a las piernas para contribuir al sostén rítmico de la música, y en algunas danzas incluso pudieron portar y tocar instrumentos de percusión o de cuerda mientras ejecutaban su papel coreográfico. De todas formas, en ocasiones encontramos referencias a cornamusas, guitarras, vihuelas, laúdes, rabeles, castañuelas, sonajas, panderos.
La coreografía de estas danzas se inspiraba tanto en la danza popular como en la de los salones palaciegos. Se hacía eco de las últimas tendencias y a veces causaba sensación e incluso polémica por su rabiosa modernidad. La danza del Antiguo Régimen contemplaba desplazamientos verticales (cabriolas) y horizontales (mudanzas), dibujando figuras en el suelo con los pies. Por el contrario, el tren superior tendía a permanecer pasivo, con los brazos pendiendo junto al cuerpo; alzar los brazos o contonear el cuerpo sólo se contemplaba en bailes sospechosos desde el punto de vista moral. Existían dos tipos de danzas de invención: las de sarao o cuenta, que se inspiraban en el vestuario y las danzas de salón, guardando el decoro, y las de cascabel o bailes, que eran más sincréticas en lo social y lo cultural y hacían más concesiones a la picaresca. Fueron las danzas de cascabel las que bebieron de las influencias que llegaban de África y de América y exhibieron en la fiesta del Corpus la provocativa zarabanda a fines del siglo XVI, la chacona, el guineo, el canario, el zambapalo, etc.
No obstante, la mayor atracción de las danzas no era su coreografía, sino su vestuario, que estaba colmado de sedas, plumajes, máscaras y pasamanería. Sus títulos permiten recrear las temáticas que representaban. La más popular eran las naciones o pueblos de la tierra, fueran europeos o más frecuentemente extraeuropeos. Debido a la espectacularidad y vistosidad que permitía, la representación de los negroafricanos, los gitanos, los amerindios y los musulmanes fue muy recurrente. En segundo lugar, hubo danzas de temática histórica, mitológica, bíblica, alegórica, que dejaban volar la imaginación en el contexto de la cultura occidental. En tercer lugar, no olvidemos las que retrataban a grupos sociales cercanos, como las aristocráticas, las aldeanas, las pastoriles, las villanescas. Algunas danzas tenían vocación narrativa, al recrear batallas o acontecimientos. Existían géneros consolidados como las de espadas, palos o matachines, o las folías portuguesas.
A veces, las danzas recorrieron la ciudad en la víspera del Corpus, como precursoras de su itinerario. El día del Corpus actuaban en el interior de la catedral, entre ambos coros, antes de incorporarse a la procesión. Se distribuían espacialmente en el desfile de manera discontinua, espigadas entre las representaciones institucionales. Su número era variable, desde cuatro hasta diez en sus mejores tiempos (fines del siglo XVI). Excepcionalmente, estos espectáculos coreográficos iban a bordo de carros y eran ejecutados en sus paradas en puntos fijos del recorrido. Merece la pena destacar el caso de Leonor Rica, la mulata portuguesa que junto con otras cuatro compatriotas salió bailando a bordo del carro producido por Jerónimo Hurtado en el Corpus de Sevilla en 1587, obteniendo la joya al mejor espectáculo, para tres años después emprender una carrera “en solitario” como autora de carros protagonizados por ella y su cuerpo de baile durante los años 90. Después de la festividad del Corpus, las danzas también podían ser convocadas para solemnizar la octava.
Las danzas de invención se extinguieron a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, víctimas de varios procesos. Por un lado, el triunfo de los moralistas a la hora de combatir la crisis y decadencia que vivió la monarquía hispánica: los carros y danzas fueron tachados de sacrílegos en el contexto de una fiesta religiosa, del mismo modo que el teatro fue señalado como inmoral y desencadenante de la ira divina. Las manifestaciones escénicas fueron prohibidas o severamente podadas, dentro y fuera del ámbito festivo. Por otro lado, la religiosidad popular se vio arrinconada por una tendencia creciente a la separación de lo sacro y lo profano, estimulada por la propia Iglesia católica que, a pesar de favorecer los recursos didácticos y el lenguaje sensorial, al filo del siglo XVIII aspiraba a una religiosidad más racional y depurada. En 1699 se prohibió a las mujeres participar en las danzas del Corpus. Poco a poco, las danzas fueron siendo expulsadas de las celebraciones oficiales, para convertirse en un entretenimiento popular.
Autora: Clara Bejarano Pellicer
Bibliografía
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