La conquista de Granada en 1492 y el inicio, ese mismo año, del proceso de expansión territorial en el continente americano inauguraron un inusitado periodo de paz y prosperidad en Andalucía consolidado gracias al fortalecimiento de la autoridad real, al decidido control de los hasta entonces frecuentes enfrentamientos nobiliarios y a una firme defensa de la cohesión religiosa mediante la expulsión y sistemática persecución de las minorías religiosas. La exitosa intervención de las armas españolas en defensa de los derechos de la casa de Trastámara en el reino de Nápoles permitió canalizar hacia los campos de batalla europeos las energías guerreras de una aristocracia que no tardó en saborear los beneficios inherentes a las posibilidades de patronazgo y de expansión territorial derivados de una agresiva política exterior. La acción militar se conjugó con una bien trabada red de enlaces matrimoniales que culminó con la concentración en manos de Carlos de Habsburgo de un heterogéneo entramado de territorios de los que los reinos andaluces constituían una pieza central para asegurar la comunicación naval entre los dispersos dominios de la corona tanto en Europa como en el espacio ultramarino.

Los sucesivos conflictos dinásticos con la casa de Valois por el control de Italia y por la recuperación de la herencia borgoñona y las luchas religiosas desatadas en el Imperio tras el inicio de la reforma protestante, que culminarían con el estallido de la rebelión de Flandes en 1566, no afectaron de manera directa a la península ibérica que vio alejarse de sus fronteras los perniciosos efectos de la guerra. Por el contrario, la inclusión de Andalucía en el seno de dicho sistema imperial ofreció amplias posibilidades de promoción para la elite local, lo que fortaleció el ya notable grado de fidelidad hacia la Monarquía y sirvió para impulsar los intercambios con algunos de los más desarrollados núcleos financieros y mercantiles del momento cuyos hombres de negocios lograron una posición de privilegio en los mercados andaluces. No en vano, el acuerdo personal de condotta alcanzado entre Carlos V y Andrea Doria en 1528 puso los recursos financieros y navales de la república ligur del lado de la Monarquía y fue fundamental a la hora de decantar la balanza del lado español en los campos de batalla italianos. Los asientos de dineros y de galeras de las principales familias de la aristocracia genovesa fortalecieron de forma consistente la posición de la Monarquía Católica en el Mediterráneo occidental al garantizar la comunicación entre los territorios ibéricos, italianos y africanos de la corona y resultaron indispensables a la hora de hacer frente con mayor eficacia el avance otomano y la acción depredadora de los corsarios berberiscos en dichas aguas.

Andalucía era especialmente vulnerable ante este tipo de ataques, lo que explica que sus ciudades encabezaran las exigencias para que los recursos derivados de los impuestos castellanos no se canalizasen hacia escenarios alejados de la tradicional lucha contra el islam, en consonancia con lo dispuesto en el testamento de Isabel la Católica o con las acciones emprendidas durante la regencia del cardenal Cisneros. El imponente avance del imperio otomano en el Mediterráneo oriental y en los Balcanes y su activa colaboración con los poderosos focos piráticos del Magreb suponían una amenaza real para las costas andaluzas, agravada por el temor a una posible connivencia con la numerosa comunidad morisca residente en la zona. La toma del reino de Granada supuso el establecimiento de un nuevo tipo de frontera en el secular conflicto hispano con el islam. Una frontera que, lejos de constituir la barrera infranqueable entre dos civilizaciones distintas e incomunicadas, se caracterizó por su carácter heterogéneo, su escasa linealidad y por su naturaleza esencialmente marítima. Los numerosos choques navales giraron en torno a una serie de fortalezas desde las que se efectuaban constantes razias y saqueos que, sumados a la destructiva actividad corsaria, dificultaban las comunicaciones y los intercambios mercantiles además de provocar una aguda sensación de inseguridad en las poblaciones más cercanas a la costa que vivían con el temor a los apresamientos o se veían forzadas a sufragar el costoso gravamen de los rescates.

Se trataba de una amenaza real frente a la que la Monarquía no se mantuvo indiferente. A pesar de las numerosas críticas por el penoso abandono de la costa o por no convertir dicho escenario bélico en el principal objetivo estratégico de la corona, los Austrias desplegaron un enorme esfuerzo militar con resultados poco tangibles desde un punto de vista territorial pero cuya eficacia quedó plasmada en la relativa neutralización de la zona a partir de la década de 1580. Como ha puesto de relieve Antonio Jiménez Estrella, a lo largo del siglo XVI el reino de Granada se vio inmerso en un intenso proceso de militarización coordinado por una Capitanía General con verdaderas atribuciones virreinales, encargada de mejorar la red de fortalezas, asegurar la eficacia del sistema de guardas y vigías costeras y proveer desde el puerto de Málaga los presidios norteafricanos bajo el control de la corona. Una acción defensiva frente al enemigo exterior a la que se sumaba una importante función de policía destinada a asegurar la estabilidad interior del reino frente a una posible subversión de la minoría morisca que, curiosamente, era la encargada de financiar con sus contribuciones gran parte del costoso aparato militar.

El conflicto contra el islam constituía la principal preocupación defensiva de los reinos andaluces que se afanaron por exigir de la corona una acción más decidida en dicho frente para acabar con los constantes desembarcos y saqueos en sus costas. El avance turco por los Balcanes, que culminó en 1529 con el sitio de Viena, y la firma ese mismo año de una nueva paz con Francia en Cambrai permitieron al Emperador poner en marcha el proyecto de Cruzada contra el infiel por el que clamaban en las Cortes de Castilla los procuradores de las ciudades andaluzas. Los resultados, sin embargo, fueron desalentadores. A pesar del resonante éxito de la toma de Túnez en 1535, el acuerdo de Francisco I con la Sublime Puerta y la agresividad de los corsarios al mando de Barbarroja, que en 1540 llegaron a saquear Gibraltar, condujeron, al año siguiente, a la desastrosa expedición contra Argel que, sumada a la reanudación de los conflictos religiosos en Alemania y a la nueva ruptura de hostilidades con los Valois, obligaron a la corona a replegarse.

La debilidad mostrada por la Monarquía en la costa norteafricana perjudicó notablemente a sus aliados en la zona y permitió a la dinastía Sa’di conquistar Fez, Mostaganem y Tremecén además de reactivar las virulentas incursiones de los piratas argelinos que, en 1555, lograron apropiarse de la estratégica plaza de Bugía poniendo en peligro la estabilidad de los presidios españoles y desatando una oleada de ataques contra la costa gaditana, entre los que cabe destacar el asalto a las almadrabas del duque de Medina Sidonia en Zahara de los Atunes. El rotundo fracaso de la nueva expedición militar organizada por la regente Juana en 1558 contra Mostaganem obligó al capitán general de Granada a efectuar varias expediciones de socorro a Orán mientras que Felipe II, acosado por las necesidades de la hacienda y en pleno conflicto contra Francia en la frontera de los Países Bajos, apostó incluso por entablar negociaciones de paz con el imperio otomano que no dieron resultados concretos. Dicho fracaso no hizo sino empeorar la posición de las armas españolas en el Mediterráneo a pesar de que la paz de Cateau-Cambrésis de 1559, por la que Francia reconocía la supremacía española en Italia, permitiese la retirada de un buen número de efectivos militares de los frentes europeos. A la nueva y resonante derrota de la batalla de los Gelves (la isla de Djerba cerca de Túnez), organizada por el duque de Medina Sidonia en 1560 y que había sido organizada para paliar los efectos negativos de la conquista de Trípoli por parte del pirata Dragut, siguió, dos años después, el desastre naval de la Herradura debido a una violenta borrasca que supuso el hundimiento de una flota de 24 galeras y que se concretó en un considerable aumento de la inseguridad en las costas del reino de Granada con desembarcos puntuales en sus puertos y masivos apresamientos de cautivos.

El establecimiento de la corte en Madrid en 1561 tras el retorno dos años antes de Felipe II a Castilla, que terminaría por provocar las airadas protestas de sus súbditos flamencos, sumado al inicio de las guerras de religión en Francia permitieron al rey concentrar de nuevo sus energías en la lucha contra el islam. El éxito de la expedición de socorro a Malta en 1565 y el brutal sometimiento de la rebelión morisca en 1570 culminarían al año siguiente en la victoria de Lepanto que, a pesar de estar lejos de resolver el acuciante problema de la piratería berberisca y de no traducirse en nuevas adquisiciones territoriales, facilitó un abandono parcial del frente Mediterráneo y un desvío de gran parte del esfuerzo militar de la corona hacia Flandes, donde no tardaría en producirse un segundo levantamiento que desplazaría el principal eje estratégico de la Monarquía hacia el Atlántico. Una situación que contribuiría al renovado dinamismo de los puertos atlánticos de Andalucía y que exigía un aumento de la protección de la navegación en la zona. La regulación del Sistema de la Carrera de Indias y de la navegación en convoy de las Flotas y Galeones a partir de 1561 así lo acreditan.

 

Autor: Manuel Herrero Sánchez


Bibliografía

GARCÍA-ARENAL RODRÍGUEZ, Mercedes y DE BUNES IBARRA, Miguel Ángel, Los españoles y el norte de África: siglos XV-XVIII, Madrid, Fundación MAPFRE, 1992.

HERRERO SÁNCHEZ, Manuel, “Andalucía en las guerras de los Austrias” en YUN, Bartolomé (dir.), Historia de Andalucía. Vol. V: Entre el Viejo y el Nuevo Mundo, Barcelona, Editorial Planeta, 2007, pp. 128-149.

JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio, Poder, ejército y gobierno en el siglo XVI. La capitanía general del reino de Granada y sus agentes, Granada, Universidad de Granada, 2004.

RODRÍGUEZ SALGADO, María José, Un imperio en transición. Carlos V, Felipe II y su mundo, Barcelona, Crítica, 1992 (1ª ed. en inglés de 1988).

THOMPSON, Ian A.A., Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona, Crítica, 1981.

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