Los prelados constituían el rango más elevado de la jerarquía eclesiástica española. De ahí el sólido control real sobre el episcopado. El nombramiento de obispos lo hacía el rey a través de la cámara. También ejercían gran influencia los confesores del rey. Las estructuras y diferencias económicas de las diócesis crearon una especie de cursus honorum. En líneas generales, se comenzaba por una sede pobre y se iba ascendiendo por antigüedad y méritos a las más importantes y ricas. Sólo las personas de la realeza y algunas de la alta nobleza podían comenzar sus carreras por diócesis importantes. Como nos recuerda Barrio Gozalo, si los niveles económicos de las sedes episcopales andaluzas se ponen en relación con las españolas, se puede concluir que la de Sevilla estaba considerada como “muy rica”, posiblemente la más rica después de la de Toledo. Como es obvio, la mitra de Sevilla fue una de las más cotizadas del panorama español de la Edad Moderna. Para Escandell y Hermann, Córdoba, Granada, Jaén y Málaga aparecen como “mitras ricas”. En cambio, Cádiz, Almería, Guadix-Baza y Ceuta se sitúan en el grupo que los citados autores como “mitras menores” o “pobres”. Otros autores distinguen cinco clases de obispados andaluces según sus rentas: opulentos (Sevilla), ricos (Córdoba, Granada, Jaén y Málaga), medios (Cádiz), mediocres (Almería) y pobres (Guadix y Ceuta).

Durante los siglos XVI y XVII son nombrados 27 prelados para la diócesis de Córdoba. Los reclutados en el clero secular constituyen el 70% frente al 30% que proceden de órdenes religiosas: 5 dominicos, 2 franciscanos y un mercedario. Los nacidos en Castilla y León representan el 43%, seguidos por los andaluces con el 24% (la mayor parte de tierras cordobesas), un 13% de Castilla la Nueva y un 10% vascos. El resto eran extremeños y gallegos. Por la procedencia social, de 20 obispos identificados, 13 pertenecen a la aristocracia. Las personas nombradas procedían de obispados más modestos. La formación recibida suele ser en teología y/o en cánones. También algunos en derecho civil. Un alto porcentaje de estos eclesiásticos supera los 50 años de edad al ser promovidos a la sede cordobesa. El 67% acaba sus días en esta sede. Solamente 9 obispos son trasladados a Burgos, Sevilla y Zaragoza. En el siglo XVIII son 12 los prelados nombrados: 10 seculares y 2 religiosos (un trinitario y un mercedario). Todos tienen una experiencia adquirida en otros obispados. Destaca Francisco de Solís Folch de Cardona, hijo del duque de Montellano y de la marquesa de Castelnovo y Pons, arzobispo titular de Trajanópolis coadministrador del arzobispado de Sevilla (1749-1752), obispo de Córdoba (1752-1755) y arzobispo de Sevilla (1755-1775). Nombrado cardenal el 5 de abril de 1756, falleció en Roma el 22 de marzo de 1775.

Para el caso de la diócesis de Jaén, entre 1500 y 1795, son nombrados 32 obispos, de los que 25 llegaron de regir otras sedes más modestas y para los 7 restantes la diócesis de Jaén fue su primer destino episcopal. De estos 32 prelados, 25 murieron siendo obispos de Jaén y los otros 7 fueron destinados a otras sedes (Sigüenza, Toledo y Santiago de Compostela). La gran mayoría de estos obispos habían detentado dignidades eclesiásticas en catedrales y colegiatas. Un buen grupo de obispos había iniciado sus carreras como profesores en distintas universidades, sobre todo en Salamanca y Alcalá de Henares. Por la procedencia social, casi su totalidad provenía de la nobleza. De estos 32 obispos, solamente 4 pertenecían a órdenes religiosas (2 mercedarios, un benedictino y un agustino). Solamente uno de estos obispos, Francisco Sarmiento, fue preconizado cuando ejercía como párroco.

Siguiendo los estudios de Maximiliano Barrio y de Carlos Ladero, la mayoría de los titulares de las sedes andaluzas procedían de Castilla, de origen noble, reclutados entre el clero secular e instruidos adecuadamente. La importancia de estas mitras tiene reflejo en la creación de cardenales. Para los siglos XVI, XVII y XVIII la de Sevilla contará con 28 arzobispos, de los que 18 fueron nombrados cardenales, 2 de ellos de la misma familia real: Luis Antonio Jaime de Borbón (1741-1754), hijo de Felipe V e Isabel Antonia Farnesio, y Luis María de Borbón y Villabriga (1799-1814), hijo de Luis Antonio, arzobispo dimisionario de Sevilla, y de María Teresa Villabriga. Ambos concentraron en sus manos las dos sedes más ricas del país: Toledo y Sevilla. Para la misma época, la diócesis de Jaén contará con cuatro cardenales: Esteban Gabriel Merino (1523-1535); Pedro Pacheco León (1545-1554), presente en el concilio de Trento; Bernardo de Sandoval y Rojas (1596-1599) y Baltasar de Moscoso y Sandoval (1616-1646). Málaga con dos: Gabriel Trejo Paniagua (1617-1630) y Alonso de la Cueva y Benavides (1648-1655) y con uno Granada: Gaspar de Ávalos (1537-1541), que anteriormente había sido obispo de Guadix. Y Córdoba también con uno: Pedro de Salazar (1686-1706), mercedario. Trasladado desde Salamanca a Córdoba, fue creado cardenal en 1689. Las sedes de Cádiz, Almería y Guadix no cuentan con cardenales a lo largo de su historia.

La masa decimal constituye la base fundamental de las rentas de las mitras. En el siguiente cuadro ofrecemos le relación de los ingresos decimales en las mitras andaluzas. Se trata de la media anual en un quinquenio determinado de la segunda mitad del siglo XVIII del diezmo en menudos y en granos: trigo y cebada (en el concepto cebada hemos incluido también semillas, maíz y azúcar).

Renta de los diezmos de los obispos andaluces (1767-1799)

Diócesis

Años

Trigo

Cebada

Menudos

Total

Almería

1775-1799

255.323

Cádiz

1775-1799

305.746

Ceuta

1775-1799

99.000

Córdoba

1771-1775

380.968

101.581

310.887

798.732

Granada

1770-1774

521.243

72.460

322.292

925.995

Guadix

1767-1771

71.787

48.654

53.544

169.395

Jaén

1773-1777

391.315

123.369

379.063

893.747

Málaga

1769-1773

485.020

120.818

546.857

1.152.695

Sevilla

1770-1774

1.124.086    

300.743

763.576

2.188.404

Como vemos en el cuadro, sobresalen las rentas de la sede hispalense procedentes de los diezmos y de sus grandes propiedades (cortijos de Romanina y de Niebla, dehesas de Almonaster la Real y de Zalamea la Real, alcaidía de Umbrete y dehesa de Lopas). Es seguida, aunque a muy larga distancia, la sede malacitana con 1.152.695 reales anuales y Granada con 925.995 reales al año. Sobresalen por su pobreza Ceuta y Guadix. Los obispos andaluces, por regla general, solían explotar sus rentas mediante el arriendo y la administración directa. No podemos olvidar que la mayor parte de las rentas episcopales proceden de frutos agropecuarios, sujetos, por tanto, a las fluctuaciones de las cosechas y de los precios.

Si grandes son las rentas de los prelados andaluces, no son menos los gastos. La administración de las rentas de las mitras importa una serie de gastos derivados de su recogida: conducción de los granos, mayordomos de rentas decimales, salarios a las personas que las administran, contadores, oficiales, tesoreros, repartidores, trojeros, porteros de la contaduría, reparaciones de fincas y de las cillas, etc. En 1778 los gastos por encomienda de los granos ascendieron a 39.151,12 reales en la diócesis hispalense. Hay que mencionar el abono de los salarios de los oficiales de la curia episcopal (vicario general, provisor, secretario de cámara, fiscal, jueces, mayordomos, visitadores, agentes en Madrid y Roma, procuradores). También para curas y sacristanes que dependían de la mitra. Y, como es obvio, los propios de la casa del obispo. A ello habría que sumar los gastos en vestuarios (ropas, calzado joya, alhajas, piezas de plata), reparaciones del palacio (sobre todo Granada y Sevilla). A principios del siglo XVIII se calculan 132.000 reales anuales para los gastos de la casa del obispo de Málaga. En 1790 los gastos de la casa del arzobispo de Sevilla (Llanes y Argüelles) ascendieron a 1.546.227 reales, destacando los siguientes conceptos: 183.993 en la plaza diaria, 235.753 en obras y menajes, 210.049 en Madrid y 155.629 en Sanlúcar de Barrameda donde pasaba el verano. Entre los gastos de 1789 destacan los realizados en la visita pastoral, un total de 307.725 reales.

También las cargas fiscales directas, como son el subsidio y el excusado. En el periodo comprendido entre 1600-1699 la diócesis de Sevilla pagó 85.413 reales anuales por esta carga fiscal. Es seguida por Granada con 23.447 reales, Jaén con 20.822. En el caso contrario están Almería con 1.729 reales anuales y Guadix con 2.210. En el caso de la sede de Sevilla en 1779 se pagaron 182.971,16 reales en concepto de esta carga fiscal: 32.074,18 por el subsidio y 150.896,32 por el excusado. A ello hay que sumar los subsidios extraordinarios pagados a la real hacienda en concepto de contribución civil. En los años 1815-1819 los obispos de Andalucía abonaron por este concepto 310.743 reales anuales. Hay que mencionar los donativos que los prelados acostumbraban hacer a la monarquía en momentos difíciles.

Los gastos más cuantiosos procedían de las pensiones de las mitras. La curia romana permitía que el rey de España, al hacer la presentación de un nuevo obispo, pudiese reservarse hasta la tercera parte de las rentas de la mesa episcopal. Así sucede con las de Córdoba, Granada, Jaén, Málaga y Sevilla. Al de Ceuta no se le carga pensión alguna. La de Sevilla en el periodo comprendido entre 1776 y 1794 pagaba anualmente 471.669,02 reales a personas e instituciones religiosas y civiles. En 1815 la diócesis de Málaga pagó 268.838 reales por pensiones impuestas a instituciones, hospitales y personas particulares (224.196 a instituciones y 44.642 a particulares). Por otra parte, algunos obispos tuvieron importantes iniciativas pagadas con sus rentas. Tal es el caso de José Molina Larios, obispo de Málaga (1776-1783), que gastó dos millones de reales en construir un acueducto para llevar agua a la ciudad.

Entre las limosnas enumeramos: cantidades de fanegas de trigo o en hogazas de pan a conventos masculinos y femeninos, granos entregados a los labradores en los años de malas cosechas y de carestía, limosnas a sacerdotes seculares pobres, a los clérigos franceses emigrados por el arzobispo sevillano Llanes y Argüelles, limosnas en dinero a conventos femeninos y masculinos, a hospitales y centros benéficos, a pobres vergonzantes, a pobres en general, dotes a las doncellas para elegir estado o comida a los pobres el Jueves Santo. En estos ágapes, los arzobispos sevillanos gastaron de media entre 8.000 y 9.000 reales. Esta cifra se distorsiona en la semana santa de 1768, con la cifra de 14.025,27 reales que invirtió el cardenal Solís. Jaime de Palafox, arzobispo de Sevilla (1684-1701), empleaba más de 120.000 reales al año en la puerta del palacio arzobispal y 100.000 reales al año el obispo de Málaga. El arzobispo de Granada, fray Alonso de los Ríos (1677-1692), distribuyó durante su pontificado 2.709.595 reales en limosnas, lo que supone más del 50% de sus rentas. En la diócesis de Cádiz, fray Tomás del Valle (1731-1776), fue un obispo pobre, padre de los pobres y un ejemplo de los prelados benefactores del siglo XVIII. Todavía permanecen en pie muchas de las obras promovidas por este celoso prelado.

Y qué decir de los pobres vergonzantes. En la archidiócesis hispalense, el limosnero del arzobispo Delgado y Venegas firmó cerca de 600 libramientos (61.625 reales) a pobres vergonzantes de la ciudad de Sevilla entre 1777, 1777 y 1781, favoreciendo de manera especial a los residentes con las collaciones del Sagrario, San Vicente y Santa María Magdalena en número y cuantía de las ayudas. Las doncellas pobres formaron otro colectivo agraciado por la Iglesia hispalense para que se casaran o ingresaran en un convento. En 1779 se dotaron 347 mujeres con una partida que alcanzó los 706.500 reales. Los arzobispos no olvidaron apuntalar con donativos a varios conventos femeninos, como las capuchinas de Santa Rosalía, las franciscanas concepcionistas de Nuestra Señora del Socorro, las agustinas de Nuestra Señora de la Paz y las del Dulce Nombre de Jesús, las dominicas de Santa María la Real y las del convento del Espíritu Santo. En 1780 las limosnas entregadas por el cardenal Delgado y Venegas, arzobispo de Sevilla, a conventos femeninos de la diócesis ascendieron a 31.670 reales. No cabe duda que la gran cantidad de limosnas y obras asistenciales de los prelados andaluces era uno de los principales motivos de su popularidad.

Hay que mencionar los gastos de la magnificencia del culto, juntamente con los empleados en la reconstrucción, acrecentamiento o restauración de diferentes templos diocesanos, librando para ellos importantes cantidades. A pesar de su austeridad de vida, el cardenal Delgado y Venegas (1776-1781), arzobispo de Sevilla, empleó grandes sumas en los templos de San Bartolomé, San Bernardo y San Roque de Sevilla. Y el cardenal Solís empleó en su pontificado (1755-1775) la cantidad de 2.587.099 reales en la reedificación de los siguientes edificios: iglesias de Brenes, Villaverde del Río y Cantillana, convento de las capuchinas de Sevilla, colegio de las Becas de la Compañía de Jesús, parroquia de San Roque de Sevilla y hospital de Umbrete. Y como es lógico, en el culto en la catedral. En 1776 el cardenal Delgado y Venegas entrega un donativo de 70.891 reales para un cáliz, un copón y una patena de oro para la catedral y otros 60.000 para las obras del coro. En 1788 Llanes y Argüelles publica un decreto ordenando que se dedique para el solado de la catedral la cantidad de 750.000 reales, a razón de 15.000 mensuales. Cualquier circunstancia es ocasión para que los prelados ayuden. Es frecuente que los gastos superen a los ingresos. De aquí que los obispos andaluces se endeuden y tengan que acudir a solicitar préstamos. Tal es el caso del cardenal Solís Folch de Cardona y de Llanes y Argüelles, arzobispos de Sevilla.

Para el caso de Granada sobresalen los gastos de los arzobispos Martín de Ascagorta (1693-1719) en los retablos del Triunfo de Santiago y de la Virgen de la Antigua de la catedral de Granada; Francisco de Perea y Porras (1720-1733) para el retablo de la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias; Jorge y Galbán (1776-1787) con la capilla de la Virgen del Pilar en la catedral; Moscoso y Peralta (1789-1811) con la capilla de San Miguel de la catedral granadina.

Terminamos esta voz dedicada a los prelados andaluces afirmando que fueron cumplidores de lo legislado por el concilio de Trento en relación a la creación de los seminarios conciliares, convocatoria de los sínodos diocesanos y realización de las visitas pastorales a su diócesis y de las visitas ad limina. Si en 1563 Trento ordena la creación de los seminarios, en el mismo siglo XVI se crean 4 en Andalucía: San Pelagio en Córdoba (1581), San Sebastián y Santo Tomás de Aquino en Málaga (1587), San Bartolomé en Cádiz (1589) y San Torcuato en Guadix (1591). En el siglo XVII se crean 3: San Indalecio en Almería (1610), San Cecilio en Granada (1610) y San Felipe Neri en Baeza (1660). El de Sevilla no se erigió hasta 1831 en Sanlúcar de Barrameda con el nombre de San Francisco Javier, trasladándose a Sevilla en 1848 bajo la advocación San Isidoro y San Francisco Javier.

Todos los prelados andaluces celebraron sínodos diocesanos en los años posteriores a la clausura del concilio: Almería (1607); Cádiz (1591, 1632, 1655 y 1671); Córdoba (1562 y 1570); Granada (1572); Guadix (1554, el único antes de la clausura de Trento); Jaén (1586); Málaga (1572) y Sevilla (1572, 1586 y 1604). También llevaron a cabo las visitas pastorales, bien personalmente o por sus obispos auxiliares o visitadores, como testimonia la gran documentación generada por los libros de visita y que se conserva en los archivos diocesanos. Y también cumplieron con las visitas ad limina, ordenadas en 1585 por Sixto V en la constitución Romanus Pontifex.

 

Autor: Manuel Martín Riego


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