El territorio actual de Andalucía en la época moderna -con excepción de zonas pertenecientes a las diócesis de Cartagena y Toledo, y prioratos de órdenes militares, con las que establecían concordias los prelados- se distribuía entonces en ocho diócesis, además de la de Ceuta y la abadía mitrada de Alcalá la Real. Internamente se organizaban en demarcaciones intermedias que en realidad agrupaban a las parroquias o pilas bautismales, verdaderas células de la organización eclesiástica, dependiendo la “cura de almas” de los obispos, si bien los diversos derechos de patronato se entrometían en este campo. Esas demarcaciones intermedias eran las vicarías (a veces, los arciprestazgos), a cuyo frente estaban los vicarios foráneos. A menudo conforman un conjunto territorial bien delimitado (incluso de grandes dimensiones, como ocurre con las vicarías de la diócesis de Toledo) y otras sencillamente traducen la distinción propia de un núcleo de población importante, cuyo vicario se consideraba la cabeza del clero local. Aunque evidencia la territorialidad de las iglesias diocesanas, el vicario foráneo tampoco posee atribuciones muy llamativas: intermediación en informaciones, circulares y mandatos entre el prelado y su clero diocesano y, acaso, conocimiento de diversas causas relativas a disciplina eclesiástica, materia económica o formación en su demarcación respectiva, aspectos gubernativos y contenciosos como delegado del obispo y defensor de la inmunidad eclesiástica. Con el tiempo, algunos vicarios se hicieron perpetuos (por concurso), lo que reforzó su institucionalización. Nos interesa la vicaría a efectos pastorales, que no siempre coincide, como ocurre en el caso sevillano, con la vicaría a efectos fiscales.

La estructura diocesana en Andalucía se amoldó a los reinos al paso que eran conquistados, en tiempos de Fernando III y Alfonso X los de Jaén, Córdoba y Sevilla, y con los Reyes Católicos el de Granada. La recuperación de diócesis en la Baja Edad Media se encontraba con el precedente de las diócesis perdidas, muchas de escasa dimensión territorial. Remitían a los inicios del cristianismo en la península ibérica, una realidad muy fragmentada en lo geográfico. La antigua Bética contó en la Antigüedad con las sedes de Elepla, Itálica, Asidonia, Malaca, Illiberri, Astigi, Corduba, Egabro y Tucci, desde Niebla hasta Martos, sin contar otras más orientales. En el actual territorio diocesano cordobés, por ejemplo, se situaban en época romana total o parcialmente territorios de las diócesis de Corduba, Astigi, Egabro, Iliberri, Malaca e Itálica; en el giennense, de las de Tucci, Mentesa, Cástulo y Biatia.

Ya en la época moderna Sevilla y Granada fueron las dos sedes metropolitanas. La primera conformó una amplia provincia eclesiástica, sumando entre sus sufragáneas Silves (entre 1255 y 1393), Cádiz en 1263 (por bula de Urbano IV), Marruecos (tal vez sufragánea de Sevilla desde 1353), Canarias (1351, consolidada en 1406 en la isla de Lanzarote y por bula de 1485 en Gran Canaria) y Málaga (desde 1487). De Granada serían sufragáneas Guadix y Almería. Tras el Concordato de 1851 cambia el mapa metropolitano.

De Sevilla dependerán Badajoz, Cádiz (hoy Cádiz-Ceuta), islas Canarias (hoy Las Palmas y Tenerife) y Córdoba, añadiéndose ya tras el concordato de 1953 Huelva y más recientemente aún Asidonia-Jerez (1980), aunque arrastraba dos décadas de presencia de un obispo auxiliar para su vicaría general. Jerez había conocido intentos fallidos de lograr una diócesis propia en torno a 1580 y a 1781.Y de Granada, desde 1851, eran sufragáneas Almería, Cartagena, Guadix, Jaén y Málaga. Cesa entonces la sumisión de algunas diócesis andaluzas a la metrópoli toledana: la de Córdoba (que llegaba por el norte hasta Chillón, hoy la provincia de Ciudad Real) y la de Jaén habían sido sufragáneas de Toledo desde 1236 y 1228 (restauración de la diócesis de Baeza, trasladada a Jaén unos veinte años después), respectivamente, como también la abadía exenta de Alcalá la Real.

Y es que en 1218, ante el avance que se vislumbraba tras la batalla de Las Navas de Tolosa, Toledo defendió su derecho primacial sobre los territorios que fueran recuperados. Precisamente a Toledo pertenecían las vicarías de Cazorla desde 1231 (con Quesada, Toya y La Iruela), y Huéscar (con Castilléjar, Puebla de Don Fadrique y otras localidades), hoy respectivamente en las provincias de Jaén y Granada. A partir del concordato de 1953 esos territorios dejaron de pertenecer a la archidiócesis toledana. Y la comarca de Huércal-Overa pertenecía a Cartagena, diócesis que había sido restaurada en 1250 y que sumó terreno por el sur al hilo de las conquistas castellanas. Al priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago, con sede en Llerena y rango de diócesis, pertenecieron asimismo territorios andaluces de la orden militar de Santiago, que se desgranan en los párrafos siguientes.

Hubo además numerosas iglesias colegiales por toda la geografía andaluza, que, si bien solían estar bajo la autoridad del ordinario (las de Osuna y Olivares eran de patronato señorial), tenían un marcado poder, reuniendo un abundante clero diocesano, que en cierto modo emulaba a los poderosos cabildos catedrales; sólo como ejemplo, en la diócesis hispalense las colegiatas fueron la del Salvador, Jerez de la Frontera, Osuna y Olivares, en la granatense la del Salvador, Santa Fe, Sacromonte, Ugíjar y Motril. Además se contaban capillas reales de Sevilla (1252) y Granada (1504). Súmase a ello la superposición de los distritos inquisitoriales, que básicamente se redujeron a los de Sevilla, Córdoba y Granada.

En el siglo XIII se articulan en la diócesis cordobesa (resurgida a partir de 1236) los tres arcedianatos (figura tan relevante en época medieval) de Pedroche, Sierra y Llano (Castro), y la Campiña (Córdoba). El curso del Genil por el oeste marcaba la divisoria con la diócesis hispalense. En 1250 cedió algunos enclaves a Sevilla, mientras Benamejí y Palenciana constituían encomiendas de la orden de Santiago, convertidas en señoríos al mediar el siglo XVI. Rute constituía una abadía bajo control señorial. En esta diócesis abundaron las vicarías: casi sesenta en 1662. Ya en el siglo XVIII se introdujo la jurisdicción exenta de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, con su capellanía mayor en La Carlota, contando en el actual suelo cordobés con otras localidades como San Sebastián de los Ballesteros.

En el norte cordobés hubo también presencia de la orden de Calatrava, en Belmez o en Peñarroya. Todos esos enclaves pasaron a la diócesis de Córdoba en 1874. Así como el arciprestazgo de Priego (procedente de Alcalá la Real) y algunos enclaves del Priorato de Magacela (Castuera entre otras localidades), en la diócesis pacense desde 1958. Ese año se suman también a Córdoba Fuente Palmera y Miragenil, mientras que Villanueva de Tapia pasaba a la diócesis malacitana. En realidad, las bulas Quo gravius y Quae diversa (1873) abrieron la puerta a nuevos ajustes diocesanos en España, completados ya en el siglo XX para adecuar las demarcaciones diocesanas a las provinciales, si bien se mantuvo una duplicidad de diócesis en las provincias de Cádiz y Granada.

Tras su conquista en 1227 Baeza se convierte en cabeza diocesana, pero el papa Inocencio IV trasladó la diócesis a Jaén en 1249; entretanto, Fernando III fue definiendo sus límites con Toledo. Sus tres arcedianatos eran Baeza, Jaén y Úbeda, contando con otras vicarías en Andújar, Arjona, Iznatoraf y Santisteban del Puerto. Alcaudete se encontraba bajo señorío nobiliario, que devino en condado. Desde 1235 se fueron conformando las vicarías santiaguistas de Beas y Segura de la Sierra, con los núcleos poblacionales de Orcera, La Puerta de Segura, Hornos, Siles, Benatae, Torres de Albanchez, Villarrodrigo, Chiclana de Segura, Génave y Santiago de la Espada; tenía la consideración de vere nullius, lo que aseguraba su independencia del ordinario más próximo, lo que no ocurría con la también santiaguista Albánchez. Por su parte, Martos era una vicaría de la orden de Calatrava desde 1240, incluyendo Porcuna, Víboras, Lopera, Torredonjimeno, Jamilena, Higuera y Santiago de Calatrava, con la categoría de nullius tantum, que les hacía depender del obispo de Jaén en determinados asuntos que solían regularse mediante concordias, datando la primera de 1245. Otros enclaves calatravos fueron Torres, Jimena, Recena, Sabiote y Canena.

En esta diócesis se enclavaron de forma exenta entre 1767 y 1835 las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, con capital en La Carolina, incluyendo Guarromán, Santa Elena, Montizón, etc. Jaén recuperó en 1873 la vicaría santiaguista de Segura y Beas y el partido calatravo de Martos. Se hizo efectiva asimismo la incorporación de Alcalá la Real, cuya abadía había sido suprimida en 1851. Ya en 1954 sumó la vicaría de Cazorla (antiguo Adelantamiento) segregada de Toledo.

Conquistada Sevilla en 1248, se restauró su diócesis con una enorme extensión, que se encargó de consolidar el arzobispo Don Remondo, y hasta 1278 recibió numerosos lugares bajo señorío arzobispal (Cantillana, Brenes, Almonaster, Zalamea la Real, El Villar, Buitrón, Pozuelo, Las Delgadas, Río Tinto, El Madroño, Alguazul, Rianzuela, Lopaz y Umbrete; sólo estos dos últimos se mantenían en el siglo XVII), mientras bajo el señorío capitular estuvieron Tercia, Puslena, Villaverde, Sanlúcar de Albaida, Gelo, Quema o Espera. La diócesis hispalense quedaba abierta por el este a posibles incorporaciones en la llamada banda morisca, mientras que por el norte lindaba con tierras santiaguistas y en el oeste se extendía hasta los ríos Cala y Guadiana.

La capital sevillana se articuló en veinticinco collaciones. En su diócesis constan en 1261 los arcedianatos de Sevilla, Écija, Cádiz (Jerez desde 1267), Reina-Constantina y Niebla (antigua sede eleplense), conquistada ésta en 1262. Dos siglos más tarde se cuenta también el de Carmona. Antequera perteneció a Sevilla hasta su paso a la diócesis de Málaga, no sin resistencia por parte de la hispalense. Nuevas vicarías más constan en el sínodo de 1512, como Lepe (y Ayamonte, que era de señorío), Cantillana, Zalamea la Real, Osuna (regida en lo eclesiástico mediante concordia con su señor, como ocurría en otros señoríos laicos), Zahara de la Sierra o Teba. A partir de los enclaves iniciales se fueron perfilando más vicarías, como fueron Alcalá de Guadaira, Utrera, Marchena, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María, Rota, Aznalcázar, Niebla (de la que se escinden en 1572 Trigueros y Puebla de Guzmán), Moguer, Gibraleón, Huelva, Almonaster (de la que sale Cumbres Mayores en 1750), Zufre (de la que surgen en 1572 Aracena, Santa Olalla, y Castillo de las Guardas, y en 1750 también Cala), Constantina (de la que proceden El Pedroso, Cazalla y Alanís en 1750); además de Arahal, Cañete la Real, Villamartín, La Campana, Fuentes, Lebrija, Mairena del Alcor, Morón, Puebla de Cazalla, La Palma del Condado, Paterna del Campo (con Tejada, actual Escacena del Campo, y Berrocal), Arcos, Bornos… Llegaron a contarse hasta 47 vicarías, 21 de ellas en la actual provincia de Sevilla, 16 en la de Huelva, 8 en la de Cádiz y 2 en la de Málaga.

Además hubo algunas iglesias priorales: Aroche, Aracena (ambas ligadas antaño a la orden sanjuanista), El Puerto de Santa María (ligada a la efímera Orden de Santa María de España), La Algaba y Carmona. Fueron territorios sanjunistas del Priorato de Castilla Alcolea, Lora del Río y Tocina (además de Setefilla, Peñaflor y San Juan de Aznalfarache) y santiaguistas, Arroyomolinos de León, Cañaveral de León (ambos hoy en la provincia de Huelva) y los sevillanos de Guadalcanal, Villamanrique de la Condesa (antes Mures), Benazuza y Villanueva del Ariscal. A la orden de Calatrava perteneció Carrión de los Céspedes. Cambullón y Heliche llegaron a ser de la orden de Alcántara. Con el tiempo, muchos territorios de las Órdenes acabaron convertido en señoríos, según los intereses de la Corona, una vez controló estas instituciones cuyos miembros se consideraron en origen mitad frailes mitad soldados.

También hubo una jurisdicción eclesiástica exenta en la actual provincia de Sevilla: las Nuevas Poblaciones de Andalucía (en concreto La Luisiana, y Cañada del Rosal).

En 1851 se consignan 33 arciprestazgos y en 1873 se suman al territorio diocesano sevillano las vicarías vere nullius cuyos vicarios nombraban hasta entonces los correspondientes señores, la de Olivares (que incluía Albaida, Castilleja de la Cuesta, Castilleja de Guzmán y Heliche, ya en el estado del conde-duque, Olivares-Sanlúcar la Mayor) y la de Estepa (con Aguadulce, Alameda, Badolatosa, Casariche, Corcoya, Gilena, Herrera, Lora de Estepa, Marinaleda, Pedrera, La Roda y Sierra de Yaguas, además de parte de Puente Genil). A raíz del concordato de 1953 recibió de la diócesis malagueña los arciprestazgos de Olvera y Grazalema. Miragenil acabó pasando a Córdoba, integrado en Puente Genil.

La antigua sede asidonense también fue restaurada, y trasladada a Cádiz, siendo la única diócesis creada al margen de la sevillana en la Andalucía occidental; huelga insistir en la naturaleza geoestratégica de este extremo sur de la región. Nacía la diócesis gaditana en torno a 1262, poniendo su iglesia matriz bajo el nombre de la Santa Cruz (concebida en origen como enterramiento de Alfonso X), y ello pese a que la mitra hispalense ya se había atrevido a crear un arcedianato en Cádiz (1261), pero finalmente cedió seis años más tarde, estableciendo su límite en el curso del río Guadalete y tomando como sufragánea la diócesis gaditana. Su territorio creció con la conquista de Tarifa (1292) y Algeciras (1344), enclave que contó con catedral, llamándose entonces la sede Cádiz-Algeciras hasta 1369, en que Algeciras cayó de nuevo en manos nazaríes, para ser recuperada definitivamente en 1456 (diócesis “Guadicensis et Insulae Viridis”).

La diócesis de Cádiz presenta varias vicarías en el siglo XV: Medina Sidonia, Vejer, Gibraltar…; antes incluso se le había asignado Marbella, pero no se materializó al mantenerse esta plaza en manos musulmanas. En realidad, tras la pérdida de Gibraltar a manos de los ingleses en 1704, la diócesis se limitaba a las localidades de Cádiz (y la Isla de León), Puerto Real, Chiclana, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia, Paterna, Tarifa, Conil, Vejer, Jimena, Castellar, Algeciras y más tarde San Roque y Los Barrios. De hecho, quince fue el número máximo de vicarías en esta diócesis.

Tras ser conquistada en 1341, se constituía la abadía de Alcalá la Real, el bastión jurisdiccional no episcopal más sólido de Andalucía. Era, por tanto, vere nullius sed propriae dioecesis e incluía Castillo de Locubín, Frailes y Noalejo (en la actual provincia de Jaén) y Priego, Almedinilla, Carcabuey y Fuente Tójar (en la de Córdoba). Se vio reforzada, ante las prerrogativas del prelado giennense, desde el concilio de Trento, pues sólo se negaba al abad la administración de los sacramentos del orden y la confirmación, que a veces sin embargo ejercía si tenía per se la condición de obispo. Además desde 1527 se habían exigido 2/3 de sus rentas para la Capilla Real de Granada, así como otras rentas de la iglesia colegial de Jerez de la Frontera y los prioratos de El Puerto de Santa María y Aracena. Está claro que los reyes hacían valer su poder.

Cinco años después de la conquista portuguesa de Ceuta se erigía su catedral (hacia 1420). Este obispado llegó a tener territorios jurisdiccionales en el Portugal peninsular y desde 1570 se llamó de Ceuta-Tánger. Tras la incorporación de Ceuta a España en el transcurso de la sublevación de Portugal, se mantuvo como obispado español. El Concordato de 1851 la unía a la diócesis de Cádiz, destacando en Ceuta la figura del vicario capitular, pues correspondía al prelado gaditano la administración apostólica de Ceuta. Desde 1933 conforman la diócesis de Cádiz-Ceuta.

En el reino de Granada, las diócesis se erigirían en virtud de la anticipada concesión pontificia de 1486, y lo hicieron bajo la fórmula del regio patronato. Málaga funcionó como diócesis desde su conquista en 1487, convirtiéndose en sufragánea de Sevilla. De este arzobispado logró rescatar la poderosa vicaría de Antequera, contando con otras vicarías como Archidona, Coín, Marbella, Olvera, Ronda o Vélez Málaga; además de responsabilidades pastorales en Melilla y en los presidios de Alhucemas y el Peñón de la Gomera. En 1958 recibía de la iglesia hispalense las vicarías de Cañete la Real y Teba.

Las otras tres diócesis del antiguo reino nazarí nacieron el 10 de diciembre de 1492. En número cambiante, la diócesis granatense, cuyas parroquias se erigieron a finales de 1501, contaba en 1685 con veintiuna vicarías (que comprendían unos 117 curas y 206 beneficiados), a saber, Granada (con Vega y Sierra), Santa Fe, Loja (ésta con un cabildo de beneficiados), Alhama, Valle de Lecrín, Almuñécar, Salobreña y Motril (estas tres en la costa), Iznalloz, Íllora, Montefrío y Guadahortuna (las cuatro en la comarca de los Montes), junto al gran conglomerado alpujarreño: Órgiva, Pitres, Almócita (taha de Lúchar), Alboloduy (con la taha de Marchena, bajo señorío del duque de Maqueda), Ugíjar, Jubilei, Laujar, Juviles y Berja. En 1725 se mantenía el mismo número de vicarías, pero con la ausencia de las de Jubilei y Guadahortuna, y la presencia de las de Colomera y Montejícar, ambas en los Montes. Algunas de las vicarías se enclavan en la actual provincia almeriense. De hecho, entre 1953 y 1957, Granada perdió los arciprestazgos de Canjáyar, Río Andarax, Berja y Laujar, en beneficio de Almería. La red comarcal de hospitales, también se encontraba en estas diócesis bajo el patronato regio.

 En Guadix, además de la capital y la jurisdicción de Baza, se encuentran vicarios, ya en el siglo XIX, en localidades como Diezma, Moreda, Pedro Martínez, Alamedilla, Alicún, Villanueva de las Torres, Huélago, Benalúa, Fiñana (actualmente en la diócesis de Almería), Gor o el marquesado del Cenete. La vicaría de Baza, que formaba parte de la diócesis de Guadix, era sufragánea de Toledo (y no de Granada) y lindaba al norte con territorios completamente toledanos en lo eclesiástico: vicarías de Cazorla y Huéscar.

 La diócesis de Almería, tras la fallida expectativa de conquista por Jaime II de Aragón en 1309, se erigió en 1492. Contaba en 1815 con cinco vicarías: la vicaría mayor, Vera, los Vélez, Purchena y Serón. Cantoria, Filabres, Gérgal y Albox pudieron alcanzar también ese rango. En total cuatro ciudades y más de sesenta villas y lugares componían este obispado, que se vio fortalecido en el siglo XX con territorios procedentes de Cartagena, Guadix y sobre todo Granada.

Es evidente, por tanto, la multiplicidad de jurisdicciones exentas y privilegiadas (órdenes militares, señoríos eclesiásticos y laicos, regio patronato, fuero castrense, derechos municipales, jurisdicciones especiales como la de las Nuevas Poblaciones) que, por supuesto, dejaban marcadas huellas en lo eclesiástico, en particular en la dimensión pastoral propia de la Iglesia y protagonizaron sonados pleitos y pactadas concordias. Todo ello sin contar la abrumadora presencia de órdenes religiosas, masculinas y femeninas, monásticas y mendicantes, que escapaban a la jurisdicción ordinaria y que conformaban sus propias “provincias”, entre ellas era muy común el nombre de Bética, o demarcaciones incluso de menores dimensiones.

 

Autor: Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz


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