En 1764, Miguel Jerónimo Suárez estableció en El Puerto de Santa María, por orden de la compañía de comercio gaditana Ustáriz, Vélez y Cía, una industria de tejidos de seda con el nombre de la Purísima Concepción. Desde 1757, Suárez trabajaba para los Ustáriz, dirigiendo su casa de comercio en Sevilla. De ellos recibió el encargo de pasar a El Puerto para poner mano a la construcción de la fábrica. Durante aquellos años al servicio de los Ustáriz, Suárez adquirió una sólida experiencia comercial, que en adelante formó parte de su amplio bagaje de conocimientos prácticos. La instalación de la fábrica de la Concepción, cuya propiedad recayó en 1765 en Juan José Vélez de Guevara, conde de Guevara, coincidió con la etapa en la que la compañía de los Ustáriz se hizo cargo de las manufacturas reales de tejidos de seda de Talavera de la Reina, que se comenzaron a levantar en 1748 por iniciativa de José de Carvajal. Estas manufacturas fueron traspasadas a los hermanos Ustáriz en 1762, debido a su escasa rentabilidad. La gestión de los Ustáriz, aunque a la postre terminó en fracaso, representó una cierta revitalización para las sederías reales talaveranas. La fábrica portuense de la Concepción formó parte de la estrategia industrial de los Ustáriz, orientada en última instancia al comercio con América.
Miguel Jerónimo Suárez ejerció el cargo de director general de la fábrica de la Concepción hasta 1771, año en el que el conde de Guevara suspendió pagos. Bajo su supervisión trabajaron otros directores, como José de la Guerra, a quien se debe un amplio informe sobre esta industria, solicitado por el Consejo de Castilla y más tarde publicado por Francisco Mariano Nipho. De 1765 a 1769 la fábrica se mantuvo de los capitales invertidos por el conde de Guevara. En esta última fecha se efectuó una emisión de acciones por valor de doscientos mil pesos, que no fue capaz de detener el deterioro de la situación financiera de la empresa. En ella se fabricaron muy diversos géneros destinados al mercado americano: terciopelos, felpas, damascos, estampados, moeres, rasos, tercianelas y tafetanes de distinta clase y color. El proceso del teñido de los tejidos exigía grandes conocimientos prácticos, a cuya adquisición se entregó Miguel Jerónimo Suárez. Este contaba ya con estudios matemáticos y, a raíz de su etapa como director general de la fábrica de la Concepción, adquirió amplios conocimientos de química experimental, a cuyo cultivo se consagró en años posteriores con la idea de “perfeccionar en España el arte de la tintura y dar a conocer esta ciencia, sin la cual nada se puede adelantar en muchas artes”.
Este ánimo de aprendizaje le llevó a emprender en 1766 un viaje de observación en el transcurso del cual recorrió todas las zonas de la geografía española que disponían de producción de seda o de fábricas de este tejido. Durante aquel viaje, que no dudó en costear a sus expensas, visitó, según su propia declaración, “todas las fábricas, industrias y manufacturas (…), averiguando en cuanto le fue posible las verdaderas causas del atraso inesperado de algunas y del poco o ningún adelantamiento de las más”. Los principales destinos y objeto de observación fueron la producción de seda en los reinos de Valencia, Aragón, Cataluña, Jaén, Granada y Sevilla, así como Talavera de la Reina. En esta última población instaló un artefacto para la mejora de la producción: la prensa de aguas y lustrar tejidos, en cuyo uso fue pionera la fábrica portuense de la Concepción.
En 1769, Suárez emprendió un nuevo viaje, esta vez con comisión de la Junta General de Comercio. Su destino fue Cataluña, región que comenzaba a consolidarse como la avanzadilla industrial de España, especialmente por lo que respecta al sector textil. En Barcelona, Suárez aprendió la técnica de pintar sobre telas de seda con el industrial Isidro Catalá. Durante este período redactó varios informes para la Junta de Comercio sobre el derecho de bolla y sobre la reforma de las ordenanzas generales de tejidos de seda de 1684. Se trató de una etapa muy fructífera para el intercambio de conocimientos técnicos. Al mismo tiempo que aprendía de los maestros catalanes, Suárez impartió enseñanzas prácticas en San Feliu de Llobregat sobre el modo de hilar la seda por el método de Vaucanson y de transformar a bajo costo los tornos comunes defectuosos en tornos adaptados a dicho método. También instruyó sobre el modo de trizar los capullos de seda y de aprovechar otras ventajas ignoradas en aquella comarca de la técnica de producción sedera. Aquel año Suárez fue designado socio de mérito de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. En 1775 fue también alistado como socio de mérito en la Real Sociedad Matritense, en la que desempeñó la secretaría de Artes y Oficios.
Con la misma finalidad de ampliar conocimientos sobre las técnicas de la producción sedera, después de su estancia en Cataluña Suárez viajó a Francia, con el objetivo de visitar distintas fábricas textiles de Montpellier, Carcasonne, Saint-Pons, Marsella y otros lugares. Allí entabló relación con Jean-Baptiste Turcon, hijo de un inventor que había ideado un método para abatanar los puños y blanquear la seda sin jabón. Este método, que al parecer permitía un importante ahorro de costes de producción, era mantenido celosamente en secreto a la espera de ser vendido ventajosamente. Suárez volvió a Cataluña trayendo consigo a Turcon. En Tarrasa, y en presencia del intendente Juan Felipe Castaños, realizó una prueba del método Turcon. Sin embargo, las autoridades gubernativas acogieron con muchas dudas la propuesta de adquirir el secreto industrial, de cuyas vacilaciones sacó partido el embajador de Venecia en la corte, quien contrató a Turcon para aplicar su método en aquella república. El francés se marchó discretamente, incumpliendo el contrato celebrado con Suárez. Este quedó en una delicada situación financiera, ya que le había adelantado al francés una fuerte suma de 73.000 reales, que Suárez esperaba recuperar cuando Turcon vendiera su secreto al rey, o bien cuando obtuviera a cambio de aquel algún privilegio temporal.
Después de esta pintoresca aventura, Suárez se dedicó a la traducción de obras extranjeras, siempre animado por la intención de divulgar en España las técnicas industriales practicadas en el extranjero. La edición de estas obras las hizo frecuentemente a su costa, lo que seguramente terminó de arruinarlo. Tuvo que emplearse para sobrevivir como archivero de la Junta de Comercio y Moneda. En 1784 solicitó al conde de Floridablanca un puesto anejo a la fiscalía de Comercio, para lo cual redactó una relación de méritos y servicios que nos ha servido para reconstruir su interesante trayectoria.
Autor: Juan José Iglesias Rodríguez
Fuentes
Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 2.923, nº 487.
NIPHO, Francisco Mariano, Descripción natural, geográfica y económica de todos los pueblos de España, tomo tercero, Madrid, Librería de Joseph Matías Escribano, 1771.
Bibliografía
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IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, “Un industrial ilustrado en la España del siglo XVIII: don Miguel Jerónimo Suárez”, en Revista de Historia de El Puerto, 10, 1993, pp. 57-68.
MOLAS RIBALTA, Pere, “Las Juntas de Comercio de Andalucía. Siglo XVIII”, en Actas del I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Contemporánea, I, Córdoba, 1976, pp. 159-170.
MOLAS RIBALTA, Pere, “Iniciativas textiles en Andalucía”, en Actas del II Coloquio de Historia de Andalucía. Andalucía Moderna, I, Córdoba, 1983, pp. 481-498.
RUIZ RIVERA, Julián, “La Compañía de Ustáriz, las Reales Fábricas de Talavera y el comercio con Indias”, en Anuario de Estudios Americanos, XXXVI, 1979, pp. 209-250.