El Renacimiento, con su visión humanista del mundo y la concepción liberal del arte como un sistema de conocimiento trajo consigo la necesidad de codificar los planteamientos teóricos que sirven de base al trabajo artístico. La Edad Media había producido un tipo de literatura artística de carácter funcional y directo: los llamados manuales, que enseñaban técnicas, modelos de ejecución e iconografías, sin incidir sobre el significado del arte mismo. La literatura artística tuvo un extraordinario desarrollo en Italia entre 1400 y 1600, con figuras de la talla de Alberti, Piero della Francesca, Leonardo, Migue Ángel, Vasari, Dolce, Lomazzo o Zuccari. La tratadística española irá asumiendo desde el siglo XVI los modelos del mundo italiano.
Los tratados de arquitectura difundieron el lenguaje clasicista tanto de forma práctica como especulativa, a partir del redescubrimiento de Vitruvio y las ediciones de Serlio, Palladio o Vignola. Vitruvio fue traducido en 1564 de forma manuscrita (Biblioteca Pública de Cáceres) al español por el granadino Lázaro de Velasco (1521-1584), hijo del escultor Jacopo Florentino, el Indaco, y también por Hernán Ruiz II (1514-1569), en este caso el primero de sus diez libros (Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid). Habrá que esperar a 1582 para ver la primera traducción llevada a la imprenta, por parte del madrileño Miguel de Urrea, en 1582. Serlio fue traducido en 1582 por el alarife madrileño Francisco Lozano, si bien hoy se piensa que actuaría más como editor, siendo el traductor el vallisoletano, afincado en Sevilla, Francisco Zamorano.
Los grandes tratadistas hispanos de la época fueron Diego de Sagredo, Rodrigo Gil de Hontañón, Juan de Herrera y el leonés Juan de Arfe y Villafañe (1535-1603); este último publicó en Sevilla, en 1585-87, su De varia conmensuración para la esculptura y la arquitectura, donde aborda el arte mediante la geometría y un sistema de proporciones basado en última instancia, siguiendo a Durero, en el cuerpo humano. Su proyección se mantuvo hasta el siglo XIX, contando con hasta 6 ediciones diferentes. También compuso una Descripción de la traza y ornato de la custodia de plata de la Santa Iglesia de Sevilla (1587), según las indicaciones iconográficas de Francisco Pacheco, habiendo dejado inédita (y perdida) una Perspectiva Práctica. También cabe mencionar al baezano Jerónimo de Prado (1547-1595) y al cordobés Juan Bautista Villalpando (1552-1608); ambos jesuitas, en su In Ezechielem explanationes et Apparatus Urbis, ac Templi Hierosolymitani (1596-1605), incidieron en la idea de la inspiración divina del templo de Salomón y su relación con los principios vitruvianos de armonía y proporción, dentro de la tradición humanista de la concordatio entre la cultura pagana clásica y la civilización cristiana.
Entre los tratadistas de los siglos XVII y XVIII (fray Lorenzo de San Nicolás, fray Juan Rizi, Juan Caramuel, Juan de Torija, Simón García, Tomás Vicente Tosca, Athanasio Genaro Brizguz, Benito Bails) figura sólo Diego López de Arenas, nacido en Marchena en 1579, y cuyo Breve compendio de la carpintería de lo blanco y tratado de alarifes (Sevilla, 1633) es fundamental para el conocimiento de las armaduras de tradición mudéjar. El mismo pragmatismo se percibe en los tratados de estereotomía, siendo señeros los manuscritos del ubetense Alonso de Vandelvira (1544-1626) y su Libro de trazas de corte de piedra (entre 1575 y 1591), y del baezano Ginés Martínez de Aranda (1556-1620), con su Cerramientos y trazas de montea (1600). Otro manual técnico, perdido, sería un Tratado de mazonería (sobre materiales de construcción) redactado hacia 1558 por Hernán Ruiz II, al tiempo que se hallaba ocupado con el campanario de la Giralda.
También cabe citar la contribución andaluza a los tratados de fortificación: Cristóbal de Rojas (1555-1614), activo en Sevilla y Cádiz a finales del siglo XVI, de quien se duda si nació en Baeza en Toledo, y su Teoría y práctica de fortificación, conforme las medidas y defensas de estos tiempos (Madrid, 1598); y el baezano Cristóbal Lechuga (1556-1622), con su Discurso que trata de la artillería y de todo lo necesario a ella, con un tratado de fortificación (Milán, 1611). Ambos fueron muy seguidos hasta finales del siglo XVII. El tratado de Rojas fue el primero de este tipo publicado en España, si bien hubo manuscritos anteriores, como el atribuido a Luis Machuca, Libro intitulado arquitectura de fortificación (Biblioteca Nacional), traducción libre de la obra de Niccolo Tartaglia. Ya en el último tercio del Setecientos cabe mencionar al navarro Lucas Cíntora (1732-1800), afincado en Sevilla desde mediados de la centuria, que contribuyó al debate de la restauración arquitectónicas con sus alegatos sobre las reformas en el Sagrario (1777) y la Lonja de dicha ciudad (1786). Y, asimismo, las Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo (1785) del gaditano Gaspar de Molina y Saldívar (1741-1806), relativas al concepto del decoro en la arquitectura eclesial. En el segundo tercio del siglo XVIII el cordobés Vicente de los Ríos y Gálvez (1732-1779) escribió varios opúsculos sobre artillería, pero ya fuera del ambiente andaluz.
En lo que respecta a las artes figurativas, cabe decir que los pocos escritos sobre teoría del arte del siglo XVI quedaron en forma manuscrita (Felipe de Guevara, Francisco de Holanda o Cristóbal de Villalón). Si se llevó a la imprenta, en 1576, la traducción de la Geometría de Euclides, por parte del mentado Rodrigo Zamorano (1542-1620), catedrático de cosmografía de la Casa de la Contratación de Sevilla. En el campo de lo anticuario Diego Villalta (1524-1615), natural de Martos, dejó dos obras manuscritas, De las estatuas antiguas (1590), y su perdido Libro de las grandes Antigüedades, sintetizando parte de la obra del artista Hernando de Ávila, sobre El Arte de la pintura.
Una de las grandes figuras de la literatura artística hispana, a caballo entre los siglos XVI y XVII, es el pintor y poeta cordobés Pablo de Céspedes (1538-1608). De su obra escrita se conservan varios fragmentos, dados a conocer por Ceán Bermúdez: Discurso de la comparación de la antigua y moderna pintura y escultura (1604), Discurso sobre el templo de Salomón, Poema de la pintura y Carta sobre la pintura a Francisco Pacheco (1608). A pesar de su carácter fragmentario, fue alabado por Pacheco, Palomino, Ponz, Céan y Menéndez Pelayo. Participó así en el subgénero del parangón entre las artes. En otro manuscrito dado a conocer por Jesús Rubio (Catedral de Granada), Discurso del templo del dios Jano, incide, como Prado y Villalpando, en la deificación de la arquitectura clásica.
A partir del siglo XVII se produce una gran diversificación en cuanto a la literatura artística: libros de historia local, como los de Luis de la Cueva y Francisco Bermúdez Pedraza (Granada), Pablo Espinosa de los Monteros y Diego Ortiz de Zúñiga (Sevilla), Pedro Díaz de Ribas (Córdoba), Andrés Florido (Málaga), Juan Bautista Suárez de Salazar y fray Jerónimo de la Concepción (Cádiz); libros de viajes, como el hierosolimitano del hispalense Francisco Guerrero; relaciones de fiestas, como la excelente de Fernando de la Torre Farfán sobre la canonización de San Fernando en Sevilla. La literatura específica sobre teoría del arte durante el Barroco en España va a ser muy importante y cualitativa. Destacan los escritos de Gaspar Gutiérrez de los Ríos, Juan Butrón, Francisco Cornejo, Vicente Carducho, Lázaro Díaz del Valle, Jusepe Martínez o Félix de Lucio Espinosa y Malo, quienes adaptaron la tratadística italiana al ambiente español.
Entre los escritores andaluces, descuella la figura de Francisco Pacheco (1564-1644). Como Carducho en la Corte, Pacheco tuvo como horizonte la formación de una Academia de artistas, siendo el más importante tratadista español del Seiscientos. Nos ha legado manuscrito su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones (1599). Sí llevó a la imprenta A los profesores del arte de la pintura (1622), como síntesis de la que sería su obra fundamental, a título póstumo, Arte de la pintura, su antigüedad y grandeza (Sevilla, 1649). Su obra es un crisol que aglutina la tratadística foránea y la proyecta al barroco hispano, sin olvidar el acento en el carácter liberal del arte, las enseñanzas prácticas ni la corrección iconográfica subyacente a la ortodoxia contrarreformista. Cabe citar, asimismo, aunque a menor nivel, la figura de Juan de Jáuregui y Aguilar (1583-1641), cuyo rimado Diálogo entre la naturaleza y las dos artes, pintura y escultura, de cuya preminencia se disputa y juzga (1618), constituye una singular aportación al tema del parangón entre las artes. Ya escrito en su etapa madrileña, a partir de 1619, su Memorial informatorio sobre la exención del arte de la Pintura (1629) entronca con los alegatos jurídicos en favor de la exención fiscal de las artes escritos por Butrón o Gutiérrez de los Ríos.
En el siglo XVIII, en cambio, la relación de los autores andaluces con la tratadística fue casi anecdótica, frente a la presencia de figuras tan importantes como el padre Feijoo, Jovellanos, Interián de Ayala, Esteban de Arteaga, José Nicolás de Azara o Diego Rejón de Silva. Así, por ejemplo, las referencias a un Tratado de imaginería del granadino fray Juan de la Chica Olmo, del que se conservan algunos fragmentos. Por otro lado, cabe reseñar el origen andaluz de algunos de los grandes autores de la literatura artística setecentista, aunque su obra se encuadra en el ambiente cortesano y académico: el “Vasari español”, Antonio Palomino (1655-1726), natural de Bujalance (Córdoba), con su Museo pictórico y escala óptica (1715-1724); el pintor sevillano Francisco Preciado de la Vega (1713-1789) y su Arcadia pictórica (1789); el baezano Isidoro Bosarte (1747-1807) y su Viaje artístico a varios pueblos de España (1804). Por el contrario, otros autores contribuyeron al conocimiento del arte andaluz, como Antonio Ponz y su Viaje de España (1772-1794) y Juan Agustín Ceán Bermúdez, tanto en su Diccionario (1800) como por sus escritos sobre la catedral de Sevilla (1804) y los pintores de dicha ciudad (1806).
Autor: José Policarpo Cruz Cabrera
Bibliografía
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