Es bien sabido que el concepto “honor” aplicable a los tiempos del Antiguo Régimen tenía connotaciones diferentes a las asumidas en la actualidad. En efecto, en la Edad Moderna, el honor reflejaba los criterios de diferenciación social, entendiéndose como principio defensivo de aquella sociedad estamental y desigual, marcando, así, las distancias entre quienes lo gozaban (privilegiados) y quienes carecían de él, y generando, a su vez, un amplio abanico de derechos, funciones y obligaciones. El honor no era opinable, ya que poseía un carácter objetivo y, en su manifestación legal (la única admisible), establecía claramente los límites y las distancias entre grupos. Su significación selectiva podía suponer la exclusión, de entrada, de cualquier consideración de carácter individual; ahora bien, la expansión y divulgación del término, ampliando su significación semántica y trasladándolo a la vida cotidiana, haría que se entendiesen por tal (por honor y, a su vez, por honra) aspectos que afectaban a las formas de estimación más básicas y, por consiguiente, a la propia convivencia social. De estima legal pasaría a significar, simplemente, estima.

Si aplicamos una perspectiva de género, el concepto se diversifica, traspasa las barreras estamentales y aporta otros factores de diferenciación social y moral. Así, a las distancias legales entre los grupos (nobleza, clero y estado llano), y étnicas, se añadía la que tenía que ver con las diferencias entre hombres y mujeres, aceptadas desde antiguo (herencia clásica, judeocristiana y feudo-caballeresca). Se daba por hecho que unos y otras eran, no solo distintos, sino también desiguales, y que tales desigualdades suponían estimas y valoraciones diferentes. En efecto, los hombres eran superiores a las mujeres en base a justificaciones diversas: en primer lugar, las derivadas de su constitución biológica (a favor del varón); por capacidad cerebral y por combinación de sus naturalezas: cálido y seco él, húmeda y fría ella. En este sentido, las aportaciones de Galeno, reformuladas en época moderna precisamente por un médico de Baeza, de origen francés (Juan Huarte de San Juan. Examen de los ingenios. Baeza, 1575), arrastraron durante siglos una estimación desigual de hombres y mujeres; no todos servían para los mismos oficios, pero quedaba claro que los ejercidos por ellos figuraban en la cima de la pirámide social. Por su constitución, las mujeres estaban capacitadas para las labores domésticas, crianza de los hijos y algunas tareas memorísticas, en tanto que los hombres se orientarían a ministerios racionales. Hablamos de mujeres, en plural, ya que las reputadas por sangre, herencia o rol, como las santas fundadoras habrían sido distinguidas por un don otorgado por Dios, obviamente de manera singular.

Las justificaciones religiosas se añadían a las propias de la naturaleza, así, las interpretaciones de las Escrituras Bíblicas, esencialmente los textos que realzaban el orden de la creación, contenidos en el Génesis, insistieron en el origen de Eva (hueso curvo, costilla de Adán); en la responsabilidad de su pecado y en sus consecuencias: la expulsión del Paraíso y el hundimiento temporal de la especie humana. De naturaleza “flaca” (débil) e irracional, la mujer como concepto sería definida también por sus inclinaciones: impulsivas, pasionales y emotivas, condiciones que, atribuidas a la Eva bíblica, le conferían, según San Agustín entre otros, una imagen sensual (a veces libidinosa), que podría llevar a escenas de seducción carnal y de lo que de ello se podría derivar, de manera que, según en qué casos y en qué familias, las armas de las mujeres, herederas de Eva, eran capaces de alcanzar objetivos en la escala social poco acordes con el orden establecido. Mujer así entendida como “principio de disolución social” (Maravall, 1979).

Consideradas “flacas” e inferiores, la misión de las mujeres (reproducción, crianza y, sobre todo, transmisión del patrimonio genético y material del varón), resultaba, sin embargo, imprescindible. Su función sería la de conservar la pureza de la progenie y, con ella, la estima del hombre mediante su fidelidad en el matrimonio y su virginidad (doncellez) antes de él, un alto cometido para seres de naturaleza inferior. Preciso era, por tanto, que los hombres (“sus” hombres) las guiasen, enderezasen, guardasen o, si llegaba a ser necesario, las encerrasen. El que entre los insultos de entonces primara el de ser mujer “ventanera”, “callejera”, “libre” o, aún peor, “desenvuelta”, aclara cuáles eran los criterios de desestimación. En contraposición, aquellas que cumplieron con su misión, serían honestas, guardadas y modestas. El honor, así entendido, pese a a ser genérico, se particularizaba en el seno familiar, es decir, se volvía doméstico, conectando claramente con el segundo de los criterios de diferenciación social: la mencionada superioridad del varón. De este modo, las mujeres, por su condición, formaban parte de sociedades doblemente desiguales: por estamentales y por patriarcales. De su pertenencia o no a los grupos privilegiados dependería su estatus, ahora bien, ello no les libraba de su condición inferior por el hecho de ser mujer.

Si las mujeres en general cumplieron, o no, su misión, dan cuenta los textos; no tanto los normativos (moralistas entre ellos), dirigidos mayoritariamente a las clases medias de las sociedades urbanas y limitados a reiterar modelos que intuimos que, por repetitivos, no fueron alcanzados; sino los que recogieron en su día la realidad de tantas experiencias transgresoras que desdicen el seguimiento del camino recto. En sociedades como aquella, en donde la confesionalidad de los Estados identifica delito y pecado, no pocas mujeres serían procesadas por conductas denominadas “desviadas”: de nuevo el vocabulario aclara el concepto del bien y de la virtud. Así pues, las mujeres de comportamientos “desarreglados” o “desordenados” no eran otras que las que atentaban contra las buenas costumbres, siendo tales conductas las referentes a la moral sexual, aquí católica, y protestante en otros Estados de Europa, pero semejante en todos ellos, ya que en todos se perseguía el mismo fin: la defensa de la institución del matrimonio. En consecuencia, el honor de las mujeres marcaba el de “sus” hombres, fuesen ellos maridos, padres o hermanos. Por su parte, en lo que hace a la honra, la de los varones dependía de la honestidad de “sus” mujeres, porque la estima que con sus conductas perdían ellas se expandía por la familia como una mancha de aceite, tanto mayor cuanto más conocida fuese la falta/delito o pecado cometidos. Valga un ejemplo ilustrativo: cuando D. Gaspar García, de la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira, se quejaba, a comienzos del siglo XVIII, del incumplimiento de la promesa de matrimonio a su hija por quien luego sería clérigo, D. Lorenzo Pisón, habiendo sido “gozada” y estuprada, añadía entre sus lamentos: “no excusándose de cometer otro grave delito, como es el de haberlo publicado” (Candau, 2005). Los tribunales, compuestos por hombres, entendieron el daño y la afrenta, de manera que una sentencia favorable y la condena del reo devolvieron a la mujer (y a su familia) el honor perdido, recuperando así promesa, matrimonio y honra.

Es cierto que, en la vida cotidiana, la existencia de hogares sin varón, bien por efectos de la emigración masculina, bien por temas de labores agrarias y migraciones de corta y media distancia, podía originar variaciones en los efectos del discurso patriarcal. Las mujeres que rigieron sus hogares y hubieron de hacerse cargo de ellos no debieron experimentar, por lógica, los “rigores” de una desestimación que nacía en el abandono de la castidad perpetua correspondiente a aquellas “viudas de vivos”. Esto, que es válido sobre todo para las mujeres del Norte de España (Ofelia Rey, 2014), no excluye la reflexión acerca de los límites en los que debieron moverse y subsistir los diferentes grupos femeninos, porque el honor, en su vertiente sexual y doméstica, se mantuvo vigente a lo largo de la Modernidad; y con variantes, después. Añadamos que a aquella estima de las mujeres nacida en lo “sabido” de sus comportamientos -la fama, en realidad- se unía una valoración diferente en función de la “calidad social”, a saber, el estatus. Por ello, cuando las honras se perdían como consecuencia del conocimiento de relaciones sexuales “ilícitas”, cuando florecían los embarazos y se conocían “los abortos” de las mujeres solteras o de las casadas sin varón, o cuando las novias “usadas” fueron dejadas solas atrás, su vida se “desordenaba”. En algunos casos el abandono primero y la honra después se recomponían, reparándose materialmente: son las compensaciones, manifiestas en acuerdos extrajudiciales, conciertos que tasaban el honor de las mujeres y de sus familias en función de su posición social, así como de sus cualidades morales. Un ejemplo: cuando Josepha Soto, a fines del XVII, fue abandonada por Juan Antonio de Castro, pese a existir palabra de matrimonio, su “pérdida” sería tasada en unos 50 ducados; por los mismos años, en Utrera (Sevilla), Francisca Gordillo obtendría 600; aun así, protestaría por su cortedad, pues decía “no es dote con se le admita en ningún convento”. No le faltaba razón, ya que las dotes conventuales de su ciudad para las “religiosas de coro” sobrepasaban los 800 ducados de vellón. Así pues, observamos que, en los mismos tiempos, las “calidades” se tasaron de manera diferente: Josepha había llevado una vida, en relación con los hombres, cuando menos “suelta”; Francisca pretendía recomponer la suya pero, al ingresar el antiguo novio en la carrera eclesiástica, su futuro solo podría recuperarse siguiendo un modelo de vida semejante: obteniendo plaza de monja de coro en un convento de su ciudad donde hallaría otro “pasar”, desempeñando una función en la que sí estaba reconocida la estima de las mujeres.

Como las demandas por palabras de matrimonio incumplidas que saturan los archivos civiles y eclesiásticos, también las denominadas “escrituras de perdón” florecen en los notariales. Aquí los documentos nos hablan de compensaciones por pérdida de virginidad y estupro, de desistimientos de querellas por abandono de la “palabra” dada y, en grado menor, de “perdones de insultos” y ofensas, obviamente realizados en la vía pública. Así el honor tenía su precio, convirtiéndose en moneda de cambio, en la medida en que podía repararse previo acuerdo monetario.

En resumen, a las distancias de sangre y de grupos, se unía, en las mujeres, las consideraciones de honor y honra, lo que, sobre todo en ellas, seguiría dependiendo claramente de su comportamiento sexual y de las formas de su relación, adecuadas o no, con los guardianes del sistema: los hombres. Tales criterios se reforzaban en los tiempos de crisis; el honor, entonces, ejercía de muralla de contención de estimas sociales y morales, y las mujeres, como grupo, se contemplaban, por naturaleza y discurso ideológico, en un orden inferior.

 

Autora: María Luisa Candau Chacón


Bibliografía

CANDAU CHACÓN, María Luisa, “Honras perdidas por conflictos de amor. El incumplimiento de las palabras de matrimonio en la Sevilla Moderna, un estudio cualitativo”, en Revista Fundación. Fundación para la Historia de España, 2005, pp. 179-192.

CANDAU CHACÓN, María Luisa (ed.), Las mujeres y el honor en la Europa Moderna, Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2014.

DE LA PASCUA SÁNCHEZ, María José, Mujeres solas. Historias de amor y abandono en el mundo hispánico, Málaga, Diputación provincial, 1999.

GASCÓN UCEDA, María Isabel, “Honor masculino, honor femenino, honor familiar”, en Pedralbes. Revista d’Historia Moderna, 28, 2008, pp. 635-648

MARAVALL, José Antonio, Poder, honor y élites en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1979.

MACÍAS DOMÍNGUEZ, Alonso Manuel y RUIZ SASTRE, Marta, Noviazgo, sexo y abandono en la Andalucía Moderna, Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2018.

REY CASTELAO, Ofelia, “Las campesinas gallegas y el honor en la Edad Moderna”, en Las mujeres y el honor en la Europa Moderna, Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2014, pp. 417-440.

Visual Portfolio, Posts & Image Gallery para WordPress