El intenso trasiego poblacional ha conformado a Andalucía desde el pasado hasta su presente, creando un modelo social plural y diverso en razón a la variada procedencia de sus habitantes. Su extenso escenario, al que consideramos un «país», determinada la existencia del más variado mosaico peninsular y ofrece las más diversas posibilidades de asiento y hábitat; pero además es el fruto de su historia, pues por su decisiva ubicación, con la mirada mediterráneo-europea, Andalucía es sitio límite y Finis Terrae de paso de norte a sur. Pertenece a Europa y al Mediterráneo, pero no puede negar la decisiva influencia sobre ella de su vecina África, todo lo cual, y con anterioridad a la Modernidad, condicionó la suerte de sus desplazamientos con la mezcla de pueblos e identidades, con la presencia de mozárabes, muladíes, mudéjares, judíos… en unión con una nutridas llegadas de repobladores peninsulares – fundamentalmente castellanos- cuyo fruto fue la importante movilidad preexistente, de larga distancia, también a corto y medio radio, que determinó la construcción de un modelo poblacional alógeno que caracteriza a Andalucía.

El simbólico año de 1492 genera hechos de tal trascendencia como fue el encuentro con el Nuevo Mundo y la incorporación del reino de Granada a la Corona de Castilla que, entre sus consecuencias, generaron una intensa dinámica poblacional y la construcción de un modelo neo repoblador paralelo a la nutrida migración a Indias; a lo que se le añadió el Edicto de Granada que auspició la expulsión de judíos. En el siguiente mundo mudéjar, en un contexto determinado por las acciones del poder que fomentaron la movilidad poblacional, surgió la considerada primera repoblación que supuso atraer a la alta Andalucía en primera oleada, desde la media distancia, a cristianos viejos de origen cordobés, jienense y sevillano, aunque por su número no cubren el vacío demográfico del musulmán hasta aproximadamente la década de 1520. En consecuencia desde los Reyes Católicos y con su sucesor Carlos V surgen proyectos que determinan la movilidad poblacional; entre ellos el de la humanización de la frontera, actuando sobre determinados asientos preexistentes y con también la creación de nuevos núcleos urbanos. Es así como de modo temprano la Corona funda en 1492 el sitio de Campillos, ligado a la vecina Teba, y posteriormente a Campillo Arenas por Real Cédula de 1508; otros modelos son los lugares de Moclín, Íllora o Montefrío, mientras que en el reino de Sevilla Villamartín sirve de ejemplo; y en Jaén las localidades de Los Villares, Campillo de Arenas y La Mancha. Su fruto fue la colmatación poblacional de un espacio hasta entonces prácticamente yermo, determinando el espectacular incremento de Antequera, que eleva los 220 vecinos del 1480 hasta los 392 en 1494 y que llega hasta los 437 del año 1533.

En la Modernidad, junto con una intensa movilidad interna, Andalucía destaca por su peso demográfico en comparación con el conjunto total Peninsular. A comienzo del XVI sus cuatro reinos superaban al millón de pobladores y el resto de los territorios hispanos no alcanzaban los cinco millones de almas; pero además la vitalidad andaluza era la más acusada, y debido a su alta Tasa de Crecimiento Vegetativo pudo crecer por dinámica interna, ya que sin el flujo de quienes vienen y van muchos de sus asientos hubieran desaparecido. Sus ciudades se convierten en principal polo de atracción demográfica, pues también era la región más urbanizada de Castilla, con el significativo modelo de la gran metrópolis hispalense al ser la receptora del trasiego de población más importante del siglo XVI: crece y acoge a sus nuevos habitantes, se extiende por el arrabal del Arenal, supera al río por Triana, y más allá de las murallas medievales por sitios como la Puerta de Jerez. Y en Granada, aunque con menos pulso, sucede algo similar al desbordar su límite por la necesidad de instalación de nuevos asientos el arrabal de la entonces Bibarrambla.

Las urbes son las dinamizadoras principales del movimiento poblacional interno, reparten la suerte de la Diosa Fortuna o las desgracias para los desheredados que acuden a ellas. Junto a ellas existe también un modelo rural deudor y dependiente de las propias ciudades: las aglomeración en las agrovillas -un afortunado término acuñado por Antonio Domínguez Ortiz- con los ejemplos de Osuna, Écija, Jerez, Dos Hermanas… en las que prepondera abrumadoramente la ocupación en el Sector Primario agrario y se reside en un peculiar marco urbano de extraordinaria movilidad al que se añade la importante presencia laboral de las mujeres.

Otra circunstancia surge del campo andaluz pues demandaba población para cumplir con sus labores y movía una incesante masa de braceros, jornaleros, ganapanes, gañanes… en importantes desplazamientos estacionales coincidentes con las cosechas -en especial la vendimia y aceituna- con un comportamiento cíclico que en ocasiones arrastraba los más diversos conflictos pues los salarios no cubrían las necesidades y el abuso imperaba. Determinados cultivos implicaban el mayor incremento en periodos y sitios concretos, caso era la zafra, pues la recogida de la caña de azúcar generó numerosos desplazamientos al litoral del reino granadino. Y también las mujeres participaban en el trabajo rural con cierta movilidad, realizando así actividades más allá del ámbito doméstico aunque su  capacidad estuviera condicionada por la mayor especialización masculina. Sus traslados eran más próximos, circunscritos a áreas geográficas determinada, con la mayor y más característica movilidad femenina del campo a la ciudad para cubrir la oferta de un precario mercado laboral domiciliario.

En sentido inverso las adversidades generaron a su vez un movimiento hacia el campo por la huida ante las epidemias y hambrunas. Un ejemplo es el hinterland sevillano del Aljarafe, que no muestra sufrir la crisis demográfica de mediados del Seiscientos que sufre Sevilla y no se derrumba durante el periodo central del XVII al ser refugio para quienes escapan de la muerte, e igual sucede en Granada con las localidades de Víznar, La Zubia y Romilla.

Otro interesante desplazamiento andaluz tiene su raíz en la trashumancia, pues la ancestral actividad ganadera establecía grandes rutas hasta el interior mesetario y las tierras extremeñas y que junto con el ganado movilizaba población. Así el comercio lanero de la Sierra de Segura, Castril y Huéscar penetraba hasta el Reino de Murcia, roturando al paisaje andaluz con borreguiles y cañadas; junto con otros sitios de pastoreo, como el onubense de Encina Sola y la comarca cordobesa de Los Pedroches. Y además las importantes ferias y mercados, caso de Zafra, en su convocatoria anual congregaban a procedentes de los más diversos sitios andaluces.

Cualquier actividad podía determinar la movilidad, así en el litoral la recolección de la sal demandaba una mano de obra temporal (de mayo a octubre) con el duro trabajo de los cristalizadores y jornaleros en la eras de salmuera para recoger el producto en el alfolí, e igual sucedía con las salinas de interior, siendo una actividad imprescindible para la cabaña ganadera. También la costa generaba una demanda en la importante temporada de las pesca en las almadrabas de atunes, sobre todo la que realizada en territorio de los Guzmanes, en el área de Conil y Zahara.

Incluso las consecuencias del clima afectaron al ámbito rural andaluz con el forzoso abandono de ciertos lugares: en la pequeña «Edad del Hielo» y por su conocido cambio climatológico del XVII ciertos asientos de las Alpujarras, de Sierra Lujar y la Contraviesa, se vieron modificados por la larga ausencia de precipitaciones y el persistente régimen de seca que determinó la desforestación de las faldas montañosas con la pérdida de masa vegetal y consecuente desaparición de las imprescindibles tierras de cultivo. Generando el obligado abandono de determinados asientos, en especial los de la cota de altitud más elevada, despareciendo así entre otros en la Taha de Ugíjar los poblamientos a Turrilas, Cartajelina y Xoprón; y la del Poqueira los sitios de Beniozmí y Alguazar. Su consecuencia fue el arrastre por el río Guadalfeo de los materiales no sustentados por la montaña y su depositó en importantes sedimentos en el delta de Motril, de los surge ya entrado el siglo XVIII una notable extensión de la tierra de cultivo dedicada en especial a introducir en la llamada tropicalización el cultivo de la caña de azúcar antillana, que sustituye con su mayor productividad a la antecedente caña del árabe en el crucial momento de la pérdida colonial americana y el consecuente cierre de su importación.

No obstante, frente al ámbito agrario, es la ciudad la la gran articuladora del movimiento demográfico interno andaluz: de su suerte depende el reparto de población y la capacidad histórica de atracción. En el siglo XVI prepondera la Andalucía del interior, con las aglomeraciones en Córdoba, Granada, Úbeda, Jaén… sobre todo en Sevilla, mientras que en la centuria del Seiscientos las adversidades demográficas derrumban al interior urbano del territorio, contraponiéndose a su crisis el desmesurado crecimiento del litoral que se plasma sobremanera en  Cádiz, junto con Málaga, Vélez-Málaga, Motril, Vera o Almería. El modelo inmigratorio urbano andaluz se caracteriza por la neo-reconstrucción de familias y una neolocalidad que rompe con la forma tradicional de la familia extensa y en pro de la nuclear. Dándose también la presencia de una intensa migración femenina; con ejemplos como el antequerano que suministra a la vecina Málaga a buen número de mujeres destinadas a la viticultura y al trabajo doméstico y fabril, Lo que por igual sucede en Granada y otras localidades, en enlaces condicionados por la esperanza diferenciada de vida y que una vez rotos justifican la elevada presencia de la «jefatura de cabeza de familia en las mujeres».

En cualquier circunstancia, lejos de la irreal imagen de prosperidad, se estructuró una sociedad que se prestó más a ser refugio que futuro. En la cual pesaba mucho también la forzosa y cruel migración de los que formaban el nutrido número de pobladores procedente del mercado esclavita, así la ciudad hispalense, junto con Lisboa, fue en el siglo XVI el lugar con mayor número de esclavos. Y aquellos obligados forzosos se contraponían con otros «forasteros» para los que se acuñaba el más dulce término de «extranjeros» (caso de los procedentes del norte, con preferencia europeos), y quienes eran también numerosos en los sitios de puerto y mercado, pese a que en ocasiones fueran originarios de países rivales de la Monarquía, caso de los flamencos establecidos en Sanlúcar de Barrameda y Sevilla.

Además, en los momentos críticos, las ciudades del Sur acogieron a maltratados por el destino procedentes de la forzosa inmigración rural, llenando sus calles y plazas de mendigos, hasta el punto de obligar a la adopción por las autoridades de medidas como era los frecuentes repartos de pan a pobres. Su trasfondo sería la mísera imagen y que idealizada convirtió a Andalucía en excelente «modelo» de la picaresca.

 

Autor: Francisco Sánchez-Montes González


Bibliografía

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