Las necesidades derivadas de la provisión de flotas y armadas hicieron prosperar en la bahía de Cádiz en los siglos modernos la industria de fabricación de bizcocho y galleta, mucho más resistentes que el pan en travesías marítimas de larga duración. Una de las localidades en las que esta industria tuvo una mayor presencia fue Puerto Real. Allí, según fray Jerónimo de la Concepción, el bizcocho era excelente y más barato. Esta actividad dejó incluso huella en la toponimia urbana de la villa, donde existió una calle del Horno del Bizcocho. En otro lugar muy diferente del término, al principio del caño del Trocadero, por la entrada del Puntal, existió también un viejo molino, en el lugar donde más tarde levantaría sus almacenes la compañía de Manuel Rivero e Hijos. Asimismo en el Trocadero, pero en este caso lindante con la dehesa de la Algaida, había un molino de harina con varias piedras propiedad de Manuel de Ardanas, que luego compró y mejoró el comerciante gaditano Francisco de Tabernilla Escajadillo en 1766. Esta fábrica pasó más tarde a propiedad del yerno de Tabernilla, el comerciante santanderino Francisco Guerra de la Vega, quien aumentó sus instalaciones, estableciendo allí una fábrica de galleta en 1784. En su testamento, Guerra de la Vega la describía en los siguientes términos:

Igualmente declaro (…)  seis hornos con dilatados graneros o pañoles para depósito de trigo y galleta, en unión y circunferencia de los mismos hornos. Otro siete extensivos almacenes o graneros inmediatos y con separación de los antecedentes (…) cuyo molino fabricó mi suegro, don Francisco de Tabernilla Escajadillo en la marisma de esta villa y orilla del camino del Trocadero (…), habiéndole yo aumentado tres piedras o muelas de trigo moler a las seis que tenía (…); y a más de lo expresado otras varias menores obras y reparaciones para dejar esta excelente posesión completamente perfeccionada.

Los productos de la fábrica de Guerra de la Vega servían para hacer provisión de las flotas y embarrilado de harina para exportar a América, un mercado que por entonces consumía grandes cantidades de harina extranjera. La empresa de Guerra de la Vega se inscribía de pleno dentro de la línea de promoción de la industria nacional frente a la competencia de productos foráneos, pues hasta entonces se compraba mucha harina extranjera. El industrial puertorrealeño dirigió un memorial al conde de Floridablanca solicitando privilegios fiscales para su fábrica, en concreto la exención durante un período de doce años de los impuestos reales sobre todo el trigo, harina y galleta que se empleara o se produjera en la misma. Con esta medida, Guerra de la Vega esperaba abaratar dichos productos, lo que reportaría distintas ventajas. La primera, que se evitaría la necesidad de comprar harina foránea en beneficio de las industrias nacionales, toda vez que los fabricantes extranjeros eran más competitivos porque afrontaban costes de producción más bajos, debido a que en sus países regían salarios inferiores. El fomento de la fábrica puertorrealeña, en segundo lugar, se traduciría en un aumento de la oferta de trabajo, con la creación de puestos para oficiales artesanos, envasijadores, toneleros y peones. Finalmente, Guerra de la Vega creía que la disminución en el precio de harinas y galletas resultaría directamente beneficiosa para el propio estado en caso de guerra, ya que el ejército y la armada podrían abastecerse en la fábrica de Puerto Real con menores costes para el erario público.

También en el término municipal del Puerto Real del XVIII existió un molino movido con agua de represa de la mar, en el llamado caño de Juan Fernández, con cinco asientos de piedra, propiedad de don Luis de Osio. Molía durante el tiempo de las mareas vivas, y muy poco en las muertas. A mediados de siglo, el molino de Osio trabajaba para la provisión de víveres de marina y tierra. En 1761 molía, por obligación adquirida ante notario por su propietario, exclusivamente para la provisión de la Real Armada, importando su producto anual 11.030 reales de vellón. Tal obligación se extendió hasta 1764, año en que los nuevos asentistas trasladaron la molienda a los molinos del marqués de Monte Corto, en Chiclana de la Frontera. Finalmente, en el repartimiento de la Única Contribución encontramos a otro propietario de molino, don Juan Esteban de Goyena.

En otras localidades de la bahía de Cádiz, como la Isla de León y El Puerto de Santa María también se aprovechó la fuerza motriz del movimiento de las aguas marinas para establecer molinos de marea en los caños, que fueron utilizados también para moler el trigo utilizado en la provisión de las armadas. Así, por ejemplo, a fines del siglo XVIII Miguel Álvarez Montañés solicitó un terreno para la construcción de un molino de marea en el río Arillo, destinado al abastecimiento del vecindario de la Isla de León, la tropa de guarnición, la escuadra y el Arsenal de La Carraca.

 

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez


Bibliografía

BARROS CANEDA, Ramón y TEJEDOR CABRERA, Antonio, “El molino de marea del río Arillo. Un patrimonio por recuperar”, en PH: Boletín del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, 33, 2000, pp. 69-75.

IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, La villa de Puerto Real en la Edad Moderna, Málaga, Fundación Unicaja, 2003.

IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, “La burguesía atlántica gaditana del siglo XVIII: visiones del mundo y transformaciones de mentalidad. Francisco Guerra de la Vega, comerciante y naviero”, en IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José y GARCÍA BERNAL, José Jaime, Andalucía en el mundo atlántico modernos. Agentes y escenarios, Madrid, Sílex, 2016, pp. 355-388.

MARTÍN GUTIÉRREZ, Emilio, “Los molinos de mareas en la Bahía de Cádiz a fines de la Edad Media: un caso de estudio de interacción sociedad-medio ambiente”, en Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 22, 2021, pp. 133-163.

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