La fiebre amarilla es una infección general endemoepidémica originada por un virus septicémico cuyo vector es un mosquito del género Stegomya, el Aëdes aegypti, y cuyo foco primitivo radica en el Golfo de México. El vector se desarrolla en un medio tropical o subtropical, siempre en condiciones de altas temperaturas y contando con un foco acuático. Los puntos límites de la difusión de la enfermedad se sitúan, aproximadamente, entre los 44º de latitud norte y los 35º de latitud sur en la costa atlántica americana, y entre los 51º de latitud norte y los 9º de latitud sur en el Atlántico oriental, aunque en la actualidad la zona de expansión es mucho más reducida.

A fines de la Edad Moderna, la fiebre amarilla se extendió, a través de diversas oleadas, por Andalucía y el Levante español, teniendo como origen el tráfico naval con el Caribe. Los efectos demográficos de estas epidemias fueron elevados, ya que hasta entonces la fiebre amarilla había tenido en estas áreas una escasa o nula incidencia y, por tanto, era una enfermedad nueva o relativamente nueva, ante la cual la población carecía de defensas inmunológicas. Se registraron así en los núcleos afectados por el contagio índices de morbilidad superiores al 90% y tasas de mortalidad que puntualmente superaron hasta el 30% de la población, aunque más frecuentemente fueron inferiores.

La enfermedad afectaba más a los hombres que a las mujeres y a los jóvenes que a los mayores. Su período de desarrollo coincidía con el final del verano y los meses de otoño, desapareciendo con la llegada de los primeros fríos. Cursaba con fiebre alta, sudores copiosos, lengua seca y áspera, postración de fuerzas y vómitos de color oscuro, por lo que también era conocida como vómito negro o vómito prieto. Los enfermos más graves manifestaban un estado de gran inquietud y morían, por lo general, entre grandes convulsiones y hemorragias.

La fiebre amarilla hizo acto de aparición en Cádiz y Sevilla en el verano de 1800. Se atribuyó su origen a un contagio de procedencia ultramarina importado por la corbeta anglo-americana Delfín, procedente de La Habana y Charlestown, que ancló en Cádiz el 6 de julio de aquel año tras un viaje de veinticinco días al mando del capitán William Jaskal. Al parecer, también se habían detectado casos de fiebre amarilla en la polacra Júpiter, arribada a Cádiz el 28 de marzo, y en la corbeta Águila, que recaló en el puerto de esta ciudad el 30 de junio.

El contagio progresó rápidamente, afectando a numerosas poblaciones de Cádiz y Sevilla que mantenían frecuente contacto con estas capitales. En esta última ciudad tuvo origen en el barrio de los Humeros, a orillas del río, desde donde se expandió por toda la ciudad causando una gran mortandad. Las autoridades reaccionaron ordenando un cordón sanitario, restringiendo la circulación de personas y mercancías y concentrando enfermos en hospitales y lazaretos. Estas medidas se mostraron inefectivas para detener la extensión del contagio. Hubo que improvisar cementerios extramuros para enterrar los cadáveres de los fallecidos por la enfermedad, quemar enseres de los contagiados y desinfectar sus casas con muriático (ácido clorhídrico). Como solía suceder durante las grandes epidemias del Antiguo Régimen, se produjo una cierta situación de desgobierno en los lugares afectados, por muerte o retraimiento de los capitulares de los respectivos ayuntamientos, aunque las juntas locales de sanidad constituidas para enfrentar la enfermedad trabajaron con denuedo, aunque en general con más voluntad que eficacia.

La epidemia de 1800 produjo un elevado número de muertes, que el médico Alfonso de María cifró en 61.362. Las poblaciones con un mayor número de fallecimientos fueron Sevilla (14.685), Cádiz (10.986, aunque según Juan Manuel de Aréjula fueron 7.387), Jerez de la Frontera (10.192), Isla de León (5.033), El Puerto de Santa María (3.693), Sanlúcar de Barrameda (2.303) y Lebrija (2.100). Resultaron también muy afectados Morón, Utrera, Puerto Real, Chiclana, Rota, Las Cabezas, Alcalá de los Gazules, Arcos, Coria, Espera y, en menor medida, Los Palacios y Villafranca, El Arahal, La Carlota, Medina Sidonia, Paterna, Dos Hermanas, Trebujena, Bornos, Mairena, Zahara de la Sierra, Estepa y Villamartín.

En 1801 y 1803 se registran nuevos brotes de fiebre amarilla en Medina Sidonia y Málaga, donde la enfermedad produjo en torno a seis mil fallecimientos. En esta última ciudad el contagio reapareció con fuerza en 1804, provocando alrededor de once mil muertes y extendiéndose a otros lugares de sus alrededores y de las actuales provincias de Cádiz, Sevilla, Córdoba, Murcia y Alicante. Asimismo, se propagaron nuevas epidemias de fiebre amarilla en 1810 (Cádiz, Cartagena y Canarias), 1813 (Cádiz) y 1819 (Cádiz, Isla de León, El Puerto de Santa María, Jerez y Sevilla).

 

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez


Documentos

«En otro lugar he descrito minuciosamente los progresos de la epidemia en Sevilla tal como podía enterarme todos los días, ya que me encontraba sólo a unas cuantas millas de distancia de la ciudad. Los tristes sucesos que llegaban diariamente a mi conocimiento me impresionaron profundamente, deprimido además como estaba por la obstinada enfermedad que hacía presa en mi salud y ensombrecía más mis sentimientos religiosos. Esperando a cada momento que se presentara la fiebre amarilla en Alcalá (ya que siendo la proveedora de la mitad del pan que en aquella ciudad se consume, nunca interrumpió su comunicación con ella), y temiendo además el desenlace fatal de mi enfermedad, torpemente tratada por el médico rural que me atendía, perdí toda esperanza de sobrevivir y me resigné a una muerte prematura. Cuando tenía fuerzas para levantarme del lecho me iba a la iglesia de un convento que estaba cerca de nuestra casa. De acuerdo con la costumbre, el templo permanecía abierto durante todo el día, pero apenas se veía un alma en él de nueve a diez de la mañana. Sólo podían escucharse a las monjas cantando el oficio detrás de la doble reja que separaba el coro del cuerpo de la iglesia, y la monotonía de sus voces aumentaba la lúgubre solemnidad del lugar. Allí permanecía horas enteras sentado junto a una tumba intentando hacerme a la idea de la muerte. Pero, aunque mi constitución nunca ha sido robusta, sin embargo creo que el principio de la vida me animaba tan vigorosamente que, a pesar de la ignorancia del médico y de las frecuentes sangrías a que me sometía, la fiebre me dejó al comienzo del otoño y en pocas semanas recobré todas mis fuerzas».

Fuentes

ARÉJULA, Juan Manuel de, Breve descripción de la fiebre amarilla padecida en Cádiz y pueblos comarcanos en 1800, Medina Sidonia en 1801, Málaga en 1803 y en varios otros del reino en 1804, Madrid, Imprenta Real, 1806. Disponible en línea en la Biblioteca Virtual de Andalucía.

DE MARÍA, Alfonso, Memoria sobre la Epidemia de Andalucía el Año de 1800 al 1819, Cádiz, Imprenta de D. Antonio Murguía, 1820. En Royal College of Physicians of London. Disponible en línea en Internet Archive.

VILLALBA, Juan de, Epidemiología española, 2 vols., Madrid, Imprenta de Mateo Repullés, 1802.

Bibliografía

CARRILLO MARTOS, Juan Luis y GARCÍA BALLESTER, Luis, Enfermedad y sociedad en la Málaga de los siglos XVIII y XIX. I. La fiebre amarilla (1741-1821), Málaga, Diputación Provincial y Universidad de Málaga, 1980.

HERMOSILLA MOLINA, Antonio, Epidemia de fiebre amarilla en Sevilla, Sevilla, 1978.

IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, La epidemia gaditana de fiebre amarilla de 1800, Cádiz, Diputación Provincial, 1987.

JIMÉNEZ ORTIZ, Carlos, “La epidemia de fiebre amarilla de 1804 en Granada”, en Medicina & Historia: Revista de estudios históricos de las ciencias médicas, 38, 1974, pp. 7-26.

RODRÍGUEZ CARRIÓN, José, Jerez, 1800: epidemia de fiebre amarilla, Jerez de la Frontera, Sexta, 1980.

VACA HERNÁNDEZ, Manuel, “Epidemia de fiebre amarilla de 1819 en El Puerto de Santa María”, en Revista de Historia de El Puerto, 65, 2020, pp. 77-93.

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