Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el reformismo borbónico instaurado por la nueva dinastía trajo consigo el surgimiento, entre otros establecimientos de corte intelectual y societario, de las denominadas Sociedades Económicas de Amigos del País. En el ámbito andaluz, el movimiento ilustrado vivió uno de los procesos de creación de sociedades patrióticas más activos de todo el territorio de la Monarquía. No en vano, desde 1774, año de la aprobación y fundación de la Sociedad de Baeza hasta el tardío 1804, fecha en la que se gestionó la solicitud de la Sociedad de Loja, se fundaron treinta y dos Sociedades Económicas. Sin duda, la mayor concentración de todo el conjunto de la Monarquía, significando una tercera parte del total. De modo más específico, un caso particular lo encontramos en el Reino de Granada donde se localizan proyectos societarios en Almuñécar, Baza, Granada, Guadix, Motril, Ronda, Vélez-Málaga o Vera.
De manera concreta, la Sociedad Económica de Amigos del País de Motril, denominada oficialmente como Sociedad Económica de Amantes de la Patria de la Ciudad de Motril fue promovida en el año 1786, fecha señalada por los especialistas como el inicio del decaimiento de este tipo de establecimientos. De hecho, fue la última Sociedad Económica impulsada en el Reino de Granada. Con todo, sus propósitos iniciales se centraban en poner término a la decadencia económica, a la miseria y al elevado número de mendigos existentes en la población en esos momentos.
La institución fue impulsada por el monje mínimo Fray Pedro de Torres, misma persona que diez años antes había promovido la fundación de la Sociedad de Almuñécar, al tiempo que fue considerado como impulsor de algunas iniciativas desarrolladas en la homónima Sociedad de la localidad de Vera, de la cuál era socio. El gobierno inicial de la Sociedad se completaba con Francisco Javier Díez, auditor de marina, que ocupaba el empleo de Secretario de la Sociedad Económica.
Desde un punto de vista social, las Sociedades Económicas andaluzas, pese a estar conformadas por un abanico representativo amplio, solían destacar por estar conformadas preferentemente por miembros del clero e individuos de la nobleza. Una iniciativa, la de miembros del clero, que se observa igualmente en otras iniciativas societarias del territorio andaluz, caso de Jaén, Jerez de la Frontera, Priego, Cádiz, Puerto Real o Medina Sidonia.
Su establecimiento en la localidad motrileña viene apoyado por una delicada situación, tanto económica como cultural y social, en el conjunto del entorno. Así, como indica Fray Pedro de Torres, Director de la Sociedad Económica, “consideraban que Motril sin fábricas, sin artes, sin industria, sin aplicación, llena de miseria y sólo pendiente de un trozo de Agricultura no podía durar mucho”. Por ello, fue deseo de ésta y del conjunto de Sociedades Económicas impulsar proyectos para el bien público, especialmente en lo referente a la industria popular. Así lo indicaba Diego José Cádiz en su Alocución, quien aseguraba que promover la industria popular “evitará la ociosidad perniciosa, florecerán las Artes con el crecido número de artífices, tendrá conocido aumento la Agricultura, serán más los verdaderos sabios, menos los delincuentes y viciosos; y notable el provecho que al común de este conjunto se le siga”.
En el caso de la Sociedad Económica de Motril, la institución contaba con tres clases de socios: “Honorarios”, “Numerarios” y “Correspondientes” así como con las figuras oficiales de: Director, Secretario, Censor, Tesorero y; por último, Contador. Además, ostentaba nombramientos para sustitutos en caso de que alguno de los oficiales titulares de la Sociedad no pudiese asumir su cargo. Sin embargo, la particularidad de esta Sociedad Económica residía en el poder que ostentaba la junta extraordinaria, siendo éste un rasgo particular que en la práctica suponía eliminar el poder de decisión de los socios en favor de un grupo restringido de eclesiásticos.
A imagen de otras Sociedades del Reino de Granada, caso de Vera o Almuñécar, la motrileña fundamentaba su organización en base a unas comisiones que se encargaban de abordar diferentes ámbitos, todos ellos relacionados con los objetivos fundacionales de la institución: a) Educación, crianza de los niños y “pesquisa de vagos, ociosos y mal-entretenidos”; b) “Sobre cuánto puede contribuir a la mayor prosperidad del fruto del azúcar, sí en los ingenios o fábricas como en el cultivo de las cañas”; c) “Sobre el fomento y extensión de las sementeras de todo género de pan y plantas hilables”; d) “De lo mismo por lo que respecta a plantío de viñas y de árboles”; e) “Indagación de minas… piedras apreciables… carbón… y de plantas útiles en la medicina o para tintes”; f) “Sobre el fomento de las artes, oficios y manufacturas”; g) “Sobre la pesca y comercio interno y externo” y; por último, h) “Sobre el fomento de la cría de ganados y colmenas”. Esta división de las comisiones generó la oposición de la Real Sociedad Matritense, modelo del resto de Sociedades Económicas desde su fundación, al observarla como poco metódica y demasiado arbitraria.
Desde un punto de vista económico, la sociedad de Motril se encontraba, durante todo el siglo XVIII, tratando de superar una crisis provocada por la epidemia de peste de 1679. Así, el siglo XVIII se inició con un repunte en la industria azucarera en el espacio motrileño, si bien a lo largo del siglo se produjeron los peores momentos debido a la degeneración de la planta, la alta presión fiscal que gravaba la producción azucarera, las continuas heladas y la competencia del azúcar de las colonias. Unos hechos que desembocarán en la práctica desaparición de la planta de la vega motrileña hacia 1800.
Frente a esta situación, a instancias de la Sociedad Económica de Amigos del País de Motril se incentivó el cultivo del arroz, en un primer momento, así como del algodón, desarrollándose hasta mediados de la centuria siguiente. En este momento, la aparición de la tecnología del vapor aplicada a la fabricación de azúcar hizo renacer una industria azucarera olvidada en la ciudad dando, a su vez, lugar al nacimiento de una nueva burguesía mercantil.
Los establecimientos societarios surgidos durante la segunda mitad del siglo XVIII desarrollaron, además de proyectos económicos, iniciativas educativas dirigidas al bien público. En este sentido, cabe señalar el intento de la Sociedad de Amantes de la Patria motrileña de establecer una Escuela de Agricultura para poder dar respuesta a las necesidades económicas de la localidad. Se pretendía, mediante esta Escuela, la enseñanza a labradores y jornaleros de las técnicas agrícolas más innovadoras para mejorar los cultivos y, en consecuencia, modificar la producción agraria. Sin embargo, pese al apoyo de las instituciones monárquicas, desde el Ayuntamiento motrileño no se sustentó la propuesta realizada por Pedro Torres cayendo finalmente la propuesta en un oscuro vacío por el que nunca vio la luz.
En conclusión, como señalan algunos autores, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Motril supuso un fracaso notable, principalmente debido a que sus proyectos ilustrados no acabaron por consumarse. De hecho, nunca llegó la institución a implantarse con fuerza en el territorio, probablemente derivado de su tardía fundación, llegando incluso a desaparecer antes de reaparecer nuevamente en 1820 para dejar definitivamente de existir después de 1835.
Autor: Álvaro Chaparro Sainz
Bibliografía
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