La denominada por los historiadores como primera globalización impulsó desde los primeros años del siglo XVI un incremento de la producción agrícola, la artesanía, el comercio y, de forma paralela, de la demanda de productos manufacturados de hierro. En algunas zonas de la península Ibérica en las que ya desde la Edad Media se desarrollaba una producción férrica importante como en Vizcaya, Guipúzcoa, algunas comarcas del Norte y Noroeste y áreas concretas del Sistema Ibérico se produjo desde finales del siglo XV un incremento del número de establecimientos siderúrgicos y de su volumen de producción.
En el recién conquistado reino granadino, el establecimiento de un nuevo poder cristiano, aparte de mantener a la mayoría de la población mudéjar primero y morisca después bajo un estatus jurídico diferente, cedió la jurisdicción de numerosos territorios a la nobleza mediante la concesión de señoríos. Este fue el momento de la creación del Cenete, bajo el poder de la familia Mendoza y con el nombramiento de Rodrigo como primer marqués. Este construyó en el territorio concedido un señorío peculiar, como se apunta en la entrada que se le dedica en esta misma obra.
La mina de Alquife y la herrería de Jérez
La explotación de las minas de hierro localizadas en los términos de Alquife, Jérez y otros lugares del marquesado, abiertas desde épocas prehistóricas, y el aprovechamiento de su beneficio metalífero han llamado escasamente la atención de los investigadores. La siderurgia tradicional establecida en Jérez del Marquesado solo ha sido estudiada de manera contextualizada, enmarcada en el análisis del pasado de la villa, pero nunca de manera concreta como sujeto histórico.
Los datos que se conservan en el Archivo Nacional de Cataluña y en el Archivo de la Nobleza de Toledo han permitido seguir el desarrollo del establecimiento siderúrgico tradicional desde prácticamente su construcción a principios del siglo XVI hasta el segundo tercio del siglo XVII. En las líneas que siguen se apuntan los detalles generales que están siendo trabajados en una monografía sobre todo el proceso.
El primer marqués estuvo interesado desde su llegada al poder señorial en construir una fábrica de hierro, puesta en marcha en los primeros años del siglo XVI cerca del núcleo urbano de Jérez, en la ladera de su río. La implantación de la herrería de tipo vizcaíno tuvo en el marquesado del Cenete varios factores de oportunidad que la hicieron muy viable en breve tiempo: yacimientos de mineral próximos y fácilmente explotables, una vía de agua cercana y bosques frondosos que proporcionaban la madera necesaria para el carboneo. Pero, además, hubo dos importantes elementos que facilitaron su implantación: una mano de obra abundante y muy barata, la morisca, que complementaba sus trabajos en la agricultura con los aportes a la herrería; y un señor feudal que estaba interesado en obtener rentas de esta concesión real.
Las minas de Alquife fueron incorporadas de forma inmediata a las propiedades del marqués, incluyéndolas en las regalías cedidas por la Corona y cobrando por la extracción del mineral, que estaría destinado en un primer momento a alimentar las fundiciones de Guadix, que era ya un importante centro de transformación. Así, en 1490, los señores del Cenete obtenían unos 140.000 mrs de ingresos (más del 3 % de la renta líquida del marquesado). El dato no informa sobre si procedían solo de la extracción del mineral o se incluían también las regalías procedentes de las herrerías menores, de las fraguas en las que los artesanos transformaban las planchas o barras en herramientas y pertrechos para sus vecinos.
De forma paralela tenemos noticia de que, durante estos primeros años del XVI, el marqués construyó la fundición a sus expensas, cerca del casco urbano de Jérez. El establecimiento de esta siderurgia aprovechó el empuje del incremento de la demanda de hierro en las comarcas cercanas del reino de Granada después de su incorporación a la Corona de Castilla, valiéndose de los avances tecnológicos que se habían producido ya en la siderurgia europea en las décadas precedentes, estando previsto desde el primer momento que trabajarían a la manera de Vizcaya e introduciéndose el empleo del agua como base tecnológica.
La herrería debía estar funcionando a comienzos de la segunda década del siglo XVI, porque ya en 1512 y 1513 el escribano estaba firmando una obligación para su arriendo, según la contabilidad de Rafael Abenchapela, mayordomo del marquesado. Años después, en 1518, el marqués la alquilaba a maese Juan Tirador y Alfonso González de la Cordera durante seis años, ambos cristianos viejos de origen valenciano. La documentación habla del primero como experto en los trabajos de la siderurgia, por lo que el segundo debió actuar como su socio poniendo parte del capital o como su fiador. Su encaje en el tejido social del Cenete tuvo que ser muy conflictivo al menos por dos motivos: los roces con los vecinos y con los representantes de los moriscos por los aprovechamientos forestales para la herrería; y las disensiones y pleitos que enfrentaron a Tirador con las autoridades que representaban al marqués. Además, los impagos de la renta hicieron que terminara en la cárcel de la fortaleza e incluso muriera en ella.
El inicio de la titularidad del marquesado de Mencía de Mendoza, hija de Rodrigo, y su matrimonio con Enrique de Nassau supuso cambios importantes en la gestión del señorío. Aprovechando su cercanía y amistad con Carlos V, Nassau consiguió, precisamente cuando el Emperador estaba en Granada, la merced de los mineros en el Cenete por una cédula firmada en la Alhambra en 1526. Como contrapartida, los marqueses se comprometían a abonar a la Corona la décima de lo extraído. Poco tiempo después fueron eximidos de pagar este diezmo durante los cuatro años siguientes, por cédula firmada en Granada a 30 de agosto de 1530. Y no tenemos ningún dato posterior en ninguna de las contabilidades de que este tributo volviese a ser abonado.
Algunos años antes de la rebelión debía seguir arrendada la extracción de mineral y la herrería, puesto que, según Ruiz Pérez, ambas proporcionaban 375.000 mrs a las arcas señoriales. Durante la guerra de las Alpujarras la mina de Alquife y la siderurgia estuvieron abandonadas. Solo después de la contienda se dieron los primeros pasos para su puesta en funcionamiento. A partir de esta nueva inversión comenzaría el reflotamiento de la producción siderúrgica de la comarca.
El edificio de la herrería y su funcionamiento
La estructura de las construcciones de las herrerías en la siderurgia tradicional es conocida a través de los restos arqueológicos que se conservan en el Norte y Noroeste de España. Los modelos descritos en estas zonas coinciden con el empleado en la de Jérez. La única noticia concreta sobre la distribución de esta lo tenemos a partir de un plano conservado en el Archivo de la Nobleza de Toledo. Aunque no tiene fecha, por sus características y disposición de los elementos de la construcción, debe ser de los primeros años del siglo XVII. Las instalaciones estaban localizadas al sur del núcleo urbano de Jérez, fuera de las casas, en la ladera del arroyo.
En líneas generales estos edificios se organizaban en tres elementos diferenciados: el sistema hidráulico, la herrería propiamente dicha, y los almacenes y edificios de servicio. El sistema hidráulico consistía en otros tres módulos. En primer término, una presa o una balsa situada en las proximidades de la acequia de Jérez, que recogía el agua y elevaba su nivel para facilitar su mayor impulso, creando un salto artificial que la haría caer sobre las ruedas de la ferrería; en segundo término, un banzado o canal que llevaba el agua hasta la torre del agua, el tercer módulo. Estaba compuesta por cuatro gruesos pilares sobre los que descansaban cuatro arcos y una techumbre que tenía practicada en el centro una pequeña abertura que permitía la caída del agua desde el banzado hasta las palas, aspas o ruedas. Este se podía regular para permitir que pasara mayor o menor cantidad de agua según el empuje que se necesitase en las palas. En su parte inferior había un aliviadero que devolvía de nuevo el agua a su cauce en un nivel inferior.
El segundo módulo, la herrería o fundición propiamente dicha, era una nave de planta rectangular donde se alojaban el horno de la fundición, el mazo o martillo pilón y tres fraguas. El horno o crisol era la parte más importante, en la que el mineral era reducido por medio del carbón vegetal. Es donde se hacía el trabajo principal. La dificultad de esta operación consistía en el control de la temperatura, de la que dependían las reacciones químicas necesarias para fundir el mineral. El horno estaba acoplado en el lado norte de la nave. En el plano falta señalar dónde se situarían los fuelles que alimentaban de aire el horno para impulsar la combustión. Los fuelles penetraban en el horno a través de toberas inclinadas que llegaban hasta el centro, donde estaba el mineral y el carbón, para que el aire llegase por igual a toda la masa incandescente. Normalmente eran dos y se movían alternativamente para producir una corriente de aire continua. Estaban construidos con madera y cuero.
El horno se cargaba con capas alternativas de mineral y carbón vegetal en lo que se denominaba ágoa. La masa de hierro que salía del horno tenía que seguir siendo trabajada en el mazo. Movido por el agua que caía sobre las aspas, era un martillo pilón de grandes dimensiones conectado a un árbol, un tronco de madera de varios metros de largo, generalmente de pino, reforzado con hierro. El encargado de este trabajo era el tirador. Los golpes del mazo transformaban el hierro en barras o planchas.
El tercer elemento de la construcción eran los almacenes, las carboneras, los depósitos de mineral, así como algunas otras dependencias que se añadieron a lo largo del primer tercio del siglo XVII. Los almacenes se situaban en la nave contigua a la herrería, que se dividía en cuatro habitaciones. Observando el plano llama la atención la tortuosa distribución de los espacios en este segundo cuerpo: los accesos para la gestión del mineral, del carbón y del almacenaje y peso son muy complicados, que puede ser debido a que su construcción se hiciese mediante añadidos según las necesidades. En el lateral se situaban la carbonera y el almacén del mineral.
Las contabilidades que se conservan sobre la herrería permiten conocer varias circunstancias importantes: la presencia de administradores que eran arrendatarios encargados de la gestión, pero con la responsabilidad del pago de las rentas a la hacienda señorial; el elevado número de días que paraba el trabajo debido a quiebras en los mecanismos, que llegaron a ser hasta más del centenar en 1614; los incendios que a veces se producían, como el que tuvo lugar en 1553; la gran especialización del trabajo, apareciendo fundidores, tiradores, sonadores o tazadores; los cambios en la gestión que se produjeron tras la repoblación filipina, ya que los pobladores no aceptaron las mismas condiciones que los moriscos; los elevados beneficios que proporcionaba su arrendamiento a los marqueses, situados en torno a los cien mil maravedíes anuales de media.
En definitiva, un aspecto desconocido de la historia de Andalucía oriental, sobre el que se abre un horizonte de luz a partir de la documentación del marquesado del Cenete.
Autor: Julián Pablo Díaz López
Fuentes
Archivo Histórico de la Nobleza, Osuna, MP, CP, 011, D.17. Plano de la herrería de Jérez del Marquesado a comienzos del siglo XVII.
Bibliografía
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