Desde la Edad Media y durante el siglo XVI, entre las costas berberiscas y andaluzas, musulmanes y cristianos raptaban y mantenían cautivos a fieles de diferente confesión. Las continuadas capturas propiciaron, desde el medievo, que apareciesen en Castilla, así como en Andalucía, una serie de perfiles especializados en la redención de aquellas personas cautivadas por los musulmanes. Por un lado, se encontraban los alfaqueques, oficio dedicado a la redención y que se encontraba regulado en la legislación: las Partidas reglamentaba la figura del alfaqueque en su libro II, en el título XXX, con todo lujo de detalles, refiriendo seis virtudes necesarias para el oficio, estableciendo cómo habían de ser escogidos, incluso, cuestiones relativas al viaje que estos debían realizar. Los monarcas, además, centralizaron las acciones de estos alfaqueques en la figura del alfaqueque mayor de Castilla, que estuvo activa desde su fundación, en el siglo XIV hasta inicios del siglo XVII.

Asimismo, la liberación de cautivos fomentó la fundación de dos órdenes religiosas, la Orden de la Trinidad y La Orden de la Merced, y sus frailes redentores gozaron de gran prestigio a la hora de liberar cautivos. Al igual que los alfaqueques, los trinitarios y mercedarios dedicados a esta actividad también debían reunir una serie de cualidades para ejercer como redentores.

Más allá de estos agentes, existían otras personas que, desde la iniciativa privada, y bajo ninguna reglamentación, realizaban redenciones. Dentro de este grupo, los mercaderes jugaron un papel fundamental, ya que muchos de ellos disponían de capital suficiente para acometer el viaje y adelantar el dinero de rescates urgentes, además de conocer las redes comerciales y poseer la destreza para llegar a acuerdos, lo que los convertía en buenos intermediarios para esta actividad.

La actividad redentora estuvo justificada por causas de diversa índole. De una parte, las razones de carácter político-militar: los cautivos, en muchas ocasiones, renegaban de su fe, convirtiéndose en apóstatas y pasaban a formar parte de la sociedad musulmana, poniendo todo su conocimiento sobre territorios y estrategias al servicio de su nuevo grupo social. Esto era motivo suficiente para apremiar a reyes y alfaqueques a redimir y privar al enemigo de información valiosa.

Las causas económicas también jugaron un papel importante, pues, la liberación de cautivos se convirtió en una actividad que implicó la circulación de importantes sumas de dinero. El rescate era una actividad muy onerosa ya que al coste del viaje y las ganancias que obtenía el redentor, había que sumar el precio que se debía pagar por la liberación, lo que redundaba en un coste alto. Aunque no existía un precio fijado y podían darse diferentes condiciones que hiciesen fluctuar el importe final (tales como el sexo, la edad o la condición social del cautivado). Por ejemplo, la liberación de una persona de una condición social elevada podía aumentar el precio final del rescate a una cifra exagerada. De esta manera, los beneficios que obtenían los raptores a consecuencia del alto precio que se pagaba por las redenciones, así como las ganancias que recibían los redentores, fomentaron la creación de redes de rescate entre ambas costas.

Estos altos costes hacían que encontrar financiación para rescatar a amigos y familiares fuera, en la mayoría de las veces, una empresa difícil, pues no todos disponían de un patrimonio suficiente para sufragar los gastos. Se recurría, entonces, a la caridad y misericordia de los fieles. Y aquí reside otra de las causas, esta vez teológica, que justificaba el ejercicio de esta actividad: la redención de cautivos era una de las siete obras de misericordia corporales que contemplaba la doctrina católica. Se erigía como una forma de socorro al pobre en su necesidad y, a la vez, otorgaba a quien se ejercitase en ella beneficios a la hora de la salvación de su alma. La ayuda que los fieles podían hacer para ayudar a los rescates tomó forma de fundaciones pías de rentas perpetuas, limosnas aplicadas a este fin y mandas y legados testamentarios, en particular, destacaban aquellas dirigidas a trinitarios y mercedarios para que prosiguieran la labor redentora que los caracterizaba.

En Andalucía, la costa malagueña fue un enclave importante en el flujo de rescates, pues tras la conquista del Reino de Granada, la frontera con el mundo islámico se trasladó al mar de Alborán y la costa malagueña sufría numerosas incursiones por parte del enemigo, y se desplegaron los diferentes redentores (alfaqueques, mercedarios y trinitarios, así como mercaderes) para liberar a las personas cautivadas.

Los rescatados eran en su mayoría hombres, aunque también se liberaban a mujeres y niños. Entre los destinos de cautiverio del norte de África destacaron Fez, Argel, Tetuán, Orán y Tremecén, normalmente tras ser vendidos. La duración del cautiverio era variable y la posibilidad de acceder a financiación para ejecutar el rescate era una de las causas principales que acortaba los tiempos de cautiverio, aunque este solía durar varios años.

A lo largo del siglo XVI, las posibilidades de obtener la libertad fueron en aumento cuando las redenciones por parte de particulares disminuyeron, y ganaron peso las realizadas por trinitarios y mercedarios, cuya capacidad de redención fue creciendo. Sin embargo, no siempre los cautivos pudieron ser liberados; muchos, como ya se ha mencionado, apostataban y pasaban a formar parte de un nuevo contexto social y otros morían mientras esperaban su libertad.

En los documentos de redención se recogían algunos datos de estos cautivos, como la procedencia de estos, el tiempo de cautiverio, su destino o el precio que costó su redención. Por ejemplo, una redención organizada por los trinitarios en 1523 en Ceuta, financiada con la limosna del Conde de Benavente (una obra caritativa de ayuda al prójimo), don Alonso Pimentel, liberó a 25 cautivos, los cuales fueron trasladados a Sevilla. Se tomó declaración a cada uno de los redimidos en los siguientes términos:

Juan Rodríguez de Taraga, natural que se dixo de la villa de Sanlúcar de Barrameda, dixo e declaró que estava cabtivo en Tituán, en poder de Çide Hamete Boali tiempo de veinte e tres años e que lo sacó Juan Ortiz de Cuellar e pagó por su rescate çincuenta onças de la limosna del dicho señor conde e dixo e declaró lo demás que los otros de suso e questa es la verdad so cargo del dicho juramento que fiso.

Estos documentos notariales constituyen una de las principales fuentes para estudiar el fenómeno del cautiverio en el siglo XVI, una realidad cotidiana de la sociedad moderna.

 

Autora: Lucía Andújar Rodríguez


Bibliografía

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