Es innegable que el siglo XVIII fue uno de los momentos más brillantes de la historia para la imprenta española, consiguiendo al fin, gracias a la Ilustración, un desarrollo notable en un arte excesivamente dependiente del auxilio extranjero. En este contexto, la prensa periódica se alzó como un arma de doble filo, precisamente por su gran capacidad de difusión de las ideas ilustradas. Esto hizo que, desde el gobierno, y especialmente durante la segunda mitad del siglo, se produjese una alternancia de medidas legislativas entre el fomento y la censura de un género llamado a desempeñar un papel fundamental en la vida política y cultural del país.

Así pues, las decisiones políticas van a marcar una serie de etapas en la historia de la prensa de nuestro país en función de los acontecimientos. Entre 1737 y 1750 se produce la aparición de los primeros Diarios, aunque el periodo de madurez y especialización se da en las dos primeras décadas de la segunda mitad del siglo, en lo que Guinard denominó primera Edad de Oro, favorecida por distintos privilegios tendentes al fomento de estas publicaciones, como, por ejemplo, la eliminación de la tasa en 1762. Sin embargo, las revueltas populares y la proliferación de hojas sueltas y pasquines llevarían a un periodo coercitivo que sólo se superará en los años 80. Esta década puede considerarse como la consolidación de la prensa periódica en España, favorecida por el principio de utilidad educativa del género, acorde con los ideales ilustrados que, en este momento, viven su punto álgido. En estos años se producen también los primeros intentos reguladores de las publicaciones periódicas (Reglas que deben observarse en los papeles periódicos, y escritos cuya impresión corra bajo la inspección del Juez de Imprentas, Real Resolución del 2 de octubre de 1788). La actitud más permisiva por parte del poder, que se traducirá en el aumento de títulos y tiradas, se verá frenada en seco por los aires revolucionarios del país vecino en la última década del siglo, cristalizando en una prohibición que marca el devenir de la prensa en este periodo: la Real Resolución de 24 de febrero de 1791, en virtud de la cual se prohibían todas las publicaciones periódicas a excepción de las oficiales (Gaceta de Madrid, el Mercurio y el Diario de Madrid), que veían muy limitado su contenido, especialmente en lo relativo a informaciones extranjeras. Esta situación aboca a muchas publicaciones a la clandestinidad y, en definitiva, provoca una crisis en el género, que no se recuperará hasta 1808-1810, cuando los ecos de la libertad de imprenta resuenen en las Cortes de Cádiz.

A nivel de formato, además de la prensa informativa y de carácter noticiero, encontramos publicaciones científicas y económicas, también literarias y antológicas e incluso misceláneos, aunque, si hay un tipo de prensa que prolifera y destaca por su contenido y repercusión es, sin duda, la prensa crítica al estilo de publicaciones inglesas como The Spectator.

Geográficamente, no cabe duda de que Madrid se alza como foco productor y receptor del periodismo, si bien es fundamental el peso y el valor cultural, literario y comunicativo de la prensa andaluza en la descentralización productiva y receptiva de la capital, especialmente a finales del siglo XVIII y principios del XIX, con Cádiz a la cabeza. Esto se debe, principalmente, a que hubo que esperar a que se suprimiera la prohibición de la Real Orden de 1791 para que la prensa de provincias despegara las alas. Antes del reinado de Carlos IV la producción se encontraba en grandes ciudades como Barcelona, Valencia, Zaragoza, Valladolid o Cartagena, además de Madrid. Sin embargo, como bien señaló Guinard, y especialmente tras la relajación de la legislación, Andalucía se convirtió en la región más receptiva a la prensa periódica, gracias, principalmente, a su situación geográfica que le permitía, no sólo desarrollar un próspero y activo comercio, sino también una efervescente actividad cultural. Así pues, si según Checa Godoy, se publicaban antes de 1789 un total de 19 periódicos, Cavaillon recoge 28 títulos publicados entre 1789 y 1808, con una periodicidad que podía oscilar entre diaria, bisemanal, semanal o mensual, aumentando significativamente el número de lectores con sistemas como la suscripción, ampliamente publicitada por los editores.

De la casi veintena de publicaciones registradas antes de 1789, la mayor parte de ellas vieron la luz en Granada (ocho del total), destacando la Gazeta de Granada, la Gacetilla curiosa o semanero granadino, noticioso y útil para el bien común (1764) y el semanario Llantos de Granada (1765). Junto a ella destacan Cádiz y Sevilla, con cinco publicaciones cada una, siendo fundamentales La Pensadora gaditana (Beatriz Cienfuegos, 1763-1764), La Gaceta de Cádiz (Jerónimo Silvesio, 1763), la Academia de Ociosos (Juan Flores Valdespino, 1763) y El Curioso Entretenido (Juan de Pisón y Vargas, bajo el anagrama Nosip, 1779-1780) para la capital gaditana, y el Hebdomadario útil sevillano (1758-1767) y el Papel Semanario de Sevilla (1787), en el caso sevillano. Cierra la lista el Ejercicio de las ciencias que tratan de la cantidad y semanero malacitano (Juan Luis López Peñalver,1765), única publicación que, durante el mencionado periodo, salió de las prensas malagueñas.

Aunque los lugares de publicación se fueron extendiendo, en el último decenio del siglo XVIII y primeros años del XIX, fue en Cádiz, Málaga y Granada donde se estamparon principalmente, seguido de Córdoba y Sevilla que, a pesar de ser una de las ciudades con mayor población de España en ese momento, contó sólo con tres periódicos.

En la capital gaditana destacaron el Diario de Cádiz, literario, comercial, político y económico (Juan Antonio Olavarrieta, 1796); el Correo de Cádiz y suplemento el Postillón del Correo de Cádiz (ambos de José Lacroix, Barón de la Bruére, 1795-1800?); el Hebdomadario de Cádiz (1789?-1790); El Argonauta español. Periódico gaditano (Pedro Gatell y Carnicer, 1790-1791?); el Diario marítimo de la Vigía (Aurelio Tavira, 1793-1831) o, ya en los inicios del XIX, las Tardes monásticas de Madrid (Tomás Sánchez de Noceda, seudónimo de Tomás de San José, 1800), el Diario mercantil de Cádiz y el Correo de las Damas (nuevamente, ambos publicados por José Lacroix, Barón de la Bruére, el primero entre 1802-1814 y el segundo entre 1804-1808).

Por su parte, en Málaga encontramos las Historias malagueñas, o materiales de noticias seguras para la historia civil, natural y eclesiástica de la M.I. Ciudad de Málaga (Cecilio García de la Leña, seudónimo de Cristóbal Medina Conde y Herrera, 1789-1793); las Listas periódicas semanales de comercio de la Plaza de Málaga (1792-1802); el Diario de Málaga (Francisco de Cózar y Camargo, 1795-1796?); el Semanario erudito y curioso de Málaga (Luis Carreras y Ramón, 1796-1800) o el semanal de información portuaria Málaga. Lista de navíos y tiempo con el movimiento portuario y previsiones meteorológicas (José Carrión de Mula, 1803-1804).

Con un volumen similar de títulos, aunque muchos de ellos ya en los primeros años del nuevo siglo, en Granada se publicaron el Mensajero económico y erudito de Granada (Francisco Dalamau, 1796-1797); el Semanario de Granada (1800); el efímero Censor granadino (Eleuterio Crispín de Andorra, 1802); los Nuevos paseos históricos, artísticos, económico-políticos por Granada y sus contornos (Simón de Argote, 1806) y las Cartas escritas por F. A. R. N. a un amigo suyo, en las que hace reflexiones y reparos sobre varias cosas de los Nuevos paseos históricos, artísticos, económico políticos de Granada y sus contornos (1807).

En Córdoba vieron la luz, en primer lugar, el Compendio semanal de noticias de Córdoba (Bernardo Alberich, 1790); seguido de Phylopatro (1790) y, por último, el Correo literario de Córdoba (Domingo Quirós, 1801-1802). En cambio, El Correo de Sevilla (1781-1808?); el Diario histórico y político de Sevilla (José María de Lacroix, Barón de la Bruère, 1792-1793) y el Correo literario y económico de Sevilla (1803-1808), fueron las tres publicaciones que se estamparon en la capital hispalense.

Además, Jerez de la Frontera, con El Periodista Jerezano y el Correo de Jerez (ambos editados por Francisco José de la Barreda, el primero en 1800 y el segundo entre 1800 y 1808), y Algeciras, con el Diario de Algeciras (Juan Bautista Contilló y Conti, 1805-1814), también se convirtieron en centros andaluces destacados en la publicación de prensa. 

Como puede percibirse de las cabeceras de los periódicos, junto a las tradicionales gacetas de noticias, proliferaron publicaciones con contenidos afines a los nuevos valores morales, culturales, científicos y políticos de la Ilustración. Esto se debe, también, a la profesionalización de los periodistas y al cambio en los editores, cuyo perfil en este periodo se adapta más al de intelectuales de instrucción superior y, con frecuencia, posición social relevante, seguidores de los ideales ilustrados, en lugar de a la vieja figura del gacetillero, cuyos fines eran más comerciales que filantrópicos. No obstante, en muchos casos, se desconoce quién o quiénes escribieron y/o editaron los periódicos.

Sea como fuere, no cabe duda de que todos estos títulos contribuyeron a que Andalucía fuera una de las más receptivas a este género, contando con un gran número de suscriptores y repercutiendo, de manera directa, a la adhesión de la región, no sólo a la prensa, sino al propio movimiento Ilustrado.

 

Autora: Alba de la Cruz Redondo


Bibliografía

AGUILAR, Francisco, La prensa española en el siglo XVIII. Diarios, Revistas y Pronósticos, Madrid, Cuadernos Bibliográficos, 1978.

CAVAILLON, Joan, “La difusión de la prensa andaluza en la España de Carlos IV (1789-1808)”, en Cuadernos De Ilustración y Romanticismo, 24, 2018, pp. 491-519.

CHECA, Antonio, Historia de la prensa andaluza, Sevilla, Alfar, 2011.

GUINARD, Paul, La Presse espagnole de 1737 á 1791. Formation et signification d’un genre, París, Centre de Recherches Hispaniques, 1973.

SÁNCHEZ, Beatriz, “La prensa en Cádiz en el siglo XVIII”, en El Argonauta español, 4, 2007.

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