La música era un componente esencial en la vida cotidiana de los estudiantes en la Andalucía de la Edad Moderna. No obstante, el repertorio musical de los estudiantes en este periodo se transmitía por tradición oral, de modo que la música apenas se ha conservado en forma escrita y es necesario acudir a fuentes no puramente musicales para tratar de vislumbrar la actividad musical de los estudiantes. Los documentos normativos de las universidades y las fuentes literarias proporcionan información al respecto. Por ejemplo, en el caso de Salamanca, José Luis Abellán indica que los Estatutos de 1538 de esa universidad prohibían a los estudiantes cantar acompañándose de la guitarra canciones que no fueran en latín o en griego. Asimismo, en Guzmán de Alfarache (1599-1604), del sevillano Mateo Alemán, se encuentran numerosas referencias a la actividad musical estudiantil:

En casa teníamos la música por pasto ordinario; de noche andaban por las calles dándola a las que ellos querían agradar; de día no entendían en otra cosa que parecían encantados; grandemente provocaban con ella, que yo les vi hacer milagros de amores, gozando de muchos lances, que, como dijo Menandro, es la música grande incitamento para el amor, y en ella se halla grande refugio para solicitar y conquistar los corazones.

Los estudiantes músicos tenían reputación de seductores y los cuentos populares proporcionan información al respecto; por ejemplo, el Cuento muy gracioso que sucedió a un arriero con su mujer (1603) de Francisco de Medina explica cómo “la mujer de Juan Prados se enamoró de un estudiante músico en una boda”:

Entre tres músicos que hubo,

Sus sentidos la robaron

Las gracias de un estudiante

Diestro, que cantaba el bajo […].

Los estudiantes no solo interpretaban música de forma cotidiana, sino que también ejercían como maestros de música. Así, algunos estudiantes con poco poder adquisitivo se mantenían impartiendo lecciones de canto, un medio de vida que se encuentra en numerosas universidades, especialmente en las germánicas. De nuevo, fuentes literarias, como las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón (1618) del rondeño Vicente Espinel, ilustran la existencia de lecciones de este tipo:

Estauamos despues desto tres compañeros al barrio de san Vicente, tan abundantes de necessidad, que el menos desamparado de las armas Reales era yo, por ciertas lecciones de cantar que yo daua, y aun las daua, porque se pagauan tan mal, que antes eran dadas que pagadas, y aun dadas al diablo.

Además de relacionarse con la enseñanza de la música, los estudiantes contribuían al paisaje sonoro urbano a través de su participación musical en ceremonias organizadas en cada ciudad. Numerosas crónicas en el mundo hispánico desde inicios de la Edad Moderna hacen referencia a la participación de estudiantes en ceremonias urbanas organizando pandorgas, consistentes en desfiles con disfraces burlescos en los que se tocaban instrumentos para hacer “ruido” y expresar alegría por las calles de la ciudad. Las pandorgas de estudiantes eran esenciales en algunas de las fiestas de beatificación y canonización, en las que se producía una simbiosis entre lo religioso y lo profano. Encontramos ejemplos en el ceremonial de las fiestas de beatificación de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, que se celebraron en ciudades andaluzas como Granada y Sevilla en 1609, organizadas por el colegio jesuita de cada lugar, siguiendo el modelo ceremonial del colegio jesuita de Madrid. La música desempeñaba un rol fundamental en el ideario jesuita, como un modo de estrechar lazos con la comunidad local, y era esencial en la vida cotidiana de los colegios jesuitas, que se crearon en la década de 1550 e incorporaban las artes interpretativas, ya que el sistema educativo jesuítico tenía como fin la preparación para la vida en una sociedad distinguida. 

En las fiestas de beatificación de San Ignacio en Sevilla, unos 300 estudiantes del Colegio de San Hermenegildo hicieron una mascarada a caballo en doce cuadrillas acompañadas de atabales y dos copias de ministriles; una de las cuadrillas estaba dedicada a la música y sus inventores. En Granada, las fiestas fueron organizadas por el Colegio de San Pablo, cuyos estudiantes hicieron una pandorga incluyendo en el desfile un órgano de perros:

[…] salió una Pandorga de los estudiantes de nuestras escuelas menores, por ser en su género para parecer, y para ver. Iban delante seis a caballo con sus hachas, tan bien aderezados, y tan bien puestos, que en máscara de más consideración parecieran bien. Seguíanse treinta estudiantes, vestidos de mil modos, diferenciándose unos de otros, y conviniendo todos en ser de risa, y fiesta. Unos iban vestidos de pies a cabeza de caña, otros de cascabeles, otros de botargas, etc. cada uno con su particular instrumento, de los muchos que pide (según sus leyes) la Pandorga. En medio iba un carro, y en la popa del uno como organista, con figura ridícula de un viejo, y un órgano, cuyos cañones eran ocho perros, mayores, y menores en proporción, para que sus aullidos representasen bien la música de este instrumento, como lo hicieron mal de su grado. Iban asidos en una collera de palo, y las teclas, que eran de lo mismo, asentaban sobre sus pechos, y por tener al cabo cada una púa de hierro los lastimaba muy bien, o muy mal, como lo decían los aullidos que daban. Estas teclas estaban dispuestas de manera, que el organista las tocaba con facilidad, y a punto, y hacíalo cuando callaban los demás instrumentos.

Además de la pandorga, los estudiantes de Granada crearon una representación de la victoria de Ignacio de Loyola frente a los vicios, en forma de desfile precedido por las trompetas y atabales de la ciudad. La última cuadrilla del desfile iba acompañada de un grupo de ministriles de la Capilla Real. Además, desde la cúpula de la Capilla Real se tocaron instrumentos, a los que respondían, clarines, cajas y chirimías desde el Colegio de San Pablo.

Estas pandorgas de estudiantes procedían de las serenatas, también relacionadas con la vida estudiantil. Así, en su diccionario etimológico, Joan Coromines data el término pandorga en el siglo XVII como una “serenata ruidosa y desconcertada” que parece derivar del verbo “pandorgar”, que significa “dar una serenata” y procede del latín pandoricare. Por tanto, las estudiantinas y tunas de estudiantes que se mantienen en la actualidad tienen una larga trayectoria. Su origen histórico se ha situado en los goliardos medievales y en los sopistas, por lo que se les atribuye una antigüedad de siete siglos.

En la Edad Moderna, los estudiantes también participaban en el paisaje sonoro urbano a través de su integración en cofradías que organizaban importantes ceremonias con un componente musical. Por ejemplo, en 1582, se instauró una academia y cofradía en honor a Santo Tomás de Aquino entre los universitarios de Valencia, donde también existía una cofradía de estudiantes pobres, mientras que en el convento de dominicos de Santa Caterina de Barcelona se instituyó una academia y cofradía con la misma advocación, integrada por estudiantes y profesores universitarios tomistas que apoyaban a los dominicos frente a los jesuitas. Una variedad de documentos de archivo refleja la importancia de la música en las ceremonias organizadas por estas cofradías estudiantiles, en particular con motivo de la fiesta de Santo Tomás de Aquino el 7 de marzo, cuando tenían lugar celebraciones litúrgicas, justas literarias, conclusiones académicas y una procesión con la imagen del Santo. También en Salamanca existía en el siglo XVI una cofradía formada por profesores y estudiantes de la Universidad de Salamanca en defensa de los estudiantes presos en la cárcel de la propia universidad. En el ámbito andaluz, la actual cofradía de los estudiantes de Sevilla tiene su precedente en la cofradía de las Negaciones y Lágrimas de San Pedro que en el siglo XVII tenía fama de irreverente y en la documentación se encuentran alusiones a las fechorías de los estudiantes.

 

Autora: Ascensión Mazuela Anguita


Bibliografía

CRUZ AGUILAR, Emilio de la, La tuna, Madrid, Editorial Complutense, 1996.

GARCÍA MERCADAL, José, Estudiantes, sopistas y pícaros, Madrid, Plutarco Galiciana, 1934.

MAZUELA-ANGUITA, Ascensión, “Las pandorgas a través de sus fuentes: Música estudiantil en el mundo hispánico a inicios de la Edad Moderna”, en Cuadernos de Música Iberoamericana, 32, 2019, pp. 347-370.

MAZUELA-ANGUITA, Ascensión, “La música en el ceremonial jesuita: Granada y las fiestas de beatificación de Ignacio de Loyola, 1610”, en TORRE MOLINA, María José de la y MARCHANT RIVERA, Alicia Carmen (coords.), Poder, identidades e imágenes de la ciudad: Música y libros de ceremonial religioso en España (siglos XVI-XIX) [Síntesis Historia 23], Madrid, Síntesis, 2019, pp. 149-184.

MORÁN SAUS, Antonio Luis, GARCÍA LAGOS, José Manuel y CANO GÓMEZ, Emigdio, Cancionero de estudiantes de la tuna. El cantar estudiantil, de la Edad Media al siglo XX, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2003.

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