La importancia del caballo en la historia a lo largo de las distintas civilizaciones se halla fuera de toda duda. Eso lleva a considerar la cría caballar como un elemento cultural de primer orden. Durante mucho tiempo sobresale el aspecto militar y el caballo permanece relacionado con el ámbito de la guerra. Sin embargo, con la llegada de la Edad Moderna y nuevas estructuras políticas y socioeconómicas, el caballo, sin perder su utilidad militar, adquiere otro perfil funcional ligado al carácter social y también político. En este sentido resultaría fundamental la transformación de la nobleza militar en cortesana. El paso de los castillos a los palacios implica una cultura caballeresca en la que la equitación se convierte en una actividad esencial y el caballo en uno de los principales símbolos del prestigio social, quedando reservada su posesión a una élite. Este proceso no es solamente válido para la aristocracia, sino que se percibe aún mayor profundidad en el caso de la monarquía. Como una novedad más de las nuevas prácticas caballerescas se produce un primer florecimiento de la tratadística en torno al mundo del caballo.

El desarrollo de la cría caballar requiere de una variedad de elementos dotados con la mayor calidad posible. Nos referimos esencialmente a los espacios y los recursos que determinen un producto excepcional, porque el objetivo no es solamente criar caballos, sino también una preocupación por la selección y mejora de la raza a lo largo de la Edad Moderna, con sus momentos de auge y crisis. Para ello, la base fundamental reside en las madres, en las yeguas y estas necesitan un espacio natural propio, como son las dehesas, donde se crían en régimen extensivo durante todo el año junto con sus crías y los potros más jóvenes. Una adecuada selección de yeguas de acuerdo con los objetivos que se pretenden conseguir exige disponer de abundancia en cantidad y calidad de pastos. Se trata de paisajes altamente especializados, en los que para superar la irregularidad meteorológica estacional se recurre a dehesas de invernadero y agostadero, en función de la abundancia o escasez de hierba, según los distintos meses. Además de la buena calidad del pasto estas dehesas es muy conveniente que cuenten con una determinada configuración orográfica, con terrenos ondulados, con suficiente arbolado que proporcione sombra y, por supuesto con disponibilidad de agua en todo momento. La exclusividad de la cría caballar impide cualquier otra ganadería en las dehesas, sin embargo, permite el aprovechamiento comunal de usos tradicionales por parte de los vecinos, incluida cierta regularización de la caza y de la pesca.

La otra parte de la ganadería equina viene constituida por los sementales y los potros que han sido separados de las madres y están destinados a un adiestramiento específico. Esta vertiente de la cría caballar se realiza en régimen estabulado para lo que se requiere también de unas instalaciones especializadas, que son las que se conocen como caballerizas. Este término, por tanto, designa tanto el espacio físico en el que se alojan y entrenan los caballos y potros, como la compleja institución que forma parte de la maquinaria del Estado, en este caso, integrada en un Consejo especial, como es el la Junta de Obras y Bosques.

Entre los importantes cuidados que están presentes en la cría caballar destacan dos: la alimentación y la cubrición de las hembras. La mayor parte del presupuesto invertido en una ganadería va destinado a satisfacer las necesidades alimentarias del ganado estabulado, representadas fundamentalmente por el consumo de cebada, producto muy sensible a la coyuntura del mercado. La importancia de la alimentación es tal que cada ejemplar recibe sus raciones de forma individualizada en función de sus características físicas y su estado de salud. Un momento clave en la cría caballar, no tan costoso económicamente, pero sí muy exigente desde el punto de vista logístico, viene dado por la época de la monta, cuando los sementales cubren a las yeguas. Tanto unos como otras están exentos de trabajos y su única finalidad está relacionada con la fecundación. En este momento las decisiones adoptadas por el ganadero cobran vital importancia. Existe una literatura muy precisa con recomendaciones para abordar con éxito esta operación, no obstante, solamente una tercera parte aproximadamente de las yeguas que eran cubiertas acababan siendo fecundadas y llegaban al parto.

Estos espacios, tanto las dehesas como las caballerizas, cuentan con unos recursos humanos, que constituyen un complejo entramado dirigido por un caballerizo mayor, que además de máximo responsable en la estrategia ganadería, actúa como una especie de jefe de personal con total responsabilidad sobre las funciones de los oficiales y trabajadores. El desarrollo de la cría caballar depende del funcionamiento de todo un conjunto de profesionales con una elevada cualificación. En el campo tiene lugar la labor de los guardas y los yegüeros dirigidos por un yegüero mayor. En las instalaciones de una caballeriza la diversidad es mayor y encontramos puestos encargados de tareas administrativas y personal relacionado directamente con los caballos. Entre este, figura el relacionado con la alimentación y cuidados de los caballos, con un alto grado de especialización o los mozos de cuadra, con labores más genéricas. Los recursos humanos se completan con los oficiales de perfil más técnico, como son los encargados de la doma y adiestramiento de los ejemplares. La variedad de funciones implicaba también diferencias en el status socioeconómico.

El modelo más importante y, posiblemente también mejor conocido de cría caballar, corresponde a la creación y desarrollo de las Caballerizas de Córdoba. Existía una larga tradición de legislación estatal que intentaba favorecer la abundancia y calidad de caballos. Esta preocupación adquiere una extraordinaria dimensión con Felipe II y la Pragmática de 1562 que regula la cría caballar a través de obligaciones en las ordenanzas locales. En este contexto se concibe un auténtico proyecto de estado con el objetivo de conseguir una nueva raza de caballos, en el sentido de especial calidad para el servicio de la Casa Real. Se define por su carácter ambicioso de ámbito regional al disponer de 1.200 yeguas en Córdoba, Jerez de la Frontera y Jaén, lo cual nunca llegó a producirse y toda la yeguada real se concentraría en las dehesas de Córdoba, generalmente con una cantidad entre 600 y 800 cabezas. Lo mismo sucedió con los potros y sementales, algo más de 100, que coincidían en la caballeriza de la capital cordobesa. Pese a las dificultades económicas, con un presupuesto en el que los gastos sobrepasaban ampliamente los ingresos, los objetivos fueron razonablemente alcanzados en el siglo XVI. El servicio al rey estuvo garantizado con los diferentes caballos que regularmente cada año se llevaban a la caballeriza de Madrid, tanto para el uso de la Casa Real como para los regalos que Felipe II dispensaba a personalidades muy relevantes de las cortes europeas. Se hacía con ejemplares únicos, valorados en precios inalcanzables, lo que realzaba tanto el prestigio de estos caballos como el de su principal promotor, Felipe II. En este éxito tuvo mucho que ver la personalidad y actuación de su primer caballerizo, D. Diego López de Haro. El siglo XVII significó, en líneas generales, una etapa de estancamiento y decadencia. En el siglo XVIII, tras un grave incendio en 1734 se intenta una revitalización durante una etapa dirigida por D. Fernando Álvarez de Toledo (1776-1796).  Con el siglo XIX desaparece la búsqueda del prestigio y la cría caballar queda vinculada a las necesidades del Ejército.

 

Autor: Juan Carpio Elías


Bibliografía

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ARANDA Juan y MARTÍNEZ José (coords.), Las Caballerizas Reales y el mundo del caballo, Córdoba, IULCE, UAM y Córdoba Ecuestre, 2016, pp. 31-128.

CARPIO, Juan: Las Caballerizas Reales de Córdoba en el siglo XVI. Un proyecto de Estado. Sevilla: Editorial Universidad de Sevilla, 2017.

RIVAS, Francisco, Omnia Equi. Caballos y jinetes en la España Medieval y Moderna. Córdoba, Almuzara, 2005.

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