El concepto de “fuero” está intrínsecamente relacionado con la consideración que un individuo, gremio, comunidad, grupo social, corporación, ciudad o villa tenía en el marco de la sociedad estamental. Las comunidades extranjeras asentadas en la Monarquía Hispánica reivindicaron constantemente el “fuero de conservaduría” y lo esgrimieron ante el rey y la sociedad como elemento estabilizador, de integración y simbiosis, así como para el disfrute de unos privilegios y la protección jurídica que los fueros podían conllevar, en determinados casos.  También se utilizaba en aras de demostrar su inserción socio-religiosa y cultural, así como subrayar su condición de vasallos del rey católico e incluso del paisanaje. Es por ello que las comunidades de extranjeros residentes en los territorios de la Monarquía participaban activamente en el amplio espectro de asistencia y beneficencia social, creando mecanismos de caridad laica o privada, algo muy común en el antiguo régimen. Además de constituir una señal inequívoca de pertenecer a un estamento pudiente, mutualismo y beneficencia constituían las dos caras de una misma moneda, entendida como conjunto de ritos amparados en la práctica pública del catolicismo, era una forma de padrinazgo y también constituía una forma de sociabilidad. Una de las manifestaciones de este fenómeno fue la constitución de hospitales y obras pías, lo cual fue objeto de legislación desde el reinado de Felipe II. Se llamaron patronatos y fundaciones y, generalmente, llevaba intrínseca la construcción de un hospital y otras instituciones de acogida, protección y socorro, tanto físico como espiritual, tales como cofradías o hermandades. Una de las características más importantes de estas obras, de patronatos y/o fundaciones, fue el profundo mutualismo desarrollado, el cual se canalizaba a través de las cofradías de mercaderes. Su objetivo general lo describe Aguilar Piñal como “dar culto a un determinado santo o advocación particular y al mismo tiempo servir para reforzar los lazos de confraternización para el socorro mutuo y la promoción de la vida espiritual de la comunidad” (Aguilar Piñal, 1966, p. 1).

La Cofradía de San Andrés de los flamencos aglutinó estos objetivos dedicados a la creación de hospitales especiales (para socorrer a enfermos, pobres, viudas y viajeros de su nación); ofrecer ayuda espiritual (encauzado a través del catolicismo y así evitar sospechas de herejía); la disposición de dotes para doncellas y ayudas económicas para sectores marginados de la sociedad (revestido de la  forma de limosnas) y dar sepultura a los fallecidos ya sea asentados y vecinos de origen neerlandés o viajeros y transmigrantes a los que la muerte sorprendía, por azar del destino, en la ciudad donde se encontraban en comisión de comercio en ese momento. En términos generales las cofradías de las naciones extranjeras pueden ser catalogadas en el amplio marco de las cofradías gremiales que surgieron en los siglos de la Edad moderna, eran más bien del tipo gremial-asistencial y generalmente llevaban atribuido la creación del patronato que implicaba la vinculación de unas rentas. Las cofradías de mercaderes extranjeros se orientaban a la práctica habitual de cultos cristianos consagrados a un santo apóstol (Crespo Solana, 2002, p. 304). Bajo estas características se pueden situar las cofradías de irlandeses (San Patricio) o franceses (San Luis), por ejemplo.

Los ciudadanos de origen neerlandés católico habían recibido el derecho a reunirse en una cofradía de mercaderes desde los orígenes de la vinculación de las provincias de Flandes al imperio de los Habsburgo. La capacidad de esta nación flamenca para la fundación de hospitales y obras pías está incluso relacionada con el Camino de Santiago como ruta que vinculaba Flandes y Brabante con la Península ibérica (Stols, 1971). La creación de la “Antigua y Noble nación Flamenca y alemana de Sevilla y Cádiz” está de hecho relacionada con el reconocimiento de una ciudadanía flamenco-española” dada por el emperador Carlos en una pragmática de 1533 ante la unificación de las 17 provincias de los Países Bajos, sujetas a la corona imperial. Todas las obras pías establecidas y administradas por flamencos se acogían a la advocación del apóstol San Andrés, patrón del Ducado de Borgoña y de la Orden del Toisón de oro. A pesar de la fundación en Madrid de un hospital con ese nombre entre 1594 y 1604 por Carlos de Amberes, es muy posible que el primer hospital se estableciese en Cádiz hacia 1565. Entre 1609 y 1613, bajo el patronado de Felipe III se constituyeron los estatutos y constituciones del hospital de San Andrés de los Flamencos (AHN, Estado, 641; AHN, Estado 623 (2), nº 532). La numerosa nación de flamencos en ciudades andaluzas esparció estos hospitales y obras pías por El Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda y Jerez de la Frontera. En Sevilla se creó el hospicio de San Andrés por el abad de la orden de San Benito, Jacques Byns, natural de Audenarde (Oudenaarde), que también tenía un archivo. Era la Casa hospital del Señor San Andrés (sic) que actualmente es la iglesia y convento de Santo Tomás. 

La cofradía, hospital y patronato de la nación flamenca estaba gobernado por un mayordomo (en ocasiones fueron dos) elegido anualmente por los miembros del patronato quien se encargaba de gestionar los negocios y prebendar generados por las rentas de las que disponía el patronato. Aunque hay indicios de la existencia de la “residencia y habitación” de esta cofradía hacia 1565, el patronato relacionado fue fundado posteriormente por el capitán de origen hanseático, Pedro de la O, fallecido en 1636 y de su esposa, María Villalba. Sus albaceas, su hijo, Pedro de la O, el joven y el capitán flamenco Ricardo Oguen, naturales ambos de Cádiz, y miembros también del grupo mercantil flamenco-alemán, formalizaron su testamento el 16 de marzo de dicho año, y declararon un patronato vinculado a la capilla y hospital de San Andrés, el cual poseía bienes inmuebles, solares, tributos y rentas por un valor superior a los 100.000 ducados. Algunos de estos bienes eran también censos y tributos de las villas de Alcalá de los Gazules y de Paterna de la Rivera (AHDC, 1789). Ricardo Oguen administró esta herencia hasta que a mediados de 1640 el patronato pasó a ser administrado directamente por el mayordomo de la nación flamenca. Sobre uno de los solares del patronato se construyó la iglesia y convento de San Francisco de Cádiz a cambio de que los oriundos de Flandes tuviesen una zona dentro de la iglesia para recibir una cristiana sepultura. Muy cerca, entre las calles San Francisco y Rosario se erigió el hospital de la nación también vinculado al patronado de la advocación de San Andrés. El patronato también distribuía unas dotes a doncellas pobres para contraer matrimonio o para profesar como religiosas. La nación contaba con unos capellanes para atender las necesidades religiosas y espirituales de los miembros de la comunidad neerlandesa, quienes eran, generalmente, miembros de la Compañía de Jesús, del Colegio de Amberes. Estos capellanes solían establecer su residencia en el propio convento de San Francisco.

La administración de estas rentas derivó en múltiples problemas. La interesante documentación depositada en el Archivo Diocesano de Cádiz muestra cómo, a pesar del objetivo claro de piedad benéfica, la nación flamenca negoció y extrajo pingües beneficios invirtiendo dinero en la propiedad inmobiliaria de la ciudad y especulando con los beneficios. Ciertas actividades empezaron a provocar recelos, dando lugar a una serie de pleitos contra la nación flamenca desde 1672, cuando los herederos del cuñado de Pedro de la O demandaron a la nación para que les devolvieran unas casas que según ellos no estaban incluidas en el patronato y que, al parecer, los flamencos incluyeron por propia iniciativa. El patronato fue también objeto de numerosas visitas por parte de las autoridades eclesiásticas que en ocasiones tuvieron que ser administradas por un clérigo (y no miembro de la nación) con el objeto de abrir una investigación sobre el estado de las cuentas del patronato. A partir de 1702 los mercaderes flamencos tuvieron que defender la razón de la existencia de su patronato anexo a la cofradía de mercaderes debido a la desconfianza que generaba el uso de sus rentas y propiedades. La nación flamenca tuvo que dar repetidas cuentas ante el obispo y crear una Junta general de la nación flamenca en noviembre de 1726 en las casas del entonces mayordomo de la nación, Felipe van Bouchout, detectándose casos de corrupción por la elevada tasa de alquiler que ajustaban a los muchos inmuebles que los mercaderes flamencos tenían en Cádiz. Todo esto sobrevino en un nuevo contexto histórico del siglo XVIII, de cambios políticos que afectaron a la nación flamenca debido a la pérdida de Flandes bajo la soberanía del imperio Austriaco.

 

Autora: Ana María Crespo Solana


Fuentes

Archivo Histórico Diocesano de Cádiz, 1789.

Archivo Histórico Nacional, Estado, 641.

Archivo Histórico Nacional, Estado 623 (2), nº 532.

Bibliografía

AGUILAR PIÑAL, Francisco, “Asociaciones piadosas madrileñas del siglo XVIII (Descripción bibliográfica de sus Constituciones)”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, tomo VII, Madrid, 1966.

CRESPO SOLANA, Ana María, “El patronato de la nación flamenca gaditana en los siglos XVII y XVIII”, en Studia Histórica, Historia Moderna, 24, 2002, pp. 297-329.

HYE HOYS, I, Fondations pieuses et charitables des marchands flamands en Espagne, Précis Historiques, Bruselas, 1882.

GARCÍA ORO, José y PÓRTELA SILVA, María José, “Felipe II y el problema hospitalario: reforma y patronato”, en Cuadernos de Historia Moderna, Madrid, 2000, 25, pp. 87-124.

STOLS, Eddy,  De Spaanse Brabanders en de handelsbetrekkingen der Zuidelijke Nederlanden met de Iberische wereld, 1598-1648, Brussel, 1971.

VIDAL GALACHE, Florentina y VIDAL GALACHE, Benicia, Fundación Carlos de Amberes: El Hospital de San Andrés de los Flamencos, 1594-1994, Madrid, Ed. Nerea, 1996.

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