En su dilatado reinado Felipe II visitó Sevilla una única vez. Acudió desde Córdoba donde había celebrado las primeras reuniones de unas cortes que proseguirían en Madrid. El principal motivo de su visita a Andalucía fue supervisar, en primera línea, el desenlace final de la guerra de los moriscos. Llegó el primero de mayo de 1570 y permaneció en la ciudad un tiempo tasado, apenas diez días, que se antojaba escaso para la que era capital económica del imperio.

Vino acompañado de sus sobrinos, entonces herederos, los archiduques Ernesto y Rodolfo. Había enviudado recientemente de su tercera esposa Isabel de Valois y adquirido compromiso matrimonial con su sobrina Ana de Austria, hermana de los anteriores. La trágica muerte del príncipe don Carlos y los serios reveses de la monarquía en las provincias del norte empezaban a endurecer su carácter, reservado y distante, tal como se manifestó en Sevilla, declinando cualquier participación en comedias y saraos por el beneficio espiritual que podía proporcionarle retirarse tres días en el monasterio de la Cartuja.

La ciudad no escatimó, sin embargo, recursos para honrar a su monarca con la dignidad y el fasto que la opinión común esperaba de su grandeza y fabulosas riquezas si bien “lo que más le cerraua el aliento para pasar adelante era querer recebir a quien tanto ha sido seruido en generales Triumphos por toda Hespaña, Italia, Flandes y Alemania”. El deseo de emulación que expresa el humanista Juan de Mal Lara cifra el alcance del desafío que tuvieron que afrontar las autoridades sevillanas y el de su propia pluma para trasladar a la Relación escrita que le encargó el cabildo la solemnidad de la jornada. Por eso cita los triunfos del aún príncipe don Felipe que había podido consultar en el Felicísimo Viaje de Juan Calvete de Estrella que se incardinan, a su vez, en la tradición de los fasti imperii que habían tributado a su padre, el Emperador, las ciudades italianas.

La estrategia diferenciadora de Sevilla será por acuerdo de sus regidores que embellece el cronista: “poner delante la vista la parte del Río que más poderosas armadas ha despachado, mayores riquezas ha tenido… más altas hazañas ha visto”. Esto es, una exhibición al vivo de su fortaleza marítima y comercial que el humanista, por encima de otras pruebas históricas, presenta como evidentia de superior servicio a su majestad. Se sacrifica así la costumbre de las entradas reales medievales que ingresaban en Sevilla por la puerta de la Macarena, situada en el lienzo norte de la muralla almohade y atravesaban las tortuosas calles del viario medieval hasta la catedral. Esta fue la ruta que habían seguido la reina Isabel en 1477, los reyes don Fernando y doña Germana en 1508 y el emperador Carlos V en 1526, precedido días antes por la futura emperatriz Isabel.

En este último acontecimiento las autoridades acudieron al hospital de San Lázaro para besar las manos de la reina de Portugal. En la entrada de Felipe II la representación de la ciudad fue a la quinta de Bellaflor en la dehesa de Tablada lugar que se había prevenido para agasajar al rey con un espléndido banquete. Previamente se adecentó el camino junto al río y se salvaron con puentes de madera los arroyos Tagarete y Eritaña que desembocaban en el Guadalquivir. La ciudad determinó representar al rey una reseña formada por 3.500 infantes repartidos en doce banderas que agrupaban los distintos oficios artesanales en un momento de gran pujanza industrial para la ciudad. Capitaneados por el alférez don Francisco Tello salieron desde la plaza del Salvador y se colocaron a 300 metros de la finca de Bellaflor a fin de que su majestad pudiese contemplarlos desde una ventana antes de iniciar él mismo, a caballo, su entrada en Sevilla.

El concejo había comisionado a Francisco Duarte para que aderezase el río y la torre del oro. El factor real acordó con los maestres y capitanes que se adornasen 50 naos con banderas, flámulas y gallardetes pintados con las armas reales, y dio particular instrucción de que se representase el despliegue de las velas (correr la seda en barcos) en tres bajeles  “para que su Magestad viese bien de cerca de qué manera van las naos adereçadas para las Indias”.

Juan de Mal Lara describe la apacible vista de la banda de Triana poblada de gente como la que se le presentó a Alejandro en el paso del Helesponto. Las riquezas de Bellaflor le asemejan los huertos Adonisios. El ágape que había recibido, durante el descanso en Tablada, la famosa cena de Lúculo que recuerda Plutarco. Y finalmente la impresión que recibió Felipe II al contemplar el espectáculo de las embarcaciones del río, redoblado por la atronadora salva de la artillería, aquellas aclamaciones que recibió César Augusto según cuentan Elio Lampidio y Esparciano. 

El parangón con los héroes e historias del mundo pagano alcanza su ápice en la descripción del aparato del recibimiento que es donde el humanista despliega su profundo conocimiento de la cultura clásica puesto al servicio de un fin pedagógico y político como ya había hecho en su Philosophía vulgar. Explica al lector curioso el sentido de los arcos de triunfo y origen de los jeroglíficos en el premio que los pueblos daban a la virtud de sus gobernantes y los bienes que de ellos recibían, para proceder a continuación a la descripción del arco del Parnaso que dio la bienvenida a su Majestad, ejemplo de síntesis humanista que combina el origen mítico de la ciudad (en los dos colosos que asomaban a las torres: Hércules y Betis), la nombradía de la casa de Austria (visible en las estatuas de Fernando, Maximiliano, Carlos y Felipe) y, por fin, el proyecto cívico del rey prudente representado en nueve empresas que exponían el buen gobierno de la república en manos de majestad.

Es muy posible, como ha sugerido Manuel Bernal, que una parte de los materiales reunidos para componer su perdida Historia de Sevilla fueran aprovechados por Mal Lara para escribir las páginas del Recibimiento como se aprecia en la descripción de la figura alegórica de Sevilla que en hábito de honesta matrona, sostiene, junto a la Victoria, el segundo arco del aparato del triunfo: resulta una actualizada corografía de la ciudad con atinadas observaciones sobre su temple, vecindad, conventos y hospitales, alcaicerías, plazas y calles, con reseña de sus tratos y oficios. Del mismo modo, se alzan en el monumento, los santos obispos Leandro e Isidoro, el mártir san Hermenegildo y su hermano el cathados por Mal Lara para  verlos no Recaredos historias ictoria, el segundo arco que se alzprovechados por Mal Lara para  verlos ólico Recaredo, junto a las vírgenes Justa y Rufina, santas tutelares de la ciudad, que nos revelan sus historias.

Recurso expositivo semejante emplea Mal Lara en las figuras del primer arco que honraban a los míticos fundadores de Hispalis: Hércules ofreciendo las tres manzanas del jardín de las Hespéridas y el rey Beto que dio nombre al río que baña toda la provincia homónima. Al primero había dedicado el humanista un poema, el Hércules animoso, dedicado al príncipe don Carlos. El sexto rey de los iberos ofrecía  a Felipe II, por encomienda de su padre Océano, “quantas perlas o piedras tiene en las aguas Neptuno y quanto oro tiene el Zephiro que es el Occidente”. El sentido oferente se prodigó además en las figuras que se dispusieron para exornar la muralla personificando las villas y lugares de la tierra de Sevilla, divididas en cuatro partidas: Aljarafe, Sierra de Constantina, Sierra de Aroche y Campiña. Cada una de ellas entregaba al rey prudente sus frutos y riquezas: trigo, aceite, miel, plata… Dones naturales que el escritor compara a los frutos y néctares que los antiguos sacrificaban a los dioses paganos: Ceres, Baco, Palas.

Tierra feraz, la jurisdicción sevillana aventaja a muchas provincias del romano imperio, por la prodigalidad de los bienes, e incluso, en los pequeños lugares, merece ser loada, por haber conservado la simple rusticidad como lo hizo Virgilio en las Geórgicas y Horacio en sus Odas. El ideal humanista de integrar los saberes orientales y clásicos con los valores cristianos, cristaliza en la jornada del recibimiento que Mal Lara interpreta como un tiempo renovado de una ciudad convertida en metrópolis del Nuevo Mundo. 

 

Autor: José Jaime García Bernal


Bibliografía

BERNAL, Manuel, “Juan de Mal Lara y su Recibimiento”, en MAL LARA, Juan de, Recebimiento que hizo la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla a la C. R. M. Del rey D. Philipe N. S., Sevilla, Fundación el Monte, 1998, pp. 43-88.

GARCÍA BERNAL, José Jaime, El fasto público en la España de los Austrias, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006.

LLEÓ CAÑAL, Vicente, Nueva Roma. Mitología y Humanismo en el Renacimiento sevillano, Sevilla, Diputación, 1979.

MAL LARA, Juan de, Recebimiento que hizo la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla a la C. R. M. Del rey D. Philipe N. S., Sevilla, Fundación el Monte, 1998. 

MAL LARA, Hércules animoso, ed. lit. de Francisco Javier Escobar Borrego, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2015.

SÁNCHEZ ESCRIBANO, Federico, Juan de Mal Lara. Su vida y sus obras, Nueva York, Hispanic Institute, 1941.

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