El monasterio femenino de santa Isabel la Real de clarisas fue fundado por los Reyes Católicos el 15 de mayo de 1501 por una Carta de Privilegio, en la que se exponía que había sido creado por la devoción profesada a santa Clara y a santa Isabel de Hungría, así como en acto de agradecimiento por la conquista de Granada. En ella se especificaba asimismo que el monasterio estaría conformado por veinte religiosas profesas -unos años después, por una escritura de Privilegio y Confirmación otorgada en Medina del Campo en 1504, su número se amplió a cuarenta-, dependientes jurídicamente del provincial de la Orden Franciscana de la provincia de Andalucía, y que residirían en un edificio erigido en la Alhambra. Si bien, su ubicación final fue el palacio de Dar Al-Horra, en el barrio del Albaicín. Por otra parte, se disponía que el patrimonio del que dispondría el monasterio a fecha de su fundación estaría repartido en 300.000 maravedíes obtenidos de las alcabalas de la ciudad y en 500 fanegas de trigo procedentes del impuesto sobre las tercias.

La reina Isabel nombró como fundadora a sor Luisa de la Cruz, quien tras enviudar de su marido, Miguel Lucas de Iranzo, V Condestable de Castilla, ingresó en el monasterio de clarisas de santa Inés de Écija. Sor Luisa de la Cruz llegó a Granada en 1507 acompañada de veinte religiosas más de Écija y Córdoba, que se unieron a las otras veinte religiosas que ya se encontraban en la ciudad. Fue escogida como primera abadesa, puesto que desempeñó hasta su muerte en 1521.

La historia del monasterio estuvo marcada por tres grandes obstáculos: los derivados de la infraestructura del edificio que albergaba a la comunidad, los relacionados con el Patronato Real y los causados por la nefasta gestión económica de los administradores.

En cuanto al edificio, casi desde su llegada las religiosas se vieron obligadas a realizar multitud de reparaciones. La primera en 1599, cuando el monasterio todavía estaba en proceso de construcción, debido al hundimiento de tres estancias. Para poder costear todas las obras, las religiosas pidieron préstamos y solicitaron ayuda en numerosas ocasiones. A mediados del siglo XVIII la situación no había mejorado, ya que, según el testimonio de la abadesa Bárbara María Maldonado y Enciso, el estado en el que se encontraba el edificio las tenía “amenazando de muerte a todas viniéndosenos por instantes a tierra una gran parte de la fábrica de el convento y de sus principales oficinas y con notorio perjuicio de la iglesia, sin podernos huir ni tampoco poderlo remediar” (García Valverde, 1998, p. 501). No obstante, ello no impidió que poco a poco la comunidad fuera ampliando y dotando el monasterio de los recursos y espacios necesarios. De esta manera, se construyeron, entre otras cosas, un templo -que se alza como uno de los mejores ejemplos del mudéjar granadino- un monumental patio clasicista, dormitorios, un refectorio con cocinas anexas y una enfermería.

Por lo que respecta a los problemas con el Patronato Real, ante la falta de mención en las disposiciones de su fundación del derecho de la Corona a nombrar a un número específico de religiosas, hasta mediados del siglo XVII el monasterio había ignorado las Reales Cédulas de presentación de novicias, otorgando preeminencia a la entrada de religiosas con dote. Actuación que se explica por las necesidades económicas de la comunidad, como las mismas religiosas manifestaron en un memorial tras la insistencia de la regente Mariana de Austria a nombrar novicias. Finalmente, la comunidad llegó a un acuerdo con la reina regente, que quedó plasmado en la Real Cédula de 26 de agosto de 1692, por la que el número máximo de religiosas de velo se establecía en cuarenta, de las que dieciséis tendrían que ser de presentación real y las demás ingresar con dote.

Por último, la comunidad tuvo muy mala experiencia con los administradores que se encargaban de su gestión económica. Debido a las malas decisiones de estos y a la malversación de fondos, el monasterio fue perdiendo las cobranzas de juros, censos y arrendamientos, sucumbiendo poco a poco a la ruina. Ante esta situación, la comunidad llegó a ocuparse de su propia administración durante algunos periodos y en 1689 solicitó a la Corona, en un acto de desesperación, el nombramiento de un juez protector, cargo que recayó en los presidentes de la Real Chancillería de Granada. Estos debían, entre otras cosas, supervisar la recepción de las novicias, comprobar las cuentas de los administradores y resolver las causas judiciales, que no eran pocas dadas las deudas y los problemas económicos que acarreaba el monasterio. En este sentido, el presidente Fernando José de Velasco (1766-1770) revisó el estado del monasterio y realizó dos representaciones a la Cámara de Castilla, en las que informaba de las graves pérdidas económicas y de los innumerables pleitos en los que estaban inmersas las religiosas. Además, manifestó la incompetencia del personal contratado para administrar el monasterio, el cual, en su opinión, tenía “dominadas” a las religiosas, llegando a realizar incluso una recomendación para ocupar dicho cargo, aunque las religiosas no la siguieron. Sin embargo, la actuación del presidente Velasco fue una excepción, puesto que la mayoría de los jueces protectores no atendieron las necesidades de la comunidad, por lo que la situación no hizo sino empeorar con el tiempo.

 

Autora: Isabel María Sánchez Andújar 


Fuentes

Archivo de la Real Chancillería de Granada, l.187, ff. 310v. y 749v.-755v.

Bibliografía

GARCÍA VALVERDE, María Luisa, “El monasterio de santa Isabel la Real de Granada: su fundación y archivo”, en Archivo iberoamericano, 58/231, 1998, pp. 491-527.

GARCÍA VALVERDE, María Luisa y LÓPEZ CARMONA, Antonio, “El Archivo del Monasterio de Santa Isabel la Real de Granada. Datos para su historia y situación actual”, en Actas del II Curso de Verano “El Franciscanismo en Andalucía”, Córdoba, Caja Madrid, 1997, pp. 325-354.

GÓMEZ-MORENO CALERA, José Manuel y PÉREZ ROCA, Jerónimo, “Retablo mayor de Santa Isabel la Real de Granada. Estudio histórico-artístico y técnico-estructural”, en Cuadernos de arte. Universidad de Granada, 33, 2002, pp. 9-32.

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