La pérdida del monopolio americano representó, sin duda, un duro revés para Sevilla, pero la ciudad no perdió por completo sus vínculos con América. Con palabras de A. M. Bernal, “habiendo perdido lo principal, sin embargo, no quedó Sevilla descolgada de la Carrera ni el río Guadalquivir reducido a una vía muerta para el comercio”. El propio Bernal apunta que Sevilla retuvo algunas instituciones vinculadas a la Carrera de Indias, como la Universidad de Mareantes y el colegio-seminario de San Telmo, además de constituir la sede de estratégicas industrias ligadas a la Carrera y al tráfico americano, como la Casa de la Moneda, la fábrica de Artillería o la Real Fábrica de Tabacos, que recibió un gran impulso en el XVIII con el traslado a su nueva sede.

Sevilla mantuvo una nada despreciable actividad comercial a lo largo del siglo XVIII, que no excluyó la participación en el comercio colonial. La nómina de cargadores, comerciantes al por mayor y cosecheros existentes en la ciudad fue amplia, como han demostrado A.-M. Bernal y A. García-Baquero a través del análisis de los registros de los navíos de las flotas a Indias, las comprobaciones del Catastro de Ensenada y las nóminas de integrantes del Consulado nuevo. Las cifras de hombres del comercio que estos autores apuntan, entre comerciantes al por mayor, mercaderes, cargadores, hacendados, cosecheros, fabricantes y navieros son las siguientes:

Años

Comerc. al por mayor

Mercaderes

Cargadores

Hacendados

Cosecheros

Fabricantes

Navieros

Total

1720- 1723

163

77

240

1763

85

145

27

198

398

1784

46

46

34

10

141

Comerciantes sevillanos en el siglo XVIII. Fuente: A.M. Bernal, A. García-Baquero, Tres siglos de comercio sevillano, p. 69.

En la valoración de estas cifras hay que tener en cuenta que los comerciantes inscritos en el Consulado nuevo, creado a fines de siglo y que son los reflejados en el año 1784, eran sólo una parte del total: aquellos que superaban cierto nivel de rentas. Por su parte, Antonia Heredia manejó varias matrículas de cargadores sevillanos para los años 1703, 1724 y 1744, que arrojan como resultado que los comerciantes vinculados al tráfico colonial eran en aquellas fechas 168, 203 y 169, respectivamente. Los autores citados han analizado la complejidad de las categorías de los hombres del comercio sevillano, que englobaban dedicaciones diversas, como el comercio colonial, el tráfico europeo de manufacturas o la exportación de productos agrarios y de transformación agraria a través del Guadalquivir, ya hacia el mercado colonial o hacia los mercados europeos, actividad esta última que propició la formación de una poderosa élite agrario-mercantil de cosecheros. Bernal constata que Sevilla conservó también un papel como plaza financiera de la Carrera de Indias, a través de los contratos de préstamo a riesgo marítimo, cuyo valor total se aproximó a los ochocientos mil pesos solo en el período 1785-1799. Por su lado, la creación de la Compañía de Fábricas y Comercio de San Fernando en 1747 abrió nuevas posibilidades al comercio sevillano. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que realizó para impulsar las manufacturas textiles, la Compañía de San Fernando fracasó en su propósito y languideció hasta desaparecer. Los decretos de libre comercio reactivaron el interés por el comercio americano. Las expectativas abiertas en este sentido aumentaron en 1784 con la mencionada creación del Consulado nuevo. Sin embargo, la crisis finisecular se encargaría de frustrar estas expectativas, abocando a la ciudad a un nuevo cuadro de problemas en el dificultoso tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen.

El comercio sevillano del XVIII presentó, además, otras facetas. No puede olvidarse el que se practicó con las maderas de la Sierra de Segura, demandadas para la obra civil y la construcción naval, a las cuales se destinó el llamado Almacén del Rey, a orillas del río. Tampoco que el Guadalquivir fue la vía natural de salida para los productos del rico agro sevillano. Muy importantes, en este sentido, fueron las exportaciones de aceite, cítricos y lana. Las primeras, sobre todo, constituyeron la base de la actividad de una clase de ricos cosecheros y hacendados que formaron parte fundamental de la élite económica y social de la ciudad.

A otro nivel, el abastecimiento de la ciudad también movilizó una intensa y constante actividad comercial. A los habituales mercados que se instalaban en los soportales de las plazas públicas o al aire libre se unieron otros permanentes, como el mercado de la calle Feria, construido en 1719. Las carnicerías de la ciudad contaban con 39 tablas en 1755. En la misma fecha había 379 panaderías, 227 puestos de aceite y carbón, 203 vendedores de semillas, 52 puestos de manteca de Flandes, 70 regatones de fruta y verdura, 42 puestos de paja y cebada y muchos más vendedores de alimentos y productos de primera necesidad. A ello hay que unir el pequeño comercio local de manufacturas, que contaba también con una infinidad de pequeños establecimientos, entre los cuales 30 tiendas de telas y galones, 22 sombrererías, 11 jugueterías, 72 boneteros y calceteros, etcétera.

Importantes fueron los gremios de mercaderes de lencería y paños, mercería, joyería, seda, especería y chocolate, así como el de azúcar y confiteros, que en conjunto obtenían apreciables beneficios de sus ventas. Así, por ejemplo, a los de lencería y paños se les regularon en las operaciones del Catastro de Ensenada más de ochocientos mil reales de vellón de utilidades anuales; y a los de mercería, joyería, seda, especería y chocolate, cerca de un millón. Debe mencionarse también la trata de ganados, con 28 corredores de caballos, 72 chalanes, 25 marchantes de ganado lanar y vacuno y 14 tratantes de mulas de Almagro entre sus practicantes. La hostelería ocupaba a un buen número de activos: en el Catastro se reseñan 51 mesoneros, 8 venteros y un gran número de taberneros, aguardenteros y misteleros. Sin olvidar la multitud de vendedores ambulantes, entre los cuales 99 personas que vendían menudencias por las calles y romerías y otros muchos buscavidas que pululaban por la vía pública vendiendo su modesta mercadería. Todo ello queda a una gran distancia del gran comercio atlántico, que había engrandecido a la ciudad en los siglos XVI y XVII y que aún mantuvo un cierto nivel, aunque debilitado, en el XVIII, pero nos ofrece una idea de la actividad de la urbe, del bullicio cotidiano y del pulso de una ciudad que, si por momentos languidecía, en otros se esforzaba por mantener su acostumbrada vitalidad.

 

Autor: Juan José Iglesias Rodríguez


Bibliografía

BERNAL, Antonio Miguel, La financiación de la Carrera de Indias (1492-1824). Dinero y crédito en el comercio colonial español con América, Sevilla, Fundación El Monte, 1993.

BERNAL, Antonio-Miguel Bernal y GARCÍA-BAQUERO, Antonio, Tres siglos de comercio sevillano (1598-1868). Cuestiones y problema, 2ª ed., Sevilla, Fundación Cámara Sevilla-Universidad de Sevilla, 2011.

GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Carlos Alberto, La Real Compañía de Comercio y Fábricas de San Fernando de Sevilla, Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 1994.

HEREDIA HERRERA, Antonia, Sevilla y los hombres del comercio (1700-1800), Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1989.

IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José, Ciudades-Mundo. Sevilla y Cádiz en la construcción del mundo moderno. Sevilla, Universidad de Sevilla, 2021.

VV. AA., La Sevilla de las Luces, Madrid, Tabapress, 1992.

 

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