La expansión del cultivo de la vid en el área occidental del reino de Sevilla y el crecimiento de la producción del vino en los siglos XV y XVI coincidió con el descubrimiento de América y con la época del auge del comercio ultramarino gestionado desde la Casa de la Contratación. Desde luego, en el proceso continuado de plantación de viñas en esta zona a lo largo de ambas centurias influiría el aumento de la rentabilidad de este producto a causa del alza de los precios como resultado de una mayor demanda europea, nacional y también americana tras la llegada a las tierras del Nuevo Mundo.

Si bien no se tiene constancia documental del lugar exacto de donde procedía el vino llevado a las Indias en el primer viaje de Colón, la contextualización del modo en que se forjó la preparación de la Armada nos lleva a plantear una hipótesis con visos de verosimilitud en el sentido de que los toneles de esta bebida alcohólica embarcados en las dos carabelas y en la nao de la primera travesía oceánica  habrían procedido de su entorno más inmediato; es decir, las localidades del estuario del río Tinto (Palos, Moguer, San Juan del Puerto y Huelva) o, también, de los diversos municipios del señorío de Niebla que solían vender sus caldos a través del puerto de San Juan. Sin duda, la proximidad a los lugares productores, así como la disminución de los costes del transporte si se aprovisionaban en el entorno del río Tinto apunta hacia esa posibilidad; de ello es esclarecedora la provisión dictada por los Reyes Católicos el 30 de abril de 1492 que obligaba a todas las personas residentes en las poblaciones de la “costa de la mar de Andalucía” a proporcionar a la expedición colombina «pan e vino e carne e pescado o pólvora o pertrechos o otras cosas» y que fuera a «precios razonables», lo que es lo mismo que sujetos a importes limitados sin influencia del mecanismo de la oferta y la demanda.

Con estos precedentes, lo más lógico sería que el aprovisionamiento de vino de las naves descubridoras promovido por Cristóbal Colón se hubiera obtenido en la Tierra Llana onubense, puesto que era el que acostumbraban a consumir los marinos y, por otra parte, gracias a la provisión real lo podía conseguir a un coste más económico que si lo hubiera tenido que transportar desde lugares más lejanos. Además, la presencia del caldo de la vid en los bodegones de las alotas de los puertos del Tinto a fines del siglo XV indica la facilidad que tenían las embarcaciones para dotarse de este producto en sus navegaciones, incluso con exenciones fiscales.

Realmente, el vino y las uvas pasas constituían el sustento imprescindible en las travesías oceánicas, ya que sus propiedades posibilitaban que se pudieran conservar durante el tiempo de duración del viaje; ciertamente, aportaban las calorías requeridas para el duro trabajo que suponían las tareas en el mar y, además, solía sustituir el consumo de agua cuando escaseaba o entraba en proceso de putrefacción. A este respecto, el diario de navegación de Cristóbal Colón testimoniaba el 25 de enero de 1493, que tras casi seis meses desde que partieron del estuario del río Tinto, solamente les quedaba para alimentarse y sobrevivir «pan y vino y ajes de las Indias». De igual modo, el Almirante de las Indias se pronunciaba sobre las cualidades que tenía este producto para motivar a las tripulaciones de las empresas descubridoras en una carta enviada a los Reyes Católicos el 20 de enero de 1494 durante su segundo viaje a América:

Digo ansi esto, porque acá otra tan grande mengua haze como el vino, porques mantenimiento con que se esfuerçan los que andan camino, que del comer en cada cavo se halla con una Bez de vino está la gente harta y alegre.

Con posterioridad, los caldos de Villalba y de Manzanilla estuvieron presentes en el abastecimiento de las armadas de Indias, pues ya tempranamente, en 1494, Américo Vespucio, adquirió 84 toneles machos en Villalba y nueve en Manzanilla para el aprovisionamiento de una expedición a las Indias de Castilla. Un año después quedaba registrado documentalmente que en las carabelas capitaneadas por Juan Aguado se cargaron 360 arrobas de mosto y fino de Manzanilla. En 1502, con el fin de abastecer la armada de Nicolás de Ovando, se embarcaron 26,5 arrobas de vino de Villalba. Asimismo, en 1507 se hallaban almacenadas en la Casa de Contratación 10.091 arrobas de vino que fueron transportadas desde ambas poblaciones con destino a la Armada de la Especiería. Años más tarde, en 1513, se seleccionaron caldos en Villalba que dotaron de 500 pipas (14.500 arrobas) a la armada de Pedrarias Dávila. Como es obvio, los casos mencionados muestran la conexión del cultivo de la vid a las primeras expediciones a América, tanto en el Condado de Niebla como en algunas localidades próximas.

Aunque las fuentes documentales indican que la producción vitivinícola de la provincia de Huelva se comercializó principalmente con los puertos de otras regiones de la península Ibérica o con territorios europeos como Inglaterra, Francia, Irlanda, Flandes o Portugal, también es cierto que una parte de los caldos se trasladaron durante la Edad Moderna a Sevilla o la bahía Gaditana desde donde se integraban en el tráfico marítimo regulado por la Casa de la Contratación. Precisamente el traslado de esta institución a Cádiz en el siglo XVIII contribuyó a una intensificación del tráfico mercantil entre su bahía y los productores onubenses de manera que los cargadores de Villalba, Manzanilla y algunas otras localidades transportaron los vinos mediante carretas a través de una ruta que atravesaba los términos municipales de Hinojos y Aznalcazar para desembocar en el embarcadero situado en el caño de las Nueve Suertes, desde donde se remitían a Sanlúcar de Barrameda con destino al circuito que conectaba los puertos gaditanos con el tráfico mercantil hacia América.

Con todo, el puerto de Moguer resultó ser el más favorecido durante el siglo XVIII al disponer de una situación privilegiada a causa del convenio conseguido por los cargadores asentados en este municipio para el comercio de los vinos con la “Carrera de Cádiz”. Los registros documentales son esclarecedores de esta realidad; a modo de muestra, en 1780 se enviaron desde sus instalaciones portuarias a la bahía Gaditana 22.498 arrobas de vino y 1.074 de vinagre; posteriormente, en 1794, se embarcaron 180.000 arrobas de vino demandadas por la Real Armada y localidades de la costa de Cádiz. De este auge de la actividad mercantil también es un exponente -según el Catastro de Ensenada- los 59 traficantes de vinos avecindados en Moguer que mantenían contacto con esta zona, así como los 140 lagares documentados a mediados del siglo XVIII. De esta manera, este puerto de la ribera del Tinto continuó durante el Setecientos conservando la tradición iniciada durante la preparación de los primeros viajes descubridores de aprovisionar con esta bebida alcohólica a las embarcaciones de las armadas, así como de participar a través de la Casa de la Contratación en las transacciones mercantiles con destino a las “Indias de Castilla”.

 

Autor: David González Cruz


Bibliografía

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