Las cofradías tienen una larga tradición y, en el ámbito eclesiástico, aluden a una asociación de fieles con fines religiosos o benéficos, que se habían de regir a través de unos estatutos, normalmente autorizados por la autoridad eclesiástica. Esta institución agrupó a artesanos según sus oficios, pero también sirvió como aglutinadora, lo mismo de miembros de la oligarquía que de minorías étnicas.

Muchos de estos institutos tenían un carácter cerrado, y estaban limitados a los miembros de un gremio, a un grupo social o una etnia. La inmensa mayoría de ellos, en una cláusula casi rutinaria, prohibían el acceso a toda persona negra, mulata, morisca, o que desempeñase oficios viles. De ahí que las cofradías étnicas experimentaran un cierto desarrollo en el sur de España, y sobre todo en América, dados los numerosos esclavos y libertos que había y la imposibilidad que estos sufrían de acceder a las corporaciones de blancos. Algunas ciudades muy populosas, como Sevilla, llegaron a contar con tres cofradías de morenos, mientras que Cádiz y Granada dispusieron de dos. También se ha verificado su presencia en localidades de mediano tamaño, como El Puerto de Santa María, Úbeda o Baeza. En cambio, las cofradías étnicas no vedaban la entrada de cristianos viejos, y si no se inscribían se debía a motivos raciales, sociales y/o culturales. En aquella sociedad casticista, pocos estaban dispuestos a formar parte de una cofradía de morenos.

Algunas de ellas eran multiétnicas, pues admitían no sólo a personas de color, sino también a moriscos, gitanos y, ocasionalmente, a indígenas. Así, la popular hermandad de los Negritos de Sevilla fue fruto de la fusión de dos hermandades hospitalarias, a saber: una de morenos, ubicada en el hospicio de Nuestra Señora de los Reyes, cercano al humilladero de la Cruz del Campo, que había fundado el arzobispo Gonzalo de Mena a finales del siglo XIV. Y otra multiétnica, intitulada de Nuestra Señora de la Piedad, que residía en el hospital de San Antonio Abad. Pues, bien, en 1558, después de consumada su fusión, redactaron sus nuevas reglas, estableciéndose en el capítulo I que se admitirían como hermanos a mulatos, a indios y a negros, tanto esclavos como libres, contando, obviamente, con la autorización de sus dueños. Que se incluya al indígena no tiene nada de particular, pues, a mediados del siglo XVI, vivían en Sevilla muchos indios e indias libres que los españoles los tienen por esclavos y se sirven de ellos como tales… No era la única corporación multiétnica que había en la capital hispalense, pues en la cofradía del Espíritu Santo, aunque era de moriscos, en 1560 figuraba entre sus hermanos un subsahariano de color, llamado Francisco de Herrera. No menos claro era el caso de la cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia de Málaga abierta a varias minorías étnicas. En este caso, además de subsaharianos podían formar parte de la misma, esclavos y libertos blancos, originarios del Magreb.

En teoría, debían estar dirigidas por libertos ya que se presuponía que un esclavo no tenía la capacidad jurídica para formar parte de una asociación. Pero en la praxis, los cautivos no sólo formaban parte de estas corporaciones, sino que solían ser mayoría, simplemente porque su número fue siempre muy superior al de los libertos.

Las advocaciones eran muy variadas, aunque con un predominio de las rosarianas. Conviene recordar que, tras finalizar el Concilio de Trento, se designó al portugués fray Nicolau Días O.P. para que incentivase la devoción al Santísimo Rosario dentro del cristianismo. Éste pretendió que estos institutos fuesen universalistas y que no discriminasen por sexo ni por estatus social, permitiendo la presencia de personas de color. El objetivo era lograr la integración de estas minorías a base de rezar el rosario y de imitar el comportamiento de los cristianos viejos. No obstante, los problemas con los dominicos no tardaron en aparecer, pues ellos entendían que estos institutos debían residir necesariamente en sus conventos. Así, por ejemplo, la cofradía de negros de Triana, que aprobó sus reglas en 1584, bajo la advocación del Rosario, perdió un pleito con los dominicos, viéndose obligados a cambiar su nombre al de Nuestra Señora de las Cuevas con permiso, eso sí, de los Cartujos. También las había consagradas a San Benito de Palermo, un santo franciscano, hijo de negros sicilianos, que fue beatificado ya en 1643. Se trataba, pues, del santo negro por excelencia y, por tanto, era la advocación idónea para captar la devoción de las personas de color. De alguna forma, la existencia de un negro en el santoral significaba la posibilidad de redención de una estirpe injustamente vilipendiada. Así, encontramos esta intitulación en las de Jaén, Granada o Sevilla, algunas de las cuales incorporaron al santo siciliano como uno de sus titulares a lo largo del siglo XVII. Las demás advocaciones eran muy diversas, desde San Juan Bautista -por ser el santo más representativo del sacramento del bautismo- a la Encarnación o la Paciencia de Cristo.

Cuando la esclavitud comenzó a declinar, la mayoría de las corporaciones desaparecieron y otras fueron incorporando masivamente a blancos, que no tardaron en hacerse con el control. Fue precisamente su carácter abierto lo que permitió su subsistencia hasta el siglo XIX y, en algunos casos, hasta nuestros días.

En general, las cofradías étnicas andaluzas aparecieron en el último tercio del siglo XV, tuvieron su apogeo en la centuria siguiente, entrando en decadencia en el XVII y desapareciendo, o abriéndose a los blancos, en el XVIII, cuando el número de eslavos comenzó a declinar vertiginosamente. Si no hubo más corporaciones o si no se prolongaron hasta la Edad Contemporánea no se debió a ningún tipo de imperativo legal o social sino simplemente a la reducida presencia de esclavos y al declive de su población desde principios del siglo XVIII.

 

Autor: Esteban Mira Caballos


Bibliografía

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