El obispado de Jaén o de Baeza-Jaén, si somos específicos a sus dos catedrales y a la solución que en la Edad Media dio Inocencio IV sobre un mismo cabildo dividido en dos templos episcopales a 2 y 1 tercio; hay que definirlo como la primera diócesis de la futura Andalucía restablecida en territorio musulmán tras el paso de las tropas cristianas a los territorios al sur de Sierra Morena y el triunfo en 1212 en la batalla de las Navas de Tolosa.

La historia de la diócesis es larga y nuestro afán es centrarnos en la época moderna, el momento en que se convirtió en una de las principales diócesis de la Península Ibérica. No se trataba de un obispado de gran extensión, pues no se correspondía a la actual provincia de Jaén, sino a una riqueza basada fundamentalmente en cuatro grandes ciudades para la época: Jaén, Baeza -junto a la catedral, también contaba con una colegiata-, Úbeda -con una colegiata desde la Edad Media (ambas con la extrañeza de tener la primera silla post pontificalem en un tesorero), únicos dos casos en España- y Andújar.

Debemos de tener en cuenta que el sur de la provincia pertenecía a la abadía quasi episcopal vere nullius de Alcalá La Real -la mitad de los territorios no se incorporan a Jaén hasta 1853 en que fallece el obispo de La Paz que retirado de Bolivia ejercía como abad, cumpliéndose el concordato de 1851-. Territorios como Cazorla eran jurisdicción del arzobispado primado de Toledo; así como las comarcas pertenecientes a la Orden de Calatrava en la encomienda de Martos y otros patrimoniales de la Orden de Santiago caso de Beas de Segura o Segura de la Sierra. Tal es así, que hasta bien entrado el siglo XX, Toledo no cedió a Jaén todos los territorios que aún tenía en la provincia de Jaén.

No obstante, en la Edad Moderna la riqueza convirtió a Jaén en una diócesis de paso para grandes obispos que terminaron en Toledo y que ya ostentaron el capelo cardenalicio en Jaén, concretamente dos en el siglo XVI y uno en el siglo XVII. Sería conveniente tener en cuenta el poderoso episcopologio giennense. Toda la potestad podemos decir que empieza cuando Isabel I “la Católica” ordena que sea aceptado Luis de Osorio (1483-1496) como obispo nullius (así lo marca su blasón) tras los problemas de desobediencia a Alfonso Vázquez de Acuña por la presencia del condestable Miguel Lucas de Iranzo en la ciudad de Jaén protegido por Enrique IV, y el anterior episcopado de Íñigo Manrique de Lara y Castilla quien marcha en 1483 a la cátedra arzobispal de Sevilla, aunque ya había promulgado el primer sínodo para Jaén.

Tras Luis de Osorio -quien promulga el segundo sínodo a la diócesis dejándola con la forma que va a tener durante todo el siglo XVI-, nos encontramos con el dominico Diego de Deza (desde 1498 hasta 1500, el segundo Inquisidor de Castilla ocupó la cátedra giennense hasta su promoción a Sevilla). Procedente de la cátedra de Lugo llegará en 1500 Alonso Suárez de la Fuente del Sauce (obispo nullius como muestra en sus armas), se convertirá en el gran constructor de la diócesis llenándola de gótico isabelino compartiendo los gustos arquitectónicos con el cardenal Cisneros.

Tras ser sepultado en 1520 en la capilla del Santo Rostro (reliquia que convertirá a la diócesis en un punto de peregrinación), la catedral gótica se encontraba ruinosa y en 1523 accede a la cátedra Esteban Gabriel de Merino y Amorcuende, prelado natural de Santisteban del Puerto que llegaba a la diócesis que le vio nacer como arzobispo de Bari y en la misma recibiría el nombramiento de Patriarca de las Indias en 1530 y el capelo cardenalicio en 1533 de manos de Clemente VII, siendo el segundo Medici que actúa sobre él, pues fue el propio Inocencio X quien presidió su ordenación episcopal. Ante esta carrera es evidente que residió poco en Jaén, si bien su escudo episcopal campea con fuerza como introductor del Renacimiento y a él se le debe el encargo de la nueva catedral a Andrés de Vandelvira, quien se va a convertir en el principal arquitecto de la diócesis, diseñando tanto esta sede como la de Baeza que reconstruirá respetando la cabecera gótica.

Sorprendentemente a su muerte en 1535 en Roma, no se nombra a un obispo titular, sino a un administrador apostólico (solución por la que no quedaba la diócesis sin prelado), que curiosamente recae en Alejandro Farnesio, sobrino de Pablo III y una de sus manos derechas dentro del nepotismo de este Sumo Pontífice Romano. Farnesio era muy joven y el Papa llevaba un año en la cátedra de San Pedro otorgando todas las diócesis posibles a sus sobrinos, lo que conllevó una oposición en Jaén al que posteriormente llegaría a ser cardenal obispo de Ostia (uno de los principales títulos cardenalicios con proyección al papado).

En ese momento la diócesis debía de ser muy rica, de lo contrario el Pontífice no se habría fijado en ella. En 1535 Roma da otra sorpresa, pues se nombra como administrador apostólico al cardenal protodiácono (recordamos que es cargo clave en los cónclaves -por ejemplo anuncia al mundo el nuevo Papa-), en aquel momento Alessandro Cesarini.

En 1538 se termina el período de los administradores entrando en la diócesis Francisco de Mendoza, en este sentido la cátedra la ocupaba un miembro de una de las principales familias castellanas, siendo sucedido en 1545 por Pedro Pacheco Ladrón de Guevara, quien se convertiría en el segundo Príncipe de la Iglesia en ese mismo año por proclamación de Pablo III, en 1553 (un año antes de ser promovido a la diócesis de Sigüenza, importante en aquel momento) fue nombrado virrey de Nápoles. Hasta 1560 la diócesis estará en manos de Diego Tavera, hombre del que se conoce poco, sobre todo por ser ensombrecido por su sucesor, el ubetense Diego de los Cobos y Molina que volvía a su tierra procedente de la cátedra de Ávila (queda claro en él de nuevo la riqueza de Jaén, pues Ávila era una de las grandes ciudades de Castilla y Jaén se consideraba una promoción a mejor lugar). En los escasos cinco años que le quedaban de vida miró sobre todo para Úbeda, en donde construye el Hospital de Santiago como su palacio episcopal y futura tumba.

En 1566 promovido desde la cátedra de Lugo llega a la diócesis Francisco Delgado, se le puede considerar el principal constructor de ambas catedrales. Desde aquí son muchos los prelados más desapercibidos, si bien habría que destacar a Bernardo de Sandoval y Rojas (1596-1599), sobrino del duque de Lerma que en el momento en que fue promovido a la sede primada de Toledo fue proclamado cardenal por Clemente VIII, siguiendo los pasos del propio duque quien fue elevado a cardenal presbítero.

En el siglo XVII como primer constructor del Barroco (sobre todo en portadas en toda la diócesis) hay que destacar a Sancho Dávila y Toledo (1600-1615) y en segundo lugar a la persona que por su sínodo (1624) le daría nueva forma a toda la diócesis con una vigencia que llegó al siglo XIX; nos referimos a Baltasar Moscoso de Sandoval quien llega a la diócesis en 1619 convirtiéndose en el último prelado en portar el capelo cardenalicio en la misma, cuando en 1630 lo proclama Urbano VIII. Amante de las artes enriqueció mucho la diócesis hasta 1646 en que es promovido al arzobispado primado de Toledo, descansando en su catedral junto al lugar en donde tradicionalmente la Virgen se le apareció a San Ildefonso. Dividió la diócesis en los arciprestazgos históricos que vienen a ser: Jaén (llegaba hasta Alcaudete), Arjona (lugar de peregrinación por los santos mártires Bonoso y Maximiano), Andújar (llegaba hasta Marmolejo), Baeza, Úbeda, Iznatoraf (el más pequeño, al que se circunscribían los núcleos de Villacarrillo y Villanueva del Arzobispo) y Santisteban del Puerto, en donde cabe destacar la población de Castellar, pues en 1692 la fundación de Mendo de Benavides (obispo de Cartagena desde 1640 hasta 1644) fue elevada al rango de colegiata -con la primera silla post pontificalem en un abad-; convirtiéndose en el tercer templo colegial de la diócesis.

Desde este momento son muchos los obispos que pasan desapercibidos y que en la mayoría de los casos terminan sus días en Jaén (prueba de ello es la gran cantidad de enterramientos episcopales que existen en la sillería coral), siendo sólo destacable Fray Benito Marín (1750-1769), benedictino que en la segunda parte del siglo XVIII enriquecerá con un barroco exuberante interiores de varios templos, pudiendo destacar la capilla de San Benito de la catedral de Jaén (en donde descansa) o los retablos del testero de la basílica menor de San Ildefonso de Jaén -lugar en donde se venera la Virgen de la Capilla-.

Con posterioridad la diócesis entra en un debacle con diferentes repuntes basados en otros contextos afines a interesantes obispos de la Edad Contemporánea que ya no entran en este título.

A nivel de clero regular, en la Edad Moderna, la diócesis desarrolló cuatro ciudades conventuales que vienen a ser las especificadas a lo largo de esta voz, sin olvidar el crecimiento de verdaderas villas conventuales que al menos tenían tres comunidades como Linares o Alcaudete. En varias ramas femeninas y masculinas encontraremos intramuros: franciscanos (en la rama femenina claras y urbanistas), dominicos, trinitarios (calzados y descalzos), carmelitas (calzados y descalzos), mercedarios, mínimos, agustinos y hospitalarios de San Juan de Dios. Cabe destacar fundaciones señeras como el primer convento de mínimas en Andújar o los desiertos de basilios en Santa María del Río Oviedo o Nuestra Señora de la Esperanza en el Barranco de Cazalla. También, encontramos hechos históricos bañados de hagiografía como la muerte de San Juan de la Cruz (reformador del Carmelo descalzo en Úbeda), la presencia de San Juan de Ávila en la universidad de Baeza o la de San Juan Bautista de la Concepción, quien primero estudiara en la ciudad y posteriormente fundara convento de la Trinidad descalza en la misma.

Como conclusión sería conveniente destacar los centros de peregrinación, no sólo en el caso del Santo Rostro de Jaén, sino tener el gran esplendor de la romería de la Virgen de la Cabeza en el cerro del Cabezo de Andújar (aparición del siglo XIII con mucho peso en el XVI) y la del Santo Cristo de Cabrilla en Cabra del Santo Cristo (a partir del siglo XVII).

 

Autor: Pablo Jesús Lorite Cruz


Bibliografía

MONTIJANO CHICA, Juan, Historia de la diócesis de Jaén y sus obispos, Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 1986.

MOSCOSO DE SANDOVAL, Baltasar de, Constituciones sinodales del obispado de Jaén. Año 1624, Segunda Impresión, Pedro Joseph de Doblas, 1787.

NICÁS MORENO, Andrés, Heráldica y genealogía de los obispos de la diócesis de Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 1999.

RODRÍGUEZ MOLINA, José, El obispado de Baeza-Jaén. Organización y economía diocesanas (siglos XIII-XVI), Instituto de cultura de la diputación provincial de Jaén, Jaén, 1986.

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