Eric Hobsbawm acuñó el prototipo del bandido social, un personaje que encarna un estadio de rebeldía primitiva prerrevolucionaria contra un orden social injusto representado por el poder arbitrario de los monarcas, los señores feudales o los propietarios de la tierra. El mito literario de Robin Hood, con paralelismos reconocibles en muchos países y épocas diferentes, constituye el emblema de ese buen ladrón con conciencia social que robaba a los ricos para darle a los desfavorecidos. Arrojado fuera de la ley por un acto de injusticia radical, el bandido social adquiría la dimensión épica del héroe popular aclamado por los menesterosos como paladín de su causa frente a la opresión de los poderosos.
En España, los estudios sobre el bandolerismo cuentan una larga tradición. Ya Bernaldo de Quirós afirmó esa ligadura entre bandolerismo y subversión en su conocida obra Bandolerismo y delincuencia subversiva en la Baja Andalucía, publicada en 1933. Por su parte, en los años sesenta del pasado siglo, Joan Reglá estableció una clasificación que se ha mantenido prácticamente intacta hasta nuestros días, cuando diferenció entre un bandolerismo levantino barroco y un bandolerismo andaluz romántico.
Desde entonces, y salvando la excepción de los monfíes granadinos del siglo XVI, un fenómeno ligado a la resistencia de la minoría morisca, se ha venido dando por sentado que la aparición del bandolerismo andaluz no tuvo lugar hasta finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, vinculándose por tanto a la crisis del Antiguo Régimen. Esta visión estereotipada deriva en buena medida de la imagen tópica y exótica de una Andalucía de gitanos, toreros y bandoleros construida y transmitida por los viajeros románticos, que ha logrado perdurar en el tiempo y arraigar fuertemente en el imaginario colectivo sobre Andalucía.
Sin embargo, la investigación sobre las fuentes documentales conservadas revela la existencia de casos de bandolerismo en Andalucía desde mucho tiempo antes de los momentos finales del Antiguo Régimen y los comienzos de la Edad Contemporánea. Domínguez Ortiz ya supo verlo cuando en 1989 escribió, bajo el título “Precedentes del bandolerismo andaluz”, una sugerente colaboración para la obra colectiva El bandolero y su imagen en el Siglo de Oro, coordinada por J. A. Martínez Corneche. En este trabajo, Domínguez Ortiz documentó la actividad de partidas formadas por un buen número de bandoleros que en el siglo XVII operaban en Sierra Morena para asaltar cargamentos en tránsito de de metales preciosos.
Por su parte, Francisco Andújar Castillo ha estudiado el caso de una partida de bandoleros activa en la zona de Antequera y la Hoya de Málaga hacia 1638, y Juan José Iglesias ha analizado el caso de don Agustín Florencio Hinojosa, un bandolero de origen noble que asoló la Subbética andaluza y que, al parecer, mantuvo vínculos con la causa austracista durante la Guerra de Sucesión. Este bandolero, al frente de una violenta partida de secuaces, protagonizó graves delitos: contrabando, asesinatos, violaciones, apropiación de impuestos reales e, incluso, la imposición de autoridades locales a su interés y antojo. Acogido a sagrado en la colegiata de Osuna, fue apresado y gravemente herido por una compañía de caballería que lo perseguía, aunque más tarde logró restablecerse y escapar, para proseguir su trayectoria delictiva. Sus hazañas se hicieron tan famosas que dieron argumento a relaciones de sucesos e, incluso, a una obra de teatro.
En los dos últimos trabajos citados se ha cuestionado el modelo del rebelde primitivo o el bandido social de Hobsbawm. Por contra, se reafirma la realidad de bandoleros desprovistos de todo halo épico. Se trataba, más bien, de simples delincuentes, de auténticos desalmados que sembraban el terror entre la población y que cometían todo tipo de abusos y tropelías. Frente al bandido social, reaparece en los documentos, por tanto, el bandido antisocial.
La historia del bandolerismo andaluz, más allá del tópico, viene reclamando una revisión a la luz de los casos de archivo que los investigadores van exhumando. Mientras tanto, una indagación sobre los precedentes del bandolerismo andaluz clásico parece de obligado cumplimiento. Son ya suficientes los indicios de que, en efecto, el fenómeno tiene sus orígenes con bastante antelación a la que se ha venido reconociendo comúnmente. Ha llegado el momento de lanzar esta propuesta. Nuevas líneas de investigación, como la emprendida por Bruno Pomara Saverino sobre el bandolerismo moderno en el mundo mediterráneo, parecen avalar la oportunidad del desafío. Cuarenta años después de la primera edición española de Bandidos de Eric Hobsbawm el reto parece inexcusable.
Autor: Juan José Iglesias Rodríguez
Bibliografía
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*Parte de este texto ha sido publicado originalmente en IGLESIAS RODRÍGUEZ, Juan José (coord.), “¿Rebeldes primitivos? Los orígenes del bandolerismo”. Dossier. Andalucía en la Historia, 56, 2017, pp. 7-38. Disponible en línea.