Las carencias y desequilibrios existentes sobre el conocimiento poblacional en Andalucía Moderna se acrecientan en relación a la Historia de la Familia respecto a los sistemas y estructuras familiares.
Los estudios de historia familiar, en relación a sus aspectos poblaciones, resultan aun ciertamente escasos y resulta aventurado trazar un posible modelo regional andaluz. En tal sentido pesan dos factores esenciales y que determinan a cualquier posible acercamiento a la cuestión: de un lado, la amplia extensión de un territorio que por dimensión y espacio humanizado convierte a Andalucía en todo un país, caracterizando los más diversos emplazamientos, ya que se dan perfiles tan divergentes como los de una España interior, los de un litoral de tipo Atlántico, o bien modelos insertos en el Mediterráneo; por lo que la heterogeneidad del Sur impide aplicar una norma común ante la diversidad. Por otra parte, el peso de la fortísima aglomeración urbana dentro del modelo urbano, ya que Andalucía arroja cifras extremas de urbanización para el conjunto total de Castilla, convirtiendo la ciudad en articuladora y referente de su modelo poblacional y en consecuencia del familiar.
Ambos elementos pueden explicar el escaso análisis familiar realizado. Sin embargo, las aportaciones existentes son útiles para comprender la importancia que desde hace años posee en Andalucía la investigación local, de microanálisis, realizada a partir del método agregativo y aplicando, a largo plazo, un modelo de tendencia secular sustentado en la mayoría de las ocasiones sobre las variables demográficas del ciclo antiguo: la natalidad, junto con la nupcialidad y mortalidad.
La diversidad territorial resulta patente, a título de ejemplo, al analizar ámbitos tan diversos como son el núcleo urbano de Málaga y el ámbito rural de la agrovilla de Dos Hermanas. La reconocida técnica y método de reconstrucción de familias ha servido de instrumento eficaz para superar, con el auxilio técnico de la informática aplicada a cada caso, la ingente cantidad de cifras que derivan de la abundante población existente en cada caso concreto.
El modelo malacitano responde a una «España periférica» caracterizada por el auge sociodemográfico a partir del siglo XVII, no por ello exenta de una serie de adversidades en la centuria y el posterior siglo XVIII. En este caso se ha trabajado la ingente información procedente de más de 6.000 registros de matrimonio, alcanzando la reconstrucción completa de 1/3 del total investigado. Para Dos Hermanas, en el periodo de 1664 a 1728, ha sido posible reconstruir de modo completo una cifra de 451 familias, el 37% del total.
Los datos obtenidos, con la lógica diversidad, establece dos modelos sobre la esencial edad media de acceso al matrimonio. En el caso de Málaga su media es de 22´5 años (20 en la mujer, 25 para el hombre); en la agrovilla se situa en los 25,5 años (23 y 28 años respectivamente). Vemos pues que Andalucía coexisten dos tendencias: la del «matrimonio precoz» para un caso del litoral, que en línea con el modelo Mediterráneo se aproxima a resultados de la zona valenciana; mientras que en el interior se produce el característico fenómeno retardador en la constitución de nuevas unidades familiares. También resulta divergente la duración del enlace marital, puesto que en el caso sevillano el promedio se sitúa en 23 años, y por su parte en Málaga los matrimonios nos presentan una más corta duración media de 17 años, al límite inferior de la norma peninsular, siendo acusada la disolución por la elevada mortalidad, pero que es paliada por el fuerte aporte migratorio, del que surgen segundos y terceros enlaces de viudas y viudos.
Otros parámetros, caso de la fecundidad legítima, también son divergentes (mayor para Dos Hermanas). Por su parte los intervalos intergenésicos son muy similares, ya que la separación entre partos se encuentra en los 27 a 32 meses. Resalta también el alto número de familias no fértiles, en Málaga un 11% de ellas no tiene descendencia, y en Dos Hermanas casi el 20%. Por tanto, en los dos modelos se dan variables que conectan, lógicamente, a Andalucía con otros sistemas de familia. En el caso malagueño predomina el grupo mediterráneo, pero alejándose en parámetros como la amplia diferencia de edad en el matrimonio; el ejemplo de la baja Andalucía conecta con el caso Aragonés y Catalán, su comportamiento tiende a desvanecer al anterior y se integra en el de la España interior con un cierto carácter de transición.
Otra característica andaluza es la del predominio de la familia nuclear, característica por similitud con la de las zonas central, sur y este peninsular. Los ejemplos abundan: dos de cada tres de las familias granadinas de los siglos XVII y XVIII responden a dicho carácter nuclear; en el caso de Rute las familias sin hijos y hasta con dos descendientes representan el 83% de los hogares, y en iguales números se sitúan las poblaciones de la Bahía gaditana. Otro parámetro imperante en Andalucía es la neolocalidad; sin ella no se puede explicar la supervivencia -al límite de la precariedad vital- de los importantes núcleos de asiento del Sur, ya que la lectura de la tasa de crecimiento vegetativo se sitúa en la expectativa del fracaso demográfico ante el más mínimo acontecimiento negativo que pudiera incidir sobre la población. La familia en Andalucía «se reproduce» y sustenta sobre una movilidad que constituyen enlaces y reconstruyen otros, haciendo perdurar el sistema pese a las más duras condiciones materiales, con la extraordinaria sensibilidad del mercado matrimonial.
El estudio del modelo andaluz no se reduce a la seducción de las cifras y su contraste con un método de validez reconocida. Se han analizado otros recursos -caso de censos y protocolos- y planteado líneas de trabajo que penetran en el complejo mundo de las relaciones de parentesco, bien en el uso del mecanismo de dotes y patrimonio, como también sobre la estructura interna y externa de la familia. Un excelente ejemplo, de enorme fuerza en el conjunto del territorio pues se extiende a todo ámbito, constituye la relación existente entre el indicado modelo de «familia nuclear» y la existencia de un marco de «familia andaluza». La primera de las escalas, dependiente en un acusado grado de la segunda, no gozaba de total independencia, ni económica ni de directriz e incluso de control de su propia reproducción a través del matrimonio. La segunda se le superponía en un tejido que establecía los parámetros últimos de comportamiento.
Por tanto, en tanto su inserción en el tejido social, la familia andaluza del Antiguo Régimen era algo más que la casa y el espacio físico de cuatro paredes y techo que conforman esta y en la que se encierra un modelo. Su sistema estaba incardinado (incluso hoy persiste la impronta) sobre la red invisible de los «enlaces inmateriales»: parentesco, tutela, padrinazgo, dotes, clientelismo… estableciendo una estrategia de supervivencia y reproducción del sistema perdurable en el tiempo y que extendía a la familia más allá del modelo nuclear. Por añadido, ante la presencia de la fuerte movilidad dicha, en el modelo andaluz resulta patente la rápida incorporación, salvo ciertos desafectos, de los recién llegados; al contar el individuo,. Como también los matrimonios de carácter neoresidencial, con el apoyo referencial -más aún en caso de parentesco y pese a que este fuera en muy débil grado- de aquellos «paisanos» que pronto se transforman en modelo de padrinos, cuñados y compadres.
Es significativo el avance en el conocimiento de la mujer y su relación de dominio al frente de la estructura familiar. Constituye el grupo denominado «mujeres jefas de familia» que, según estudio para el siglo XVIII, alcanza valores porcentuales de dominio de hasta el 30/40% del total de los hogares. En telón de fondo se observa dicho comportamiento en especial en los núcleos desgastados en el ciclo demográfico, con escasa renovación de la estructura familiar, allí donde se da en menor grado la neolocalidad. Son casos en los que cabe pensar la existencia de familias organizadas sobre estructuras complejas; frente otros, los de lugares con movilidad poblacional y expansión, en los que la jefatura dominante de la casa es predominantemente masculina, descendiendo en este segundo caso el control de las mujeres a valores próximos al 20% de las familias.
Autor: Francisco Sánchez-Montes González
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