Es algo sabido que durante la Edad Moderna la condición y el estatus de las mujeres estaban determinados por su relación respecto al hombre, existiendo un discurso patriarcal que reducía sus espacios, teóricamente, a la casa o el convento y que le dibujaba un papel social limitado. Al sexo femenino se le exigía una serie de valores básicos tales como la obediencia, la castidad y el silencio; además, sus conocimientos debían limitarse a las consideradas como funciones propias de su sexo: las tareas domésticas, la crianza de sus hijos y el resguardo de su honestidad. Tales eran los discursos de la teología moral.

La existencia de libros y tratados que insistía en el cumplimiento de estos postulados teóricos nos hace pensar que la realidad no era totalmente acorde con ellos: una cosa era el modelo y otra su práctica cotidiana. No debieron escasear las mujeres que trataran de buscar alternativas vitales o, al menos, de evitar sus límites de dependencia con respecto a los varones. Tal fue el caso de Catalina de Erauso, popularmente conocida como la Monja Alférez; he aquí una mujer que transgredió por completo el papel asignado a sus congéneres en la época, viviendo una vida repleta de aventuras y hazañas, entre otras, la de emigrar al Nuevo Mundo en busca de mejor fortuna.

Catalina de Erauso fue monja, militar y escritora. Nació en San Sebastián (Guipúzcoa), existiendo dudas acerca del año en cuestión: 1585 -como ella misma indica en su autobiografía- o 1592, según figura en su partida de bautismo. Era hija de un importante militar llamado Miguel de Erauso y de María Pérez de Galarraga y Arte; fue criada junto a sus hermanos en la casa familiar hasta que cumplió cuatro años, tiempo en el que ella y sus hermanas Isabel y María fueron internadas en un convento dominico en San Sebastián.

Hasta aquí todo coincide con la vida normal de una niña/doncella de la época, siendo algo común el ser enviadas a conventos, ya fuese para recibir una educación adecuada que les permitiese posteriormente conseguir un buen matrimonio, ya para terminar profesando los votos religiosos: la mujer solo contaba con estas dos alternativas vitales: el convento o el matrimonio. Sin embargo, muy pronto salió a relucir su carácter no acorde con las normas establecidas, por lo que sería trasladada al Monasterio de San Bartolomé de la misma localidad, donde las reglas serían más estrictas; allí vivirá hasta los 15 años, cuando, tras una discusión que llegó a las manos con una monja profesa -y su consecuente encerramiento en una celda- decidirá huir. Así narrará Catalina dicho suceso:

Estando en el año de noviciado, ya cerca del fin, me ocurrió una reyerta con una monja profesa llamada doña Catalina de Aliri, que, siendo viuda, entró y profesó. Era ella robusta y yo muchacha; me maltrató de mano y yo lo sentí. A la noche del 18 de marzo de 1600, víspera de San José, levantose el convento a media   noche a maitines. Entré en el coro y hallé allí arrodillada a mi tía, la cual me llamó, y dándome la llave de su celda, me mandó traerle el breviario. Yo fui por él. Abrí y lo tomé, y viendo en un clavo colgadas las llaves del convento, dejeme la celda abierta y volvile a mi tía su llave y el breviario. Estando ya las monjas en el coro y comenzados los maitines con solemnidad, a la primera lección llegué a mi tía y le pedí licencia, porque estaba mala. Mi tía, tocándome con la mano en la cabeza, me dijo: «Anda, acuéstate». Salí del coro, tomé una luz y fuime a la celda de mi tía; tomé allí unas tijeras, hilo y una aguja; tomé unos reales de a ocho que allí estaban, y tomé las llaves del convento y me salí. Fui abriendo puertas y emparejándolas, y en la última dejé mi escapulario y me salí a la calle, que nunca había visto, sin saber por dónde echar ni adónde ir. Tiré no sé por dónde, y fui a dar en un castañar que está fuera y cerca de la espalda del convento. Allí acogime y estuve tres días trazando, acomodando y cortando de vestir. Híceme, de una basquiña de paño azul con que me hallaba, unos calzones, y de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé por allí, por no saber qué hacer con él. Corteme el pelo, que tiré y a la tercera noche, deseando alejarme, partí no sé por dónde

Tras decidir vivir como un hombre para no ser descubierta, Catalina inicia una vida como prófuga, instalándose en distintas ciudades españolas con una falsa identidad y distintos nombres masculinos, hasta que, finalmente, en 1603, decide enrolarse como grumete en una flota con destino a América que partía desde Sanlúcar de Barrameda.

Una vez en el continente, se ganará la vida ejerciendo varios oficios, para finalmente alistarse en el ejército español y participar en las distintas guerras de conquista que estaban llevando a cabo: por su domino de las armas y sus artes en el combate le concedieron el grado de alférez.

Como era de esperar, por su carácter y trayectoria, la vida de esta mujer vendrá marcada por la inestabilidad y la originalidad. Participando en reyertas, discusiones y conflictos, siempre habría de huir de un lugar a otro para no ser detenida. Finalmente, una de sus disputas en una casa de juegos, la llevaría a ser arrestada en Perú en el año 1623 tras ser reconocida por un corregidor, ya que todos sus litigios habían hecho que fuese buscada constantemente: era considerada homicida, al haber matado en más de una ocasión; sería declarada culpable y condenada a morir. Será en este momento cuando Catalina decida confesar la verdad sobre su condición de mujer ante el obispo Agustín de Carvajal; según sus escritos estas fueron sus palabras:

Y viéndolo tan santo varón, pareciéndome estar ya en la presencia de Dios, descúbrome y dígole: «Señor, todo esto que he referido a Vuestra Señoría Ilustrísima no es así. La verdad es ésta: que soy mujer, que nací en tal parte, hija de Fulano y Zutana; que me entraron de tal edad en tal convento, con Fulana mi tía; que allí me crie; que tomé el hábito y tuve noviciado; que estando para profesar, por tal ocasión me salí; que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello, partí allí y acullá; me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé, hasta venir a parar en lo presente, y a los pies de Su Señoría Ilustrísima.

Tras su confesión, dos matronas confirmaron su sexo; siendo reconocida como doncella y virgen, su condición de mujer al fin le salvaría la vida. Siéndole conmutada la pena de muerte por la reclusión en un convento. En 1624 sería enviada de regreso a España.

Llegada al viejo continente, sería recibida por el rey Felipe IV, deseoso de conocerla por haber oído de sus hazañas, permitiéndole mantener su calidad de alférez como su vestimenta masculina si así lo deseaba; autorización reiterada por el papa Urbano VIII tras una audiencia en Roma.

Algunos años después, en 1630, Catalina de Erauso decidirá embarcar nuevamente a Indias, pidiendo licencia para ello ante la Casa de la Contratación. Allí viviría los siguientes años de su vida hasta su muerte en la localidad de Cuitlaxtla (México) en 1650, iniciando una nueva vida mucho más desconocida para el historiador.

Las andanzas de esta mujer, fuera de todas las funciones asignadas a su sexo, se convirtieron en una leyenda, publicándose distintas ediciones de sus memorias o pintándose retratos suyos; e incluso Juan Pérez de Montalbán, dramaturgo discípulo de Lope de Vega, escribirá una obra de éxito: “La monja Alférez”. No cabe la menor duda que Catalina nunca estuvo dispuesta a someterse al papel que la sociedad le había asignado por su condición de mujer: su vida en sí fue la búsqueda de un nuevo rol ajeno al que le pertenecía.

 

Autora: Palmira García Hidalgo


Bibliografía

CASTRO MORALES, Belén, “Catalina de Erauso, la monja amazona”, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 52, 2000, pp. 227-242.

ERAUSO, Catalina, Historia de la Monja Alférez, Biblioteca Nacional de Perú, 1988.

FERNÁNDEZ, Tomás y TAMARO, Elena, “Biografia de Catalina Erauso”, en Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea”, Barcelona, 2004. Disponible en línea.

FERRER VALERO, Sandra, “La Monja Alférez, Catalina de Erauso (1592-1650), en Mujeres en la Historia, 2011. Disponible en línea.

IBÁÑEZ, Ricard, La Monja Alférez: La juventud travestida de Catalina de Erauso, Barcelona, S.L. DEVIR CONTENIDOS, 2004.

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