“Porque soy vuestro Inga verdadero que compadecido y estimulado de amor vuestro y de mi propia obligación, he venido a liberaros de la esclavitud de los españoles, que os hacen reventar con tan desmedidos trabajos”.
No fueron pocos los andaluces que durante el siglo XVII se embarcaron persiguiendo las leyendas del Nuevo Mundo. Pedro Bohórquez fue, sin embargo, uno de los que dejaron mayor huella entre españoles y nativos, forjándose la suya propia con una picaresca que haría envidiar al mismísimo Lazarillo de Tormes o al Guzmán de Alfarache. Es también uno de los personajes cuya biografía más obstinadamente se ha tratado de reconstruir, pese a que existen versiones diferentes sobre aspectos de la misma, como por ejemplo sus orígenes: hay quienes le señalan como bastardo proveniente de Arahal (Sevilla) de padre Pedro Chamijo y madre desconocida; otros documentos (una probanza presentada por el propio Bohórquez en Lima en el año 1663) lo reconocen como granadino hijo de Pablo Bohórquez Girón y Ana María de Guzmán. En la primera versión, defendida por la investigadora Teressa Piossek, entre otras voces, este sevillano de apellido Chamijo se rebautizaría como Pedro Bohórquez haciéndose pasar por el sobrino de un clérigo ya fallecido, de nombre Alonso Bohórquez. Este evento sucedería ya en sus aventuras en el continente americano, el cual pisaría por primera vez con dieciocho años en 1620 (si nos inclinamos a seguir la versión de su origen como Pedro Chamijo, de Arahal).
Se instaló en Castrovirreina, Perú, casándose con Ana de Bonilla, indígena por parte de madre. Eso lleva a pensar que su ocupación principal consistiría en dedicarse a los trabajos ganaderos con la familia de su esposa. Sin embargo en esas fechas se le adjudican delitos que le fuerzan a marcharse a Huancavelica y al valle de Huanta en el Virreinato del Perú. En sus travesías pudo establecer contacto con comunidades originarias que le narraron historias del legendario reino del Paytiti, lugar que se convirtió en el destino perfecto en el cual volcar los deseos insaciables de riquezas y poder propios del imaginario del oro, tan extendido en esta época. Las expediciones en busca de lugares como el Dorado o el Paytiti, al igual que su papel como intermediario con nativos de las misiones a los que animaban a convertirse al cristianismo -con éxito-, resultaron ser su carta de presentación ante los virreyes y personalidades a los que pedía asistencia y financiación para conseguir esos propósitos.
El fracaso de estas expediciones lo llevó a tener que huir de nuevo, al Collao, donde fue capturado por órdenes del virrey de Lima. Logró convencer a su captor, el presidente de la Audiencia Juan de Lizararu, y posteriormente al propio Virrey, el conde de Salvatierra, de realizar nuevos intentos de conquistar el Paytiti incursionando en la selva peruana. Sin embargo, en el año 1650 se denominó a sí mismo gobernador y descubridor de unas villas en torno al Cerro de la Sal, donde se estableció como líder de los indígenas, prometiendo que cumpliría con sus peticiones (como la eliminación del trabajo forzado), e iniciando en este momento su autonarración como descendiente de los incas y descubridor del Paytiti. Para alimentar esa quimera tomaría como nuevo nombre el de Inca Huallpa. Sin embargo, por causa de haber roto el pacto con el virrey sería condenado 6 años a servir en la Plaza y Presidio de Valdivia, en el sur del Reyno de Chile, y luchar en la guerra de Arauco contra los mapuche, conocidos mayoritariamente en esta época como indios araucanos.
Sería un tiempo de condena inusual, ya que tras ganarse el afecto de las autoridades valdivianas se le comenzó a permitir realizar viajes junto a los jesuitas. Bohórquez utilizó estos privilegios para fugarse a Mendoza, cruzando la frontera a Argentina, a finales de 1656 o a principios del año 1657. Es a partir de aquí cuando existe documentación más clara sobre los pasos de Bohórquez, quien intentó al verse libre volver a Perú para reclamar el territorio que supuestamente descubrió en su primera expedición en busca del Paytiti. Sin embargo, encontrándose con diferentes comunidades calchaquíes en su montañoso camino hacia el Tucumán colonial, y gracias a la lengua y costumbres que había aprendido durante su matrimonio con Ana de Bonilla, pareció resultarle mejor idea la de continuar esgrimiendo su nueva identidad como descendiente inca y descubridor del Paytiti.
Las comunidades calchaquíes destacaron por su fiera resistencia a la colonización española desde sus inicios, protagonizando alzamientos en 1562 y, menos de un siglo después, desde 1630. Cuando llegó Bohórquez estaba germinando la semilla de una tercera revuelta de los calchaquíes en un marco de liberación del yugo español donde estaba más que presente el mito de Inkarri, el cual alimenta las esperanzas en la restauración del idealizado Tawantinsuyu con la vuelta del Inka. En este contexto, el relato del recién llegado sobre el Paytiti, reino recobrado por un descendiente inca (fuese o no de linaje puro), encajó perfectamente con los ánimos de resistencia y avivó la añoranza por el pasado glorioso previo a la llegada de los invasores extranjeros. Bohórquez lo supo aprovechar, ganándose la amistad de Pedro Pivanti, cacique de los Paciocas y quien le ayudó a ser reconocido por otros pueblos de los valles de Tucumán como hijo y legítimo sucesor del Inca Paulo, así como descendiente de Manco Cápac. Elaboró este ardid valiéndose, entre otras cosas, del panorama jurídico presente en esta época, en el cual numerosos mestizos exigían a través de litigios el reconocimiento de sus privilegios ancestrales como descendientes de la élite indígena en el nuevo orden social que habían instaurado los colonizadores. Así, por un lado pudo abanderar la lucha de los indígenas como suya propia, prometiendo que la resistencia a los colonizadores españoles continuaría y que él sería contacto directo con el Paytiti, donde había dejado un hijo suyo en el trono, así como que se esforzaría por unir a todos los indígenas para recuperar el gran imperio que les pertenecía por derecho. No obstante, por otro lado negociaba con gobernadores coloniales para facilitar la ocupación de la zona y la obediencia de los indios -algo que no habían logrado ni jesuitas ni encomenderos-, firmando pactos entre pompas y celebraciones gracias a los cuales recibiría los altos cargos como Teniente de Gobernador y Capitán General de la Guerra y Justicia Mayor, pero también autorización para emplear el título de Inca, rey de los indios y funcionario de la Corona de España.
De esta manera, el andaluz lograba, como señalaba Ana María Lorandi, una de sus principales biógrafas e investigadora de las sublevaciones calchaquíes: “los dos títulos y poderes que su fantasía había buscado durante años”. Sin embargo, aunque prometió a las autoridades coloniales que se encargaría del correcto cumplimiento de las mitas y que les conseguiría información sobre dónde tenían escondidos los calchaquíes sus riquezas (ya que los hispano-criollos sospechaban que tal fiera resistencia escondía la salvaguarda de innumerables tesoros), pronto se demostró que sus intenciones se inclinaban por restaurar el Imperio de los Incas, donde él podría gobernar como máxima autoridad. Cuando los Gobernadores percibieron que Bohórquez estaba recorriendo su nueva jurisdicción dando discursos para instigar la rebelión y cuando sucedió el incendio de dos misiones jesuitas de los valles Calchaquíes, fue declarado traidor y se planificaron varios intentos de asesinato que no tuvieron éxito, así como un enfrentamiento militar que sí se llevó a cabo y tras el cual Bohórquez tuvo que refugiarse en el valle de Salta.
Finalmente, a través de una negociación en la que a cambio de su rendición recibiría indulto para él, su familia y sus bienes, Pedro Bohórquez se presentó el 1 de abril de 1659 con 130 indígenas pulares frente al Oidor de la Real Audiencia de la Plata, Juan de Retuerta, el cual había sido llamado a solucionar el conflicto. Allí se alcanzó un acuerdo de paz y de pago de las mitas tributarias por parte de dichos indios pulares del norte de los valles Calchaquíes (el resto continuaba en rebelión). Juan de Retuerta, por su parte, les devolvió las armas que habían rendido para su defensa y públicamente mandó a los encomenderos que tuviese buen trato con ellos, permitiéndoles retornar a sus pueblos.
Cuatro días después marchaban ambos a Potosí, donde inicialmente Bohórquez debía dar cuenta de sus actos, pero tras otro intento de fuga (quizás al darse cuenta el falso Inca que no recibiría finalmente el indulto), decidieron conducirlo directamente a Lima, donde quedó preso. Permaneció en la prisión hasta 1667 debido a la dificultad a la hora de dictar una sentencia clara, puesto que el acusado se declaraba inocente de todos los cargos y la burocracia y comunicación con España era terriblemente lenta. Sin embargo el 3 de diciembre de 1666 se ordenó su ejecución, justificándola con un intento de alzamiento de los curacas de Lima junto con otros de territorios cercanos en el sur, que buscaba el retorno del Inca y la destrucción de la capital limeña, y que estuvo liderado por Gabriel Manco Cápac. No se conocen evidencias de comunicación entre los curacas y Bohórquez, pero el alzamiento fue considerado motivo suficiente para condenarlo a muerte por garrote, condena que se llevaría a cabo el 3 de enero de 1667. Su cabeza cortada y clavada en una pica se exhibió en la plaza de armas con el propósito de disuadir a sus posibles seguidores. Tres semanas después ahorcaron a ocho curacas, cuyas cabezas también fueron colocadas en las puertas de entrada a Lima; el resto de los implicados en la conjura fueron azotados y enviados a servir en galeras.
Durante su estancia en prisión la resistencia calchaquí continuó hasta 1664, cuando el Gobernador Alonso de Mercado y Villacorta, con quien Bohórquez negoció y firmó pactos en 1657 prometiendo la pacificación de los calchaquíes, puso fin a la misma a través de una nueva campaña militar, forzando la ruptura de los lazos étnicos entre las comunidades mediante la dispersión de toda la población del valle, que pasaría a estar bajo custodia de sus encomenderos. 130 años de obstinada resistencia indígena contra el control social, político, cultural y económico de los españoles, violentamente llegaron a su fin. Teressa Piossek señala que incluso estando Bohórquez encarcelado su huella en el alzamiento calchaquí se podía percibir en uno de sus hijos, Francisco de Medina Bohórquez, quien marchó a Tucumán para luchar junto a ellos en 1662, presuntamente por orden de su padre.
Pedro Bohórquez, un andaluz de humildes orígenes que llegó a convertirse a ojos de tantos en nada y más y nada menos que el legítimo sucesor del imperio más extenso de la América precolombina, es un claro ejemplo de lo inmensamente irresistible que fue para muchos el deseo de acercarse a la utopía andina, a aquel paraíso terrenal donde no habían llegado los males de la civilización y las riquezas eran infinitas y abundantes. Un lugar no-lugar donde hasta un pícaro del otro confín del mundo podía llegar a ser rey.
Autora: Marta Burdons Martínez
Bibliografía
BURGA, Manuel, “Revolución en las mentalidades: el nacimiento de la utopía andina”, en Nacimiento de una Utopía: Muerte y resurrección de los incas, Lima, Fondo Editorial, 2005.
GÓMEZ PÉREZ, Carmen, “Pedro de Bohórquez”, en Real Academia de la Historia.
LORANDI, Ana María, De quimeras, rebeliones y utopías. La gesta del inca Pedro Bohorques, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997.
LORANDI, Ana María, “Capítulo VII: Las Rebeliones Indígenas”, en Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000.
MARTOS, Marco, “La utopía andina en debate”, en UMBRAL–Revista de Educación, Cultura y Sociedad, 5/9, 2005.
PIOSSEK PREBISCH, Teressa, Pedro Bohórquez. El inca del Tucumán. 1656-1659, Buenos Aires, Juárez editor, 1990.